jueves, 12 de diciembre de 2019

Turismo de proximidad: Cardona, Solsona, Manresa…



Un breve viaje para una profunda satisfacción monumental, histórica y paisajística: tres días por la Cataluña en proceso de despoblación y llena de bellezas.

Hay un turismo de bajo espectro y altísimo provecho que es al que podríamos llamar «turismo de proximidad», es decir, descubrir esos lugares que, justo por estar tan cerca de nosotros, solemos posponer, en la lista de posibles destinos, a los últimos lugares, si es que incluso llegamos a acordarnos de ellos.
Reconozco que el afán de mi Conjunta y mío de conocer toda la red de Paradores de España puede parecer un capricho hasta cierto punto oneroso; pero no es menos cierto que, siendo amigos de su red y aprovechando las frecuentes oportunidades que la red suele ofrecer para convencer a los turistas de que un Parador es un lujo a su alcance, vamos poco a poco sumándolos a nuestra lista para regocijo nuestro y provecho de nuestra afición a conocer España, sin duda uno de los mejores destinos turísticos del mundo.
Cardona, ha sido el destino escogido y ello nos ha permitido, no solo un hospedaje señorial, en el antiguo castillo de los duques de Cardona, enriquecidos por la explotación de su famosa, ¡y al parecer única en el mundo!, majestuosa montaña de sal,  un diapiro -no acabé de aclararme con si sinclinal o anticlinal- excepcional, sino también conocer dicha montaña y la explotación que ha sufrido desde el neolítico hasta casi nuestros días.

La visita a la explotación minera de la montaña la hicimos solos con la guía y nos permitió hacer fotografía  a nuestro antojo, como las que aparecen en este texto intercaladas, además de tratarnos con una amabilidad que rayaba en la obsequiosidad, y que nos permitió sentirnos no como turistas sino como «invitados», lo que acrecienta el disfrute de la visita, por supuesto. Está fuera de toda duda su profesionalidad como experta guía de un fenómeno natural que impresiona a quien estos fenómenos de la naturaleza sea capa de impresionar. El descenso con el minibús hasta la entrada de la mina nos recordó el recorrido del autobús por Doñana, y el recorrido de las galerías que visitamos fue una experiencia extraordinaria.
De alguna manera, estábamos conociendo las dos perspectivas de Cardona: el castillo de la aristocracia en lo alto y, en lo bajo,  la mina donde trabajaban, explotados, primero los siervos de la gleba y, siglos después, cuando la adquirió Explosivos Río Tinto, muchos mineros venidos de Andalucía y Murcia, fundamentalmente.
A la vista de la montaña lateral de ganga que se alza en un lateral de la montaña, creando otra nueva, artificial, con los desechos de la explotación, nos acordamos, por mera asociación, de la playa contaminada en Portmán, llena de metales pesados abocados al mar por las explotaciones mineras de La Unión, muy cerca, curiosamente, del maltratado Mar Menor, ¡el paraíso de mi infancia!, hoy una charca sin oxígeno y casi sin futuro, por los venenos que de las explotaciones agrarias acaban en él.

Fue muy interesante discriminar mediante el paladar las diferenciar entre el cloruro de sodio y las sales de magnesio y de potasio en el interior de la mina, en su «capilla sixtina», que estas cuevas, como cualquiera que se precie, también tiene. La investigación de las cuevas tiene algo de la exploración de un útero simbólico en el que buscamos reproducir la placenta donde se inició la aventura de la humanidad sobre la Tierra.
Sea como sea, lo cierto es que mi Conjunta y yo somos muy “de cuevas” en nuestros viajes, aunque estén tan «urbanizadas» como las de Mallorca.
El castillo/Parador alberga en su recinto la Colegiata de San Vicente, donde el guía nos recordó, para nuestra sorpresa, porque no había cartel ninguno que nos lo recordara, que en ella había rodado Orson Welles, Campanadas a media noche, en la que la Colegiata hacía las veces de la Abadía de Westminster. Tampoco, claro está, había placa ninguna donde se hospedaron Welles y la comitiva de actores del film.
¡Pero aún no han descubierto tantos y tantos escenarios el reclamo turístico que supone la Historia del Cine para muchos aficionados como mi Conjunto y yo! ¡Mucho antes hubiéramos ido al Parador de Cardona si hubiéramos sabido que la Colegiata fue escenario de la película de Welles! En ella hay una inscripción mortuoria que, historiográficamente, deja las cosas bien claras, para los quiméricos deturpadores de la historia del principado.
El pueblo de Cardona tiene una iglesia bien curiosa y atractiva y una plaza mayor que más parece paseo que plaza, llena, como el Ayuntamiento, de recordatorios incívicos de los golpistas que están en prisión. Para los turistas de mirada atenta y cámara en ristre, son muchos los atractivos que salen al paso del paseo por sus calles.
De hecho, hay una bajada directa del castillo hasta casi la plaza mayor muy agradable y que hicimos de noche profunda, con la linterna del móvil para los tramos más oscuros. La  amabilidad de las gentes con quienes tuvimos la oportunidad de hablar, en castellano, por cierto, fue como debe de ser y como ha sido siempre en todos y cada uno de los pueblos de Cataluña donde uno no tropiece, claro está, con los supremacistas y xenófobos que pueden amargarle el día a cualquiera, por descontado. N tuvimos esa desgracia.

Solsona tiene un casco antiguo delimitado por el perímetro amurallado del que aún quedan notables restos y que permiten un recorrido perimetral de la ciudad con cierto encanto.
El día en que llegamos estaban procediendo, muy laboriosamente, a «plantar» el abeto de navidad en una plazuela preciosa. Tiene un precioso paseo arbolado extramuros y comimos, de fábula, en un hotel modernista donde fuimos atendidos como en un restaurante de lujo.
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La catedral, sucinta, pero notable, nos permitió calibrar el poderoso influjo que tiene un obispado en una ciudad y el eco terrible, en forma de pederastia, que se asoma a los mass media y que la ciudad, hermosa y acogedora, con una biblioteca moderna deslumbrante, no debería merecer.

En Información nos sobrecogen con una información terrible: todo el Solsonès tiene solo 15.000 habitantes, 9.000 de los cuales habitan en la capital de la comarca.

Atravesamos pueblos, camino de Sant Llorenç de Morunys, pues, sin apenas almas vivientes en ellos. Pero antes de ello fuimos a visitar el cementerio romántico de Olius, excavado en la roca e integrado totalmente en el paisaje natural del lugar, obra de Bernardí Martorell i Puig en 1916, una visita absolutamente recomendable, así como la iglesia que tiene al lado.
Seguimos el sinuoso camino que bordea el pantano de La Llosa del Cavall y, pasado Sant Llorenç, tras perdernos cuatro veces, logramos llegar al pie del santuario de Lord, desde donde iniciamos el Vía Crucis, por una pared vertical que nos lleva a la cima en veinte minutos de subida desoxigenante que nos hace perderle el respeto al frío que acompaña la caída de la tarde.
 Desde la cima, el Valle de Lord se extiende, con toda su belleza arisca, y el pantano muy al fondo, ante nuestros ojos deslumbrados. Mereció la pena la excusión por territorios prepirenaicos. A la derecha se intuye Berga  el massís de Queralt. A la izquierda, Port del Comte. Volvemos, satisfechos, a nuestro albergue, donde nos afanamos en la lectura y el estudio con idéntico provecho que en nuestra propia casa. Me digo que tendría que pedirles a los de recepción que me vendieran un libro de los que Paradores pone a disposición de sus clientes en las habitaciones: un hermoso volumen con ilustraciones de los textos manuscritos de Walter Benjamin que, imagino, a nadie llamará la atención…, pero me disuaden… No niego que incluso se me pasa por la cabeza la posibilidad de la sustracción,  en aras de la suprema causa de la cultura, pero me disuado…

La visita a Manresa, donde comimos, camino ya de vuelta, fue bastante más interesante de lo que nos podíamos imaginar. La soberbia catedral, obra del mismo arquitecto que proyectó la de Santa María del Mar, nos complugo e incluso descubrimos no pocos detalles tan espectaculares como el grupo escultórico fúnebre de Francesc Mulet, obra de Josep Sunyer. El actual es una réplica exacta del original, en mármol, destruido en un incendio en 2012, provocado por los casi 4000 cirios que ardían a su lado. Nos llamó la atención, junto a la plaza donde está el Ayuntamiento, la visita a una calle medieval. Entramos y la visita resultó serlo a la historia urbanística de la ciudad, que culminaba con el recorrido de una calle medieval conservada en su estado original. La amable cicerone nos entretuvo y nos ilustró, y descubrimos, con ella, que Manresa es la única ciudad en la que siempre se «bajan» las escaleras que comunican sus diferentes niveles de urbanización, porque es una ciudad únicamente con Baixades en el nombre e esas calles que no parece que suban nunca. A la hora de comer, el centro comercial queda vacío de golpe y con oca oferta, por lo que callejeamos hasta descubrir un paseo que nos llevó por la reducida parte «modernista» de la ciudad, aunque un de sus obras, el antiguo Casino, hoy biblioteca es lo suficientemente monumental como para satisfacer el paladar arquitectónico más exigente.
Un día antes, ya no recuerdo a cuento de qué, había yo comentado que hacía siglos que no comíamos una crêpe, algo que, en nuestro viaje a la Bretaña francesa, hicimos casi cada día del viaje. Pues a la entrada del paseo descubrimos un restaurante bretón donde nos sumergimos en una atmósfera totalmente bretona y donde me di el gustazo e dos crêpes, la versión salada y la dulce para el postre. La sopa de cebolla no era muy buena, pero  las crêpes… ¡Por todo lo alto! Nos despedimos de Manresa dejando para otra ocasión la visita a la Cueva de San Ignacio de Loyola, quien tuvo una muy intensa relación con Manresa, algo que figura en su autobiografía y que ha ayudado lo suyo a la promoción turística de la ciudad. Que conste que la visita a la calle medieval la hicimos con una pareja que visita la ciudad cada año, desde hacía no menos de quince…

Lo que me extraña es que no guarden memoria turística de que fue escenario del rodaje de una de las obras cumbres del cine español: Plácido, de Berlanga, allí rodada, cuando en muchos otros sitios explotan esa memoria cultural del cine como un aliciente más para el turismo, como ocurre con la localidad donde se rodó Amanece que no es poco, de Cuerda: Liétor, entre otros, muy próxima a la albaceteñomurciana Hellín.
Qué comodidad, finalmente, la de volver “de viaje” en apenas una hora…
Ya en ella, a la vista de las fotografías pasadas al ordenador y de su contemplación en una pantalla grande, no en el visor de la cámara, se pregunta quien esto escribe si hay viajes cuya crónica no podría reducirse, en realidad, a una sucesión de fotografías con indicaciones referenciales al pie de foto… Algo así se me ocurrió para una suerte de ensayo autobiográfico que aún no he intentado, por supuesto… ¡Ay, pudor, cuántas equivocaciones se cometen en tu nombre!