Vivian Maier: una vida oscura de fotógrafa luminosa...
Dada la ilustración fotográfica de mi perfil, recordada ut supra, a nadie le puede extrañar que fuera con anticipado gozo y robusta preconvicción placentera al encuentro con las fotografías de Vivian Maier en la sala de exposiciones Collectània, sita en la calle Julián Romea, quien fuera excepcional actor murciano en el lejano y bullente ochocentismo de esta ciudad, donde tan grata memoria dejó de su buen hacer, como lo atestigua que uno de nuestros principales teatros lleve su nombre. Leí la noticia en El País y enseguida me sentí atraído por esa virtud ahora recompensada post mórtem, lo que garantizaba in vitam una dedicación insobornable al arte de la fotografía, sin la perversa mediatización del estigma de la fama que tantas carreras artísticas echa a perder. Vivian Maier era una fotógrafa de calle, atenta tanto a sí misma como a cuanto la rodeaba. De hecho, sus autorretratos en sombra, en la que se perfila el inconfundible sombrero, el abrigo y los brazos en jarra para sostener la cámara a la altura del abdomen constituyen algo así como una marca de fábrica, una señal de identidad, un auténtico copyright identificador que puede compararse con la clásica silueta de Tati, el perfil de Hitchcock, las gafas de Woody Allen o el canotier de Chevalier. Son frecuentes, además, los autorretratos que juegan con los reflejos y los espejos, creando juegos de perspectivas que incluso hacen dudar al espectador del lugar exacto de donde ha sido tomada la fotografía.
La exposición es lo suficientemente representativa de su evolución como fotógrafa y como filmadora, porque también se incluyen filmaciones con un valor documental próximo al de la mayoría de sus fotografías, que captan instantes de la vida cotidiana en las calles de Nueva York o de Chicago. No se trata de composiciones cuidadas, elaboradas, porque Maier está atenta al instante de lo que sucede ante su cámara, siempre alerta y captando, por lo general, imágenes "robadas" y llenas de auténtica vida urbana, con una estética en blanco y negro que nos remite al instante a los excelentes encuadres del mejor cine de los años cuarenta y cincuenta, en la que tan memorables películas se rodaron. La sensibilidad social de Maier, así como el exquisito gusto por el retrato psicológico permiten disfrutar enormemente en una exposición cuyo éxito de público atestigua el valor de su trabajo. Después de haber visto hace poco Trumbo, en la que Kirk Douglas tanto papel tiene como productor y actor principal de Espartaco, llaman la atención las fotos del estreno que hizo Maier. A veces, la niñera profesional que fue Maier está tan atenta a lo sorprendente, que se acerca a lo real maravilloso, como la escena del jinete sobre una suerte de percherón bajo el metro elevado o el elegante mendigo negro llevando de la correa un bóxer blanco. A mí, tan observador de lo cotidiano mínimo, me han parecido maravillosas esas fotos de detalle en las que aparece un peinado femenino visto por detrás o la foto de cintura para abajo de una pareja que se coge de la mano, dos brazos hipercontrastados, el de la mujer y el del hombre, de alabastro el de ella, oscuro, nervudo y venoso el de él. Tengo predilección, así mismo, por esas fotos que juegan con los reflejos en los charcos y que tanto me recuerdan una escena espectacular de Charles Laughton pisoteando, borrachín, la luna en los charcos en la increíble película de David Lean El déspota, que aprovecho para recomendar vivamente. Hay una en la que unos rótulos luminosos de la calle se reflejan en una banda de agua que parece abrir una sima en la calle, en el vacío de la cual parecen colgar como por arte de magia... No tengo conocimientos técnicos para valorar la perfección o imperfección de las fotografías de Maier, pero está claro que es capaz de captar la atención del espectador y de satisfacer todas las expectativas con que acuda a la exposición. Dentro de esa fotografía-verité, digámoslo así, en terminología cinematográfica, hay verdaderas escenas impactantes, como la de la discusión de una pareja mientras a su lado, con el resto de la calle desierta, pasa otra que se afana en no querer enterarse de lo que en esa discusión se ventila, aun a pesar del tono amenazador del hombre, que acorrala a la mujer contra la pared... Imposible "enfocar" una escena que a buen seguro ha captado de forma subrepticia, y de ahí su impactante valor documental. La sensibilidad de Maier por el vestuario, los rostros, los objetos, los edificios, por la vida común en general, nos permite tener una visión bastante cercana de la vida cotidiana en los años que se recogen en la exposición. Luego están, a modo de juego, algunas fotografías en las que Maier se "inserta" en la celebridad, a través de su reflejo en algún cuadro de una serie de actores y actrices célebres, por ejemplo, en una técnica que emplea con frecuencia, como la de introducirse en los escaparates a través de su presencia en las superficies reflectantes, sean espejos u objetos metálicos. Hay, ciertamente, algunas fotografías en las que se advierte el esfuerzo compositivo, pero, al margen de los juegos de mise en abyme a través de los espejos, esa artificialidad suele perjudicar las tomas. Maier es más ella misma en el espacio exterior que en el interior. Es raro que en sus auterretratos sonría, pero hay uno de ellos, en los que aparece reflejada accidentalmente en un espejo que sostiene un obrero en que tal cosa sucede, acaso como muestra de felicidad por la oportunidad cazada al vuelo. En resumen, se trata de un "descubrimiento", de una artista que lo fue toda su vida sin que jamás fuera reconocida por ella, lo que la dota de una veracidad y de una libertad creadora que se manifiesta con todo su esplendor en la exposición que visitamos mi Conjunta y yo.
La exposición es lo suficientemente representativa de su evolución como fotógrafa y como filmadora, porque también se incluyen filmaciones con un valor documental próximo al de la mayoría de sus fotografías, que captan instantes de la vida cotidiana en las calles de Nueva York o de Chicago. No se trata de composiciones cuidadas, elaboradas, porque Maier está atenta al instante de lo que sucede ante su cámara, siempre alerta y captando, por lo general, imágenes "robadas" y llenas de auténtica vida urbana, con una estética en blanco y negro que nos remite al instante a los excelentes encuadres del mejor cine de los años cuarenta y cincuenta, en la que tan memorables películas se rodaron. La sensibilidad social de Maier, así como el exquisito gusto por el retrato psicológico permiten disfrutar enormemente en una exposición cuyo éxito de público atestigua el valor de su trabajo. Después de haber visto hace poco Trumbo, en la que Kirk Douglas tanto papel tiene como productor y actor principal de Espartaco, llaman la atención las fotos del estreno que hizo Maier. A veces, la niñera profesional que fue Maier está tan atenta a lo sorprendente, que se acerca a lo real maravilloso, como la escena del jinete sobre una suerte de percherón bajo el metro elevado o el elegante mendigo negro llevando de la correa un bóxer blanco. A mí, tan observador de lo cotidiano mínimo, me han parecido maravillosas esas fotos de detalle en las que aparece un peinado femenino visto por detrás o la foto de cintura para abajo de una pareja que se coge de la mano, dos brazos hipercontrastados, el de la mujer y el del hombre, de alabastro el de ella, oscuro, nervudo y venoso el de él. Tengo predilección, así mismo, por esas fotos que juegan con los reflejos en los charcos y que tanto me recuerdan una escena espectacular de Charles Laughton pisoteando, borrachín, la luna en los charcos en la increíble película de David Lean El déspota, que aprovecho para recomendar vivamente. Hay una en la que unos rótulos luminosos de la calle se reflejan en una banda de agua que parece abrir una sima en la calle, en el vacío de la cual parecen colgar como por arte de magia... No tengo conocimientos técnicos para valorar la perfección o imperfección de las fotografías de Maier, pero está claro que es capaz de captar la atención del espectador y de satisfacer todas las expectativas con que acuda a la exposición. Dentro de esa fotografía-verité, digámoslo así, en terminología cinematográfica, hay verdaderas escenas impactantes, como la de la discusión de una pareja mientras a su lado, con el resto de la calle desierta, pasa otra que se afana en no querer enterarse de lo que en esa discusión se ventila, aun a pesar del tono amenazador del hombre, que acorrala a la mujer contra la pared... Imposible "enfocar" una escena que a buen seguro ha captado de forma subrepticia, y de ahí su impactante valor documental. La sensibilidad de Maier por el vestuario, los rostros, los objetos, los edificios, por la vida común en general, nos permite tener una visión bastante cercana de la vida cotidiana en los años que se recogen en la exposición. Luego están, a modo de juego, algunas fotografías en las que Maier se "inserta" en la celebridad, a través de su reflejo en algún cuadro de una serie de actores y actrices célebres, por ejemplo, en una técnica que emplea con frecuencia, como la de introducirse en los escaparates a través de su presencia en las superficies reflectantes, sean espejos u objetos metálicos. Hay, ciertamente, algunas fotografías en las que se advierte el esfuerzo compositivo, pero, al margen de los juegos de mise en abyme a través de los espejos, esa artificialidad suele perjudicar las tomas. Maier es más ella misma en el espacio exterior que en el interior. Es raro que en sus auterretratos sonría, pero hay uno de ellos, en los que aparece reflejada accidentalmente en un espejo que sostiene un obrero en que tal cosa sucede, acaso como muestra de felicidad por la oportunidad cazada al vuelo. En resumen, se trata de un "descubrimiento", de una artista que lo fue toda su vida sin que jamás fuera reconocida por ella, lo que la dota de una veracidad y de una libertad creadora que se manifiesta con todo su esplendor en la exposición que visitamos mi Conjunta y yo.