jueves, 25 de febrero de 2016

Miguel Martí: Sur Este - Este Sur: un pintor de dos mares, dos luces y muchos colores.



Un viaje a Hellín y Liétor: Cuando la amistad y el arte van de la mano: Una exposición de Miguel Martí.

 Vimos en Madrid la exposición "En la otra orilla", de Miguel Martí, viejo amigo y pintor extraordinario, una visión de ese ámbito árabe tan marcadamente español e internacional, y quedamos enamorados de sus temas y de las técnicas tan diversas que había empleado. Ahora, en su tierra, en su terruño, Hellín, Miguel nos invitó a la inauguración de su última exposición: Este Sur - Sur Este, en la que se recogen dos espacios que tanto le han marcado: Hellín y Cádiz. No ha sido meramente una visita artística, que también, sino una celebración de más de 40 años de amistad. La inauguración, tan sencilla  y antiprotocolaria como afectuosa, le permitió al artista evocar sus orígenes y rendir homenaje a sus padres y a su familia, para rendir homenaje, a continuación, a todos los presentes, quienes, en su mayoría, formamos parte de su mundo de afectos, con un aperitivo generoso y selecto.
Eso sería, en sí, un acto nada distinto de cualquier otro vernissage de los muchos que se suceden en el mundillo artístico de las grandes capitales. El hecho era, sin embargo, que estábamos en Hellín, tierra de frontera a medio camino entre Albacete y Murcia, llenos de Mancha, por un lado, pero con un paisaje y unos alrededores privilegiados, no solo por el nacimiento del río Mundo, sino por el privilegio de pueblos como el que fuimos juntos, todas sus amistades, a visitar: Liétor, donde nació su madre. La obra Sur Este - Este Sur es de formato íntimo, una visión de Hellín, su sky-line religioso con la sierra al fondo, y una visión de la ciudad de Cádiz llena de trazos luminosos, como corresponde a la chirigotera tacita de plata.
Sorprende, a quien se acerca a su pintura, no solo, como ya he dicho antes, la variedad de técnicas, sino la paleta de colores y la justeza cromática de los paisajes, sobre todo los de las oliveras milenarias. El uso del collage resulta tan novedoso que diríase que fuera una técnica inventada por él, sobre todo porque esa ha sido la técnica usada para presentar las escenas familiares, a partir de ilustraciones fotográficas antiguas.        De la excursion a Liétor retengo, sobre todas las cosas, que el pueblo fue el marco de una película excepcional: Amanece, que no es poco, algo que un buen número de placas va descubriendo a lo largo del recorrido turístico del pueblo, indicando dónde se grabó tal o cual escena. Apenas tres monumentos bastaron para convertir la visita en una experiencia cultural apasionante. Del antiguo convento de carmelitas descalzos, donde se conserva un viejo y notable órgano, me quedo con la visita a la cripta, bajo el altar, donde se ven los restos de los monjes enterrados, como si se tratase de los restos calcinados de Pompeya, a juzgar por el buen estado de conservación de los restos provocado por un proceso de carbonatado de los mismos, dado que los enterramientos están en una zona de muchos acuíferos naturales. De la iglesia principal, la de Santiago Apóstol, destaca un trampantajo espectacular,obra de un artista italiano, Paolo Sistori, y un Tesoro al que se le añaden un reducido pero exquisitamente organizado museo etnográfico que recrea la vida tradicional de Liétor en siglos pasados y una breve, pero notable, colección arqueológica, en la que se incluye una reliquia de Juan de la Cruz,














probablemente un trozo del hábito que vestía en el momento de su muerte.  El último monumento de Liétor es la ermita de Belén, un prodigio del arte naíf,

donde se rodaron también escenas de la película de Cuerda, aunque los planos no permiten apreciar la espectacularidad del recinto, una joya del arte popular en la que apenas hay espacio del recinto que no haya sido decorado. En el altar hay dos puertas, una real y otra de trampantajo, que dejo aquí para discreta agudeza de los lectores.


 


Teniendo en cuenta que solo eran dos los días que estuvimos, nos falto tiempo para ir a ver el nacimiento del río Mundo, que es digno de una visita, lo que permite llegar a la conclusión de que, como turistas, bien daría nuestro país para recorrerlo incansablemente sin nunca acabar de ver sus muchas maravillas. Porque lo suyo es que, a cada paso, se le ofrezcan al viajero visitas tan espectaculares como la de las pinturas rupestres de la cueva de Minateda, que han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad  por la UNESCO. Nada envidio a los amantes de los viajes exóticos, a decir verdad. Dennos Hellines y Liétores, que nosotros sabremos poner el resto de la admiración. Y si además tenemos ocasiones propicias como las pinturas de Miguel Martí, miel sobre las deliciosas hojuelas de su Semana Santa.

lunes, 8 de febrero de 2016

Am(b)os de casa...

             
Santiago Caruso

Compartir las tareas domésticas o reunir las dos mitades del cielo...
    
      A propósito de la referencia de Juan Poz a un artículo de Joan Subirats, Los lunes en casa, en su Clónica del año 2, se me hizo evidente que en este observatorio de la vida cotidiana nunca me había detenido a hablar, sino muy tangencialmente, del reparto de las labores domésticas entre las parejas heterosexuales, porque en las otras variantes, gays y lésbicas, parece estar bastante más claro el asunto, salvo actitudes retrógradas beligerantes que no hacen verano. Hubo un anuncio bien intencionado de un Ministerio de Asuntos Sociales en el que se intentó concienciar a los hombres de sus responsabilidades en el hogar: se veía a un hombre limpiando y encerando con auténtico mimo su coche, y se concluía: "Está claro: sabes limpiar". Yo llevo el coche hecho una porquería y, sin embargo, tengo "mi" cocina como los famosos chorros del oro de toda la vida. Es muy probable que no haber tenido hermanas haya condicionado mi visión de los asuntos domésticos y que mi temprana iniciación en esas actividades, en todos sus muchos campos sea para mí, por así decirlo, lo más natural del mundo, como siempre me lo pareció. Reconozco que siempre he soñado con ser "amo de casa", que el hecho de permanecer mi madre en ella, cuando todos los demás habíamos de salir a cumplir con la "obligación", me parecía el colmo de la transgresión social, un premio extraordinario. No es políticamente correcto, pero siempre soñé con la posibilidad de ser exclusivamente "amo de casa", pero jamás me relacioné con el tipo de mujer que me lo podía haber permitido. Es un trabajo agradable, variado y, si se administran los dineros comunes, todo un ejercicio de elaboración y aplicación del presupuesto que me río yo de cualquier ministro de Hacienda de los que hemos tenido. En cualquier caso, incumplida la vocación, sobrevivió la dedicación, y mi experiencia me dice  que los hombres que renuncian a encontrar un grado de satisfacción personal enorme en esas actividades están perdiendo una excelente ocasión de divertirse y mejorar su relación de pareja. Que conste que las actividades relacionadas con la limpieza, el orden, la higiene y la cocina ni son simples ni fáciles, y que exigen una dedicación intensa, casi profesional. Por decirlo en términos comprensibles, se ha de pasar en la sección de droguería bastante más tiempo que en la vinacoteca, y elegir con mayor cuidado. Cada superficie requiere un producto y esas especificidades se han de tener muy en cuenta. La gama de productos de limpieza es tan extensa que solo el ensayo científico controlado, prueba y error, nos permite afinar la selección. Con todo, hay conocimientos fundamentales, como no usar lejía para el parqué y sí el aceite de linaza, para los que, aun pudiéndose alcanzar de forma autodidacta, es muy conveniente tener una sólida fuente de información a nuestro alcance. Antes eran las madres, por supuesto. Ahora, internet. Dentro de una casa nunca se acaba el trabajo, y desarrolla la creatividad y la responsabilidad la búsqueda de estrategias que nos permitan afrontarlo como si todo, cualquier tarea, por humilde que sea, se hiciera por primera vez, lo que lleva a comprometerse con ella y realizarla con el mayor de los esmeros. [Nota incidental: en el transcurso de esta redacción he sido invitado a doblar las sábanas con mi Conjunta y lo he dejado todo inmediatamente. ¡Menuda tentación la de ese juego de la tela ondulando en el vacío entre ambos como un mar embravecido -las sábanas, además, son azules- que nos abanica! ¡Menuda operación de precisión la de juntar las esquinas y evitar, con enérgico tirón, los pliegues rebeldes de la tela, a lo largo y a lo ancho! Y, finalmente, como en un minué, acercarse dos veces y separarse para doblarlas de modo que quepan en el estante de la cómoda, robando un beso en cada doblez...] No hay labor del hogar en la que no pueda hallarse un atractivo particular. Mi debilidad, ya creo haberlo dicho en otra ocasión, es cocinar, pero aún lo es más recoger la cocina. Aun disponiendo de lavavajillas, fregar los platos y la batería me sigue pareciendo uno de esos placeres impagables, y cuanto más llenos están los generosos senos del fregadero, mayor es el disfrute. Soy demasiado generoso con el detergente, es cierto, pero quizás ello se deba al placer inmenso con que sigo el aclarado, ese imperioso acoso del agua a la espuma que hace emerger impoluta la pieza, sea un vaso, un bol, una sartén o una olla...  Incluso en estos tiempos, teóricamente más avanzados en la igualdad entre ambos sexos, soy consciente de que mis dedicaciones domésticas levantan ampollas en según qué parejas las conocen, porque el solo hecho de ser jefe de intendencia y jefe de cocina, supone ya un alivio para la otra parte contratante de primerísima magnitud. Si a esas responsabilidades se les suman "minucias" tan tentadoras como tender esas lavadoras nocturnas cuando en la terraza se rozan los 6º sobre cero, con un proceso de selección del orden de la ropa en función de las tres filas del tendedero, de modo que se aproveche de la mejor manera posible la circulación del aire entre todas las piezas para su mejor proceso de secado, pues entonces he de reconocer que comienzo a sentirme como un abusón sin piedad para con quien entre atónito e iracundo no deja de pensar que soy un calzonazos exhibicionista que solo he venido a este puto mundo para malquistar la convivencia de los demás... Y eso es, precisamente, lo que me lleva a no hacer la apología del placer de las labores domésticas "en vivo", porque conozco de primera mano las irreparables consecuencias que puede tener una acción bien intencionada: ser otro adoquín del empedrado infernal. Lo que sí puedo garantizar es que compartir totalmente las labores domésticas sin parcelas exclusivas es el fundamento más sólido, siempre después de la pasión amorosa, por supuesto, para la duración armoniosa de la convivencia con la pareja.
No ignoro que mi caso puede ser raro estadísticamente, y que la "norma" es que muchísimos hombres hayan renunciado, por comodidad y sultanería casposa, a "hacer suya" la casa y cuanto en ella es preciso hacer, que no es poco, y más si hay hijos de por medio. Para denigrar a quienes somos capaces de incluso hallar placer en esas labores se inventaron términos como "cocinillas", coloquialmente, o como "varón domado", que puso Esther Vilar como título a un polémico libro, más propiamente antifeminista que antimachista. Con todo, creo que va en aumento la cantidad de mujeres que ya no están dispuestas a la doble esclavitud, dentro y fuera de casa,y que hacen bien en no tolerar que el mundo de las labores domésticas sea, "por definición", un mundo femenino. Lo que muchos hombres ignoran son las sutiles recompensas que ese mundo nos depara... Descubrirlas sí que sería toda una señora revolución en este país. Chica quedaría la demagógica de Podemos, comparada con esta otra tan real ¡y necesaria!

viernes, 5 de febrero de 2016

La "Filocalia" de Francisco Silvela: Un breve tratado sobre la cursilería


                                

"La Filocalia o arte de distinguir a los cursis de los que no lo son", un divertido panfleto de quien fuera Presidente del Gobierno, el anticaciquista Francisco Silvela. 

      Merodear por Internet, yendo de una referencia a otra, por puro afán investigador, nos depara, a menudo, insólitas sorpresas que no solemos trasladar a nuestras relaciones personales, porque cualquiera puede imaginar que no es lo mismo invitar a ver un vídeo en YouTube, una agudeza en Twitter o una confesión sorprendente en Facebook que hacerlo a invertir cierta cantidad de tiempo lector en una obra escrita en 1868, que fue cuando apareció esta pequeña joya juguetona de un destacado político no reñido con el sentido del humor. La tradición que sigue Silvela es la de Mariano José de Larra, otro escritor al que se cita más que se lee, como es normal (aunque peor es que se cite y que no se lea, como pasa con Cervantes, claro), de ahí que la sátira sobre la cursilería, cursería escribe él, se cebe en la descripción de tantísimas realidades ridículas como podían advertirse en la España de aquella época postromántica que contempló indiferente la aparición de nuestro mejor poeta romántico, Gustavo Adolfo Bécquer, cuya vena satírica se manifestó sin cortapisas en el famoso álbum procaz y pornográfico, dibujado con su hermano Valeriano, Los Borbones en pelota
           La crítica social de Silvela no va tan lejos y asume un tono amable y festivo que no quiere hacer sangre pero que, al mismo tiempo, no deja títere cursi con cabeza... El libro tiene dos partes bien definidas, la definición, origen y formas habituales de la cursilería y los estatutos del Club de los Filócalos, una asociación de socorros mutuos y de vigilancia recíproca para mantener entre sus miembros la observancia de las reglas del buen gusto y extirpar en sus pensamientos, palabras y obras cuantos principios o restos de desmoralización estética hayan podido dejar el descuido en que hasta el día ha vivido la humanidad respecto de este orden tan importante del bien; y de propaganda para combatir el desarrollo de todo elemento cursi, forma la más peligrosa de las que presentan en nuestro siglo los vicios que en todos los tiempos, aunque con distintos nombres, han atacado a la idea de lo bello en su más lata concepción. Que el estudioso Álvaro Enrigue no cite este libro de Silvela en su artículo sobre la historia del término en Letras Libres,  Notas para una historia de lo cursi, y que diga que la primera aparición de la palabra cursi en nuestras letras se materializa en 1872, en una novela de Ramón Ortega y Frías, me indica que muy probablemente habrá tenido pocos lectores este ensayo jocoso de Silvela, lo cual añade al merodeo un cierto prestigio descubridor y una complacencia total en servir de intermediario entre el libro y los futuros lectores que a él acudan a partir de esta recensión. Anticipo que la obra es brevísima, como corresponde a un libelo o panfleto, 65 páginas, con generosa presencia de espacios en blanco, lo cual significa que se ha leído íntegro en no más de media hora.
A partir de la definición con la que se abre el volumen, lo cursi es una aspiración no satisfecha, una desproporción evidente entre la belleza que se quiere producir y los medios materiales que se tienen para lograrla,  el autor se complace en enumerar realidades cursis que se derivan de ella. Así, nada más cursi, por ejemplo, que el hecho de que encima de una chimenea renacimiento se ponga una cigarrera de plata figurando una locomotora. Desde las ínfulas políticas del diputado novel hasta las conversaciones cursis: todo lo que habla un hombre cuando debía estar callado, Silvela sostiene que lo indisculpable de la cursería (sic) es la contumacia y la complacencia en ella, una cursilería que se consolidó merced a la creencia general en la facilidad de los medios de buscar o producir belleza que ha hecho creer a todo el mundo que no había sino echar mano de cualquiera para lograrlo, y de aquí lo cursi. (...) Todo se sabe, todo se ve, todo se desea, y hay la fantasmagoría de poseerlo todo (..) lo único que hay verdadero son las telarañas: y los cursis que creen que detrás de cada telaraña hay un Tiziano o un Zurbarán. Advertimos, pues, que ese "quiero y no puedo" propio de quienes creen que la belleza está al alcance del bolsillo en vez del de la formación estética sólida es, para Silvela, un poderoso fundamento de lo cursi.
              Todo lo relativo al Club de los Filócalos es divertidísimo. No solo los requisitos para formar parte de él: no haber escrito jamás en un álbum; no haber hecho jamás el amor en la Zarzuela; haber mirado con benevolencia cualquier objeto del temido color habana o sus diversas maquinaciones contra el gusto; el hecho de si hallándose en situación de hacer un viaje se le ocurrió ir a Barcelona; y en ese deplorable supuesto, que sensación le produce el recuerdo de la palmera de cristal del café Delicias, los cuadros y los espejos enfundados del café de Cujas, y los escaparates de la calle de Fernando o el atrevimiento de haber calificado de música al coro de los toreros de esa vulgarmente llamada ópera[la Traviata]. Más reconocibles para los lectores de este cuaderno de observaciones ciudadanas serían las expresiones que figurarían en una lujosa edición, costeada por el Club, del Índice de términos expurgados y ofrecidos benéficamente a los museos provinciales, a los discursos académicos de apertura, a los artículos de fondo sin él y a los discursos rancios de diputados noveles, como los siguientes:
El coral y las perlas siempre que se trate de labios y dientes.
El alabastro en cuestiones de pecho y espalda.
El Simoün y en general todos los vientos o huracanes con mote o pseudónimo.
Todos los "torrentes de la opinión", bien sean de las "desbordadas por la tiranía" o de las "encauzadas por la libertad prudente".
El rayo de la revolución y el iris de la paz.
Del reino vegetal se proscriben la "sensitiva", las "rosas con perlas de rocío", el "letal beleño" y la "palmera" en toda composición que no trate exclusivamente de dátiles, siempre que no sea gentil ni del desierto.
Del reino animal, la "gacela tímida", el "fénix", la "gaviota", la "rémora", las "sirenas engañadoras", el "pelícano" y la "hidra de la anarquía".
La espadas de Breno y de Damocles
El hilo de Ariadna
El nudo Gordiano
El lecho de Procustes
Los caballos de Atila y de Calígula
La palanca de Arquímedes
El timón y la nave del Estado.
La tea de la discordia
Las fuentes de riqueza pública
La tela de Penélope
Las carabelas de Colón,
EurekaQuos Deus vult perdere
Cuarenta siglos asomados a las Pirámides.
Como se advierte, un cursi repertorio que aún podemos escuchar a poco que no nos tenga aburridos hasta la saciedad la información política. En fin, y hasta aquí la noticia de un descubrimiento que, por esos azares de las búsquedas saltarinas, me llevó del No Do del escudo de los Reyes Católicos hasta lo cursi. Una excursión enredada que en nada tiene que envidiar a la de perderse por las calles de una ciudad tan pésimamente administrada como Barcelona, en estos tiempos de las minorías exaltadas, las imposibles mayorías y la demagogia rampante. ¡Pandilla de cursis!