miércoles, 28 de enero de 2015

La política y la divagación.

                                                         

¿De qué hablamos cuando hablamos de la política...?


                  ¿Hablamos de una profesión, para cuyo ejercicio, bien curiosamente, no se exige ningún requisito, ni acreditar unos conocimientos mínimos, ni una experiencia, ni haber demostrado capacidad alguna, ni siquiera tener unos rudimentos de lo que entendemos que cae bajo el radio de acción de tal mester, es decir, la totalidad de la vida de una sociedad, desde la creación de leyes hasta el reparto de los dineros públicos y la creación de infraestructuras, pasando por el gobierno de la policía y el ejército? ¿Hablamos de la política como de la suprema oportunidad, para quienes nunca han demostrado competencia alguna, de auparse a centros de decisión desde donde modificar la realidad cotidiana de millones de personas? Plantear en este país la posibilidad de un examen de los candidatos a ocupar los puestos políticos de la administración, con la excepción del presidente del gobierno,  se vería como un atentado antidemocrático. Y, sin embargo, como podemos ver cada legislatura, y con rigor artístico definitivo en la película Tempestad sobre Washington de Otto Preminger, forma parte del sistema democrático de una democracia tan antigua como la de Usamérica. ¿Por qué no habría de ser importable que políticamente los candidatos a ocupar puestos de tantísimo relieve sufrieran un examen donde quedara acreditado un mínimo de competencia para desempeñar el cargo?¡Cuántas vergüenzas ajenas nos hubiésemos ahorrado! Y cuántos sinsentidos como pueblan nuestra geografía y nuestras normativas. El miedo ancestral de los españoles a los exámenes -y el desdén tradicional hacia el conocimiento y el aprendizaje-  permite que una profesión cada vez más especializada sea desempeñada por quienes de ninguna manera someten su preparación al juicio, no tanto ya de los que saben, sino de sus propios colegas, quienes, por evitar el compadreo, y sobre todo el escarnio de los de la oposición, se lo pensarían muy mucho antes de echar a los leones a según qué candidatos. Estoy convencido de que esas sesiones para determinar la idoneidad de los tales acabarían ocupando un lugar privilegiado en la cuota de pantalla televisiva. Si ya la retransmisión de plenos del Congreso nos dejan un sentimiento de desolación, de páramo, de pobreza, política e intelectual, de que la que habría de ser la profesión más noble del mundo, se reduce, en esa y otras sesiones a un ejercicio burdo de trilerismo, matonismo demagógico y aberrante lógica ytumasera, es necesario, con carácter de urgencia, redefinir la profesión y establecer unos filtros mínimos -sólo hay qué ver qué políticos en Washington han pasado esos exámenes...- para el desempeño de la misma.
             ¿Hablamos, por el contrario, de la política como el instrumento adecuado para la realización de nuestro proyecto de vida individual? 
              ¿Hablamos de la política como la panacea que nos traerá esa felicidad cuyo objetivo recogía destacadamente la Pepa romántica, en 1812?
               ¿Hablamos de la política como "un tema de conversación" en el que podemos desahogarnos y sumar disparates que son más celebrados cuanto más hiperbólicos; un cotilleo de barra libre para el insulto; una cadena de despropósitos conceptuales que pretendemos hacer pasar por opiniones fundadas; un "terreno" que pisamos con la confianza de quien sabe que jamás han de pedirle cuenta de la racionalidad de su posición; un espacio de impunidad para la amenaza y la difamación; una escuela del odio y el sectarismo? 
              ¿Hablamos de la política como algo realmente "ajeno", como si fuéramos espectadores irresponsables de una representación  en la que, sin embargo, hemos elegido nosotros a los actores, a los principales y secundarios? 
            ¿Hablamos de la política como un asunto turbio y sucio que procuramos dejar a un lado en ciertas relaciones sociales y familiares para que no empañen con su fétido aliento partidario nuestra vida cotidiana?
           ¿Hablamos de la política como si "nada" tuviera que ver con nuestras vidas, nuestros proyectos, nuestros sueños, nuestras aspiraciones, nuestros sueldos, nuestras amistades, nuestros amores, nuestras adquisiciones, nuestros viajes, nuestras lecturas, nuestras infinitas elecciones diarias, comunes y corrientes? 
           ¿Hablamos de la política como de una actividad en la que es mejor no meterse, salvo si se que quiere medrar para "aprovecharse" del posible cargo al que pueda accederse?
           ¿Hablamos de la política como el único modo de ascenso social sin pasar por la dureza del aprendizaje en cualquier disciplina académica y sin haber conocido la experiencia laboral? 
           ¿Hablamos de la política como de un mal menor? 
           ¿Hablamos de la política como de una necesidad que, sin embargo, nos empeñamos en reconocer como lo que es?
           ¿Hablamos de la política como de una ciencia esotérica -en vez de exotérica- a la que solo acceden ciertas personas cuya vida gira exclusivamente alrededor de ella y a la que sacrifican lo que los demás concebimos como una vida "normal"; unos saberes crípticos, amén de aburridísimos, que les permiten explicarlo todo, sin excepción alguna?
            ¿Hablamos, en fin, de la política como del arte del ilusionismo, del arte de la superchería, del arte del embaucamiento, del arte contra el que no defendemos con la seguridad de quienes rechazan también el queso?
              ¿Tenemos respuestas satisfactorias para esas preguntas? Debiera ser un imperativo ético y cívico el que cada quien busque las suyas.

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