jueves, 29 de junio de 2017

De "Tanguy" a Platón...



O la independencia no entra en mis planes..., de momento.

Es experiencia ajena y la vivo como propia por excusadas razones. Una pareja amiga vio con su hijo una película francesa que debería tener más seguidores de los que tengo entendido que tiene, a juzgar, al menos, por el pobre eco que tuvo entre los críticos populares de FilmAffinity: Tanguy, de Étienne Chatiliez, el reconocido autor de La vida es un largo río tranquilo. La historia es sencilla y los frecuentadores de esta Provincia mayores de 50 años pueden entenderla a las mil maravillas: una pareja se harta de las excusas de su hijo para no independizarse, y, habiendo llegado al convencimiento de que se merecen una vida de intimidad sin la presencia intrusa de su propio hijo, que ronda la treintena, se conjuran para hacerle la vida imposible con la loable intención de animarlo a independizarse de ellos. Tiempo después, la vimos mi Conjunta y yo con nuestro primogénito y mientras ella y yo nos escacharramos de la risa, a él maldita la gracia que le hizo. El caso es que la situación se va complicando por momentos e incluso llegan padres e hijo a un pleito judicial por iniciativa del hijo, que les acusa de querer dejarlo literalmente "en la calle", y con lo puesto. La película no es una comedia redonda, está claro, pero la situación me parece no solo excelente, y propicia a los magníficos gags que tiene, sino, sobre todo, actual y casi de película de denuncia social: la inmensa comodidad con que afrontan ciertos hijos el momento de independizarse de sus padres y el resto de la familia. En Usamérica ese momento está claramente delimitado por la graduación en la universidad. Volver a casa después de graduarse, en vez de instalarse por cuenta propia, se considera un fracaso existencial de primera magnitud. Nada que ver con lo que ocurre en este país, en el que la independencia de los hijos no llega, por norma general, hasta los treinta e incluso más allá de ellos. Es perfectamente comprensible que, en muchos casos, fuera de casa, el nivel económico de los hijos puede caer a niveles que linden casi con la pobreza, pues los sueldos de prácticas o de empleos submileuristas no son, por supuesto, una perspectiva halagüeña: en muchos casos, esos sueldos se convierten en un pretexto para tener dos: el que se cobra, y el que se deja de pagar por los gastos a los que no se contribuye en la casa familiar. Y aquí es donde leyendo Las leyes, de Platón, mi buen amigo Juan Poz descubrió un texto platónico que viene que ni pintado para este asunto y acredita, además, las lejanas raíces históricas del mismo: El recién casado debe considerar una de las casas de su patrimonio como el lugar en que nacerán y se desarrollarán sus hijos, y debe separarse de su padre y de su madre para celebrar allí sus nupcias, constituir allí su vivienda y alimentarse allí él mismo y su prole. Pues cuando, en efecto, a los afectos se une algo de nostalgia, esta aglutina y liga todos los sentimientos, mientras que una convivencia fastidiosa y desprovista de esta nostalgia que nace con el tiempo separa los corazones debido al exceso de la saciedad. Esta es la razón por la que hay que dejar su casa a los propios padres de su mujer, y de la misma manera que si uno se hubiera marchado a colonias debe vivir visitándoles y recibiendo sus visitas, ocupado en la procreación y educación de los hijos, transmitiendo de una generación a otra la llama de la vida, sin dejar de servir a los dioses de conformidad con la ley. Se advierte, pues, que no es de hoy este "problema" que resolvió el refranero con su habitual laconismo: el casado casa quiere, sino de siempre. Es inútil que los padres se empeñen en recordarles a sus vástagos que ellos se abrieron (léase en jerga cheli) hacia la vida como la Ferrusola... dixit sed non fecit -en latín macarrónico sin "misales"-: "con una mano delante y otra detrás", en un piso de 43 metros cuadrados, con un sueldo corsé, de pura estrechez, sin coche, cultivando los reestrenos en las salas de doble sesión..., y con una televisión de tercera mano en blanco y negro... No están los tiempos, parece, para heroicidades que no sean la indignación y el antiestablishment a ultranza, sobre todo si la política se hace desde el salón comedor dd la casa donde a uno le ponen la sopa boba, con ínfulas de delicatessen, y disfruta de un apartamento con todas las comodidades, conexión por cable a la red incluida... Sí, aunque dicho hoy en una reunión de jóvenes causase un comprensible estupor e incluso un conato de incredulidad, hubo un tiempo en que la máxima aspiración de los jóvenes era "irse de la casa familiar", ¡en las condiciones que fuera! -habitualmente eran de las que compungían y horrorizaban a aquellos padres de los que se huía, ¡y cuanto antes! La vida és rara i és absurd el món, canta Sisa en La verbena dels desamparats -de un disco que se títula Visca la llibertat!-, uno de cuyos versos bien puede considerarse, hoy, desde el punto de vista de esos hijos apalancados una prueba eximia del cantado absurdo: Ui que feliç que em sento aquí, tot sol...



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