domingo, 23 de febrero de 2014

Los pequeñoburgueses de la identidad...


                   Nunca se me ha borrado de la memoria la magnífica obra de Brecht, La boda de los pequeños burgueses, que vi en mi juventud, representada por una leyenda de la escena teatral española: Los goliardos. Poco a poco, a lo largo de la representación, lo que quiere ser una exhibición ostentosa del poder de iniciativa y de la labor bien hecha acaba desmoronándose hasta dar con los invitados y el mobiliario en el suelo como metáfora del derrumbamiento de un liberalismo egoísta. Me ha venido a la memoria por la paradoja señalada por Antonio Roig en su artículo en Crónica Global: Independentisme guay,  en el que relataba un debate sobre el secesionismo mantenido por Joan llorach Mariné y por Salvador García Ruiz. Si era paradójico, ya habrán adivinado que el defensor de la secesión es el segundo, frente al mantenimiento de la situación actual que defendía el primero.  Hablamos, pues, de los pequeñoburgueses capitalistas de la identidad catalana, los arribistas charnegos que quieren borrar sus orígenes, como esos Rodríguez que le quitan el -íguez al apellido para quedarse en el inexistente Rodri, por ejemplo, porque creen que entran en una casta superior. Montilla no llegó al Montil·la porque el ridículo hubiera sido universal, enciclopédico, casi de record Guiness del servilismo, pero su sobreactuación cárrica -de càrrec, obviamente- fue tan expresiva de esa actitud pequeñoburguesa que pasará a la pequeña y grotesca historia del arribismo que denuncio. Por lo general, los exhibicionistas del catalanismo sobrevenido pecan de ostentosos y revelan en dicha ostentación la raíz amarga de la traición a sus orígenes, siendo el caso más conocido el de la traición  apellídica del exnegociador con  ETA para declarar Cataluña territorio independiente de atentados, el coronado de espinas Carod Rovira. Por lo general hablamos de personas que todos tenemos alrededor: pobres de espíritu a los que se les ha insuflado un ideal y se afanan por hacer méritos para que les den los consabidos golpecitos en la espalda y les vuelvan a lanzar ese ideal tres pueblos más allá para que lo recojan y vuelvan a depositar el fruto en las manos del amo. Se trata de un espectáculo denigrante, se mire como se mire. A duras penas están escolarizados en su propia lengua, y abominan de ella, de su historia y de sus escritores como de la peste, y, erigidos en paladines de la lengua oprimida, que chapurrean también a duras penas, defienden que encarna todas las gracias y las inteligencias del mundo, y sus escritores son la excelencia por excelencia. Es en el ámbito del som i serem donde mejor se defienden los capitalistas de la nueva identidad, porque se agregan a un ideal que elevan como un desatino hasta tocar los anillos de Júpiter, por los que resbalan como los monigotes de Yellow Submarine... Oir las comparaciones con  el resto de España -ellos siempre dicen el estado español, faltaba más...-  que suelen establecer para darse impulso hacia ese viaje astral/asnal es de lo más divertido que puede escucharse, bastante más que los desdichados programas de humor que inundan televisiones y radios sin pizca de gracia. Ya el comienzo, "nosotros, los catalanes", tiene su miga, pero la continuación, usualmente un denuesto sin paliativos del atraso y la incultura seculares de los españoles, un pueblo africano, bárbaro, sucio y gritón, se lleva la palma. Apenas comienzan a hablar, porque a discurrir es imposible que lo hagan, y, como en Animal Farm, van adoptando una humanidad absolutamente diferente de la que trajeron "de fábrica" de los cuatro rincones de la península. Pere Calders tiene un cuento extraordinario,  Invasió sobtil, que admite una versión con el título de Invasió sobtada: se narraría en él la decisión de un padre de familia de cambiar de la noche a la mañana de su llegada a Cataluña todos los referentes antiguos de su vida para abrazar los nuevos, aunque ni se sientan ni se comprendan. Pues algo así es lo que les ha ocurrido a los neopatriotas charnegos: han sido súbita e inesperadamente invadidos por una cultura que ha desalojado la anterior sin dejar ni rastro de ella; pero ya se sabe que cuando se echa al gato por la puerta...

2 comentarios:

  1. Un sintoma detectado hace años de este tipo de personas lo compruebo con allegados que provienen de familias de otras regiones del "estado" y que se sienten orgullosos y guays por hablarles a sus hijos en catalan en la intimidad de sus hogares. "Es que aixis lu aprenan milló", se esfuerzan en justificarse en un precario dominio lingüistico delante de mi. Cuando si de algo un padre puede estar totalmente despreocupado de que aprendan sus hijos es precisamente el dominio de la lengua "oficial". Porque lo haran si o si, o por simpatias y conviccion o porque no hay mas remedio. Esa extraña generacion, tiene la virtuosa habilidad de, en una misma estancia y conversacion, dirigirse a sus padres en castellano (de andalucia, extremadura, murcia) y decimas de segundos despues utilizar la nueva lengua adquirida para hablar a sus hijos (nietos de los anteriores por si alguien hubiese pasado por alto el matiz). Todo, deduzco, por no compartir juntos, en familia, una lengua materna comun. En fin...

    Otro dato curioso observando durante un rato la television o radio de aqui, es la cantidad de personas con denominacion "hibrida". Me explico, en niños y jovenes catalanes de las ultimas generaciones podria ser comprensible la combinacion de un nombre catalan junto a unos apellidos castellanos. No me parece tan natural, que personas que superan con creces los 50 años aparezcan en mi pantalla como Carme Lopez, Agusti Gonzalez o Pere Garcia, por inventar a bote pronto ejemplos que se ven a diario. Por lo visto, aquel soberbio dogma que elevo a los altares de la verdad el gran filosofo: "Yo me llamo Josep Lluis aqui y en la Republica Popular China" al parecer solo funciona en una direccion, pero no es de aplicacion en la contraria.

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  2. Las identidades son todas artificiales, Edu, y cada cual se inventa o se "reinventa", si tiene cierta edad, como tiene a bien. Lo peor del artificio es cuando se notan demasiado los mimbres de segunda mano con que se ha gestado, y eso es lo que les pasa a quienes quieren dar gato por liebre. Cervantes, que para los secesionistas debe de ser un escritor anticatalán, o poco menos, recomendaba huir de la afectación, porque toda afectación es mala. Y eso es lo que se nota en los conversos: la afectación, la total ausencia de naturalidad, de espontaneidad, de lo propiamente genuino. Ni sabemos quiénes somos, ni dónde estamos ni qué será de nosotros; pero algunos, además, suman un disfraz a esa desorientación radical del ser humano. En fin, pobres de espíritu los ha habido siempre. Solo cabe compadecerse de ellos. Te recuerdo que Eugeni d'Ors se convirtió motu proprio en Eugenio d'Ors al transplantarse a Madrid... Hay mucho esnobismo en eso de los rebautizos, pero, sobre todo, mediocridad... Por otro lado, nada tan afectuoso como que en la intimidad te cambien el nombre según con quién hables.

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