¡Por fin! ¡Qué ganas tenía de que se acabaran estas fiestecitas! ¡Estaba hartito ya, de tantas celebraciones! ¡Pero quién coño se inventó esto de las Navidades, ¿El corte inglés?! ¡Y para postre, los regalitos de los huevos! A mí el año que viene no me pillan, ¡vaya que no! Y este año, además, me ha tocado todo a mí, en mi casa; claro, con eso de que “como tu comedor es tan grande…” ¡El año que viene, de vacaciones a Mozambique! ¡Saturadita estoy, saturadita; menudo hartazgo…! ¿Navidades? ¡Sacaperras!, eso es lo que son las navidades; se lo montan de coña para dejarte a dos velas…
Todas esas expresiones están “tomadas del natural”
durante estos días de fiestas: en el ascensor, en la panadería, en el quiosco
de prensa, cazadas al vuelo en la plaza, en la cola del cine… Revelan la otra
cara, la scroogiana –preconversa– del empacho de bondad caprana con que nos
regala la tradición y el capital. Del mismo modo que hay un síndrome stendhaliano
que explica el vértigo que se apodera de quien consume una ración excesiva de
arte en poco tiempo, lo que nos sucede a todos los turistas que no podemos pagarnos más de una semana en destinos que requieren casi un mes; de igual
manera hay un síndrome caprano que explica el exceso de bondad que somos
capaces de experimentar y que nos conduce a un estado de postración que, sin solución
de continuidad, nos hace convertirnos en su contrario: Mr. Scrooge, antes de su
bobalicona y cobarde conversión forzada con las peores malas artes del más
tramposo de los autores burgueses.
A nadie en su sano juicio le pueden parecer razonables
estas fiestas que explotan los bajos instintos emocionales para birlarte la
extra que te permitiría ir un poco más desahogado durante un par de mesecillos.
Son nocivas e inmorales, y deberíamos formar una suerte de Movimiento Scrooge que reivindicara el derecho a pasar de ellas
desde el 24 de diciembre hasta el 7 de enero, como si no existieran;
reivindicar que no nos atosiguen emocionalmente –una versión hardcore del acoso comercial– y no tener que dar
explicaciones por no “alegrarnos” al usísono
de todos los ¡sí, sí, sí! borreguiles que se embarcan en este tren con los ojos
chispeantes por la “ilusión” navideña.
La realidad, sin embargo, está más cerca de la
esquizofrenia del título que de la unanimidad entusiasta y consumista, y en no
pocos hogares se vive con delectación el momento estelar de ajustar cuentas
pendientes con el padre intransigente, el hermano borde, la hermana imbécil, la
madre insoportable, el cuñado coñazo, el primo ¡te doy una hostia que…!, etc., porque las posibilidades son
infinitas y todas ellas se practican con una entrega inexplicable si no se
asiente a la escisión que todos sufrimos entre el merengue caprano y la
atrabilis scroogiana.
El remate de las fiestecitas es la festividad cruel de
los Reyes Magos –y eso no lo digo yo, pobre de mí, que soy Juan Pérez Sinmás, sino
la psiquiatra Alice Miller en La llave
perdida, creo recordar-, una epifanía cuya magia anda tan devaluada como la
ilusión infantil de unos niños que hace tiempo que saben, desde que para
Zapatero la crisis era un invento de quienes conjuraban contra España, que los
reyes no son los padres, sino los abuelos. Quienes hayan visto la película Un padre en apuros (Jingle All the Way)
y se hayan sentido identificados con el padre agobiado que tan bien interpreta
Terminator, con un lado cómico muy potente, se habrán reído lo suyo con una película que te divierte de puro boba. Se
trata de una de esas películas malas de solemnidad cuya inverosimilitud capta a
la perfección, sin embargo, el drama de las fiestas navideñas, sobre todo para
quienes las viven como una imposición, es decir, como el 50% de la población,
según encuesta hecha por los propios Reyes Magos y cedida gentil y republicanamente
al CEO… En definitiva, que hemos de preguntar, a parientes, vecinos, amigos y
colegas, qué tal las fiestas, cómo se lo han pasado y qué piensan de la Navidad, ahora que ya todo ha pasado, y todo es lo peor, porque, a poco que se hurgue en el herida, podemos
captar nuevos socios para el Club Scroogista con el que poner de moda la
insumisión navideña que muestre ese Mr. Scrooge que todos llevamos dentro y del
que, por una u otra razón, queremos desentendernos cuando tocan a rebato las campanas del exceso saturnal. ¡No al chantaje emocional! ¡No al
consumo irracional!, podrían ser los lemas que presidieran nuestra
movilización por las calles más céntricas para animar a los timoratos a liberar
la individualidad *contestaría que llevan dentro y oponerse al despilfarro y a
la alienación de unas fiestas que, bajo la apariencia de entrañables, te roban hasta las entrañas, y, si no, te las
descomponen a fuerza de comilonas disparatadas… ¿Las Navidades? Dalas, dalas,
no te las quedes, libérate…
*Si será conservador el Word de Microsoft que apenas escrito contestataria, va y me la transforma en este contestaría que hasta ahora me había pasado desapercibido. Queda anotado. Tengo que desactivar el corrector automático..., y alertar el mío propio.
*Si será conservador el Word de Microsoft que apenas escrito contestataria, va y me la transforma en este contestaría que hasta ahora me había pasado desapercibido. Queda anotado. Tengo que desactivar el corrector automático..., y alertar el mío propio.
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