lunes, 20 de febrero de 2017

“1000m2 de deseo” en el CCCB o una abstracción elitista sin visitantes.


 
Adolf Loos. Casa de Josephine Baker

Arquitectura y sexualidad o el abismo entre la carne y el dibujo…

Con la misma curiosidad de siempre y el ánimo abierto para dejarme instruir, subí a la encumbrada exposición del CCCB -todas lo son, y quienes acceden por la empinadísima escalera mecánica lo saben- que tiene por titulo ¡nada menos que 100m2 deseo. Aruitectura y sexualidad. Lo anticipo: deseo, menos del deseable, y propiamente ninguno; metros, muchos, sí, y tan mal iluminados que se convertía en un tormento la lectura de los paneles y las fichas identificadoras de las piezas; arquitectura, mucha y excelente, tanto la clásica como la dieciochesca como la actual; y sexualidad, pues… la representación más común, y en parte muy cutre, de lo que entendemos por tal. ¿Visitantes? Un grupo compacto de 20 unidades que seguían con frialdad glacial las tópicas explicaciones del guía, tres mujeres que entraron delante de nosotros, y mi Conjunta, mi hija y yo. Y ahí se acabó lo que se daba, aunque, a mitad de visita advertí la presencia de otra mujer y un hombre, solos. El silencio, solo roto por el guía, de tono homilético y poco congruente con el tema de la exposición, hablaba de la sexualidad y del espacio y uno, yo, creía que hablaba del proceso de confección de las velas de cera o de la cría del gusano de seda. En cualquier caso, una exposición muy moderna, propia del museo que la acoge,  pero que se quiebra de sutil. He de reconocer que la muestra contenía no pocos vídeos de interés documental, y como del Panóptico de Bentham se ha de hablar cuando se habla de arquitectura y poder, y ya advierto que ahí se incluye la sexualidad, me atrajo mucho una secuencia que se proyectaba de Call Northside 777 (Yo creo en ti), en el interior de una prisión, lugar por excelencia de aplicación de la arquitectura panóptica. De uno de los paneles explicativos recogí un fragmento que ilustrará elocuentemente esa fría abstracción desde la que está concebida una muestra en la que la palabra sexualidad adquiere connotaciones tan gélidas como la impotencia de los eunucos: Los proyectos expuestos muestran el papel de la arquitectura como experiencia sensorial en las estrategias de seducción y cómo la sofisticación en el diseño de artilugios constructivos y mecánicos disparan la imaginación erótica. ¡Ay, lo que va de la realidad al deseo, y viceversa! Es cierto que la Maison de plaisir, de Claude-Nicolas Ledoux, un burdel, tiene una graciosa disposición fálica, y que el edificio que Adolf Loos, el arquitecto de Hitler, proyectó como casa para Josephine Baker es de una modernidad tipo Bauhaus, con techo plano, que resulta muy atractivo, pero he de reconocer que algunas “instalaciones” en el interior de la exposición, supuestamente evocadoras de la relación entre espacio, construcción y sexualidad, me parecieron propiamente una tomadura de pelo, o lo que en los años de la adolescencia denostábamos con la etiqueta más que sexualizada de “paja mental”. Es cierto que hay una reproducción de la cama redonda del creador de Play Boy, e incluso una secuencia de la lucha de James Bond contra dos marciales muchachas, que evocan un mundo de sexualidad tópica y machista que ha dominado nuestra sociedad durante mucho tiempo. De todo el material expuesto, me quedé con una referencia que promete: L’art de joüir, de Julien Offray de La Mettrie, un ejemplar del cual se exponía en una vitrina que no facilitaba en verdad la lectura de su primera página. Mientras iba caminando por tan siniestra exposición, en una penumbra vaga, en silencio de claustro monacal, iba pensando en todos esos lugares donde las relaciones sexuales han buscado cobijo o discreción, y de mi adolescencia llegaba lo que aún conocí: la fila de las pajilleras del cine, y me extrañó que no hubiera entre tantos espacios alusivos al sexo, una fila de butacas expuesta, por ejemplo; y pensé, entre tanta arquitectura, en el edificio Agbar, un falo potente y descomunal levantado junto a la amenaza de una grapadora en una plaza que se llama de las Glorias (le quito el apellido porque me jode el relato); y luego me dije que no necesariamente el espacio condiciona la aparición del deseo y que, a menudo, ni siquiera lo potencia, y menos aún un edificio. Está claro que los lupanares -de lupa, loba- han existido siempre, que el descubrimiento de Pompeya revivió el culto fálico, y que el acondicionamiento de los espacios dedicados exclusivamente al sexo ha buscado una iconografía que, supuestamente, favoreciera esos intercambios de fluidos. Otra cosa es que, en ese terreno, los hortera se haya maridado con lo kitsch y que lo supuestamente excitante lo sea menos que un alioli sin ajo, como el interior de locales no necesariamente dedicados a la burdelería, aunque sí a la seducción.  En fin, que entré con curiosidad y salí totalmente enervado. Amante como soy de todo lo relacionado con la sexualidad, me pareció que esa exposición homilética en la que la teoría se divorcia de la sensación y de la excitación es un fracaso monumental. Con todo, para el adicto a las visitas museísticas, siempre hay, incluso en lo errado, mucho material de interés, como el teatrillo de William Kentridge, titulado  Right Into Her Arms , relacionado con su puesta en escena de la Lulú, de Alban Berg, esa otra estilización abstracta del deseo.



viernes, 3 de febrero de 2017

Entre el agradecimiento y el temblor: los prospectos farmacéuticos, un género literario minoritario.





La obligación convertida en devoción o la familiaridad morbosa con los prospectos farmacéuticos, esa literatura de terror...

Entre la mucha literatura que debería leerse obligatoriamente, y en seria competición con los manuales de funcionamiento de los electrodomésticos, los recibos de la luz, el gas y el agua, y la letra pequeña de las cláusulas de los contratos bancarios, es, sin duda, el género apasionante del prospecto farmacéutico el que menos se frecuenta, y ello a pesar de que, como sucede con la ley, la ignorancia del mismo no exime de sufrir las reacciones adversas que todos los medicamentos tienen ni, menos aún, faculta para una denuncia por negligencia médica, escudo de la nuestra lectora. Rareza por rareza, porque todos somos alguna, o muchas, entre mis pasiones lectoras destaca la de los prospectos farmacéuticos, que repaso con una pasión tan incomprendida por mis allegados como, acaso, congruente con mi pasión por la medicina y todo lo relacionado con ella. ¡De qué, si no, iba yo a haberme leído con verdadera emoción los viejos Aforismos y Sentencias de Hipócrates! Dejo de lado, porque igual hiere la sensibilidad de alguien, recrearme en la delectación que me embarga cada vez que he de pasar por quirófano, la última fue para limar un espolón que había acabado imposibilitándome el andar, y me centro en esa obra de arte de la literatura de aséptico terror que es el prospecto farmacéutico. Por suerte para los pacientes, y a diferencia de otros manuales de uso, el prospecto tiene una estructura muy bien definida que no admite originalidades, aunque sí cierta innovación en la presentación formal del contenido e incluso en su orden o en la relevancia concedida a unos u otros contenidos. Con una estructura muy aseadita: 0. Contenido del prospecto. 1. ¿Qué es? ¿Para qué su utiliza?. 2 Antes de tomar /Qué necesita saber para tomar... (No tome si... Tenga especial cuidado si...) 3. Cómo tomar... 4. Posibles efectos adversos. 5. Conservación. 6. Información adicional. La enunciación básica es la reflejada, pero hay medicamentos cuyo prospecto ni siquiera enumera las partes del mismo, y otros que las subdividen con especificaciones relativas al embarazo, la lactancia, la conducción, el uso de máquinas, si da positivo en el test de dopaje de los atletas, etc. Todos los prospectos, sin embargo, son generosos en el uso de las negritas para los epígrafes y de los recuadros para llamar la atención, Importante para la mujer, por ejemplo, indica alguno, o nos avisa de que su toma puede alterar los valores de las analíticas. Cuando el producto farmacéutico se presenta en forma de inhalador, por ejemplo, se adjunta un dibujo explicativo del funcionamiento del simple mecanismo. Es evidente que la literatura prospectual concentra todo su interés, para los usualmente atemorizados pacientes, en el capítulo de los efectos adversos, es algo así como el capítulo estrella del género, el que, leído con la atención que merece y los escalofríos que provoca, concita el interés de propios y extraños. El buen lector de prospectos, sin embargo, y sin negar el goce espantado de dichos efectos adversos, suele fijarse en mínimas variaciones léxicas o en hallazgos que, por atañer a aspectos casi anecdóticos del medicamento en cuestión, suelen pasar desapercibidos como verdaderos hallazgos retóricos. Reconozco, eso sí, que tanto el tipo de letra como las virtuosas dobleces tipo huevo kinder del texto farmacéutico no contribuyen a la popularización del género, y menos aún el abuso necesario de los tecnicismos con los que el género exige familiarizarse para no perderse del todo en la tormenta perfecta de terminología científica. En descargo de los autores del género ha de decirse que, siempre que pueden, se encargan de traducir algunos nombres: Sangrado de nariz (epistaxis)  o movimientos rápidos e involuntarios de los ojos (nistagmo) lo que permite al lector habitual una notabilísima mejora de sus recursos expresivos. ¡Se imagina alguien lo que es soltar en una reunión una epistaxis o un nistagmo! Pues no digamos si se descuelga uno con un tinnitus que son pitidos en los oídos, para restregárselo al que acabe de lucirse con los ya vulgares acúfenos.... Pero a menudo pueden endilgarnos una letanía de nombres técnicos, sobre todo de medicamentos habitualmente incompatibles con el prospectado, que nos dejan a dos velas, como el que es incompatible con esta amena ristra: Rifampicina; atazanavir; Tacrolimus; Cilostazol; Saquinavir; Clopidogrel; Erlotinib..., ¡una más que insólita lista de los reyes godos, sin duda!  Por otro lado, ¡cuantísima información de utilidad se contiene en este género literario! Tomemos, por ejemplo, el de un medicamento muy común entre los hombres para regular la micción, el Omnic Ocas, y adviértase, en este caso, la benemérita y parentética voluntad explicativa de quien redacta: En hombres (y empieza así tras haber dicho en la línea anterior: Omnic Ocas no está indicado para su uso en mujeres...), se ha comunicado eyaculación anormal (alteración de la eyaculación). Esto significa que el semen no se libera a través de la uretra, sino que va a la vejiga (eyaculación retrógada) o que el volumen eyaculado se reduce o es inexistente (insuficiencia eyaculatoria). Este fenómeno es inofensivo.  Nada que ver con la despiadada redacción de quien, en el Salbutamol Aldo-Unión, nos deja más que a oscuras en uno de los efectos adversos: puede producirse hipocalemia potencialmente grave como consecuencia del tratamiento sistémico de agonistas beta-2, que, en resumidas cuentas, viene a ser un alarmante descenso del potasio. Es cierto que los riesgos se clasifican en cuatro rangos perfectamente delimitados estadísticamente: Muy frecuentes, frecuentes, poco frecuentes, raros, pero, como todo paciente sospecha alguna vez: ¿y quién te dice a ti que no te va a tocar la china y ser uno de esos 10 de cada 10.000 a los que les afecta esa reacción, como el aumento del tamaño de las mamas en los varones, del Omeprazol?  El lector de prospectos va siempre de sorpresa en sorpresa en este género literario, porque que ese mismo Omeprazol pertenezca a un grupo de medicamentos denominados inhibidores de la bomba de protones, ¿a quién no le dispara la imaginación atómica y se ve como el militar a horcajadas de la bomba que se lanza en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú... A veces los redactores del prospecto parece que no se lo piensen dos veces y caigan en el alarmismo más temerario, porque los de Atarax, un antihistamínico, recomiendan nada menos que lo siguiente: No tome Atarax si algún familiar cercano ha fallecido súbitamente por problemas cardíacos, lo que deja a cualquiera algo más que seriamente preocupado. Un prospecto incluye no solo una descripción del producto: Obalix 20 mg comprimidos son blancos, ovales, biconvexos y ranurados, quebrando, en este caso, las leyes básicas de la sintaxis, sino también, como cualquier otro producto del mercado alimentario, con el que las medicinas se relacionan, una lista detallada de sus elementos constituyentes, y ahí es donde hallamos una lista de ingredientes entre los que no es extraño encontrarse con el amarillo de quinoleína (E 104) o el índigo carmín (E 132), el ácido oleico, el ácido tartárico, el aceite de pippermint, etc. La lectura no esta exenta de sorpresas, al estilo de ciertas tramas policíacas en que los autores nos despistan con ciertas contradicciones que buscan desorientarnos para que la revelación final sea más impactante, pero lo de Strepsils, deja de piedra al más pintado. En 2. Antes de tomar, deja bien claro que los niños de 6 a 11 años no deben tomar este medicamento. Niños menores de 6 años: no pueden tomar este medicamento, está contraindicado. Sin embargo, poco antes de abandonar este mismo apartado segundo, leemos: Este medicamento contiene terpenos aportados por el levomentol que, a dosis excesivas pueden producir convulsiones en niños pequeños (menores de 6 años), aunque a las dosis y la vía de administración utilizada en este medicamento, la absorción y actividad de los terpenos es muy baja. ¿Alarmismo, incongruencia? En términos generales, casi cualquier medicación advierte de su incompatibilidad con el alcohol, pero sorprende que las personas que beben, y más si son alcohólicos, hayan de tener una precaución especial ¡con el Gelocatil!: La utilización de paracetamol en pacientes que consumen ha bitualmente alcohol (3 o más bebidas alcohólicas: cerveza, vino, licor... al día) puede provocar daño en el hígado. Las ingenuidades en que caen algunas redacciones son clamorosas, como el de un antidepresivo que recomienda al paciente: Si tiene pensamientos de hacerse daño o suicidarse en cualquier momento, póngase en contacto con su médico o acuda a un hospital directamente, ignorando por completo la realidad de esos pacientes. Es parecida, mutatis mutandi, esa ingenuidad a la general con la que se encabezan todos los prospectos: Si Vd. es alérgico a cualquiera de los componentes de nuestro producto, absténgase de tomarlo... En cierta manera,son reacciones semejantes a las de ciertos Absténgase si... que maravillan al lector. Tomemos el caso del Ibuprofeno, donde leemos: Si padece lupus eritematoso sistémico (enfermedad crónica que afecto al sistema inmunitario y que puede afectar  distintos órganos vitales, al sistema bervioso, los vasos sanguíneos, la piel y las articulaciones) ya que puede producirse meningitis asépticas (inflamación de las meninges que son las membranos que protegen el cerebro y la médula espinal, no causada por bacterias). La pregunta es de cajón, ¿es siquiera concebible que a un paciente así le administren un Ibuprofeno, por más que se crea en las propiedades milagrosas del preparado? Son pocas las contraindicaciones de los recursos tradicionales de herbolario, pero el Ibuprofeno es incompatible con los extractos de hierbas del Ginkgo Biloba y algún antidepresivo con la Hierba de San Juan (Hypericum perforatum), usada para curar depresiones suaves. En el caso de los antiinflamatorios, sin embargo, nada puede tomarse a la ligera, porque cualquier exageración, incluso en el rango de los raros estremece al lector como antaño debieron hacerlo los relatos de Poe y las películas de Corman sobre ellos. No anima mucho, en efecto, leer tan tétrica advertencia como que durante el tratamiento con Celecoxib se han comunicado algunos casos de reacciones hepáticas graves que incluyeron inflamación hepática grave, daño hepático, insuficiencia hepática (algunas on desenlace mortal o que requirieron trasplante hepático). De los casos en los que se especificó cuándo había ocurrido el evento, la mayoría de las reacciones hepáticas graves ocurrieron en el primes mes de tratamiento. A los que se suman los "raros": Hemorragia en el cerebro que causa la muerte y reacciones alérgicas graves (incluyendo shock anafiláctico potencialmente mortal).  Se comprenderá el alto listón que un lector de prospectos farmacéuticos exige a la literatura y al cine de terror, porque ni siquiera los silbidos de "despiste" para esquivar el pavor a que hace frente dicho lector suelen salir de su boca mientras lee material tan estremecedor, aun a fuer de estilísticamente descuidado, por supuesto.