miércoles, 30 de noviembre de 2016

Dime qué retratas y te diré...


La fotografía como arbitraria selección de las polimórficas facetas de lo real

En los siglos XVIII y XIX los álbumes privados de ilustraciones solían tener un contenido erótico que fue renovado con entusiasmo con la llegada del daguerrotipo y consolidado con la fotografía tal y como hoy la entendemos; pero en nuestros días, habiéndose popularizado la práctica de la fotografía hasta el extremo de que todos creemos tener algo que enseñar en ese campo, ignoremos o no los fundamentos técnicos de la misma, se ha diversificado notabilísimamente la elección de los temas. Los fotógrafos aficionados tendemos, sin embargo, a especializarnos: retratos, paisajes, naturalezas muertas, árboles, ciudades, animales -domésticos o salvajes, o ambos-, flores, personas en situaciones cotidianas, tipos estrafalarios, etc. La fotografía no ha devenido octavo arte porque el cine que las anima le ha ganado la partida y porque  la vía de los museos como aval de prestigio se ha demostrado una opción equivocada, ¡letal!, para sus intereses artísticos y, sobre todo, para sus posibilidades crematísticas. 
Nadie se ve capaz de hacer una película (que no sean las de acontecimientos de la vida familiar) y, sin embargo, todos nos creemos aptos para acumular bytes en nuestros dispositivos de todo tipo, que no para impresionar negativos, como hacíamos antes, cuyo precio de revelado se disparaba y se sigue disparando ¡Lo que había que pensárselo antes para que el revelado no fuera la puntilla económica de unas vacaciones discretas! Hoy, por suerte, todos tenemos el dedo flojo y nos hartamos de disparar y de borrar y de disparar y de borrar... ad náuseam.  
No pasará desapercibido, me imagino, a los escasos visitantes de esta Provincia, que en mi fotografía de perfil aparezca retratando un insecto volador ubicado estratégicamente en un espejo que permite devolver parte de mi imagen aficionada al métier de Daguerre, librándoles a los espectadores de la visión completa de mi poco agraciada persona. Y es esa la escogida porque resume a la perfección la extraña caza que persigue mi objetivo caprichoso, tanto que por fuerza tengo abierto desde siempre un archivo con el nombre de Colección particular, que es, como los buenos aficionados a la poesía no ignoran, el título de una antología de la poesía de Jaime Gil de Biedma, y ello porque la caza de imágenes ¡cómo no ha de ser, por su propia irracionalidad de ser, poesía! Pues eso, desde esa perspectiva de quien crea la imagen que ve y quiere conservarla está confeccionada mi colección. Hay en ella de todo y, como no es cuestión de aburrir los ojos de los lectores ni de provocarles una blefaritis que les fuerce a la reconfortante caída forzosa de los párpados, me limito a ofrecer unas cuantas instantáneas de muy diversa naturaleza, para contentamiento de quienes las aprecien y motivo idóneo para ejercer la indiferencia por parte de quienes ni quieran pasear la vista por ellas. Van sin explicación, porque la poesía, aunque se indignen los profesores de literatura, tampoco debería explicarse...


Expresionismo

Diagonal de niebla

Alfa y omega

Altered states

Lisboagrafía

Fenilalanina


Pajarita posada sobre el papel

La vía estrecha

La nuez de Ad

Abarrotado espejo.

Sitiado

corner's nerd

cristal pintado

Fálica aldaba

Fe encalada

Fachada de citalíneas

Espero no haber colmado la impaciencia de provincianos ni de otras gentes de buen leer que hayan tenido a bien perder unas ojeadas condescendientes a estas capturas tan propias de mi pasión por la vida cotidiana. Caso de que, por esos azares de la vida, complacieran a alguien, que no dude de que aún quedan visiones al estilo de las presentes en ese nutrido archivo de mis miradas extraviadas donde van a parar mis impresiones bitales (sic).


miércoles, 23 de noviembre de 2016

La aritmética hiperbólica....


Los datos y los hechos de la política: una reciprocidad coja.


Llevamos ya más de cuatro años de movilizaciones prosecesionistas y aún me siguen preocupando los niveles hiperbólicos con que se pretende influir en los ciudadanos para conseguir no solo ese objetivo político golpista, sino cualquier otro que incluso quepa dentro de la legalidad constitucional. Bien podría decirse que en cuestiones de recuento, tan propias de la aritmética, andamos en este país algo más que flojos, lo que explicaría el bajo nivel de los educandos en la que antes era la materia coco por excelencia del currículo educativo y hoy, sin embargo, suele aprobarse por recuento de votos de profesores decididos a regalar el aprobado "por Junta", por más que en ese arrejuntamiento le parezca a este observador que pueda haber indicios de asociación para delinquir... La estimación cubera de los asistentes a las manifestaciones golpistas, celebradas al modo y manera del añejo sindicalismo vertical, se ha convertido en un baile agarrado de cifras a cuyos miembros emparejados, guarismos y asistentes, no los separa ni la más horrrísona estridencia de la inverosimilitud o, directamente, la imposibilidad física de su posible realidad en el espacio, y aun me atrevería a decir que en el tiempo, porque esas masas homogeneizadas han de convivir en un estrechamiento asfixiante a veces durante cuatro y cinco horas. Así, es frecuente que, para ese prusés, por ejemplo, se haya acostumbrado a elevar la cifra de asistentes a volúmenes de millones de personas cuya presencia en las calles probablemente tendrían iguales o similares efectos a la ocupación por parte de un obeso mórbido de 150 kg de una talla 38 de pantalón, por poner un ejemplo gráfico. Hubo, es cierto, una empresa Lynce, dedicada a contar manifestantes uno por uno, con un profesionalismo y pulcritud que no dejaban lugar a dudas cuando ellos revelaban el resultado de  su evaluación de los asistentes a tal o cual acontecimiento político. ¿Qué ocurrió? Pues que la "modestia" de cualquier manifestación enfrió tantísimo la encendida demagogia de los promotores que, a mi entender, se confabularon todos, defensores y censores (que serían a su vez defensores de otras cosas...) para evitar una flacidez demostrativa que apagara definitivamente cualquier causa digna de justificar la movilización ciudadana. A su manera, la visión hiperbólica de todo, que tan ridículamente se ha manifestado en esas demostraciones sindicales del prusés, se extiende a cualquier actividad de la vida social, de ahí que la demoscopia se haya dejado influir por esa inverosimilitud de lo real, no computado con rigor profesional, para sumarse al carnaval de las cifras locas de todo tipo, desde los niños en riesgo de inanición hasta los afectados por la pobreza energética, las listas de espera para ser operado, los asistentes a las manifestaciones de todo tipo, los pronósticos de voto, la popularidad de los líderes y cualquier realidad que necesite ser medida. Al final, como no podía ser de otra manera, todas las medidas han sido hinchadas artificialmente y nos es imposible, a la mayoría de ciudadanos, tener una visión ajustada a la realidad, no distorsionada por los intereses creados de los diferentes agentes de la vida social; andamos, pues, como con las famosas camisas de once varas, tropezando de continuo y de continuo ignorando las medidas del campo de juego de nuestra existencia. Podríamos decir, así pues, que los datos y los hechos siguen caminos ya paralelos ya divergentes, pero, en cualquier caso, son realidades ajenas la una a la otra y nunca van a acabar convergiendo en una misma identidad, que sería lo deseable. Todo esto hace el análisis social y político muy complicado, porque en este carnaval de engaños, en este baile de tan malos disfraces, parece que no haya participante interesado en saber con exactitud matemática a qué se juega o qué se celebra. Tengo la impresión de que nos dejamos llevar por quienes quieren, a su vez, llevarnos al huerto aromático de la demagogia florida y, aturdidos por el embriagador aroma de esas hierbas medicinales tan penetrantes, consentimos en ser halagados, que es siempre el preámbulo de ser estafados, ¡y aun estofados! No hay manera de que en este país de todos los demonios cuadren las cuentas ni los hechos tengan un naturaleza incontrovertible e irrefutable, y de ahí esa desazón aldeana de quienes seguimos tenazmente espantando la mosca tras la oreja, esa que, ¡bendito díptero!, nos avisa del engaño manifiesto de que nos hacen objeto, ese para el que, cuando queremos reaccionar y agruparnos por millones... ¡cómo no!, ya no hay remedio, ¡ni reparación!

miércoles, 2 de noviembre de 2016

La inmisericorde daga de la tendinitis intratable.



La pata de ganso en la pata de elefante...

Dejémonos de clásicos, de la Historia o de la Literatura, y centrémonos en un drama cotidiano cual es este de la tendinitis de la pata de ganso, un cruce ferroviario de tendones donde mueren tres músculos del entramado de ellos que pueblan nuestras extremidadades inferiores. Después de dos jornadas de entrenamiento en cuestas pronunciadas, me quedé cojo, literalmente, imposibilitado de hacer el juego talón puntera de la pierna izquierda que me permitiera desplazarme sin apoyar únicamente el talón y llevar la poderosa pierna atlética que ilustra estas líneas tiesa como la clásica pata de palo de los piratas ilustres.
Autorretrato parcial/pernil de Juan Pérez.
Temí, por la irradiación del dolor a la articulación, que me hubiera roto el menisco, la rótula o los ligamentos cruzados, anterior y posterior, lesión de cuya gravedad todos sabemos por los futbolistas. Como en urgencias se limitaron a constatar que no había rotura ósea, me mandaron para casa con la recomendación de tomar ibuprofeno. Fui al fisio y gracias a su primera actuación descarté que hubiera algo serio de rodilla y me encontré con ese descubrimiento del tendón "pata de ganso", cuyo ridículo nombre no le hace justicia al dolor lancinante que me trae a mal traer, ¡y a peor caminar!, desde que lo sufrí. Como no admite un cyriax que me provocaría una pérdida de conocimiento por el dolor insoportable, y las agujas de la acupuntura y el calor apenas han tenido sino un efecto muy superficial, me temo que no hay más que esperar a que me llamen del servicio de rehabilitación de la Seguridad Social, lo cual, si todo sigue el ritmo previsto por la lista de espera, es posible que ocurra cuando ya haya vuelto a entrenar por habérseme curado la lesión por el descanso, más los remedios caseros que le aplico: el programa de desinflamación del electroestimulador, pomada calorífica, rayos infrarrojos y reposo, más la hiperbenéfica ducha escocesa que tanto suele aliviar en casos de contracturas o roturas fibrilares leves. Los ejercicios de estiramiento para aliviar el tendón palmípedo ni son fáciles ni indoloros, y cuesta lo suyo mantener el tipo mientras ese nudo tendinoso se retuerce y parece que una sierra te parte la pierna en dos o te están clavando un rejón de castigo con particular vehemencia e impiedad. Quienes hayan padecido de este mal corriente en quienes corren sabrán que no hay peor momento que el de levantarse después de estar un buen rato sentado. ¡Particular momento de la apoteosis del dolor es ese! Poco a poco, con la lentitud del despertar del lirón careto o la del koala que se hubiera desayunado un valium, la corva va tensándose hasta conseguir esa curvatura de arco olímpico desde donde se lanza un grito homérico, por estentóreo, que dicta el final del recorrido. En ese momento estamos ya en disposición de lanzar hacia la aventura del paso inmediato ese cayado que, apoyado en el talón, y rígido como  la convincente cojera de James Mason en El séptimo velo nos va a permitir hacernos la ilusión de que no estamos tan escacharrados como en realidad lo estamos. Con el temor a un mal tropiezo o a una mala caída de octogenario en apuros, recorremos los pocos metros que nos separan, en casa modesta, de la cocina y del baño y creemos que estamos a un paso de darlo, por fin, con la firmeza de quien, en nada, volverá a trotar y a correr como  un tarahumara por Chihuahua. Después de un largo mes de gansitis aguda, con unos dolores de atormentado por la Inquisición, y tras conocer, en veintidós años de maratoniano, dolores insufribles en todas las partes de mi cuerpo, estoy dispuesto a declarar solemnemente que esta tendinitis de la pata de ganso es el más horrible de cuantos tormentos musculares, tendinosos y óseos que he sufrido en estos alegres y correteantes años de fondista fondón. Por decirlo en breve: soy incapaz de desear que alguien lo padezca. ¡Ni siquiera al enemigo que no tengo le desearía mal de esta naturaleza tan atroz e incapacitante!