domingo, 29 de diciembre de 2013

Un banco, una plaza, una mirada...



El gran espectáculo:
Improviografías prêt á rester.
 (Breve introducción teórica)

               Se ha ofrecido, sobre todo en la despiadada publicidad, la figura de los jubilados en los bancos de los parques ciudadanos, y aun de los paseos, como una suerte de desván de trastos viejos arrumbados cuando, en realidad, son, aunque nadie repara en ello, una inagotable cantera de relatos biográficos cuya breve extensión compite con la intensión compulsiva con que se enuncian. Digámoslo sin reparo y cuanto antes: es un arte. No tiene público, pero sus obras existen y están al alcance de muy pocos, un desconocimiento que este observador (también convulsivo) quiere remediar, o intentarlo, al menos. Se trata de un arte milenario plagiado, aunque no siempre mejorado, por escritores de toda laya. No se trata de los conocidos cuentacuentos tribales, auténticos correveidiles, glosados en el magnífico libro de Vagas Llosa sobre el arte de novelar, Viaje a la ficción, sino de un género distinto que se ha perfeccionado a lo largo del tiempo, si bien no siempre, cuando uno toma asiento junto a los artistas, puede tener la seguridad de hallarse junto a un maestro, a un pobre imitador o a un principiante prometedor, duda que se disipa apenas han comenzado a brotar de sus bocas, manantial caudaloso, las biografías efímeras, porque esta condición añade a este arte narrativo una dimensión muy peculiar y le confiere buena parte de su encanto y de su valor. Asentir a los primeros es garantizarse unos momentos extraordinarios de intenso placer literario; sufrir a los segundos, un tormento fácilmente excusable; tolerar a los últimos, una benemérita acción que otros oyentes agradecerán. 
              En la teoría literaria moderna se presta cada vez más atención al receptor. Las audiencias de este arte desconocido tienen, también, una gran importancia, en la medida en que los creadores son muy receptivos a las manifestaciones de agrado o desagrado de su público, lo que les lleva a potenciar sutilmente aquello que es mejor recibido, lo cual redunda en la perfección de su arte, al revés justamente de lo que ocurre con los artistas reputados, que tienden a la repetición vulgar para mantener el fervor del favor ya conquistado.   Los narradores nunca repiten la misma biografía, aunque muchas de ellas se parezcan hasta casi confundirse, pero la improviografía –que así la podríamos clasificar, con la v transgresora y normativa a un tiempo– es el privilegiado espacio de los matices definidores, singularizadores, y si ínfimos, de mayor mérito. El rizo rizado de las improviografías es hacerlas de quienes, acaso en alguna de esas sillas solitarias de las plazas, desde las que es imposible acceder a este nuevo arte que descubro, se dedica a lo mismo, en un ejercicio narcisista, con los transeúntes de quienes los metaimproviógrafos han distraído la atención, si bien ahí se mezclan ingredientes como la rivalidad, los celos y otros que modifican el género hasta casi alterarlo radicalmente. Quienes quieran iniciarse en la audición de este género forzosamente han de compartir el mismo banco con el narrador y mantener un consistente aire de distracción, para el que hojear el periódico, pero lentamente, de modo que el artista perciba ese lento paso de las páginas como una invitación, es un recurso comúnmente aceptado. Es absolutamente irrespetuoso atreverse a ir más allá de las normales muestras de asentimiento, que han de hacerse con delicada cortesía. Contraproducente al máximo es interrumpir al artista con una petición de aclaración o de repetición de algún pasaje o detalle. Hemos de sufrir en silencio nuestros despistes o nuestra falta de atención y mejorar la capacidad de concentración en el hilo, ¡tan pasajero, ay!, del relato. ¿Cuál es el detonante de una improviografía? ¡Ah, ése es el gran misterio de la creatividad de los veteranos artistas! No todas las persona que pasan por delante del improviografiador son capaces de suscitar la dinámica narrativa, e incluso bien puede decirse de muchas de ellas que antes la sofocan que la encienden. Hay personas que llevan escritas sus biografías en el gesto, el andar, el modo de gesticular al hablar por el móvil, el modo de vestir e incluso en la manera de llevar bultos. Son anodinas para nuestros artistas. Otras, sin embargo, revelan en un detalle insólito, y que sólo el artista experto sabe captar, la existencia de un misterio atractivo que les empuja con inexplicable fuerza a iniciar la improviografía, siempre y cuando halle a su lado un destinatario, por supuesto. Pueden decírselas para sí, en silencio, y en cierta forma debe de formar parte de su aprendizaje, pero la manifestación plena de esta arte sólo se produce cuando el poder evocador de la palabra se sonoriza. No es lo mismo leer un resumen-recuerdo de una improviografía que oírla íntegra en directo, pero en atención a los amables lectores de estas observaciones de la vida cotidiana, traeré en la próxima entrega un pálido reflejo de la práctica de este nuevo arte.   

sábado, 21 de diciembre de 2013

Carta, en catallano, de la Forcadell al Poz.



Malquerido Juan Poz:
                                    li escribo porque me an dicho que es vosted un crítico feros del nuestro movimiento nacional para la independensia que, de una vez per totes, nos separi de un país tan endarrerido i poco desenvolupado como la Espanya que, parece ser, segon me disen quienes toman nota de todos vostedes pera elaborar las llistas de los enemigos del nuestro pueblo, vosted defiende a capa i espasa. Li quiero desir que vosted no entenderá nunca lo que significa el nuestro movimiento nacional, porque vosted es incapaç d’entender què significa ser catalán i el urgullo que tenemos todos nosotros de serlo, que es lo más grande que se puede ser en esta vida. A vosted le carcome la envedia, porque nunca ha sentido aqueste esperit de “germanor” –que li desimos en catalán- i que no es exastamente la solidaritat, que disen vostedes. És vosted un descregudo i un escéptico i por les venes de vosted no correrá nunca el sentido de pertenença a un pueblo tan fuera de mida como el nostro poble catalán. Me hace lástima que vosted sia incapaç d’entendrer la dimensión trascendental d’aquesta pertenença, perquè todo y que s’afani en escribir en catalán, con eisó solo no basta per a sentirse catalán com nosaltros. És igual que haigui vivido quasi toda la seva vida entre nosaltres. Nunca arribará a ser com nosaltres. Somos de una otra clase. Podria haver li escrito en catalán, porque vosted lo escribe, peró he querido tornarle el “favor” i enviarle el mio menysprecio en la seva llengua, peraque vea que no “em duelen prendes” –como dicen vostedes– i no “se me cain els anellos”. Como hasía mucho tiempo que no lo escribía, hasta y todo me ha hecho grasia adresarme a vosted en la llengua en que vosted siente i que tanto nos ha fecho sofrir a nosaltros. Somos una nació milenària i tornaremos, puede ser, a sofrir, peró también a vencer, i nunca gente com vosted podrá impedir que los catalanes reeiximos en la defensa de les nostras convinsiones.
Li deseo lo pior.

Carme Forcadell

sábado, 14 de diciembre de 2013

Las separaciones: ¿Una moda?



Las translúcidas razones del desamor

Efectuar el mismo recorrido urbano diariamente, en este caso para ir al trabajo y regresar a casa, permite al observador atento percatarse de realidades que acaso para muchos otros pasan desapercibidas. Los horarios nos acercan a quienes los comparten con nosotros durante ciertos tramos de esos itinerarios, y aunque nos cruzamos y estamos harto de reconocernos, jamás damos el paso de saludarnos para conocernos, porque un afán comunicativo semejante quizás sería incluso mal interpretado. La sociabilidad expansiva se considera una agresión.

Soy muy sensible a las separaciones, e interpreto con facilidad las señales del distanciamiento, del desencuentro, del rencor y de los más mínimos agravios que se fruncen en el entrecejo, acordillerándolo, o en los labios, apiñonándolos. Se ha establecido estadísticamente que el verano es mala época para las parejas, quizás porque han de convivir las ¡24 horas del día! sin tener la costumbre, y porque han de hacerlo de manera abrupta de un día para otro, cuando se abre la veda de las vacaciones y ambos contendientes se encuentran frente a frente, dispuestos a compartirlo o sufrirlo todo. Ignoro, de las personas con quienes me cruzo, el origen de sus morros, de su frialdad y de su desamor, pero lo evidente me basta para tomar nota de los poderes de ese potente desamor, ¡tan poderoso o más que el propio amor! Al margen de las biografías in itinere, a las que tan aficionado soy, porque me permiten escribir biografías imaginarias que nunca han de ser falsadas, por más que yo las falsee, en los tres últimos meses he sido testigo de no pocas separaciones, como si, curiosamente, se hubieran puesto de moda. La primera, la de la pareja que regenta el quiosco de prensa. Acostumbrado a ver al hombre en su garito, expuesto a la intemperie —que en sí no tiene sentido negativo, aunque sí le hemos echado los hablantes esa adversa connotación— los 330 días del año, me quedé sorprendido al ver a su mujer a las 6 de la mañana del domingo (acompañada por su padre): «A partir de ahora lo llevaré yo sola», fue toda la explicación, que me recordó el intento de usurpación de Alexander Haig: I’m in charge now, tras el atentado que sufrió Reagan. Ante legítimas parcas explicaciones huelgan las cuestiones. Tomé nota. «Que sea para bien»   , fue todo lo que me atreví a decir, amparado en mi antigüedad clientelar.

Durante años me he cruzado con una pareja mixta, él, nativo, ella, o cubana o dominicana, a simple vista y nula audición, que caminaban juntos y, a veces, ella colgada del brazo de él. Nunca hablaban. Es hora temprana, la de nuestro cruce, y poco amiga de la locuacidad. Comenzaron a separarse dos baldosas, aunque seguían caminando juntos. Es llamativa la expresión de reconcentración que exhiben dos seres que tienen muchas cosas que decirse, o que gritarse, y que se instalan en el mutismo absoluto que las bufandas del invierno permitían camuflar. Transmitían ese estado de «estar a punto de explotar» que tan nítidamente captan lo no involucrados en la querella. Trabajan en dos cafeterías diferentes. Al separarse, al llegar al primer destino, ella seguía recta y él giraba a la izquierda, sin decirse nada, ni gestualmente. Este otoño la separación se ha consumado. Él sigue inalterable, como si hubiera echado el ancla en el proceso y no tuviera intención de modificar los hábitos de la indiferencia. Ella, sin embargo, ha cambiado y mejorado su aspecto, sonríe, se maquilla y hasta su manera de caminar se ha transformado: antes cruzaba los brazos y se autoestrechaba casi en gesto de protección, de defensa; ahora, sin embargo, penden los brazos, los hombros se han alineado y los pechos han salido de la represora madriguera. A él he dejado de verlo. Habrá escogido otro camino u otro empleo u otra localidad. Con ella sigo cruzándome, pero ni se fija en el observador.

Las razones para divorciarse formarían un hermoso capítulo del libro nacional de los disparates, que en Inglaterra es todo un señor género literario, el nonsense, pero el carácter radicalmente individual de quienes las sostienen, aunque coincidan con otros, por un lado; y la complejidad infinita que involucra dos ¡o cuatro o cinco o seis biografías!, por otro, convierten las separaciones en un proceso casuístico ante el que las viejas polémicas sobre el sexo de los ángeles podrían considerarse geometría incontestable.  

Una pareja allegada y otra del ámbito familiar han decidido seguir caminos opuestos. Antes era común devenir oído de monólogos infinitos y redundantes hasta la saciedad. Ahora apena hay explicaciones: «Que se ha acabado, y ya está, y no hay más que hablar. Finito. ¡Y punto!», aunque a uno le extrañe una parte del desahogo, porque, llevado por la confusión, entiende que el «nada que hablar» era en el seno de la pareja, no con el negado confidente. Detecto cierta banalización en esto de las separaciones. No han de convertirse en una tragedia helénica, por supuesto, pero hay algo así como un «gatillo flojo» —nada que ver con el gatillazo!, que si es recurrente justifica cualquier separación…— en la toma de la decisión, una facilidad y rapidez, que nos habla de cierta incapacidad para asumir la contrariedad, la divergencia, los errores, los malentendidos, los temperamentos, las adversidades. La instrumentalización del otro se ha convertido casi casi en ley. El «si no me sirve para…» o el aún  más hiriente: «si ni me sirve para…» forman parte de esas pseudorrazones que el oyente escucha estremecido. En cualquier caso, se trata de un proceso, a pesar de la banalización, que tiene dos momentos muy marcados: el del dolor inicial: «¡Cómo ha podido hacerme esto!» y el del alivio final: «¡Como he podido estar tan ciego/a!». Entremedias, claro está, hay un rosario interminable de dimes y diretes que consume la paciencia del más devoto de los amigos. 

Ahora acabo de enterarme, uno no sabe si por efecto de esta ola de separaciones que nos invade, que una de las Cataluñas reales quiere separarse de todas las españas reales e imaginarias. Estoy perplejo. No sé si la psicología de masas o el magnífico libro de Canetti: Masa y poder, me ayudarán a sacar algo en claro. Tengo observadas a las dos miembras —seamos políticamente correctos al Zapatero and Bibiana old style— de la pareja, pero, a pesar de haber visto la aburrida y cansina La vida de Adele, no sé si en las parejas homosexuales los patrones de conducta se asemejan a las heterosexuales o hay diferencias que pueden escapársele al no ejerciente. Cuando haya descubierto algo de relieve a partir del tribadismo de la tribu *divorciante, traeré la reflexión a este blog. Del roce nace el cariño, dicen, y aun el placer, pero algo ha fallado en esta pareja centenaria. ¿Será la tan cacareada incompatibilidad de caracteres? ¿O habrá denuncia por medio de malos tratos físicos y psicológicos? Sigo atento.

viernes, 6 de diciembre de 2013

EL DÍA CONSTITUIDO




6 DE DICIEMBRE, DÍA DE LA CONSTITUCIÓN: Notas de observaciones tomadas del natural.

Ayer murió Mike Ehrmauntrat en un capítulo sombrío y al tiempo tierno de Breaking Bad –una serie excepcional-, y justo después La 1 conectaba con 24h para ofrecer un programa sobre la muerte de Mandela, con un presentador, por cierto, que, desconociendo su función, acaparaba la palabra y en modo alguno agilizaba la rancia tertulia que se montaron en la tele del PP. Esta mañana, después de comprobar, y criticar, la escasa importancia que tenía para Crónica Global la muerte de Mandela, he trabajado un poco después de desayunar y a las 11’30h he cogido el portante para asistir  a la manifestación/celebración del día de la Constitución española. Es día festivo, en efecto, pero han abierto todos los comercios del centro, no como estrategia anticontitucionalista, sino para adelantar el cobro de los impuestos consumistas navideños.
Camino de Urquinaona no he visto mucho “movimiento” protestante, ni una pancarta, ni una bandera, tampoco personas que, al pasar junto a ellas, tuvieran en la conversación pillada al vuelo ni la palabra “manifestación”, ni “constitución”, ni “España”, ni “Cataluña”, sino “zapatos”, “me han dicho que…”, “¿Dónde comeremos?”, et sic de caeteris. De hecho, hasta que no llegué a la propia plaza de Urquinaona no salí de una duda que se apoderó de mí mientras recorría la Ronda de Sant Pere: ¿Me he equivocado de hora? La despejé nada más doblar la esquina de la Ronda y entrar en la Plaza para descubrir el final de la manifestación. Decepcionado por la escasa presencia, que ni cubría por entero la plaza, he ido bajando por Vía Laietana en busca de la dimensión exacta del número de congregados. Mi sorpresa ha sido que bastante antes de llegar a la boca del metro, ya estaba la pancarta con los impulsores del acto y los responsables de los partidos que lo apoyaban. Siendo muy generoso, no creo que pasáramos de 3000 las personas allí reunidas. Pero da igual. La gran victoria de la celebración de hoy no estaba en el reducido número de manifestantes que recorríamos, generosamente separados unos de otros, la Vía Laietana, sino el convencimiento de miles de con ciudadanos nuestros que están plenamente convencidos de la irreversibilidad de la vigencia de la Constitución, de que ningún serio peligro loa amenaza y de que, por tanto, es innecesario manifestarse para defenderla. La presencia abundante de banderolas del PP parecía convertir la manifestación de hoy en un acto partidista - y ya conocemos el inmovilismo del PP frente a posibles cambios institucionales– lo cual parece estar reñido con una celebración en la que han de caber también posiciones como las que proponen el cambio de la Constitución de acuerdo con las previsiones para hacerlo que ella misma establece. Ciertos cánticos y gritos –más la ausencia de banderolas de C’s, quizás porque sus seguidores somos críticos con el abuso de los símbolos y su excesivo valor identitario–, contribuyeron a generar en mí un “efecto distancia” respecto de ciertos contenidos de la celebración. En este sentido, digamos que siento la misma repulsión hacia el reflejo especular de la parafernalia secesionista. La vivencia de la patria, como la de la religión, ha de pertenecer al ámbito de la intimidad Seguro que así serían más sólidos los fundamentos de ambas, si así fuera.  Pero somos un país que tiende a la algarabía y eso nos pierde. De hecho, la manifestación de hoy más parecía una manifestación nacionalista antinacionalista (y a buen entendedor…) que propiamente la celebración de nuestra Carta Magna. Fiel al espíritu observador de lo cotidiano que me caracteriza, en ciertos tramos de la marcha me he “descolgado” a los márgenes del arroyuelo humano para “palpar” las reacciones de los espectadores ajenos a la manifestación. Y he encontrado de todo. He aquí una muestra documental:  “Son pepistas”; “haurien de continuar tot dret, caure al mar i enfonsar-s’hi, tots”: “Look, daddy, a demonstration”; “Yo a quien te quiero es a ti, Jordi”; “Nem ràpit, fills, no mireu, nem, nem”; “estos defienden la unidad de España”; “………..” ¿?(en ruso); “ja ha sortit la xusma a passeig”; “estos deberían pagar dos veces los impuestos, en Madrid y en Cataluá” (sic, sí, en castellano); “El Rajoy ya tendría que estar en la cárcel, y todo su gabinete”; “quatre gats, tot plegat”, y muchas más que se interrogaban sobre lo que habrían de comprar de cara a la Navidad próxima y que no reproduzco por carecer de interés. Cuando he “parat l’orella” al lado de la Feria de Santa Lucía, me he acercado a los puestos más cercanos y me he llevado la sorpresa de que la iconografía cubanyera se ha apoderado del negocio belenístico. Supongo que habrá belenes este año en cuyos portales de Belén ondee la cubanyera del mismo modo que lo hará –por incongruente que sea tal elección– en el castillo de Herodes, que entonces sería lo más parecido a la estructura de estado… No quiero atreverme a pensar que los pañales del nen “ros i blanquet!” –pura expresión del racismo tan arraigado en la mentalidad nacionalhordalista catalana– también serán cuatribarrados, como son blaugranas los pijamos y calzoncillos de tantos culés, pero después de lo visto, no volveré para comprobarlo, la verdad…
Al final de la marcha se han levantado dos tablados, uno para los jóvenes que nos han recordado las virtudes de la Constitución, después de habernos ilustrado los organizadores sobre la reescritura estalinista de la Historia que hace Trias respecto de la plaza de la Constitución, y otro para los periodistas, donde se amontonaban, cada uno con su intención , que casi no dejaba espacio para el uso de las cámaras. Camino de vuelta a casa,  bajando por la calle Fernando, que fue el VII de los Borbones, de infausta memoria, pero al que se ve que Trias tiene en alta estima, porque no ha sugerido, aparte de quitarle el número y el apellido, dedicársela, la calle, al mesías Mas o a alguno de los anteriores; bajando por ella hacia las Ramblas, digo, había estacionados hasta cinco furgones de los Mozos de la Escuadra (creados, recordémoslo, para combatir a quienes lucharon contra Felipe V, lo cual es el colmo de la empanada mental de nuestros actuales secesionistas) y al cruzarme con los que estaban de pie al lado del vehículo en ninguna de las parejas que vigilaban hablaban entre ellos en  catalán, pero esto último no me ha llamado la atención porque lo tengo registrado como “habitual” en mi cuaderno de apuntes del natural.