jueves, 10 de octubre de 2013

El reto verdadero



Solo ante el peligro

              Dejémonos de tonterías, el verdadero reto de una "provincia mayor" normal y corriente es descubrir que la cisterna del váter se ha estropeado y que no deja de salir agua, lo que exige una reacción inmediata. Como es sábado -nadie ignora que estos accidentes domésticos de singular trascendencia ocurren en fin de semana-, lo primero que se me ocurre es llamar al RACC. El servicio del "manitas" no entra, porque anda el agua de por medio y eso son ya "saberes especializados", de "alta especialización" pienso para mí. Así pues, me facilitan amablemente un fontanero al módico precio de 43€/h más el IVA correspondiente, materiales aparte, pero sin cobrar el desplazamiento, lo cual me deja casi al borde de las lágrimas por semejante rasgo de humanidad de esos profesionales de la luz y el agua para con los socios del RACC -confieso que se me había ocurrido sacar el adjetivo raccista para calificar a los socios, pero conste que me he dado cuenta a tiempo y dejo esta nota para que se vea lo bien y oportunamente que funciona la corrección política-. Agradezco el ofrecimiento y digo que me lo pensaré, aunque nada más oír los precios me lo he pensado en menos de una milésima de segundo y sé que no, que ha llegado el momento de demostrar que uno no sólo es una provincia mayor que el mundo, sino, además, un héroe del bricolaje dispuesto a ganar muchísimos enteros en la opinión de su Conjunta. Una vez tomada la sublime decisión, se inicia un procedimiento que se sabe cómo comienza, retirando la tapa de la cisterna, pero que se ignora cómo acaba, aunque la experiencia de otras ocasiones indica que volviendo a pedir el auxilio de un profesional al precio que sea.
      El caso es que la crisis aprieta y está en entredicho el honor de un hombre corriente que ha decidido aventurarse hacia el alto grado de la heroicidad. 
      Retirada la tapa, advierto que el mecanismo de control del llenado de la cisterna, un complejísimo sistema de boyas que permiten detener el proceso de llenado cuando el agua que entra ha desplazado hacia arriba la boya a la que va unido el resorte que logra detener el llenado, que ese mecanismo, digo, se ha estropeado a causa del uso y por mera antigüedad, como cualquier otro mecanismo biológico. Lo trasteo un poco, por si fuera cuestión de los dos golpecitos que, como en los teléfonos de cabina pública, un vídeo de segunda mano o un expendedor de bebidas tantas cosas arregla y descubro que, como toda respuesta a mi acercamiento de tanteo, se inicia una pérdida de agua por la parte de abajo de la cisterna, justo por donde entra la tubería que la alimenta de agua.  
      Pregunto en la tienda de materiales de obra que tengo al lado de casa y me dicen que la cosa es sencillísima, que he de desenroscar el mecanismo que no funciona y enroscar el que ellos me venden.  Si la rosca es más pequeña, he de llevarme una rosca adaptadora al calibre pertinente. Pregunto, de paso, por esa leve "perdida" que, al llegar a casa, es ya una "gran" pérdida, y me dicen que he de enroscar al mismo tiempo las dos tuercas, la del interior del váter que está en el fondo de la cisterna y la que se ha de apretar por fuera y por debajo de la cisterna. Como soy persona bracicorta, salgo de la tienda con aire sombrío, ceño fruncido, acusando preocupación y arrepentido de no haber hecho mi buena FP de lampistería.
Me percato, con el recambio en la mano de que un arreglo semejante necesita más tiempo del que dispongo, porque tenemos invitados a comer y he de acabar una laboriosa paella vegetal. Total, que lo dejo todo “abierto” y postergo un día completo la decisión de ponerme manos a la faena. Mientras, el mecanismo antiguo aún funciona si se tira del mecanismo estropeado hacia arriba, lo que detiene el agua al borde de la cisterna, sin que se derrame, aunque cada vez que se hace (¡imposible no acordarse de ello!) ha de esperarse a que se llene y se llena uno de la duda razonable de que no funcione la “manualidad”.

       Al día siguiente también hay invitado, pero es un familiar directo y ello casi representa un aliciente para sumergirme en la faena y, si salgo del entuerto, ponerme alguna medalla lampística. Advierto que el mecanismo estropeado puedo sacarlo con facilidad, aunque en el transcurso de esos movimientos desplazo la rosca que tapa el agujero por donde entra la toma de agua, por lo que la fuga del preciado y carísimo elemento se convierte en un serio problema. Cierro la llave de paso, pero su escasa media vuelta no cierra del todo el paso de agua. Aun así, desenrosco la toma de agua por debajo del váter y, después de recoger con un mocho un buen cubo del fluido. Voy por otro cubo para que el tubo por el que llega el agua de la toma general al váter pueda desaguar con control. Mientras, como en el fondo de la cisterna aún quedaban dos dedos de agua, va saliendo con lentitud pero sin descanso, lo que me obliga a seguir ejerciendo de mochero.  En cuanto el fondo de la cisterna está seco, bien seco, procedo a la instalación del recambio. No me olvido de poner la cinta de teflón para sellar la juntura y procedo a enroscar el nuevo “set” controlador del llenado, el cual lleva un dispositivo para regular la carga de la cisterna y poder ahorrar agua. Una vez instalado, toca la difícil tarea de enroscar al mismo tiempo las dos tuercas de dentro y de fuera de la toma de agua. Lo primero que hago es centrar bien la que se ajusta al agujero del tubo por dentro de la cisterna. Después, manteniéndola con la mano izquierda, procedo a enroscar la de debajo de la cisterna. Cuando la fuerza de mis poderosos dedos no da más de sí, agarro bien el tubo rígido por donde asciende el agua dentro de la cisterna y con una llave inglesa procedo a ir ajustando la tuerca externa con precisión industrial supervisada por algunos curiosos que disfrutan con el espectáculo de una provincia en obras. Finalmente, y ante la expectación general de los allegados, abro la llave de paso, lleno la cisterna  la uso. El mecanismo funciona perfectamente: al llegar al límite establecido, la cisterna se para y por el váter no sale ni una gota. Ahora bien, compruebo, para mi desolación, que, “por debajo”, pierde, levemente, pero pierde. Pido espacio e intimidad y continúo con la labor. Ahora no sólo cierro la llave de paso del váter, sino la general y me aseguro, después del vaciado de la cisterna que todo queda resequísimo, antes de proceder al desenroscado conjunto de las tuercas pertinentes. Añado algo de teflón, casi por superstición, más que por convencimiento científico, y con magnífico ojo de buen cubero ajusto la chapa interior para tapar las fugas y vuelvo a enroscar la parte inferior. Como no rezo, hago lo que más se le parece, renegar en arameo y acordarme de siete generaciones familiares cuando, en la intimidad de mi provincia, pruebo yo solo el mecanismo. La prueba del papel de váter funciona: ni una sola gota ha caído en él después de coronar con éxito tan difícil intervención. “Pues no era tan difícil, ¿no?”, es todo el premio que recibe la alta intervención quirúrgica practicada. Para mí pienso que esos 80 euros bien ahorrados me equiparan con unas buenas zapatillas de correr, sumándole otros 30, claro, porque el jogging, con los precios de las mismas por las nubes, se ha convertido ya en vueling.

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