miércoles, 23 de noviembre de 2016

La aritmética hiperbólica....


Los datos y los hechos de la política: una reciprocidad coja.


Llevamos ya más de cuatro años de movilizaciones prosecesionistas y aún me siguen preocupando los niveles hiperbólicos con que se pretende influir en los ciudadanos para conseguir no solo ese objetivo político golpista, sino cualquier otro que incluso quepa dentro de la legalidad constitucional. Bien podría decirse que en cuestiones de recuento, tan propias de la aritmética, andamos en este país algo más que flojos, lo que explicaría el bajo nivel de los educandos en la que antes era la materia coco por excelencia del currículo educativo y hoy, sin embargo, suele aprobarse por recuento de votos de profesores decididos a regalar el aprobado "por Junta", por más que en ese arrejuntamiento le parezca a este observador que pueda haber indicios de asociación para delinquir... La estimación cubera de los asistentes a las manifestaciones golpistas, celebradas al modo y manera del añejo sindicalismo vertical, se ha convertido en un baile agarrado de cifras a cuyos miembros emparejados, guarismos y asistentes, no los separa ni la más horrrísona estridencia de la inverosimilitud o, directamente, la imposibilidad física de su posible realidad en el espacio, y aun me atrevería a decir que en el tiempo, porque esas masas homogeneizadas han de convivir en un estrechamiento asfixiante a veces durante cuatro y cinco horas. Así, es frecuente que, para ese prusés, por ejemplo, se haya acostumbrado a elevar la cifra de asistentes a volúmenes de millones de personas cuya presencia en las calles probablemente tendrían iguales o similares efectos a la ocupación por parte de un obeso mórbido de 150 kg de una talla 38 de pantalón, por poner un ejemplo gráfico. Hubo, es cierto, una empresa Lynce, dedicada a contar manifestantes uno por uno, con un profesionalismo y pulcritud que no dejaban lugar a dudas cuando ellos revelaban el resultado de  su evaluación de los asistentes a tal o cual acontecimiento político. ¿Qué ocurrió? Pues que la "modestia" de cualquier manifestación enfrió tantísimo la encendida demagogia de los promotores que, a mi entender, se confabularon todos, defensores y censores (que serían a su vez defensores de otras cosas...) para evitar una flacidez demostrativa que apagara definitivamente cualquier causa digna de justificar la movilización ciudadana. A su manera, la visión hiperbólica de todo, que tan ridículamente se ha manifestado en esas demostraciones sindicales del prusés, se extiende a cualquier actividad de la vida social, de ahí que la demoscopia se haya dejado influir por esa inverosimilitud de lo real, no computado con rigor profesional, para sumarse al carnaval de las cifras locas de todo tipo, desde los niños en riesgo de inanición hasta los afectados por la pobreza energética, las listas de espera para ser operado, los asistentes a las manifestaciones de todo tipo, los pronósticos de voto, la popularidad de los líderes y cualquier realidad que necesite ser medida. Al final, como no podía ser de otra manera, todas las medidas han sido hinchadas artificialmente y nos es imposible, a la mayoría de ciudadanos, tener una visión ajustada a la realidad, no distorsionada por los intereses creados de los diferentes agentes de la vida social; andamos, pues, como con las famosas camisas de once varas, tropezando de continuo y de continuo ignorando las medidas del campo de juego de nuestra existencia. Podríamos decir, así pues, que los datos y los hechos siguen caminos ya paralelos ya divergentes, pero, en cualquier caso, son realidades ajenas la una a la otra y nunca van a acabar convergiendo en una misma identidad, que sería lo deseable. Todo esto hace el análisis social y político muy complicado, porque en este carnaval de engaños, en este baile de tan malos disfraces, parece que no haya participante interesado en saber con exactitud matemática a qué se juega o qué se celebra. Tengo la impresión de que nos dejamos llevar por quienes quieren, a su vez, llevarnos al huerto aromático de la demagogia florida y, aturdidos por el embriagador aroma de esas hierbas medicinales tan penetrantes, consentimos en ser halagados, que es siempre el preámbulo de ser estafados, ¡y aun estofados! No hay manera de que en este país de todos los demonios cuadren las cuentas ni los hechos tengan un naturaleza incontrovertible e irrefutable, y de ahí esa desazón aldeana de quienes seguimos tenazmente espantando la mosca tras la oreja, esa que, ¡bendito díptero!, nos avisa del engaño manifiesto de que nos hacen objeto, ese para el que, cuando queremos reaccionar y agruparnos por millones... ¡cómo no!, ya no hay remedio, ¡ni reparación!

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