viernes, 21 de diciembre de 2018

Endesa no tiene clientes, sino siervos… (+ Adenda)



La irresponsabilidad de una empresa que maltrata a sus abonados: la luz, como servicio básico, quizás no debería estar en manos privadas/depravadas...

Todos nos quejamos, con razón, del SAT, el servicio de atención al cliente  que la mayoría de las empresas tiene subcontratados a operadores, usualmente ubicados no en España, sino en países terceros desde donde a ciertas personas les pagan para quitarse de encima a los clientes molestos que, como en el caso de Endesa, nos quejamos de un corte de suministro que, sin causa natural o social de fuerza mayor, terremoto, atentado terrorista, etc., se alarga hasta 14 horas en las que todos los vecinos de una finca, ancianos, adultos, niños, etc. sufrimos los rigores del invierno y las incomodidades manifiestas de no disponer de luz. Los teleoperadores contratados como “Servicio de Averías” por la compañía, se limitan a mentir al cliente, diciéndole que hay una “avería masiva” y que en hora y media restablecerán el servicio. Te dan un número de incidencia. Llamas a la hora y media y todo sigue igual. Les explicas que hace un mes tuvisteis otra avería semejante y que la compañía tardó casi 10 horas en reconocer que era de la compañía, después de haberle hecho gastar dinero a la Comunidad en un electricista que lo verificase. Pues a pesar de ser tan evidente el patrón de la avería, ni puñetero caso. Vuelta a llamar y vuelta al engaño masivo de la afectación masiva. Un poco cabreado, se te ocurre preguntarle si no será que los cdr han hecho un sabotaje con motivo de la visita de snchz a la ciudad condal (mai a la vida “reial”, como pretenden en Netflix), y el operador te dice: Ahorita mismo no podemos verificar que la avería se deba al motivo que Vd. nos expone. Tendría que consultarlo con mis superiores , y lo animé a que lo hiciera, no fuera a ser que… Nueva llamada y una prolija explicación tuya en la que reiteras, aunque les da igual lo que les digas, que en las dos manzanas contiguas, la propia y la de enfrente, todas las fincas tienen luz y que eso no casa de ninguna de las maneras con lo de la “afectación masiva”. Ni caso, de nuevo. La avería se declara a las 16’00. A las 4’30 a.m, después de haber llamado cada hora y media al servicio de averías, en un crescendo de airada indignación,de repente se te pone una operadora, en inteligible castellano, que te dice que han anulado todos los avisos porque para la compañía no hay ninguna avería en nuestra finca que les competa a ellos, y que tengo que buscarme un electricista para que nos arregle una avería de la finca, no de Endesa. Al borde del infarto, tras una noche sin dormir, en calidad de presidente de la comunidad, llamando cada hora y media, incurres en las amenazas y les dices que te vas a un juzgado de guardia para acusarlos de negligencia grave en la atención de un bien básico a personas mayores y niños. Que si quieres arroz, Catalino… A las 8’30 a.m. llaman, finalmente, los técnicos de Endesa, diciendo que llegan en hora y media, pero que si la avería es nuestra, hemos de abonar el servicio. Le digo que por qué no me han dicho eso a las cuatro de la tarde del día anterior y por qué no han venido entonces. Ellos no saben nada. En el servicio de Averías se lavan las manos. Así que he concertado la cita para que vengan los técnicos, vuelvo a llamar al servicio de Averías y me repiten la cantinela: hay una avería masiva y están trabajando en ello, sin saber que los técnicos vienen de camino. Llegan los técnicos y, en efecto, se trata de una avería de la compañía que nos ha desatendido durante 14 horas un frío día de invierno y que, por supuesto, como la de hace un mes, solo nos afecta a nosotros. Uno de los dos técnicos me dice, con no poca sorna, que, si quiero que me atienda alguien de “aquí”, de CAT, que pida que me atiendan en catalán, y así hablaré con alguien de aquí, me entenderán mejor y es posible que me atiendan antes…, aunque eso no lo pueden asegurar, porque la compañía ha recortado en personal, en mantenimiento y en atención a un mercado, el español, que ya le interesa poco. A los tres días nos la vuelen a cortar porque necesitan localizar la avería y quienes vinieron no hicieron un puente que les permitiera buscarla sin dejarnos sin luz. Durante más de una hora me tienen en el vestíbulo de la finca siguiendo de cerca unos trabajos de búsqueda como el de quienes buscan metales por la mañana en la playa con un detector… Al final se van, porque han localizado la avería ¡y eso se lo dijimos al servicio de averías cuando el corte de luz a las 16’00h! en el mismo lugar que la de hace un mes. Se van, pero amenazan con volver, y eso sí, me recuerda que, cuando tengamos una avería, llamemos cuantas más personas mejor, porque solo de ese modo proceden a enviar los técnicos, a ellos... El dueño de la tienda de uno de los bajos está que trina, en plena campaña de navidad…, pero ellos van a cursar denuncia por daños, por supuesto. Nosotros deberíamos, pero te complican tanto la vida para hacerlo, pierdes tanto tiempo vital en ella, que, una vez vuelta la luz, tratas de recuperar lo que el apagón te robó, y recuerdas, entre acongojado y desesperado al Jack Lemmon de El Prisionero de la Segunda Avenida. ¡Perra vida de abonado en la que solo crece la espiga nutrida de la indignación!

Adenda: Nos vienen a "localizar" la avería y nos vuelven a dejar sin luz. Con técnicas algo rudimentarias, a mi ignaro malentender en estos menesteres, buscan por ultrasonidos y luego por contacto acuoso dónde está el cable roto. Marcan un sitio posible. Se van. Vienen otros. Cavan y se encuentran con una avería de una tubería de agua. Hasta que no la arreglen, ellos, la luz, no pueden hacer nada. A las 8.a.m llegan dispuestos a localizar, de nuevo y a tiro fijo, la situación del cable averiado.  LO primeor es cortarnos la luz. Bajo y les digo que hay un scape de agua donde, presumiblemente, está la avería. ¡Entonces, tras haber cortado la luz, se acercan a la zanja y dsscubren que, en efecto, está llena de agua! Pero, oiga, ¿es que no pueden Vds. confirmar con el Agua que la hayan arreglado, antes de venir y cortarnos, pobres de nosotros, la luz, a la hora del desayuno? ¡Qué va, esos del Agua trabajan fatal...!, me dice. A las 9'30 -seguimos en a.m.-  los del Agua cavan y cavan y vuelven a cavar, y solo les sale agua, agua, agua, y sin peces en ese río... Vuelvo del gimnasio y no están. No sé si la han arreglado, pero después de sacar tres sacos de arena, han echado las planchas y no sé si volverán los de la luz para volver a cortárnosla,  en esta página kafkiana que me está tocando vivir como Presidente (sic, sí, con una mayúscula como mandan los cánones del sufrimiento infraestructural), y a la que se sumó, ayer por la noche, el atasco entre dos pisos de cuatro personas, una de ellas un bebé, y una perrita, para rescatar a las cuales hube de avisar a los bomberos que, ¡al menos algo funciona!, vinieron enseguida y los "liberaron" de tan angustioso y peligroso encierro forzado. En fin... (que es un fin que está a punto de finiquitarme a mí...) Casi estoy por pedir, si la palmo de esta, que esparzan mis cenizas en la zanja de la avería...

lunes, 10 de diciembre de 2018

La comarca de las cinco villas. La escapada.



Tres días y dos noches por espacios y poblaciones  privilegiados.

Tener un amigo que ha nacido en Uncastillo  -la lucha de sus habitantes es que no lo escriba nadie separado…- es siempre un motivo sobrado para visitar la villa y, puestos a darse una regalía para el cuerpo y el alma, albergarse en el Parador de Sos del Rey Católico, villa que recibe la adscripción por haber nacido en ella uno de los creadores de España tal y como la conocemos, aunque, al parecer, nació allí accidentalmente, pues su madre iba a alumbrarlo en Uncastillo. El privilegio turístico de esta, sin embargo,  incluso desde Sos lo reconocen, y animan al visitante ocasional de la Comarca a no perderse la belleza especial de un pueblo medieval y una judería muy digna de verse con la documentada explicación de la guía. Viajar, como nos sucedió, por paisajes por donde nunca antes han girado las ruedas del coche, es ya una recompensa notable para los modestos descubridores de realidades cercanas. El desvío hacia Egea de los Caballeros nos metió de hoz y coz en un escenario plácido y próximo a las bellísimas Bárdenas reales, rescatadas por los ecologistas al uso de campo de tiro del Ejército del Aire. Egea tiene algunos monumentos de interés, pero como la oficina de turismo cerró una hora antes de lo que indicaba el horario, nos quedamos sin información y sin la posibilidad de acceder a ellos. Por fuera es un pueblo grande, con ínfulas, aunque edificios notables como la antigua Casa de la Música hablan bien a las claras de un noble pasado. Estar desinformados nos llevo a acortar la estancia y seguir hacia Sos, para comer en el Parador, cuya reputación gastronómica es algo así como la señal de identidad del grupo de Paradores -en cuya dirección el presidente snchz ha enchufado a un próximo, por cierto, que en algo se ha de notar que ha cambiado el gobierno de dedo adjudicador de sinecuras…-. Y así lo hicimos, pero unas exquisitas migas de antología se me atravesaron por su contundencia, excesiva para un casi minusválido gástrico como yo… Nada que un par de horas de habitación tranquila y buena lectura no pudieran remediar. La visita al pueblo, construido todo él sobre roca,
bajo una lluvia de la que era fácil defenderse, dada la estrechez de sus calles y el insólito gentío que en fines de semana inunda la población, nos descubrió una ciudad en mucho parecida a Albarracín, también con su judería y sus iglesias y hasta una simpática escultura de José Luis Berlanga, de traje y con los pies descalzos y desnudos, en recuerdo del rodaje, en aquella población, de esa aproximación en clave de comedia a la Guerra Civil que fue La vaquilla, uno de los últimos destellos de su contrastado genio creador.
Entre Sos y Uncastillo nos desvió la recepcionista del Parador por una carretera comarcal que nos llevaba directamente a Uncastillo y en la que no nos cruzamos, en los cuarenta minutos de recorrido, con  ningún otro coche. Esa es otra de las grandes experiencias del turismo por las carreteras secundarias, atravesar el espacio por donde, desde tiempos remotos han viajado las personas a lomos de bestias o en toscas carretas. Con tantas curvas ceñidas a los lomos de las suaves colinas, la velocidad permite controladas distracciones para apreciar bosques, cultivos, montañas y un horizonte lleno de esplendor.  Tan temprano un domingo, e ignorantes de lo que la villa era, aparcamos al borde de la carretera y nos adentramos, sin otra guía que la percepción despierta de la belleza, por la distribución circular de la villa en torno al castillo, al que subimos y del que bajamos para concertar una visita guiada con vuelta, después de comer, de nuevo a los restos del castillo, lugares en los que siempre los estudiosos del medievalismo literario y del Romanticismo nos movemos como Pero por su casa. El guía supo darnos razón del linaje de nuestro amigo, el hijo de la hija del panadero, y en el restaurante de la villa nos confirmaron su nobleza y bondad natrales: “muy majo, el Paco, muy majo”. El guía, harto simpático y documentado, nos llevo como al ganado por las calles de la villa, ¡Vaaamos, vaaamos!, y apenas nos quedó rincón del que no nos explicara sus singularidades.
Dos visitas guiadas hicimos, y ambas muy diferentes. El paseo por la judería con la visita a los restos de la antigua sinagoga mayor y con un trozo de calle oculto a los ojos del visitante que llevaba al río para tener agua con que trabajar en los obradores, tenía algo de especial emotividad, dado el infortunio que hubieran de padecer habitantes que, de la noche a la mañana, hubieran de empacar sus cosas y poner rumbo al exilio forzado.  De la Iglesia que nos enseñó el dicharachero y socarrón guía que nos amenizó la visita, y más allá del órgano barroco, me impresiono la pila bautismal del siglo VIII. 
Acabamos la jornada en Sádaba, con la única intención, dada la hora, de visitar un castillo mucho mejor conservado que los de Sos y Uncastillo, con su nevero extramuros que, a mí particularmente, me llamó más la atención que el propio castillo, cuya guía lo mostraba con un enfoque didáctico que nos hizo pensar en las visitas obligatorias de los viajes escolares, ¡nuestro pasado laboral!
Viajar con la calma de quien no tiene objetivos que cumplir nos permitió encarar el largo viaje hacia la catedral románica de Jaca, con una disposición paisajística encomiable. Adentrarse por la esquina noroeste de la provincia de Zaragoza para llegar poco menos que a la confluencia de ella con Huesca y con Navarra, nos hizo dar una vuelta por el norte de las Cinco Villas que nos cercó a bosques en pleno cambio de hoja y a una autovía guadianesca de la que entrábamos y salíamos cada pocos quilómetro, únicamente para deleitarnos con nuevas muestras de la belleza paisajística que atesora España, para quien sepa apreciarla. Jaca, ciudad de deportes de nieve, nos gustó, no solo por la catedral, de cuya visita guiada , por el hecho de llegar cinco minutos tarde, no pudimos beneficiarnos: al no haber nadie a la hora prevista, la cancelaron. Con un tríptico nos informamos de lo que pudimos y apreciamos una suerte de catedral fortaleza de hermosa sencillez y  un entrada lateral llena del encanto de siglos cumpliendo la función de resguardo de los elementos. Tanto en Sos  como en Uncastillo, la queja fundamental era el despoblamiento de ambos pueblos, el escaso futuro que les aguardaba y la imposibilidad de revertir ese destino. El turismo por sí solo no es, para combatir esa situación, industria suficiente. Con todo, tanto uno como otro, suelen recibir, sobre todo en la campaña de verano, visitas diarias para asegurar la supervivencia de ambos. En un tramo del recorrido, al pasar por lo que llamaríamos el centro de la ida social de la villa, distinguí un puesto de diarios en el que pude adquirir El País del domingo, una lectura que nos entretendría las últimas horas del día antes de acostarnos y, al día siguiente, seguir camino hacia Jaca. Es sorprendente la capacidad de distensión que permite una escapada de apenas dos días y medio, desestresantes y llenos de vivencias históricas, artísticas, arquitectónicas y paisajisticas de enorme nivel, y que mejor se aprecian cuando se va a los sitios con el espíritu abierto a la sorpresa, sin albergar ninguna expectativa que, como suele pasar cuando se llevan, acaban siendo defraudadas por la realidad. Aún recuerdo la emoción de haber descubierto in situ la estricta objetividad del diminutivo de la Plaza del Torico, en Teruel. ¡Nunca se me despintará mi admiración por tan sabio rasgo de sentido del humor municipal y ciudadano! Me he apalabrado conmigo mismo que la próxima visita a esa bendecida comarca habrá de serlo a las Bárdenas Reales, mochila a la espalda y sendero por delante, pero no en verano, está claro…


domingo, 4 de noviembre de 2018

Crónicas de Robinson desde Laputa… II



El hallazgo de la lógica rancional

Sorprende que el reducido tamaño de Laputa esconda en su seno jardines tan amenos y tan poco frecuentados que bien pueda yo dedicarme a mi observación metódica y rigurosa  de Torilandia -abreviemos…- sin ser molestado por impertinentes admiradores a lo largo del día, ¡y menos aún de la noche!, porque, sí, lo reconozco, el principal país de esa taurófila península, ¡tan peculiar! -bizarre, habría de decir en nuestra irremplazable lengua- ha logrado cautivarme de tal modo que incluso mis propias aventuras de supervivencia palidecen algo, si comparadas con las insensateces, esperpentos y friquiñuelas que no solo se producen espontáneamente en ese país, sino que se reproducen como los conejos que, al parecer, dieron nombre romano -de origen fenicio, como todo el mundo sabe…- a ese conjunto de tierras diversas y poblaciones en permanente conflicto por un quítame allá esta o aquella identidad tautológica, herencia del cristianismo que aún es motivo de discordia, como enseguida veremos. Diríase del que me acoge, de este fresco jardín arbolado, que es algo así como mi backyard privado. Desde aquí, acompañado por la brisa que convierte en cítaras los pinos y disemina su fragancia por toda la contrada, observo con curiosidad filosófica, mi escoptofilia genética, los aconteceres, sobre todo políticos, que tanto apasionan a esas pobres gentes pendientes siempre de lo que no pueden gobernar y olvidados de sus propias vida, dejadas al azar de los vientos en una nave sin gobernalle y en una noche tempestuosa. El hospitalario Juan Poz que me ha acogido en su Provincia Mayor, definió perfectamente uno de los rasgos antropológicos de lo que él llamó Torilandia: el uso de la lógica rancional. Esa lógica rancional se multiplica a cada nuevo cráneo inprivilegiado que abre la boca para exhalar regüeldos que quiere hacer pasar por pensamientos. Prestémosle atención al último exabrupto del sector autonómico: equiparar el uso del castellano y del catalán en el sistema educativo catalán es un atentado contra el catalán como no se había visto desde 1978, ha venido a decir la ministra autonómica del ramo con un despliegue de ofendido papo valleinclanesco. Y quedose tan pancha y oronda y filológica. Prohibir una de las dos lenguas oficiales en Cataluña (los progres acomplejados han de escribir Catalunya, como Girona o A Coruña...) se ve que es una defensa de la cultura. Impedir que los escolares se formen en las dos lenguas propias y oficiales de la comunidad autónoma es, así mismo, otra defensa, en este caso acérrima -que está más cerca de lo que en realidad es, una cerrilidad-, de la educación y, de rebote, de la cultura. Y concluye, después de haber diseccionado otra muestra estadística de una tal Fátima Báñez, ejemplar nativo a medio camino entre los retratos de Picasso y Solana: Se ha de reconocer que la lógica rancional es, como dicen ahora los modernos, transversal. Es acogida en cualquier formación política de, como dicen los cronistas, todo el espectro ideológico, una expresión que asusta bastante más que el referente, la verdad, que ya es decir. Viene esto a cuento de los retorcimientos lógicos y lingüísticos que se han visto obligados a hacer quienes sustituyeron, vía moción de retales, al anterior gobierno de un tal don Tancredo o acreditado tancredista, que está por dilucidarse la cosa, dada la silente y sombría presencia pública del censurado, quien por fin puede dedicar sus días, full time,  a caminar y a seguir la actualidad polideportiva. Andan revueltos en Torilandia por la suerte de yenka que baila el Gobierno de la nación en todo asunto en el que fija sus objetivos propagandísticos, que no propiamente de gobierno. Así, la exhumación del Dictador, alguien sepultado en el más polvoriento de los olvidos, devenida resurrección a costa de no haber previsto qué hacer con sus restos, habiendo la familia expresado el deseo de enterrarlos en una nicho de propiedad familiar en un céntrica y horrible catedral de la capital, lo que ha dado pie a una esperpéntica intervención, saldada con copioso ridículo, por parte de la alucinante lugarteniente del Presidente, ante la diplomacia vaticana, acaso la más experimentada del mundo. O las gestiones de cesión de derechos para lograr un acuerdo con quienes quieren destruir el Estado en su actual forma de monarquía democrática, de modo que con su apoyo puedan aprobar unos presupuestos expansivos -a pesar de los tambores de crisis que ya se escuchan…-que los continúen alojando en el Gobierno durante un año más antes de convocar elecciones. Vistos desde Laputa, estos asuntos, parecen menudencias pueriles, porque son tantos los errores de estrategia, de comunicación y de actuación ante otras autoridades, que dan a entender que han sustituido temporalmente a un hipotético gobierno cabal -¡que no es el anterior!, y que en realidad acaso sea, como tal, “gobierno cabal”, una expresión sin referente real…- y se dedican, quienes usurpan sus funciones, a entretenerse en exhibir su poder ejecutivo, por nimio y, sobre todo, reversible que pueda ser tras unas elecciones en las que no saquen mayoría para formar gobierno. Los díscolos antipatriotas de la franja noreste, cuyos líderes siguen en prisión preventiva, ¡y lo que les queda…!, aún continúan sin decidir si se tirarán al monte de la acción directa, y directamente condenada al fracaso y a la cárcel, o insistirán en la senda reciente de los acuerdos “bilaterales”, los llaman ellos, para sacar el pecho de tú a tú, y aparecer ante sus fanáticos seguidores como auténticos “hombres de estado”, a pesar de que no dan la talla ni a pesar de que el sastre les haga el traje a medida, ese my tailor is rich que suelen tener todos los ciudadanos de esa península y del que presumen ante nosotros cuando quieren usar nuestra lengua. Acostumbrado a tan larga experiencia de la autosuficiencia, me choca que quienes gobiernan, y otros partidos que los apoyan, deseen convertir a sus votantes en gentes dependientes y con escasa o nula iniciativa para contribuir al bienestar propio y ajeno en una sociedad donde se premie la industria, el ingenio y el trabajo, pero ese es un camino sobre el que no me puedo extender en estas crónicas de esas gentes arbitrarias y esperpénticas que suelen olvidar lo esencial para perderse en los laberintos de los juicios de intenciones y las descalificaciones ad hominem, la expresión más pueril y deprimente del uso de la razón. Sí, no se me olvida que ahí abajo funcionan con esa lógica rancional, cuyos ejemplos, desde las clases dirigentes hasta las indigentes, más parecen propias de los yahoos que de las personas racionales. Sobre todo en las noches de luna llena y silencio llegan hasta este recóndito jardín esas voces desgarradas de las amenazas, los insultos, los sarcasmos y las chulerías, como si todas las personas acabaran el día colgados de una botella de aguardiente. Entrar en detalles como el de la ¡ministra de justicia! -sí, todo en minúsculas, ¡porque lo exige la objetividad!, que denuncia a compañeros de profesión por tener líos de sexo con menores sin denunciarlos, sin embargo, en sede judicial, o a la que le parece de perlas que un comisario explote a mujeres para sacar información de sus víctimas empresariales y políticas; o tener un ministro de ciencia, innovación y universidades cuyos criterios éticos a la hora de evadir el pago de impuestos -¡pagarlos nos ha hecho grandes, a los ingleses, realmente!- andan tan reblandecidos como los relojes del gran pintor español ampurdanés; o… Bien, no se ha de cansar a los posibles lectores de estas crónicas, no sea que no quieran volver a frecuentarnos. La política es el conjunto de trampas que nos ponemos, socialmente, para complicarnos la vida, en parte por sport, en parte por ese recio instinto de autosabotaje para el que solemos aliarnos hasta con el diablo, y no doy más detalles por no duplicar tal presencia maligna. Desde esa perspectiva, no es extraño que esa lógica rancional haya encontrado tan feliz asiento en Torilandia, para desesperación de los ilustrados que allí habitan, que no son pocos, aunque puedan menos. En fin, esta observación me distrae de la redacción de mis propias aventuras, pero la doy por buena en la medida en que puedo, a partir de ella, andarme por unas ramas de la reflexión por las que no me puede andar en mi largo y penoso cautiverio, tan ajustado como hube de vivir a los pormenores de la propia subsistencia. Me retiro a descansar, pero seguro que no tardaré en asomarme de nuevo a lo que ahí abajo ocurre, cuyas voces, en la noche estrellada, me llegan con una nitidez solo comparable a la de las voces que les llegaban a los viajeros que viajaron durante cinco semanas en globo por el norte de África.


jueves, 18 de octubre de 2018

Traspasando umbrales... Rastreando vida...



La huella de la vida en la casa propia o el peso terrible y cinerario del museo .


Entrar en las casas-museo de escritores o artistas tiene siempre un sí sé qué de ambigüedad: Ellos ya no la habitan; pero todo parece disponerse para dar al visitante la impresión de que los artistas acaban de salir a hacer un recado y que volverán enseguida para departir breve y cortésmente con nosotros, antes de retirarse a sus "altas" ocupaciones inaplazables. Ese difícil equilibrio entre la presencia y la ausencia rara vez se mantiene con todo su poder de sugestión. Lo propio es que lo museístico, esa sepultura abierta de las vanidades, acabe imponiéndose a la percepción vital de los personajes en su espacio más íntimo y nos impida "conectar" con la humanidad o inhumanidad de los personajes a quienes se rinde la pleitesía de la visita. Tres espacios íntimos visitados en una semana quizás sean muchos, pero los tres fueron interesantes, en la medida en que, al menos dos de ellos, forman parte de los escritores leídos: Unamuno y Saramago. César Manrique, por su parte, forma parte inextricable de la isla a la que sus afanes artísticos han hecho, más allá de su persona y su obra, famosa en el mundo entero. La morada de Unamuno en Fuerteventura, en la antigua Puerto Cabras, fue un hotel, convertido hoy, claro está, en casa-museo, si bien propiamente solo se guarda de él un eco de su presencia en la isla a través de fotografías y los espacios donde vivía y trabajaba. Me fue imposible, sin embargo, acceder a la azotea, a la que se subía desde el impluvium mediante una escalera, para imaginármelo completamente desnudo, bronceándose, mientras leía, orgulloso, los Episodios Nacionales de Galdós como nunca, antes de él, nadie los había leído: como llegó al mundo. Los espacios del hotelito son pequeños y mantienen un aire solemne que no debió de tener en sus días. ¡Qué trabajo cuesta imaginar a un ser tan vitalista como Unamuno encerrado entre esos muebles "estirados", en esa cama severa donde añoraría la presencia cosoladora de su Concha: esposa, novia, hermana, madre, confidente..., según la definió alguna vez. 

No hube de hacer un poderoso esfuerzo de imaginación para representarme a don Miguel escribiendo en el austero despacho donde acaso no estuviera, en su época, la pequeña escultura que ahora hay de Galdós; y ello porque cuando un escritor escribe, la focalización en el papel blanco es de tal naturaleza que bien puede hablarse de que todo alrededor de él desaparece, incluido el propio autor, sumergido en el texto que parece escribirse solo a medid que la mano se mueve con agilidad por los renglones haciendo aparecer en ellos la vida, el pensamiento o el canto... No, no cuesta trabajo intuir la soledad de Unamuno y el apartamiento de sí mientras va componiendo el diario íntimo en sonetos de su destierro tan lejos de España, por más que toda España estuviera con él en la paupérrima isla, aún no bendecida por un turismo lejano, y su palabra fuera el mejor presente de la dignidad de la nación. El hotel, una planta baja de trazado rectangular con dos pasillos laterales a los que se abren las distintas dependencias: habitaciones, cocina, baño, etc., conserva un silencio como de formol y un lustre de aseada fiesta mayor: ni una voz más alta que otra altera el sosiego del espacio: diríase que el artista cincela sus versos llenos de acritud y de nostalgia, a partes iguales, y que nada ni nadie puede ni debe molestarlo. No, en modo alguno teme uno salir de una estancia y musitar un "Buenos días, don Miguel", tras tropezarse con el afable y severo pensador y literato, mientras va camino del cuarto de baño o a pedir un poco de sal de frutas en la cocina para aliviar el ardor del queso majorero, demasiado curado, del desayuno. El visitante se atreve a ver a Unamuno tumbado en la cama, vestido, los brazos cruzados bajo la nuca, los pies descalzos, en actitud ensoñadora, quién sabe si a punto de quedarse dormido en la siesta del carnero, mientra repasa los rostros individuales de su numerosa familia... Una casa-museo, se le revela entonces al visitante, es casi un oxímoron: la vida y la muerte no pueden compartir el mismo espacio sin que, en tan desigual batalla, pierda la vida su razón de ser y gane el museo su rotunda y atildada presencia marmórea. Sí, salir del hotelito es una bendición, y más aún coger el coche-camello y dirigirse a Betancuria, donde la incuria del tiempo no ha podido hacer desaparecer el breve encanto de la que fue capital interior de la isla; por entre sus escasas calles sí que la presencia de Unamuno adquiere una entidad vital de la que carecía en su alojamiento hotelero.
La casa de César Manrique, perdida en un pueblo de montaña, en Haría, no engaña al visitante: en vida del autor ya fue concebida como museo viviente, y todos sus espacios han sido diseñados para ser usados y para ser admirados, al tiempo. 
Ninguna celebridad que visitara la isla dejaba de visitar esa casa, que fue ampliándose a lo largo de los años con nuevas estancias, cada una de las cuales se caracterizaba por la impronta que el artista dejaba en ellas, imprimiéndoles el sello especial de su genio diseñador. Esa vocación museística no ha impedido, sin embargo, que la casa conserve un aire de espacio vivido, habitado, que se aprecia, sobre todo, en los cuartos de baño, de los que parece que fuera a salir, el dueño, cubierto por un albornoz, para invitarnos a un café o un refresco al tiempo que nos envuelve un fuerte aroma a elixir bucal. El privilegiado espacio de la chimenea en una pared de roca volcánica permite rescatar el eco de algunas veladas dialécticas llenas de evocaciones y confidencias. Sí, se oye el apagado chirrido de los muelles de los sofás y la sofocada respiración de los cojines, mientras tintinea en el aire el sonido metálico de la badila que ha tropezado con uno de los morillos tras reordenar los troncos que se consumen en la chimenea. La presencia dominante de libros de arte, de decoración y de diseño indican no solo la especialización del artista, sino el referente que parece haber guiado la construcción de unos espacios en los que ni siquiera falta algún detalle de relativo mal gusto, como la cocina de estilo inglés, impropia del resto de la casa y, sobre todo, de una construcción en la que no parece que tenga cabida el estilo del cottage, pero así son las decisiones artísticas. 
La última visita a un espacio personal sin la persona que lo definía es la casa de escritor José Saramago. Anticipo que el viejo idealista comunista no me ha sido nunca nada simpático. Me recordaba demasiado a Álvaro Cunhal y su tétrica presencia y trasnochado ideario estalinista. Leí su Ensayo sobre la ceguera y me deslumbró la invención y la prosa. Leí después El año de la muerte de Ricardo Reis y le hice un hueco en mi almario, donde Pessoa ocupa destacadísimo lugar. Me chocó, en el estudio del autor, ordenado, pero no fosilizado, su devoción por Pessoa, en las antípodas de su pensamiento político y vital; pero no seré yo quien se lo reproche. La guía nos recordó cuál era el motto que no se le caía a Saramago de la boca: algo así como que el tiempo apremia, y que no se podía perder, que tenía mucho que escribir... 

Esa sola mención a la urgencia de no perder el tiempo me unió a la ausencia del escritor, cuya cama mortuoria me pareció opresiva y, de ser su mujer, para no volver a usarla jamás. Como se trataba de un ser frugal, trabajador, poco dado al exhibicionismo, ningún detalle en la casa excede de la discreción habitual del personaje, quien releía, en los días cercanos a su muerte, La montaña mágica.
La casa es relativamente pequeña y modesta, y los espacios tienen un no sé que de poco prácticos, dado lo abigarrado del mobiliario. ¡Y suerte que construyeron una biblioteca en un espacio adyacente a la casa!,lo que los liberó de un agobio terrible, porque los libros, como los muros la hiedra, lo van ocupando todo y, al final, hasta consiguen echar a los propietarios hacia espacios vacíos donde recuperar una visión deslomada y relajada. Insisto, ninguna pieza, ni siquiera la cocina, donde a veces invitaba el autor a algún despistado que llamaba a su puerta a tomar un café, tan interesante como el estudio: en él se concentras las mejores vibraciones de la casa, las que nos rescatan, como un holograma, la figura del autor dedicado a su labor callada, solitaria y de dimensión universal. Llama la atención una colección de plumas que, sin embargo, son totalmente "postizas": Saramago escribía en el ordenador desde la aparición de estos útiles impersonales. Las plumas son todas regalos de admiradores ignorantes de sus hábitos de escritura electrónica. Esos detalles de decoración, salvo los lienzos que cuelgan en las paredes, le restan vida al museo, y solo la recupera en esos volúmenes "tocados" por el autor y en los que sus ojos castigados se engolfaron con un afán similar al de propio visitante: Gracián, Antonio de Guevara, San Juan de la Cruz... ¡Se siente, entonces, uno como en su propia casa! Ninguna visita más real, a la casa del autor, que la de haber podido sentarse en uno de los sofás de la sala de estar y hojear alguna carpeta donde el autor guardara apuntes, originales, esbozos de futuras obras o pensamientos sueltos anotados en cualquier trozo de humilde papel... La guía, que peca de solemne, por mor de su pasión por el autor, nos recuerda, sin embargo, constantemente, que estamos en un "museo", y es lo peor que le puede pasar al escritor, cuyo espíritu he creído intuir, libre y meditabundo, en el jardín de la casa, junto a los olivos, como el de esa foto entrañable de él transportando uno de ellos en una maceta en el avión para replantarlo en el jardín, donde ahora exhibe todo su orgullo de especie milenaria...

Traspasar el umbral de la vivienda de artistas famosos no siempre significa recuperar la presencia viva de los mismos, pero siempre hay algún rincón que ha sobrevivido al impulso museístico que acalla los rumores, los ecos, de esas vidas. Es extraña la situación del visitante: incómodo por transgredir los límites de la intimidad y, al tiempo, expectante ante cualquier destello de vida que, como una aparición, pueda atesorar en su recuerdo. Como dudoso dueño de una Provincia mayor que el mundo..., el Artista Desencajado entra en el espacio íntimo de los demás y está convencido de que no le gustaría que entraran en el suyo...

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Un libro de historia vivita y coleando... "Anatomía del 'procés'"












Entre la historia, la sociología y la psicología: un análisis académico de un hecho concluido históricamente, pero mantenido con vida artificialmente..., para mayor ridículo de sus deudos.


Coincidiendo con el intento de golpe al estado español dado por el Movimiento Nacional Secesionista Catalán, que creyó poder quebrar la legalidad constitucional con la aprobación de leyes que establecían otra legalidad nueva por las bravas, basada en la inexistente y enigmática "soberanía catalana", se presentó en La casa del libro, que vale decir la casa de la cultura y de la convivencia, el libro coordinado por Joaquim Coll, Ignacio Molina y Manuel Arias Maldonado: Anatomia del procés. Aunque temimos, los asistentes, que la presencia de Manuel Valls acabara fagocitando mediáticamente el acto, este discurrió por los cauces, digamos "académicos", que correspondían. 
El libro surgió de las sesiones de un Seminario dedicado al prusés y celebrado en la UIMP a principios de verano, impulsado, básicamente, por Joaquim Coll. Estamos en presencia, pues, de una novedad editorial cuya oportunidad, en esta fecha tan marcada en el calendario de los horrores antidemocráticos, es indiscutible. La idea original, acercarse al fenómeno del prusés como un proceso acabado y datable, desde 2012 hasta 2017, responde a la necesidad historiográfica de tratar con "hechos conclusos", no abiertos, de modo que la realidad "en curso" no acabe desmintiendo totalmente análisis y conclusiones. Aunque la deriva de algarada y agitprop que han seguido a ese periodo es el pan nuestro de cada día, e indica una lamentable dirección, culminada en la elección del primer presidente abiertamente racista en la Historia de Cataluña, desde la Transición del 78, los presentes, salvo matices, coincidían en que la aplicación timorata del 155 puso punto final al prusés tal y como los propios secesionistas nos lo han vendido, DUI incluida.
Acercarse, así pues, a un hecho "ya" histórico, pero tan cercano, implica unos riesgos ciertos, no solo porque buena parte de los hechos internos, y acaso determinantes, del propio Movimiento Nacional, nos es desconocida -poco a poco vamos conociendo reacciones hasta ahora escamoteadas, como la de Rull: "He hecho el gilipollas", al enterarse de la cobarde huida de Puigdemont a esa Suiza jurídica que ha resultado ser Bélgica; sino porque ni siquiera las conocidas admiten una lectura inequívoca.
La opacidad, la ocultación, el engaño y la propaganda distorsionaban en qué ha consistido el prusés, con su "pompa y circunstancia" de los "astutos"  "acuerdos de País", de las "leyes de transición", de la propia "constitución catalana" de por medio, un conjunto de demencias en las que de forma consciente, pero frívola, colaboró buena parte de la sociedad civil para no pasar por el mal trago de ser considerados traidores, botiflers; esa opacidad, ya digo, ha velado las insufribles contradicciones internas de un Movimiento Nacional con los pies, no ya de barro, sino enterrados en la ciénaga populista del supremacismo, de la xenofobia y de las consignas propias de los regímenes totalitarios de los años 30: un pueblo, una lengua, un Moisés...
Los intervinientes fueron explicando su participación en el volumen con excelente fortuna, porque quedó bien claro a los presentes la génesis y el tenor de las participaciones en una obra que no es una suma de opiniones heteróclitas, sino un enfoque multidisciplinar de un hecho considerado ya, por los  coordinadores "histórico", y no en el sentido en que los secesionistas nos han aburrido con su secuencia infinita de miserias históricas con las que pretendían convencernos de que íbamos hacia la Tierra prometida, en vez de al desastre. Joaquim Coll hizo una distinción muy conveniente entre el título del voumen, Anatomía... y el que pretendían los editores que tuviera, Autopsia... Que hayan dejado Anatomía... lo acerca al título del libro de Cercas, Anatomía de un instante, sobre otro intento de golpe de Estado. A mi parecer, es esta, la de Cercas, una "ausencia" que se echa de menos, sobre todo por el atento seguimiento que ha hecho el autor de todo lo relativo al prusés desde las páginas de El País, pero en modo alguno ensombrece la importancia de los que figuran. Joaquim Coll se centró en el reto que para los historiadores entraña acercarse, como hecho consumado, a esa cálculo erróneo de las propias fuerzas e incluso de la "nobleza" de la propia causa, con los efectos consiguientes, siendo el peor de todos, la insuturable división interna de la población catalana entre quienes quieren una república autoritaria y paraétnica, de un lado, y quienes seguimos defendiendo la radical españolidad de Cataluña y el acatamiento a la Constitución del 78, de otro.
Bassets analizó el fenómeno de la supeditación mediática al prusés, marginando de raíz la expresión de un pensamiento crítico, lo cual ha "unificado" la producción de mensajes de los canales públicos y pseudoprivados, con la consiguiente merma del pluralismo informativo, un hecho poco o nada democrático. Él no lo mencionó, pero en la mente de todos todos los asistentes estaría el famoso inicio de esta perversión mediática: el editorial conjunto que contribuyó, como otras muchas reuniones solemnes de esa "Mesa por el derecho a decidir", y engendros semejantes, a la construcción de la uniformidad de pensamientos y de objetivos "políticos". Insistió, además, en un punto crucial del éxito del prusés: la construcción de un relato eficaz del memorial de greuges, por más que constituya una impostura, una mixtificación. En el haber del prusés señaló dos factores determinantes: los medios de comunicación y la escuela, cuya existencia no explica por sí sola el prusés, pero sin la cual tampoco podría explicarse. El mundo de la información  ha descubierto, malició Bassets, adjudicándoselo a un colega de La Vanguardia, els mitjans privats concertats... A través de ese despliegue mediático se transmitieron con eficacia ideas del XIX con tecnología del XXI. 
Fue Manuel Valls quien recoró la importancia de la manifestación del 8 de octubre como reacción constitucionalista contra el golpe al estado. En la parte de las respuestas a las preguntas de los asistentes, Joaquim Coll recordó la perplejidad del psC ante la explosión de indignación de más de un millón de personas -dijeron, pero ya se sabe que las cifras en CAT sufren de *guarismitis- y ante la ceguera hermenéutica de Josep Ramoneda, incapaz de detectar la puesta de largo del nuevo "sujeto histórico" frente al relato de la Cataluña única, homogénea y excluyente de los secesionistas.
Astrid Barrio expuso su convicción de que el modelo del prusés respondía  a lo que los politólogos llaman el modelo de sobrepuja, según el cual, en ausencia de un poder efectivo y aceptado -como fue en su tiempo el de CiU- entre los partidos y las asociaciones que se disputan la influencia social para conseguir los objetivos políticos se establece una competición para ir "mas allá" en los objetivos o en los métodos que, en este caso, de los partidos secesionistas y los movimientos de la ANC y Ómnium nos han traído al actual cul-de-sac, en el que, sin embargo, como se advierte por el tándem Puigdemont-Torra, algunos insisten, ignorando que ya se ha producido un final "de hecho" con el 155, que ha inutilizado el modelo. Insistir en él solo llevará a una repetición, más dura, del 155 y a las responsabilidades políticas pertinentes. Barrio defendió, también, que el modelo del prusés constituye una deformación sustancial de los fundamentos de la democracia liberal, y de ahí la nula repercusión  internacional favorable a un modelo populista que ataca esos fundamentos compartidos por la Unión Europea. La profunda indefinición de los límites entre partidos y asociaciones de activistas está en la raíz de esa "competición" por liderar la vía unilateral hacia la independencia, al margen de las consecuencias objetivas de la transgresión legal que ello supone y que ha dado con políticos y activistas en la cárcel, de modo preventivo.
 Durante el breve turno de respuestas al público, se abrió un debate que, de hecho, ha de ser el debate que nos ocupe a los catalanes en muchos años por venir: la redefinición del catalanismo político.  Ahí las posiciones de los presentes, como es natural, divergían, porque, dada la emergencia del nuevo sujeto histórico que no "comulga" con lo que hasta ahora había sido tolerado con sorprendente pasividad a cambio, parece, de la paz social, la configuración del relato excluyente del catalanismo ha sufrido un revolcón descomunal y ha provocado un rechazo que va a ir más allá de cuanto conocíamos. Nada, ya, va a ser lo mismo. Auguro, sin embargo, teniendo la manos lejísimos del fuego..., que la tercera va de quienes compartimos las identidades catalana y española en riguroso plano de igualdad oficial y emocional, iremos ganando, poco a poco, el relato de la "nueva Cataluña" que sustituya al antiguo pal de paller que quiso ser un nacionalismo cuya verdadera cara corrupta, supremacista y xenófoba encarnan Pujol, CiU, y cuanto, en forma de secesionismo delirante ha venido después.
Manuel Valls supo huir del vedetismo político que su propio currículo le otorga,  y puso el acento en la recuperación necesaria, urgente, de la dimensión española y europea de Cataluña, porque son las únicas vías a través de las cuales nuestra Comunidad puede ejercer cierta influencia en la realidad política actual.
Al acabar el acto, se me ocurrieron dos cosas. Una, que la mejor definición del prusés la hizo Galdós al relatar la enésima campaña carlista por conseguir la legitimidad del trono: En San Carlos de la Rápita desembarcó la locura. Venía guiada por la necedad y a recibirla salió la ceguera. ¡Y nos habían hecho creer que todo lo tenían bien dispuesto! Dos, que los secesionistas deberían pensar que sin los catalanes constitucionalistas nunca serán nada, pero que juntos, todos podremos serlo todo.
Finalmente, ha de insistirse, por amor a la verdad, que el libro no es una mera recopilación de artículos, sino una exploración, desde diferentes ámbitos y enfoques, de un hecho histórico notable y desgraciado, con una perspectiva académica, esto es, lejos de la confrontación política y adscrita de lleno al análisis metodológico riguroso, de la que se beneficia el lector, quien recibe un plus de ecuanimidad, de objetividad y de desapasionamiento crítico.
Ítem más: Había cierta expectación política por la decisión pendiente de Manuel Valls de aceptar el ofrecimiento de C's para encabezar su candidatura a las municipales en Barcelona ciudad. No la despejó, por supuesto, pero sus últimas palabras fueron un alegato a favor de la consolidación del proyecto europeo y de la importancia de Cataluña dentro de España y de Europa, y de la necesidad de construir un catalanismo plural y abierto. 
Nos va el futuro en ello.


viernes, 31 de agosto de 2018

Lanzarote a ojo de buen turista…



Entre isla afortunada y privilegiada: Lanzarote o el delirio volcánico de la austeridad.

Como tengo por costumbre aleccionar a mis coexpedicionarios,  los turistas vamos a los destinos turísticos a “trabajar”, y el turismo es profesión exigente: horarios, itinerarios, programas de visita…, todo se confabula para exigir del buen turista una disciplina férrea que rendirá sus frutos solo si uno no se aparta de su dura práctica y persevera en ella sin dejarse arrastrar por desviaciones que solo buscan arruinar una estrategia de dominación del objeto.

Llegamos tarde, mal y con el sobrecosto de un taxi hasta el hotel en el quinto infierno. La isla es pequeña, sí, pero viendo cómo sube el taxímetro durante casi 40 quilómetros, la sensación subjetiva es que uno viaja de Barcelona a Cádiz… El segundo viaje, este en guagua, desde Playa Blanca hasta el aeropuerto, para coger el coche de alquiler que por el retrase del avión nos fue imposible recoger en Avis, aunque otras compañías, Herz, por ejemplo, sí que esperaban a sus clientes retardados por Vueling…; ese viaje en guagua, parando en todos los pueblecitos de la costa antes de llegar al aeropuerto, sí que ha sido un auténtico bus turístico, a juzgar por el repaso a todas las poblaciones que ha hecho y que le hemos de agradecer. Ya en posesión del coche, y con las oportunas recomendaciones de la amable azafata de la agencia de Información y Turismo, nos hemos lanzado a la aventura del mercadillo en Teguise, en la que nos hemos sumado al torrente de turistas hasta colapsar la pequeña villa llena de encanto . Hemos comido regular, un local regentado por extranjeros, y, después hemos salido hacia Harías, una travesía excepcional, porque hemos atravesado un puerto de unos 700 metros, con una carretera estrecha y, en algunos tramos, envuelta en nubes bajas, colgadas de las laderas de la montaña que aportaban un toque casi invernal a un día brillante, soleado y caluroso, en términos generales. La subida y el descenso me recordó, sobre todo, la bajada del Teide por La Orotava, en Tenerife, más pronunciada que esta, pero esta igualmente ofensiva para los indigestos vértigos de mi Conjunta ni, en segunda edición, para los de nuestra hija. En Harías, otro pueblo blanco más, pero vacío de animación, queríamos visitar la casa famosa de César Manrique. Y lo conseguimos, aunque dimos un vuelta tremenda, porque seguimos las indicaciones para los coches. Teníamos poco tiempo, pero lo exprimimos bien. Es extraño que lo más famoso de una artista plástico no sea ninguna de sus obras y sí su morada, diseñada hasta el último rincón con magnífica disposición de diseñador de interiores, aunque se crucen estilos muy distintos en el interior y peque de cierto recargamiento. En cada pieza, en cada esquina, desde los techos hasta los muebles, pasando por todo la cachivachería propia de un espacio íntimo habitado y exhibido, hay una voluntad de composición artística indiscutible. Ello no quita, claro está, que haya una cierta topicidad en los gustos del mansionista, con una cocina estilo inglés que desmerece totalmente de la arquitectura nativa en que se inspira la casa. Los baños externos acristalados son un  prodigio luminoso muy propio de ese exhibicionismo inherente a la concepción museística que preside el diseño de la casa. La parte central de la sala, dedicada a la chimenea impetuosa, incrustada en una pared toda ella de piedra volcánica, invita a sentarse, encender el fuego, por amor al fuego, jamás por la temperatura, y compartir una seductora conversación… con el libro de turno. Seguimos la ruta y, también en tiempo de descuento, llegamos al Mirador del Río, desde donde contemplamos, a nuestro antojo, la sugestiva isla
La Graciosa, en la parte norte de Lanzarote.  Como estreno oficial de las vacaciones, recorrimos la isla de sur a norte y de norte a sur, del Mirador hasta Playa Blanca, donde un súper abierto nos facilitó aprovisionarnos de fruta y yogures para la cena. Los alrededores del apartotel  están diseñados para consumidores de bonos turísticos que incluyen la estancia y la playa justo enfrente del alojamiento; pero el paseo junto al mar es muy agradable. Hemos llegado hasta el puerto y hemos sacado, con antelación, los billetes del ferry para ir a Fuerteventura, donde Unamuno fue transterrado, porque para ser desterrado, propiamente, tendrían que haberlo enviado fuera del territorio nacional, lo que no es el caso. Hay, sí, destierros judiciales fuera de unos límites municipales o regionales, pero el clásico destierro, como el de los liberales del XIX, implica haber de huir al extranjero. Una mañana tranquila a la que seguirá la visita al Timanfaya, a ver qué da de sí… Pues ha dado mucho, ya lo creo, porque el solo hecho de conducir por el Parque Nacional entre extensiones inacabables de piedras volcánicas, lava y ceniza es un placer absoluto, místico. Llegados al punto de acogida de visitantes, hemos transbordado a un autobús que nos ha llevado por el interior del Parque Nacional, en una visita que rendía pleitesía a los cráteres reventados a fuerza de expulsar tanto fuego, tanta lava, tantos piroclastos, hasta transformar el paisaje de un modo tan abrupto como hermoso. Le viene a uno a la memoria el axioma literario antirromántico de Breton: La belleza será convulsa o no será, quien, por cierto, visitó y se enamoró de Tenerife, presidida por el Teide…
He tenido la sensación, atravesando este paisaje en autobús, de desplazarme en el Pathfinder de la NASA, y a buenos entendedores… Es cierto que he echado de menos que nos permitieran un esparcimiento caminador en algún punto del recorrido, pero van los viajes tan pautados y son las rutas por donde circulan los autobuses, las guaguas, tan estrechas, que resulta del todo imposible hacer algo así sin provocar un considerable desorden. Para calibrar la geotermia del lugar, hemos asistido a una demostración del poder calórico del terreno que pisábamos a escasos metros bajo nuestros pies. Un aporte de paja introducido en un hoyo de escasa profundidad, enseguida ha provocado un incendio de amplias y espectaculares llamaradas. Una parrilla dispuesta sobre un pozo seco de unos quince metros de profundidad, permite asar la carne a una temperatura entre 180º y 250º, lo que añade un plus de tipicidad inigualable al restaurante donde se sirven tales viandas cocinadas con el fuego del infierno, literalmente. De regreso hacia el apartotel, hemos ido a visitar Los Hervideros, una excavación del mar en la roca y en la que, con marea impetuosa, se advierte un fenómeno singular: el agua trepa por los huecos horadados en la roca y sale bramando al exterior a modo de géiseres como el que el empleado del Timanfaya provoco artificialmente echando agua en un tubo de metal hundido unos 10 metros en la tierra. Una breve visita a las salinas de la zona han puesto punto y final al recorrido turístico de hoy. ¡Y mañana más…! Un destino turístico ha de tener, además de los alicientes básicos: buen clima, sol, playas inmaculadas y una gastronomía envidiable, algunos atractivos entre exóticos e idiosincrásicos que permitan al turista ciertos extremos de exageración que le ayuden a salir del paso social con el clásico: “pues ve tu el año que viene y compruébalo con tus propios ojos”.
Quizás el tubo volcánico que formó el volcán La Corona hace 20.000 años a lo largo de seis quilómetros bajo tierra, más otro y media que se adentra en el mar no acabe de tener la grandeza de ciertas cuevas prehistóricas que están en la memoria de todos, españolas y francesas, pero, en sus dos versiones, la rústica y la doméstica, la segunda, obra de Manrique y un colaborador suyo, da de sí lo suficiente para rendir la pleitesía de la visita a ambas cuevas. Como es natural, el viaje subterráneo de un quilómetro por un espacio apenas tratado tiene una naturaleza más cercana al estado original. El segundo, Los jameos (palabra guanche para “abertura”) del agua, son un ensayo de acción estética sobre un medio natural espectacular que, sin dejar de ser efectista, peca más de cuidada escenografía que de otra cosa, aunque se ve con gusto, insisto. En el remate de la jornada, que entraba en el bono de visita, el Jardín de Cactus, obra, ¡como no!, de Cesar Manrique, ha resultado ser la sorpresa del día, al menos para mí, porque lo mío es auténtica pasión por los jardines botánicos. Este, dada su especialidad, su monocultivo, no se puede comparar con la joya que es el de Tenerife, que aún “obra” en mi memoria -y en mi Colección Particular de fotografías-; pero en la medida de su dedicación exclusiva a los cactus tenía el aliciente de mostrar la diversidad dentro de una sola especie: la más resistente al calor abrasador y a la ausencia de lluvia, es decir, estamos hablando de la categoría de los “resistentes”, de ahí que me sienta tan cercano a ellos; cactus, por otro lado, perfectamente protegidos para defenderse de depredadores, humanos, animales o vegetales que, de otro modo, acabarían con la especie en un decir amén.
El espacio diseñado por Manrique tiene estructura de anfiteatro y en las paredes hay terrazas por las que se puede pasear y admirar especies de menor tamaño. El efecto que produce el abigarramiento de ejemplares es el de una “selva” de cactus, lo cual es una novedad, ciertamente. Pasear por sus bien trazados senderos a la búsqueda de los cactus más exóticos sí que se puede conceptuar como “safari vegetal”, y el éxito me ha acompañado, porque si no he “cazado” fotográficamente unos veinte hermosos ejemplares que sumaré a mi archivo de árboles no he cazado ninguno.
La parada para comer la hemos hecho en Punta Mujeres, donde he entrado acompañado por dos, como salvoconducto. Lo “típico” del lugar son las piscinas marinas entre naturales y artificiales que festonean la línea de mar del pueblo y le otorga una personalidad muy propia. Nos han recordado las espectaculares de Garrachico, en Tenerife, espléndidas. Y mañana a Fuerteventura, con el recuerdo del trasterramiento de Unamuno por su oposición a la dictablanda de Primo de Rivera. Salto de isla, de Lanzarote a Fuerteventura, con el ánimo de ver la casa-museo de Unamuno en Puerto Cabras, hoy Puerto del Rosario. Cualquier museo tiene algo de falso y de gato por liebre, y uno nunca tiene la seguridad de que todos los objetos expuestos formaran parte del día a día del don Miguel universal, uno más del coro de Migueles que han dado gloria a la lengua y al país. Siguiendo una tradición que inicié, si no recuerdo mal, con la Divina Comedia en Florencia, en esta ocasión he querido releer “in situ” los sonetos del libro de De Fuerteventura a París, 66 sonetos, algunos de ellos comentados, que reflejan lo que fue el exilio forzado de Unamuno en la pobre y lejana Fuerteventura de 1924. El contraste entre aquella isla y la de hoy, desarrollada gracias al turismo es escalofriante, por lo que algunas fotos permiten constatar.
Unamuno se hospedó en un hotel a cuya azotea solía subir por unas escaleras desde el patio central para darse baños de sol completamente desnudo, situación en la que leía obras como las de Galdós, a quien “redescubre” en aquella estancia a la que lo llevó su pasión política y su rechazo a una monarquía que no tardaría mucho en caer, tras las elecciones municipales de 1931, que alumbraron la instauración de la Segunda República, de tan triste recuerdo: un auténtico episodio de locura política que acabó como acabó, por la responsabilidad de todos. Después de comer en El Cangrejo Colorao una sama a la espalda exquisita, hemos vuelto al camino a lomos de nuestro Citroën “cactus”, que diríase bautizado para uso exclusivo de las Canarias. Sobre la lectura, ya me extenderé en otros espacios más apropiados. Hemos hecho “a imitación de don Miguel”, por supuesto, una excursión a la primera capital de la isla, Betancuria, nombre que homenajea al conquistador de la isla, Jean de Bethencourt, normando. Como nos dijo la guía del museo/casa de Unamuno, Betancuria son “cuatro casas”, pero arracimadas alrededor de la iglesia y con un sabor antiguo y auténtico difícilmente hallable en otros rincones de la isla. Finalmente, ante de regresar al ferry, hemos ido a ver las playas salvajes de dunas, cuyo trazado completo estaba impracticable porque una productora, la de la película Wonder Woman, había pagado para reservarse esa parte de la isla durante quince días… El tramo que hemos visto, con todo, permite figurarse el resto inaccesible. Ambos viajes en el ferry han tenido el placer de las travesías cortas, como la que hicimos de Tánger a Algeciras, hace algunos años. Y mañana sí que, al parecer, ¡no me escapo de la playa, del día de playa, para ser más exactos! Lo meto aquí, sin su espacio, porque he olvidado dónde lo vi, pero las tapas de las alcantarillas están hechas en Aranda de Duero, que ya es decir… Como contrapunto, y por imperativo de mi Conjunta, hoy tocaba día de playa que, al final, ¡gracias a Hermes!, se ha convertido en día de playa y de senderismo, porque hemos visitado el espacio natural protegido
El papagayo, al final de la isla, más allá de Playa Blanca. Hemos tenido que llegar por un sendero de tierra lleno de baches que me ha hecho temer lo mío por el coche de alquiler. Llegados con bien y con tensión, ese espacio mezclaba un paisaje desértico, acantilados y playas en calas de desigual tamaño pero con excelente arena blanca y unas aguas frías y transparentes que el cuerpo sudoroso ha agradecido tras la caminata, de promontorio en promontorio, descubriendo playas paradisíacas a nuestros pies. Lo bueno de un día así es que desaparece el concepto de “rentabilidad turística”, que, se quiera o no, teniendo el tiempo tasado, se desarrolla automáticamente en el visitante. Hemos tenido la suerte, además, de podernos instalar en una franja de sombra donde guarecernos del sol acosador y aplicarme, yo, a la lectura curiosa del libro de Frederic Lenoir, Du bonheur, que encontró mi hija, huérfano, en un banco del aeropuerto de Barcelona y que yo, por esos azares que me entusiasman, he convertido en mi libro de vacaciones. Lo leo en francés, por supuesto -aunque en toda mi vida solo he hecho un curso de un mes, intensivo, en la EOI-, y estoy aprendiendo mucho sobre el idioma, cuyas fórmulas frasísticas voy desmenuzando con inequívoca pasión filológica, que es lo mío, que fue mi profesión y sigue siendo, hoy, mi pasión.
Penúltimo día isleño y hoy tocaba playa matutina y visita a la casa de Saramago y de Pilar del Río, su segunda esposa. Recordemos que Saramago se instala en Lanzarote cuando Cavaco Silva busca que se prohíba en Portugal una novela del autor: El evangelio según Jesucristo. El matrimonio y unos cuñados compraron un terreno y aprovecharon, en la parte alta de la zona de Puerto del Carmen, en Tías, para construir dos viviendas adosadas. Después del Nobel decidieron habilitar junto a la casa un edificio que sirviera de biblioteca para los 15.000 volúmenes de la pareja y como despacho del autor.
Tercera casa de artista que visitamos en este viaje. La de Saramago, que falleció en 2010, guarda aún un efluvio cordial del personaje, aunque, por la visita guiada, se intuye que se trataba de un personaje tímido, silencioso, amante del recogimiento y, sobre todo, muy amigo de que no le robasen su tiempo de escritura, ese “que aprieta”, como solía decir. Me ha impactado ver la cama donde murió, después de desayunar. Se encontró mal y quiso volver a acostarse, ya para morir, mientras oía su nombre repetido, “José, José, José…”, de labios de su mujer. No era infrecuente, al decir de la guía, que si alguien llamaba a la puerta, saliera él mismo a abrir y, según costumbre de hondas raíces humildes, invitar a un café a quien llegaba a su morada. La casa está diseñada con gusto y sentido utilitario de los espacios, lo que no priva de hallar en ella todo un arsenal de recuerdos, pinturas, colecciones de diferente naturaleza, plumas, caballos, etc., y esos objetos propios, íntimos, que van jalonando la vida de un artista y la de cualquier hijo de vecino. Nos han explicado cómo fueron haciendo la casa poco a poco e incluso cómo uno de los olivos llegó a ella traído por Saramago en una maceta entre las piernas, en el avión. 12 años después, el mismo olivo se alza majestuoso en la entrada de visitantes.
Aunque tiene colección de plumas, escribía en el ordenador. En el primer estudio, el de la casa, comenzó y acabó Ensayo sobre la ceguera. Cuando murió, estaba releyendo La montaña mágica, de Mann, entre otros. En su despacho he visto una edición estándar de Antonio de Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, y, en una mesa del salón, donde los sofás, El político, de Gracián. Era devoto de Pessoa, per no se me ocurren dos escritores mas disímiles por intereses, estilo, personalidad e ideología. Nos hemos dejado aconsejar por una sobrina de la mujer y por la guía, y hemos ido al restaurant La Ermita, donde, de tapas, hemos comido muy bien. Después de dar un paseo bajo un sol inclemente por la parte antigua del Puerto del Carmen, un espacio ultramasificado, pero aún presentable, hemos escogido otra recomendación de la guía: no perdernos la visita al volcán El cuervo, donde Sebastião Salgado les hizo una foto maravillosa a Saramago y su mujer, por cierto. Tras una caminata a través del mar de lava del Parque Nacional del Timanfaya, la visita ha sido espectacular, casi sobrecogedora. No dejaban encaramarse a la ladera del volcán muerto, pero, al dar la vuelta al cono, hemos descubierto que podía visitarse por dentro y nos ha llenado de alegría el descubrimiento. Impresiona  figurarse lo que debió de ser, en su momento, el siglo XVIII, semejante explosión. A la vuelta hemos pasado por los cultivados viñedos de La Geria en plenos terrenos volcánicos, lo que, al parecer, confiere a la uva una especial dulzura y, por lo tanto, un vino particularmente seco. Y para “casa”, a darnos un bañito en la piscina, el primero y el último, una buena ducha y una copiosa cena de fruta, queso, jamón y yogur. Y mañana, ya de volandas para casa, la verdadera, adonde tengo enormes ganas de llegar. Último día en Lanzarote. Desayuno copioso y playa, tras haber hecho las maletas. La playa, excelente. El agua, con cubitos de hielo. Un comidón exagerado, un arroz negro para trescientos, no para tres…, y después a cargar el coche y de visiteo hasta que se haga la hora de devolverlo y de facturar el equipaje.
Hemos ido al Golfo, a ver lo que es un cráter abierto frente al mar y un sucinto lago en el fondo del volcán, producto de las aguas del mar que han penetrado vía subterránea, con un color verde esmeralda producido por las algas que lo colonizan. [Muy a posteriori, en casa, recordé que Almodóvar había rodado en Lanzarote su película Los abrazos rotos, y sí, ya he visto que sale el charco de Los Clicos en El Golfo].
El pueblo, minúsculo y hermoso; las playas, abruptas y casi inaccesibles. Subiendo a un mirador, un buen costalazo tras patinar en un resalte y para “empatar” con la caída horizontal de mi Conjunta esta mañana en una roca “jabonosa” junto a la orilla. Dejamos para el final Arrecife y tuvimos la mala fortuna de llegar en día festivo del patrón de la ciudad, San Ginés, según nos informó un pizpireto camarero italiano al lado de la iglesia consagrada al santo. La ciudad, entre horrorosa y casposilla, al menos la parte vieja que visitamos, nos dejó quejosos. Esperábamos algo más, desde luego. Con poco o nada que hacer, nos tomamos un refresco e hicimos tiempo para regresar al aeropuerto, dejar el coche, facturar y, ¡por suerte!, salir a nuestra hora. Aunque llegamos a las 2’30h, nuestro hijo tuvo el gran detalle de venir a buscarnos con el coche…, lo cual fue, propiamente, un broche de oro a un viaje que nos ha seducido totalmente, y que repetiremos, sin duda, si el tiempo y la salud acompañan…



viernes, 17 de agosto de 2018

Veraneo jubilar: La Sagrada Familia y Shomei Tomatsu...



El parque temático  Eurogaudí: La Sagrada Familia,  y Japón desde la posguerra a nuestros días a través de la mirada comprometida de Shomei Tomatsu.

Ha tenido que venir una amiga de nuestra hija que nunca había estado en Barcelona para que, venciendo todas las reticencias del mundo, sacáramos entradas para visitar La Sagrada Familia y adentrarnos en ese parque temático gaudiniano hecho de luces y de sombras por un igual. Es cierto, como dice la guía, que se trata de una catedral original: las estatuas están fuera y dentro, huérfano el interior de ellas, el espacio relativamente vacío ocupa el protagonismo absoluto. Se cerró la nave central y se aprovechó para que el Papa la consagrase oficialmente. Algo vi en televisión de aquella ceremonia y me dio la impresión de que habían construido una discoteca "a lo divino", del modo como se hacían versiones "a lo divino" de algunas obras en nuestro periodo clásico: el Garcilaso a lo divino, de Sebastián de Córdoba, por ejemplo, el própio Cántico espiritual de San Juan, que vuelve a lo divino el Cantar de los Cantares, o los Juegos de la Noche Buena en cien enigmas, de Alonso de Ledesma, entre otros.
Los juegos de colores que dotan de una policromía singular los laterales de la nave central, con sus colores simbolicos: verde esperanza y azules fríos para la fachada del Nacimiento; rojo pasión para la fachada de la Pasión, compiten con las luces de los templos modernos del culto al cuerpo y sus ritmos. Visité el templo al poco de instalarme en Barcelona, cuando solo la fachada del nacimiento y la cripta era cuanto se ofrecía al visitante, porque los fondos llegaban con cuentagotas y, tratándose de un templo expiatorio, las obras se acompasan al ritmo de las donaciones. Ahora, con las fortísimas entradas de la atracción turística en que se ha convertido el templo, diríase que protestante y ausente de toda traza de religiosidad católica, dada la severidad y austeridad de su interior, solo rotas por detalles de ornamentación propios de una mente visionaria. La entrada por la fachada del nacimiento permite establecer una conexión entre el canto a la naturaleza ubérrima y fecunda de esa fachada y la representación arbórea que sustituye las nervaduras de las columnas para formar las bóvedas de esta catedral neogótica, con su innegable toque flamígero que ofrece una coherencia entre el exterior y el interior.
Con esa perspectiva, está claro que lo más conseguido del templo está en las alturas, como si Gaudí hubiera deseado que nos concentráramos en las alturas, en el espacio por excelencia de la divinidad. Hacia ella llevan las cuatro escaleras que, impracticables ese día de nuestra visita por la lluvia, se le ofrecen al visitante, sin embargo, como cuatro joyas arquitectónicas, si bien las que flanquean el altar tienen un diseño de casa señorial espectacular muy diferente de las del fondo de la nave, de perfil más utilitario. Los contrastes de todo tipo son el ADN de La Sagrada Familia. La interpretación antropológica de la erección del templo en honor de la Sagrada Familia ya la hizo Luis Goytisolo en Antagonía, y a él remito al lector para entender, cabalmente, la particularidad catalana del templo. Me limito a destacar, en lo visto, el abismo que hay entre unas y otras partes del templo, en los horrisonos plafones coloristas que representan a los cuatro evangelistas, el contraste entre el realismo de las figuras de la fachada del Nacimiento y el diseño manga, Mazinger zeta avant la lettre,  de los "guerreros" de Subirachs, autor de una fachada de inequivoco mal gusto, aunque he de confesar que el Ece Homo tiene cierta grandeza y que la perspectiva en  contrapicado desde la columna central consigue un efecto sorprendente.
Hay mucha geometría variable en este templo, pero no siempre los efectos conseguidos redundan en el placer de la contemplación. Las protuberancias, al modo de escafandras, de las columnas, tienen un aire visionario "a lo Julio Verne" que contrasta poderosamente con la religiosidad de que Gaudi quería impregnar a su templo expiatorio.
No digo que descontextualizadas del espacio religioso no tengan un cierto atractivo, pero en el interior del templo más parecen cosa de chafarrinón que de ingenio. He de reconocer que las puertas "vegetales" de Etsuro Sotoo, autor también de las cestas de frutas de los pináculos son un prodigio de lirismo vegetal en el que no faltan siquiera insectos habituales del follaje. Me han recordado sobremanera las de Cristina Iglesias para El Prado, aunque estas tienen una grandeza de la que carecen las del japonés, más modestas en su concepción y en su realización, frente al gigantismo de las de Iglesias, con sus 22 toneladas de peso.
El éxito turístico de la Basílica es innegable, aunque dudo mucho de que parte de esos contrastes tan marcados en una obra que lo tiene todo de pastiche, dada la variedad de estilos que la conforman, se hayan debido a una decidida voluntad de atraer a esas masas. No sé si cuando esté acabada, dicen que dentro de ocho años, será un templo reconocido por su religiosidad, si será un templo visitado para el rezo y la liturgia, pero mucho me temo que esta gallina de los huevos de oro no va a dejar de ser explotada. Será estupendo, si ello fuera posible, pasear por el entorno del barrio y , sin muros ni grúas, poder pasar de una a otra plaza a través de la iglesia y, quien sea religioso, poder recogerse ante el austero altar y negociar con las alturas agradecimientos y perdones, y quien no lo sea, reconocer este o aquel detalle en el que siempre es capaz de hallar complacencia y tranquilidad de espíritu, como el de la luz del atardecer atravesando las vidrieras rojas y anaranjadas de la fachada de la Pasión. Reconozco que me ha interesado mucho la visita, a pesar del precio disparatado de la misma, y que, aun no pudiendo compararse ni de lejos con la Catedral de Toledo, de Burgos o de Santago de Compostela, tiene suficientes alicientes arquitectónicos como para recrearse en ellos una buena tarde. Nuestras jóvenes acompañantes se cansaron relativamente pronto de la visita, pero, con tiempo, hemos de volver, mi Conjunta y yo, para disfrutar de esas magnas escalera que nos están pidiendo: ¡súbeme!

La exposición  de Shomei Tomatsu en la sala Mapfre, en la espectacular Casa Garriga i Nogués, en sí misma toda una atraccion digna de ser visitada, es una antológica de toda su obra en la que se repasan sus diferentes centros de interés a lo largo de su vida artística. Tomatsu es un fotógrafo muy apegado a la realidad, a las realidades, en realidad, y desde la dominación usamericana de la posguerra, que él refleja en la americanización incipiente que trajo la invasión y control de Japon por el ejército usamericano, hasta los devastadores efectos de la contaminación, pasando por las víctimas de los bombardeos atomicos de Nagasaki e Hiroshima, o la vida sexual en los barrios degradados, pocas cosas escaparon al ojo de su cámara.
Centrado en su propio país, también hay alguna muestra de su acercamiento a mundos hasta cierto  punto exóticos, como el de Afganistán, por ejemplo. Tomatsu es un fotografo muy interesado por la persona, lo cual es de agradecer,  al menos yo se lo agradezco infinitamente, porque las personas fotografiadas son un mundo lleno de matices que, por buenas y artísticamente irreprochables que puedan ser otras de objetos, paisajes, etc., no pueden competir con las primeras.  Hay en Tomatsu, sin embargo, una vena cercana al surrealismo que se manifiesta en la captación de ángulos, detalles, composiciones, etc., que representan una singular novedad, como el monográfico dedicado al asfalto o a ciertos espacios naturales degradados, que caban adquiriendo una dimensión geométrica singular que recuerda, de lejos, las imágenes extraordinariamente hermosas del inicio de la película La isla mínima. A mí particularmente me ha interesado este fotografo por su capacidad, que tanto valoro, para percibir aquello que puede pasar desapercibido a lamayoría. Así, una foto como La senda del viento, una grieta en la pared resquebrajada que permite figurar la silueta de un gran escualo, puede compartir el espacio con la fotografia escalofriante de un superviviente de Nagasaki cuya piel quemada se asemeja enteramente a la corteza de un árbol, lo que crea en el espectador la sensación de que las metamorfosis no son propiamente literatura, sino vida palpitante[La foto encabeza esta entrada provinciana].  Senzi Yamaguchi, es la persona afectada. Y la fotografia, que deja en sombra su rostro, impidiendo el reconocimieno facial, sobrecoge y admira a partes iguales, el drama individual y la calidad artística de la captación de dicha realidad. Hay otras, de mujeres quemadas, que recuerdan la exposición de hace unos años de las mujeres indias quemadas por ácido como señal de venganza. La capacidad de percepción líria de Tomatsu se demuestra en la foto de una nube sobre un mar en plano inclinado, una nube cuya sombra se convierte en un fulgor, como si la nube rielara sobre el agua, como la luna.
Tomatsu presta atención también a las manifestaciones populares de todo tipo, desde las protestas juveniles, tan impactantes por su marcialidad cuando las contemplaba en los telediarios de finales de los 60 y comienzos de los 70, como las prácticas tradicionales del teatro Kabuki u otras manifestaciones. A ese respecto, la foto de tres enmascarados con unas máscaras que representan muros es realmente impactante. Como se advierte, se trata de una exposición diacrónica que permite hacerse una idea clara de los núcleos de interés de un fotógrafo cuya depurada técnica consigue fotos, como las de la sexualidad casi clandestina en aquella sociedad japonesa tan timorata como tradicionalista, que impresionan contempladas a tanta distancia. Menor representación tienen las fotografías centradas en la arquitectura: casas, interiores, fábricas, almacenes, etc., pero las hay y son fotos que siempre se presentan desde ángulos casi insólitos y con un afán analítico y crítico muy notable.