viernes, 29 de noviembre de 2013

La Moreneta caganera.

El cagarro daurat... El zurullo dorado...

He aquí un asunto que parece haber nacido para alimentar estas humildes páginas, atentas, por definición programática, a los prodigios de la vida cotidiana. ¡Por fin una controversia a la altura de un pueblo culto  y de un futuro estado modélico! Que la escatología -acabo de ponerme el tuxedo (Del territorio que lleva el nombre del jefe algonquino P' tauk-Seet-though - "El Hogar del Oso", según información al alcance de todo el mundo) expresivo- forma parte de la cultura popular catalana es algo tan incuestionable que dudo mucho de que los obispos y mossenes que tan enérgica y hasta judicialmente han protestado puedan llegar a entender el alto honor que le han hecho a la religión católica y a la Moreneta en particular: la han popularizado, humanizado y avecindado, aun más, si cabe, y con el mayor de los respetos, porque al Olimpo Caganeril no accede cualquiera, y lo extraño es que haya pasado tanto tiempo sin que haya entrado en él.
Ya la tenemos, y con un zurullo dorado que me parece muestra de una delicadeza que no se aviene con el impulso transgresor inicial que supone esta figura tradicional del belén. Lo suyo hubiera sido, para humanizarla más, haberla significado, realzado es la palabra idónea, con unos moscones verdes posados sobre el divino excremento y que mientras que con  una de sus manos se alzara manto y túnica, con la otra hubiera tenido la delicadeza de pellizcar la nariz del niño –como hizo D.Quijote cuando Sancho se convirtió en caganer viviente ante los Batanes–, todo ello en cuclillas, claro, que es como manda la tradición y con las sagradas nalgas al aire. Puede entenderse que la hayan dejado en su actitud sedente porque, como todo el mundo sabe, muchos tronos son también cagaderos.

 Los mefíticos aires estatales, acaso fortalecidos por la ingestión masiva de los Aromas de Montserrat, han conseguido que en este rincón noreste de la Hispania romana ya no se entienda nada de nada y que el baile de disfraces político se haya “encomanat” a cualquier profesión, la religiosa incluida. ¿Cómo es posible, entendible, comprensible, inteligible, etc. que la iglesia de los pobres no alce la voz contra la creciente pauperización de la sociedad catalana y toquen a rebato contra la supuesta blasfemia y quieran poco menos que llevar ante la Inquisición a los festivos escatólogos populares que han cumplido con una tradición milenaria –ésta sí que sí, no la defendida por el GH Mas (Nada Honorable Mas)? Vivimos en el país de las preguntas, aunque algunas sean de dificíliiiiiiisima formulación.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Una vez al año



    Las trampas sociales       

            Hay seres sociables, ultrasociables y, atenuémoslo, seres poco proclives a la vida social. Cuando uno tiene la desgracia de pertenecer al tercer grupo, ha de escuchar una suerte de argumento, coacción, amenaza que, de desoírlo, puede afectar su vida familiar seriamente, incluso hasta el punto de perderla, caso de no jugar a ese perverso y desequilibrado juego de las negativas: “¡De ninguna de las maneras, me niego!”, y de las cesiones:  "Sí, pero me la debes…":
              “Pero si es una vez al año…”
              Es el “pero” dramático que escucha el insociable con la mirada suplicante del perro que pretende que el amo no descargue el golpe sobre su lomo, o la ama…
              La lista de acontecimientos que “sólo”, siguiendo las normas sociales no escritas pero con rango de ley de obligado cumplimiento, se celebran una vez al año es tan larga que, según los casos, el ser huraño o misántropo o simplemente amante de la soledad y de “sus cosas” se ve comprometido para casi los 545 días del año…, porque esos 180 –en menguada estimación- en que se han de cumplir las obligaciones de toda índole se sufren doblemente…
 A esta situación, más común de lo que puede parecer, porque la sociabilidad de la especie tiene más de mito que de realidad, aunque no el gregarismo, que ese sí que algunos es lo único que llevan escrito en el ADN, se le ha de añadir, como es lógico, un castigo obvio: ser miembro de una familia numerosa y que la socia o el socio también lo sea. ¡Ahí es el acabose!
                 Cumpleaños, onomásticas, Nochebuena, Navidad, San Esteban, Año Viejo, Año Nuevo, aniversarios de bodas, misas de difuntos, citas con los amigos, cenas o comidas con los colegas, la celebración del amigo invisible, la fiesta de carnaval, la castañada, la salida a la nieve, la salida de semana santa, la reunión de vecinos, la necesaria salida a elegir y comprar un electrodoméstico sin el que no se puede vivir, el día de la ópera, la velada teatral, el viaje de fin de semana para renovar lazos indestructibles, la compra de un nuevo colchón, los vídeos y las fotos de los viajes de los amigos, la presentación de novios o novias de la prole, la  barbacoa en el merendero, las visitas hospitalarias (a cierta edad tan frecuentes como los entierros), las fiestas de fin de curso, las graduaciones…, todo ello escrito a tecla pronta y sin pausa, porque de hacer la lista exhaustiva esta entrada iba a parecerse más a un índice que a la amarga queja que es.

                   ¿Cómo puede alguien construir su individualidad en, y con, esas condiciones? ¿Cómo puede alguien edificar su personalidad si le andan sacando de su casa y de sus casillas con cada nueva cita concertada? ¿Qué puede ofrecer en el comercio con los demás sino un apunte, un borrador defectuoso de lo que podría ser? Frente a las exigencias de la sociabilidad hemos de oponer que la sociabilidad bien entendida, como la verdadera caridad, empieza por uno mismo. A ver si me libro de la próxima y me puedo escabullir para salir a cumplir mi labor de observador atento de nuestra maravillosa vida cotidiana, en la que, a veces, entran novelas de terror como la presente…

viernes, 15 de noviembre de 2013

Confesiones secesionistas


Casuística confesional de la secesión (traducida del catalán para gracia de los lectores foráneos -forajidos para los secesionistas- de esta Provincia).

Nil- Ave Catalunya purísima…
Gregorio XVIII.- Para la gloria concebida. Tú dirás, hijo.
Nil.- Padre, me acuso de que me gusta una chica…
Gregorio XVII.- Hombre, mozo, eso es bien normal, y más a tu edad...
Nil.- Sí, pero es una chica que no es de los nuestros, que ni siquiera habla en catalán y a quien nuestra lucha le trae sin cuidado.
Gregorio XVII.- Ah, eso ya es muy diferente, muchacho… ¿Y cómo se llama la chica?
Nil.- Silvia, Silvia del Río*.
Gregorio XVII.- Inequívocamente no es de los nuestros, como tú dices.
Nil.- Yo no, padre, mis amigos lo dicen, que son los que me han comido el coco para que ni se me ocurra salir con ella, que sería una imperdonable traición a la causa… Son ellos quienes casi me han obligado a venir a pedirle consejo
Gregorio XVII.- ¿Y tú eso no lo ves también, hijo mío, que la causa no admite estas traiciones?
Nil.- Yo lo que veo es que está como un tren y que me gusta con locura… digo…
Gregorio XVII.- Ya me hago cargo, hijo, que la edad lleva esa pasión del brazo donde quiera que va…
Nil.- Es que hacemos algo más que ir del brazo, padre…
Gregorio XVIII. No, si era un modo de…, dejémoslo.
Nil. Pero es que yo no quiero dejarla. Ya sé que vive al margen de lo nuestro, pero ¿por qué lo nuestro político me ha de quitar lo nuestro con ella?
Gregorio XVII.- Hay momentos en la vida, hijo, en que la política pasa por encima de todo, incluso por encima de nuestros afectos más apasionados. ¡El deber nos llama! ¡La Patria nos reclama todos los sacrificios!
Nil.- A mí quien me llama es ella, padre, eso es lo que me remuerde la conciencia, no ser capaz de convivir con las dos cosas.
Gregorio XVII.- La patria es muy celosa, hijo, y no le gusta la competencia. Si el Cristo dijo: “Déjalo todo y sígueme”, la Patria dice otro tanto: Déjala a ella y sígueme…
Nil.- No sé.., no sé…
Gregorio XVII.- No se trata de saber nada, hijo, sino de actuar. Deja el saber para nosotros, y tú limítate a actuar con toda tu fe y toda tu energía. ¿No ves que si sales de Silvia entrarás en alguna Mireia o en alguna Roser…? En el buen sentido del verbo entrar, por supuesto…
Nil.- Su puesto no lo podría ocupar ninguna, Padre; ella es única, aunque sea distinta de nosotros.
Gregorio XVII. Te veo muy tibio, hijo, poco defensor de la Patria amenazada y de nuestra lengua sacrosanta…
Nil.- No, si yo con ella hablo en catalán, porque me dice que me entiende mejor que si hablo en castellano…
Gregorio XVII.- ¡Bendita sea la Moreneta! Eso ya es un progreso, hijo. ¿Estás seguro de que no podrías convencerla de la justicia de nuestra causa y de la exigencia histórica del ahora o nunca que nos mueve?
Nil.- ¡Niño, pero qué loquillo que estás, qué cosas dises! ¿Cómo se va a separar Catalunya de España? ¿Pero vais a volar las fronteras para convertiros en una isla...?, ¡amos ya!, me dice ella, y ahí se acaba todo. Ya no hay manera de sacarle más nada. Pasa de lo nuestro, Padre.
Gregorio XVII.- Pues si quieres que te absuelva, yo te ordeno que seas tú quien pase de ella, si es que quieres formar parte del pueblo elegido que camina hacia la gloria, hacia el paraíso nacional…
Nil.- Tenía mis dudas, Padre, pero ahora salgo de aquí firmemente convencido. ¿Pasar de ella? ¡”Pasar en ella”, quiero, cuanto más mejor, porque silvino soy, en Silvia creo y a Silvia adoro, y más felicidad puedo hallar en ella -ahora lo veo claro, y no cuando duermo, como decía nuestro poeta- que en ese paraíso donde ella no tiene cabida.

Gregorio XVII.- Ni… ‘cachis… 

* Silvia del Río fue el pseudónimo de un eminente y socarrón escritor catalán.

viernes, 8 de noviembre de 2013

La irrealidad literaria catalana


Un realismo, el de la literatura catalana, sin apenas realidad...

                               Soy lector. Lo confieso. Casi avergonzado. No uso móvil. Lo confieso también. Casi con orgullo. Y esa afición lectora se vierte sobre cualquier tipo de escritura. E incluso hago lo mismo que solía hacer Cervantes: leo hasta los papeles que me encuentro caídos por la calle. Ahora también libros, no sólo papeles, porque la práctica del crossbooking siembra las calles de libros que, dicho sea de paso, son ilegibles la mayoría de ellos. Es una moda que invita a aliviar la biblioteca particular, más que a enriquecerla, sobre todo si, teniendo la afición a la lectura y la colección de lo que se lee, los volúmenes amenazan con tapizar todas las paredes de la vivienda. También soy aficionado a la lectura de los prospectos de los medicamentos, un género con poco público, pero quiero creer que selecto. Lean, por ejemplo, el del Roacután, y tras haberlo hecho llegarán a la conclusión  de que las novelas de terror de Stephen King son más inocentes que el Pulgarcito...
                      Leo en catalán, como lo hago en castellano y, de tanto en tanto, en inglés, para que no se me oxide definitivamente. Y quiero constatar hoy la inexistencia de la corriente realista en la literatura catalana, ya entendamos el realismo como mímesis ya como interpretación (y uso estos conceptos con la laxitud que permite un espacio como este observatorio), como síntoma, sin duda, de una negación de la realidad que se traslada al mundo político nacionalista y al mundo subjetivo de cada catalán, siempre dentro de la subespecie secesionista. Cualquiera que haya leído una novela catalana ambientada en una ciudad importante de Cataluña, pero también en otras más pequeñas e incluso hasta en algún minúsculo pueblo, habrá advertido que a lo largo y ancho de sus muchas o pocas páginas es no solo raro, sino imposible, hallar una palabra en castellano, y menos aún un diálogo o alguna expresión coloquial en castellano, y menos aún la presencia de un personaje que tenga el castellano como lengua habitual de comunicación. Me recuerda, a su modo, a aquellas primeras salidas de los reporteros de Aló3 a ciudades como Hospitalet y Santa Coloma, donde empleaban más tiempo en encontrar a quien les contara lo que sucedía o les diera su opinión, en catalán, que propiamente a la tarea informativa: del orden de 3 horas para encontrar al catalanoparlante idóneo -que las cribas ya comenzaron mucho antes de las multas por los rótulos-, y de 45 segundos para recoger la información o la opinión. 
                    Para una novela cuya acción trascurre en Barcelona, digamos que tiene un mérito indiscutible conseguir deformar la realidad hasta el punto de que la verdadera realidad de la ciudad no aparezca en ella. Y no lo digo solo por el castellano, es obvio, porque Barcelona es un mosaico lingüístico en el que resulta harto difícil vivir exclusivamente en catalán. Quizás por eso chirriaba tan exageradamente una versión catalana de aquel podrido bodrio propagandístico de Woody Allen que fue Vicky, Cristina, Barcelona -una auténtica woodyfarra, como la calificó con enorme acierto Salvador Moreno peralta, en el que la protagonista, si no recuerdo mal, viene a Barcelona a "estudiar la identidad catalana" -en el guión original venía, como el 90% de los americanos jóvenes, a estudiar español. 
                    Esta molesta inclinación hacia la deformación de la realidad puede explicar, sin duda, el decantamiento del catalanismo político hacia la fantasía, los cantos de sirena y las quimeras. 
                    No soy escritor, eso es evidente, pero si me propusiera serlo -quién sabe, a lo mejor acabo animándome, a juzgar por ese hueco "realista" que deja la novela catalana-, está claro que en mi primera novela cada cual saldría hablando como lo hace habitualmente o como lo hacen los personajes entre sí de forma habitual. No me extraña que tengamos un conflicto freudiano tan grande entre la realidad y el deseo en esta tierra.

viernes, 1 de noviembre de 2013

IDENTIDAD Y CRIOTERAPIA


LA IDENTIDAD FRIGORÍFICA

Buscar las raíces es una forma  subterránea de andarse por las ramas.
       (José Bergamín)
Uno de los grandes reclamos de los partidos nacionalistas de todo el mundo es la apelación a sus “señas de identidad”, a esos rasgos supuestamente exclusivos de una colectividad que permiten caracterizar individual y colectivamente a todos sus miembros, como un sello genético que los singulariza frente a los demás pueblos e individuos. Hay mucho de misticismo barato en ese surtido de creencias casi inmutables que, con  todo desparpajo acrítico, creen los nacionalistas que “van a misa” para identificarles ante el resto del mundo de forma unívoca e inequívoca. El gran signo identificador es, por supuesto, la lengua, por más que lo que con ella se haga está más que lejos de poder caracterizar a nadie de modo singular. A continuación, es artículo de fe el “som i serem” tan crípticos como el jehoviano “Yo soy el que soy” que zanja todas las disputas porque no se apela a la razón, sino a la fe y a la creencia. Le siguen las bondades de la tierra, “únicas en el mundo” y concluyen con esa “manera de ser”, con ese “tarannà” propio y exclusivo, incompartible (y a partir de ahora, por lo que se ve, incompatible con el del resto de España). Como el movimiento secesionista catalán ha exacerbado las creencias en las singularidades propias del catalán y de “lo” catalán como algo que está en la base de la abismal distancia que los separa del resto de los españoles, no estaría de más que pasáramos revista somera a algunas de esas cualidades singulares que dan fe de ese misticismo barato. Vaya por delante que una recapitulación de esos signos externos e internos, totos ellos eternos…,  que defienden los secesionistas, no añadirían, a los motivos folclóricos, nada que no puedan compartir con ellos gentes tan distantes como los de la Patagonia, Kyoto o Nueva Zelanda. Choca el esencialismo catalanista con la realidad mestiza, propísima, más que meramente propia, de lo catalán. He vivido en 7 autonomías y puedo y debo confesar que en todas ellas he hallado los mismos tipos de personas, hablasen la lengua que hablasen. Que he conocido siesos sevillanos impresentables y cachondísimos barceloneses descacharrantes; extremeños trabajadores y cumplidores y gerundenses viva la virgen, y ladrones en todas partes… He vivido en el extranjero y puedo y debo confesar que he visto más semejanza entre algunos catalanes y norteamericanos que entre un catalán de la ciudad de Barcelona y otro de Gurb, aunque estos hablen el mismo idioma. No se trata tanto del tópico antiquísimo del menosprecio de corte y alabanza de aldea o del abismo que hay entre el mundo urbano y el mundo rural, sino de que las psicologías no vienen definidas por pertenencia a un pueblo o a una lengua, sino en relación con un substrato de especie que, para bien o para mal, nos asemeja de forma espectacular a todos los habitantes del mundo. De aquí que ciertos localismos tengan alcance universal, y que ciertos pretendidos universalismos sean irreconocibles porque no entroncan con la raíz local de la que nacen las semejanzas. Dicho todo esto, la cultura es el principal enemigo de los nacionalismos: como antes mencioné, hay más semejanzas entre un catalán ilustrado y un alemán ilustrado que entre esos dos seres y un ignorante de sus propios países, o un adherido en cuerpo y alma a las supersticiones de la tribu. Identidad comparte raíz con idéntico y hay mucho de congelación, de ultracongelante, en esa decidida voluntad de ajustarse a una estampa rígida que, supuestamente, le dice al mundo quién es uno. Para los nacionalistas la vida no es cambio sino fidelidad a un estado primigenio, invariable, sólido, rocoso, de ahí la veneración por la tierra, entendida como rocas, montes, bosques y ríos, aunque todos se destrocen para hacer negocios. En este siglo de la puesta en tela de juicio del sujeto por parte del pensamiento que ha renegado de los grandes sistemas capaces de explicar la realidad, resulta chocante que doctrinas tan primitivas, basadas en creencias de raíz supersticiosa, se apoderen de personas que, supuestamente, han sido preparadas para rechazarlas. Que ese apoderamiento, por otro lado, vaya unido al uso político que hacen de ellas para alcanzar un poder mediante el que satisfacer tan bajos instintos es lo que los convierte en seres despreciables.
En resumidas cuentas, que  frente a la identidad rocosa del nacionalismo hemos de oponer la búsqueda constante de la identidad que nunca es igual a sí misma, una situación que nos acerca a todos los seres de todas las geografías y todas las lenguas.