viernes, 21 de noviembre de 2014

La nueva quinta del biberón.

                                                                            A todos los yayoflautas, con admiración.
           Cedió Cayo Lara, venerable diestro, los trastos de marear la perdiz a Alberto Garzón y el infante que recibe la alternativa se estrena, en el coso político, con declaraciones laudatorias del cambio generacional que hubieran bastado, en un partido serio, para mandarle al baúl de los recuerdos, a cultivar naftalina.  Con la piedra filosofal de la juventud, el JASP del partido neocomunista en permanente transformación, una más de sus largas metamorfosis para encabezar los movimientos ciudadanos y de protesta contra el sistema en el que algunos de ellos, y de sus votantes fieles, están perfectamente instalados, nos quiere endilgar la nueva consigna: la juventud es fuente de sabiduría, de rigor y de liberación. Aporta, a su tópico entender, una "visión nueva", la "visión de su generación", y se queda tan satisfecho, como si hubiera dicho algo. Ignoro el funcionamiento de los cursos de formación de cuadros del PCE o de IU, pero creo que tienen menos valor que el título de bachiller LOGSE, de nefasta implantación socialista. En cualquier caso,  ligar novedad a la edad, aunque esté dentro de ella, como un oxidado calambur, es propio de necios, literalmente, ne scios, los que no saben.
            De repente, acosados por la relativa juventud de los podemistas, con el pipiolo Errejón de la buena beca digitoamical a la cabeza, diríase que los partidos han descubierto que no se puede estar en la primera línea política más allá de los cuarenta años, porque todo da entender, sin que haya estudios del CSIC por medio que lo demuestren, que algún anquilosamiento mental se produce en el político veterano que se vuelve incapaz de entender la realidad, y menos aún de intentar modificarla. Como si se abandonara al "yparaqueísmo" que adorna a tantas personas de provecta edad ante cualquier esfuerzo, como si el resto de la vida fuera ya un trámite que excluye cualquier aventura.
           Se sienta un precedente peligroso, porque del mismo modo que la infantilización de la sociedad ha llevado a que la edad de abandono del hogar ronde los 30 años, es muy probable que la edad media del Congreso acabe rondando, a este paso,  los 20, con lo que uno se aventura a pensar si el hemiciclo acabará convirtiéndose en botellódromo, llevando el razonamiento hasta ese absurdo en que, por lo demás, vivimos instalados casi permanentemente.
             Que la juventud es un valor de consumo me parece harto evidente, y que cotiza fuerte, también. De lo que no estoy tan seguro es de que la inexperiencia lo sea asimismo. Que alguien pase de los libros al BOE, sin que por medio haya habido una creación del yo, una biografía que incluya ciertas experiencias humanas básicas que nos permitan entender nuestro entorno, me parece una nefasta inversión. Si la gerontocracia es un mal para cualquier sociedad, la juveniliacracia aún me parece peor. Si la actividad política ha de ser el más fiel espejo de la realidad en la que se manifiesta, ¿cómo es posible que, casi de la noche a la mañana, se considere a la mayoría de la población  prácticamente inhabilitada para ejercerla en puestos de alta responsabilidad? 
             
         

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