viernes, 5 de febrero de 2016

La "Filocalia" de Francisco Silvela: Un breve tratado sobre la cursilería


                                

"La Filocalia o arte de distinguir a los cursis de los que no lo son", un divertido panfleto de quien fuera Presidente del Gobierno, el anticaciquista Francisco Silvela. 

      Merodear por Internet, yendo de una referencia a otra, por puro afán investigador, nos depara, a menudo, insólitas sorpresas que no solemos trasladar a nuestras relaciones personales, porque cualquiera puede imaginar que no es lo mismo invitar a ver un vídeo en YouTube, una agudeza en Twitter o una confesión sorprendente en Facebook que hacerlo a invertir cierta cantidad de tiempo lector en una obra escrita en 1868, que fue cuando apareció esta pequeña joya juguetona de un destacado político no reñido con el sentido del humor. La tradición que sigue Silvela es la de Mariano José de Larra, otro escritor al que se cita más que se lee, como es normal (aunque peor es que se cite y que no se lea, como pasa con Cervantes, claro), de ahí que la sátira sobre la cursilería, cursería escribe él, se cebe en la descripción de tantísimas realidades ridículas como podían advertirse en la España de aquella época postromántica que contempló indiferente la aparición de nuestro mejor poeta romántico, Gustavo Adolfo Bécquer, cuya vena satírica se manifestó sin cortapisas en el famoso álbum procaz y pornográfico, dibujado con su hermano Valeriano, Los Borbones en pelota
           La crítica social de Silvela no va tan lejos y asume un tono amable y festivo que no quiere hacer sangre pero que, al mismo tiempo, no deja títere cursi con cabeza... El libro tiene dos partes bien definidas, la definición, origen y formas habituales de la cursilería y los estatutos del Club de los Filócalos, una asociación de socorros mutuos y de vigilancia recíproca para mantener entre sus miembros la observancia de las reglas del buen gusto y extirpar en sus pensamientos, palabras y obras cuantos principios o restos de desmoralización estética hayan podido dejar el descuido en que hasta el día ha vivido la humanidad respecto de este orden tan importante del bien; y de propaganda para combatir el desarrollo de todo elemento cursi, forma la más peligrosa de las que presentan en nuestro siglo los vicios que en todos los tiempos, aunque con distintos nombres, han atacado a la idea de lo bello en su más lata concepción. Que el estudioso Álvaro Enrigue no cite este libro de Silvela en su artículo sobre la historia del término en Letras Libres,  Notas para una historia de lo cursi, y que diga que la primera aparición de la palabra cursi en nuestras letras se materializa en 1872, en una novela de Ramón Ortega y Frías, me indica que muy probablemente habrá tenido pocos lectores este ensayo jocoso de Silvela, lo cual añade al merodeo un cierto prestigio descubridor y una complacencia total en servir de intermediario entre el libro y los futuros lectores que a él acudan a partir de esta recensión. Anticipo que la obra es brevísima, como corresponde a un libelo o panfleto, 65 páginas, con generosa presencia de espacios en blanco, lo cual significa que se ha leído íntegro en no más de media hora.
A partir de la definición con la que se abre el volumen, lo cursi es una aspiración no satisfecha, una desproporción evidente entre la belleza que se quiere producir y los medios materiales que se tienen para lograrla,  el autor se complace en enumerar realidades cursis que se derivan de ella. Así, nada más cursi, por ejemplo, que el hecho de que encima de una chimenea renacimiento se ponga una cigarrera de plata figurando una locomotora. Desde las ínfulas políticas del diputado novel hasta las conversaciones cursis: todo lo que habla un hombre cuando debía estar callado, Silvela sostiene que lo indisculpable de la cursería (sic) es la contumacia y la complacencia en ella, una cursilería que se consolidó merced a la creencia general en la facilidad de los medios de buscar o producir belleza que ha hecho creer a todo el mundo que no había sino echar mano de cualquiera para lograrlo, y de aquí lo cursi. (...) Todo se sabe, todo se ve, todo se desea, y hay la fantasmagoría de poseerlo todo (..) lo único que hay verdadero son las telarañas: y los cursis que creen que detrás de cada telaraña hay un Tiziano o un Zurbarán. Advertimos, pues, que ese "quiero y no puedo" propio de quienes creen que la belleza está al alcance del bolsillo en vez del de la formación estética sólida es, para Silvela, un poderoso fundamento de lo cursi.
              Todo lo relativo al Club de los Filócalos es divertidísimo. No solo los requisitos para formar parte de él: no haber escrito jamás en un álbum; no haber hecho jamás el amor en la Zarzuela; haber mirado con benevolencia cualquier objeto del temido color habana o sus diversas maquinaciones contra el gusto; el hecho de si hallándose en situación de hacer un viaje se le ocurrió ir a Barcelona; y en ese deplorable supuesto, que sensación le produce el recuerdo de la palmera de cristal del café Delicias, los cuadros y los espejos enfundados del café de Cujas, y los escaparates de la calle de Fernando o el atrevimiento de haber calificado de música al coro de los toreros de esa vulgarmente llamada ópera[la Traviata]. Más reconocibles para los lectores de este cuaderno de observaciones ciudadanas serían las expresiones que figurarían en una lujosa edición, costeada por el Club, del Índice de términos expurgados y ofrecidos benéficamente a los museos provinciales, a los discursos académicos de apertura, a los artículos de fondo sin él y a los discursos rancios de diputados noveles, como los siguientes:
El coral y las perlas siempre que se trate de labios y dientes.
El alabastro en cuestiones de pecho y espalda.
El Simoün y en general todos los vientos o huracanes con mote o pseudónimo.
Todos los "torrentes de la opinión", bien sean de las "desbordadas por la tiranía" o de las "encauzadas por la libertad prudente".
El rayo de la revolución y el iris de la paz.
Del reino vegetal se proscriben la "sensitiva", las "rosas con perlas de rocío", el "letal beleño" y la "palmera" en toda composición que no trate exclusivamente de dátiles, siempre que no sea gentil ni del desierto.
Del reino animal, la "gacela tímida", el "fénix", la "gaviota", la "rémora", las "sirenas engañadoras", el "pelícano" y la "hidra de la anarquía".
La espadas de Breno y de Damocles
El hilo de Ariadna
El nudo Gordiano
El lecho de Procustes
Los caballos de Atila y de Calígula
La palanca de Arquímedes
El timón y la nave del Estado.
La tea de la discordia
Las fuentes de riqueza pública
La tela de Penélope
Las carabelas de Colón,
EurekaQuos Deus vult perdere
Cuarenta siglos asomados a las Pirámides.
Como se advierte, un cursi repertorio que aún podemos escuchar a poco que no nos tenga aburridos hasta la saciedad la información política. En fin, y hasta aquí la noticia de un descubrimiento que, por esos azares de las búsquedas saltarinas, me llevó del No Do del escudo de los Reyes Católicos hasta lo cursi. Una excursión enredada que en nada tiene que envidiar a la de perderse por las calles de una ciudad tan pésimamente administrada como Barcelona, en estos tiempos de las minorías exaltadas, las imposibles mayorías y la demagogia rampante. ¡Pandilla de cursis!

2 comentarios:

  1. El concepto de cursi creo que en un mundo como el nuestro se ha perdido. Son tan extremas las exhibiciones de todo modo de tendencias que ¿qué es cursi hoy día? En la moda, en las ideas, se perciben tópicos de todo tipo ... pero ¿cursadas? Quizás sean tan evidentes que no hay nadie que les preste atención. Al fin y al cabo vivimos una realidad en que no hay límites entre el buen y el mal gusto, lo cursi, lo kitsch, lo abigarrado ...

    Eso sí, el otro día leí algo que me pareció responder a esa definición que nos has dado una desproporción evidente entre la belleza que se quiere producir y los medios materiales que se tienen para lograrla. Leí en Facebook una declaración en un diletante que opina sobre todo lo que se ponga a tiro con un nivel de liviandad que asombra (o al menos a mí me asombra) que sus lecturas de cabecera eran Montaigne y Pessoa. Casi me dio un ataque de risa esa exhibición tan en disonancia con su realidad tan pedestre como nos muestra. Era algo así como decir qué culto que soy, admiradme ¿a que soy guay? ¿a que soy profundo? En fin, tal vez yo no se lo perciba. Me lo imagino entre entrada y entrada continua en FB hablando sobre todo, leyendo los Essais de Montaigne y el Libro del desasosiego de Pessoa. Esto me pareció cursi, pero no sé si esto es así. Vi una clara desproporción o disonancia. Hay que decir que no he leído los Essais ni el Libro del desasosiego. Los tengo pero presiento que mi nivel vital no está todavía preparado para entrar en ellos. Las obras van llegando a uno en ciertos flujos y corrientes enigmáticas. Tenía La montaña mágica en una edición de los años ochenta, amarillenta. Nunca había tenido los redaños de entrar en ella. Ni me apetecía de ninguna manera. Pero cuando tuve mi primer tratamiento químico y empecé a acostarme temprano por prescripción médica, por un impulso, comencé a leer la obra de Thomas Mann. Fue su momento. Fue una de las experiencias literarias más prodigiosas de mi vida. Realmente apasionante. Me veía como Hans Castorp en una chaise longue ante las moles de los Alpes, cubierto por una manta, y sentía mi enfermedad del ánimo semejante a la de él. No creo que se pueda leer una obra por genial que sea si no es su momento vital. Va ligada al tiempo, a la experiencia, a las necesidades íntimas. El arte llega cuando toca. Uno ha de estar preparado existencialmente para recibir ciertas cosas. Si no, no puede entenderlas.

    Me ha sorprendido encontrar esta entrada en este blog que tiende a ser más de observación de la vida común. Parecería que es más de otro blog.

    Bueno, yo, al fin y al cabo, he hablado de lo que me ha salido.

    Creo que fue Pessoa que habló sobre lo cursi. ¿No? Sobre los que escriben cartas de amor cursis.

    Por cierto, ¿has escrito en algún momento de tu vida alguna carta de amor cursi?

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    1. Entre enamorados todo cursa con la naturalidad que ambos le concedan, y, para ajenos al coto cerrado, todo es pura cursilería. Lo ignoro, si la escribí. Supongo que sí, claro. Lo que escribí un día fue una parodia del amor cursi y un amigo de entonces (16 años) la entendió como una narración romántica y me dijo que le había emocionado... Poco dominio de la ironía debía yo de tener entonces..., aunque aquel amigo era hiperromántico, eso también es verdad.
      Leyendo una cursilería del Conducator de Podemos y buscando la etimología de cursi para escribir algo aquí, acabé dando con Silvela a quien, una vez leído a propósito de la cursilería política ambiental que nos rodea, me pareció obligado traer a este observatorio...

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