lunes, 19 de junio de 2017

¿"Nuevo" PSOE o "de nuevo" el PSOE?


Aún se esgrimen los bates, con nombramientos y votos, tras el debate y el Congreso. Una crisis cerrada en falso o ¡cuánto bueno que me equivocara de medio a medio!

Tengo, como saben los frecuentadores de esta Provincia, raras costumbres, desde seguir -completos- debates de investiduras, mociones de censura, discursos de clausura de congresos o lectura de propuestas políticas farragosas como la declaración de Granada, de todo lo cual voy dando liviana cuenta en este territorio más quevediano que ambicioso. Y no es cosa de hombre ocioso y despreocupado, sino tradición que se remonta a los primerísimos años de nuestra democracia, como aquella mágica moción de censura de González, por ejemplo. Téngase en cuenta que los debates políticos de campaña son cosa de hace muy poco y que, en consecuencia, quien quería saber de la acción política de los diferentes partidos con representación parlamentaria tenía que oírlos in situ, y ninguna ocasión mejor que esas investiduras o ciertos plenos que se anunciaban casi como el día D y la hora H, una engañifa política que aún sigue vigente, aunque no creo que tenga tanta capacidad, actualmente, para engañar a los votantes. En política, si algo se aprende pronto, ello es que nunca hay ni día D ni hora H, del mismo modo que en las elecciones, casi hasta la dimisión de Almunia, nunca hubo vencidos. Tras el texto dedicado al debate, me he tomado la molestia, relativa, de ver y oír el discurso de asunción de responsabilidades de Pedro Sánchez al frente, en su segunda etapa, del PSOE, aunque él se presente poco menos que llovido del cielo y sin pasado a sus espaldas, acaso porque dos elecciones perdidas, y consecutivas, no son bagaje de buen agüero, pudiéramos decir..., retorciendo el dicho popular. Lo que más me inquietaba de la figura política de Sánchez sigue haciéndolo: la inconsistencia de un mensaje modernizador que tiene en los tópicos y en las generalidades su asiento. Aunque a él le parezca mentira, ha hecho un discurso del que un 50% lo firmarían no pocos en el PP y, por supuesto, todos en Ciudadanos, algo que hicieron con anterioridad en el intento de gobierno de coalición frustrado por la pinza de Podemos y el PP, porque es evidente,¡apodíctico!, que Podemos es hijo del PP y de sus esfuerzos por ningunear al PSOE para evitar que la descolocada izquierda descolorida de la rosa llegara al poder: mucho mejor, ¡dónde va a parar!, tener enfrente una pseudoizquierda maximalista y utópica -pero de la utopía barata de la corrección política-. Y eso es lo que hemos visto recientemente en la moción conjunta de censura entre ambos, aunque tengo para mí que tanto compadreo les ha acabado pasando factura a ambos, sobre todo porque el discurso de Ábalos, con hechuras de socialista "a la antigua", muy "de casa del pueblo", supo marcar el territorio entre ambos y reivindicarlo, un poco al estilo de Jorge Lorenzo clavando su bandera en los circuitos cuando gana. Recordemos el resultado del debate: Irene María, dantesca; Pablo Manuel pedantesco, y Rajoy más farfullador que nunca. El discurso de clausura del Congreso del PSOE ha sido una suerte de ensayo de mitin electoral en el que ha habido más flojedades que fortalezas, salvo el eslogan al que auguro tiempos mejores: La izquierda de gobierno, frente a la utópica de los círculos. No sé si Sánchez, que anda algo sobrado, se lo había preparado lo suficiente, pero ciertas indecisiones, ciertas torpezas elocutivas, un "disgresiones", un "no resulta de ser curioso" y algunos patadones dialécticos más no le han permitido cuajar una buena actuación. Ha sobreactuado en la pintura fraguiana de la situación aunque no garbancee, y se ha despachado con una ristra de tópicos de adoquines del infierno que ha encadenado sin rubor y sin vergüenza por caer en ellos. Me ha parecido que había una contradicción que puede acabar convirtiéndose en un cul-de-sac: la insistencia en "girar a la izquierda" y la revindicación de la socialdemocracia. En Francia esa socialdemocracia ha sido barrida, y la ola centrista se ha llevado también por delante a los insumisos de Mélenchon. Ha insistido Pedro Sánchez en reivindicar el PSOE "de siempre" y, al mismo tiempo en presentarse como el portador de la semilla del "cambio", que no se sabe, haciendo un facilón juego de palabras, si será un auténtico cambiazo, como le reprochan ya quienes, desde los compañeros de viaje de Podemos, señalan sus incoherencias ideológicas, como la defensa de los artículos 1 y 2 de la Constitución frente a la eclosión utopista de soberanías múltiples y nacionales, y, sobre todo, el rechazo a ir de la mano -¡menos mal!. de a quienes tan progresistas les parecen a los de Podemos: Derecha Republicana de Cataluña y los proetarras de Bildu. La moción de censura, que estaba pensada como arma arrojadiza contra Susana Díaz para desalojarla del espacio de "izquierda" -o lo que los de Podemos entienden por tal- se ha acabado convirtiendo en una declaración de guerra a Ciudadanos para evitar, desde ese día en adelante, que les pueden volver a poner en el compromiso de tener que defender el gobierno de Rajoy frente al de Sánchez con Rivera. La ingenuidad más llamativa de Sánchez es creer que aún puede volver a reeditar los acuerdos con Ciudadanos y que Podemos se pueda sumar  a ellos. Ha hecho bien en pretender "recuperar" los socialistas que le birló el izquierdismo de salón de Podemos, pero eso es incompatible, al menos a mi torpe entender, con ocupar el centro que Ciudadanos esta cultivando -y ahora con el referente de Macron. con cierta habilidad. Es cierto que Rivera ha escorado su partido hacia el centro-derecha, y lo que no se sabe es si aún existe ese centro-izquierda al que apela Sánchez con una etiqueta, socialdemocracia, que parece hacer aguas en Europa. Lo de Corbyn ha sido una carambola que no responde a los esquemas del continente y sí mucho al desencanto del Brexit.  La permanente "demonización" del PP, en vez de una inteligente apelación a que tomen las riendas del partido gentes que se planten inequívocamente contra la corrupción y quieran regenerar un partido que, guste o no, sigue siendo el más votado en el hemiciclo, no parece el mejor camino para un objetivo, reformar la Constitución, para el que la colaboración y el entendimiento con el PP no solo es obligado, sino necesario. ¿Con quién cree Sánchez que va a contar para ese cambio constitucional? ¿O le ha subido la fiebre y cree que van a "barrer" al PP del Congreso y que tendrán la mayoría suficiente para hacerlo? Las "recetas" de Sánchez para sacar a los españoles de la crisis y a España de la amenaza de quiebra, a poco que los tenedores de deuda decidan no renovar la confianza en nuestro país, son, en términos generales, de una superficialidad exaltada que asusta. He tenido la sensación que ya tuve durante la larga campaña de primarias: allá donde iba prometía algo cuyo cumplimiento no dependía enteramente de su acción política, en un ejercicio de chovinismo visitante vergonzoso. ¿No lo es, vergonzoso, que hable de crear más y mejor empleo, como si, de la noche a la mañana, nos fuera a plantar en los presupuestos el plan quinquenal correspondiente, que prometa a los "exiliados económicos" que "se los va a traer de nuevo a casa" con todos los honores, esto es, con trabajos de jauja, y otras promesas por el estilo, incluida la supervivencia de la minería del carbón, por ejemplo...?  Finalmente, lo del "problema territorial", que solo es tal en quienes se empeñan en considerar los nacionalismos como la expresión inequívoca de mayorías populares que no existen más que en la propaganda y en la imaginación calenturienta de quienes independizarse mediante un golpe de estado, lo ha tratado con esa superficialidad con que ha construido todo su discurso, tan viejo, en todo caso, como los propios de González, pero sin aquella vieja convicción de quienes querían "modernizar" un país que aún estaba más cerca del XIX que del XX, cuando acabó imponiéndose la transición a la democracia. La plurinacionalidad es una suerte de brindis al sol cuando hay fuerzas, como el nacionalismo catalán identitario, retrógrado y secesionista, que aspira a dar un golpe de estado para quebrar la unidad de la nación recogida en la Constitución. Si la política que nos propone Sánchez es un juego de filigranas nominales en vez de la defensa de conceptos claros y compartidos por todos, le auguro que su entusiasmo acabará estrellándose contra la realidad implacable de las urnas. Y esta es la última reflexión que quisiera hacer.Tras haber perdido dos veces consecutivas contra el PP, intentar "desalojar" a Rajoy por la puerta de atrás de una coalición inverosímil, no solo no tiene sentido, sino que, ¡afortunadamente!, los "actores" ya han dicho con rotundidad que no están dispuestos a prestarse a los intereses electorales de Sánchez. Asi pues, Sánchez se ha citado con las urnas para el más difícil todavía: ganar al PP en ellas, ser el partido más votado de España. Todo lo que no sea eso, mucho me temo que tendría que implicar la renuncia inmediata de Sánchez a la dirección del partido y la convocatoria de un Congreso extraordinario para elegir un nuevo Secretario General, una nueva ejecutiva y, sobre todo, un programa ajustado a los deseos y las necesidades de los españoles. Ya veremos en qué acaba todo. Digamos que este Congreso ha sido la primera vuelta de un proceso que aún no ha terminado. Por ahí cerca se perfila ya, según y cómo sea su oposición a la mayoría actual, unas elecciones anticipadas para las que de poco van a valer discursos tan inespecíficos, tópicos y superficiales, lindando en algunos momentos con la demagogia, como el que ha endilgado a sus seguidores en la clausura del Congreso, seguidores que se merecían un mayor esmero, más altura retórica y principios más sólidos que las arengas de conveniencia. 
Sigo atento el desarrollo de los acontecimientos.

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