martes, 4 de noviembre de 2014

Consumir al aire...


       Quiero creer que la ley del tabaco, que ha hecho descender el número de consumidores, aunque no se airee el dato lo suficiente, ha sido la principal causante de la nueva moda ciudadana de consumir en las terrazas de los bares, en vez de en sus inhóspitos interiores. Ahora que por fin parece que entran y llegan hasta nosotros los benéficos efectos de las borrascas de las Azores, con ese fresquito vivificante que desentumece los organismos atosigados por el calor de los anticiclones inmisericordes, a este observador ciudadano le llama la atención la contumacia con que tantos clientes, jóvenes y viejos, llenan las terrazas de los bares de nuestra ciudad al amor de unas estufas que a modo de paraguas benigno permite que los dedos no se enfríen tanto como para no poder teclear en el móvil o en el portátil, actividades estrella en esas terrazas, muy por encima -en sondeo con más menos el error que se quiera- de antiguas ocupaciones propias de terraza como la lectura del periódico, del libro, de la revista, la charla insustancial, las confidencias de enamorados o los tratos comerciales, no necesariamente por este orden. Las partidas de cartas y de dominó pertenecen al reino del interior, así como la dedicación literaria de consagrados y noveles, que los cafés siempre han despertado a las musas con su abigarrado ambiente plural.
       Aún puede tolerarse el fresco, pero la moda, bien lo sabemos, tiene una exigencia que no respeta ni las temperaturas extremas. Cerca de los 0º se dicen frescas palabras de amor los esforzados de las terrazas, y aun se toman unas cañas tan frías como en la canícula, si bien con las bravas picantes de rigor. Embutiditos en los gabanes y colocadísima con esmero la bufanda o el palestino, los terracianos con ecomiable ardor perseveran en su gusto aerófilo con tenacidad (o terracidad), dispuestos a pelearse con cualquier tramontana o mistral sin más arma que el paraguas de butano. Y si el bar tiene toldos que los resguarden de la lluvia, no digamos ya las terrazas cerradas de plástico, contra las que quiere luchar el ayuntamiento Triástico, sobre todo en el paseo señorial de la Rambla de Cataluña, porque parecen invernaderos almeriense en una zona de lujo, pues no digamos ya el espíritu con que los parroquianos anidan en la susodichas terrazas.

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