domingo, 12 de mayo de 2013

Seres Singulares

Las palmas

No son las de Gran Canaria, ni las del domingo de Ramos. Ni siquiera las concertadísimas de los palmeros flamencos sin las cuales no se pueden ni cantar ni bailar unas bulerías o unas alegrías ajustadas al palo y al canon, como exigen los cabales. Cuando uno (yo, claro, pero "adoro", a lo galo..., la despersonalización) tiene la suerte de ir por la calle sin hacerlo cabizbajo, esto es, sin restringir la existencia al escaso territorio de 12 x 58 del Iphone,  Ipad o comoquiera que se llamen, que lo ignoro, no es infrecuente dar con sujetos que hacen de una singularidad su razón de estar, de transitar, y acaso de ser, pero para eso se ha de tener una perspicacia de narrador omnisciente que no pretendo reclamar como "marca de la casa". Hace tiempo hablé del anciano que besaba los árboles como emotiva acción de gracias y como comunión, interpreté, con la escasa naturaleza que la sociedad moderna permite que se desarrolle en la ciudad. Hoy quiero traer a este observatorio a un hombre de mediana edad, barbado, lentudo, tocado con mochila y con inequívoco aire de sindicalista muy reivindicativo, que ama por igual a los niños y a los perros, que camina por el barrio sin dejar de dar palmas continuamente. No es un maestro del compás, ciertamente, e ignoro su origen. Las facciones parecen indicar un aire sureño, pero bien podría ser de Palafrugell. ¿Quién no recuerda que el fallecido Secretario General de Convergència, Pere Esteve, parecía auténticamente un tunecino? Con su mochila al hombro, los pantalones vaqueros y un andar decidido, como el de quien sabe a dónde va, este hombre madurado se anuncia con el repiqueteo de las palmas, pero no son éstas prólogo de ningún mensaje ni él pregonero de unas nuevas que no comparecen. Pero no ceja. Da igual la hora del día o de la noche. Solo abandona el palmoteo si acaricia la cabeza de un niño o se deja olisquear por un perrillo al que luego también acaricia. Acto seguido, ¡zas!, de nuevo al repicar de palmas con un único ritmo que no le complica la existencia antimusical de su singularidad. La dimensión social de ésta es evidente, y no sé cuántos vecinos seremos los que nos hemos percatado de su perseverancia palmera, pero se ha vuelto un "fijo" del barrio. Desde la frecuentación de la poesía, quiero creer que se trata de un lector de Jorge Guillén, amante del mundo "bien hecho" y "pleno"; pero desde la experiencia "a pie de calle", he de reconocer que se trata de una perturbación monomaníaca completamente inofensiva. Los ojos le brillan, tiene presta la sonrisa y, algunas veces, hasta me ha parecido escuchar un conato de tarareo que nada tiene que ver con eslóganes o consignas, sino con una extraña y compleja melodía interior que se sencilla en su torpe repiqueteo. Digamos que es un especialista en perder el compás.

1 comentario:

  1. Son estos personajes excéntricos los que contrapuntean nuestra existencia y la animan fuera de los lugares comunes. La vida es atrozmente tópica, pero, a veces, hay elementos que con su singularidad la hacen viva, singular, única… Los llamamos locos porque están solos… pero ¿qué es peor locura la que se vive solo o la que se vive acompañado de millones de banderas que sienten y piensan lo mismo? Me quedo como tú con esos seres radicalmente individuales que besan árboles o dan palmas, y abomino de todos esos que se saben levantar cuando suena el himno nacional. Bah.

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