jueves, 30 de diciembre de 2021

Crónicas de Robinson desde Laputa (VII)

 

No hay legislatura que cien años dure, ni Todovalismo que no supure el pus de su inminente pudrimiento...


    Lo peor que podía pasar ha pasado: en Torilandia se han acostumbrado a la pandemia, y la resignación a acabar contagiados, todos, discurre en progresión directa a las transformaciones del virus para escapar de los remedios de laboratorio que buscan plantarle un Vade retro, Virunás en todo semejante a la vieja higa con que se anatematizaba la presencia del diablo, que siempre se las arreglaba para hacer acto de presencia y seducir, como íncubo o como súcubo, a las débiles voluntades de escasa fe en los recursos ilimitados del Señor. Que el mal siempre triunfa no es una opinión extrapolada de la ambigua experiencia de lo real, sino una constatación científica, pero de la ciencia seria, no la de los nigromantes y charlatanes que pretenden hacer pasar por sabiduría cuatro ensalmos de grimorio.

    Para colmo de males están experimentando una revolución social que consiste en  sustituir los hechos por las declaraciones y estas han ido adquiriendo un perfil tan agresivo que fácilmente las palabras se confunden con dagas, dardos y puñales, prestos, todos ellos, a recibir en sus perfiles acerados el destello deletéreo de la luz lunar cuyo palor se desliza por ellos para embutir su helor paradójico en la herida que abren en la carne viva, algo menos viva, todo sea dicho, después de la agresión. Todo Torilandia parece haberse convertido en un ágora de dagas voladoras untadas con el curare que nada cura y todo lo mata. Los ecos de las voces han acabado teniendo más densidad que estas, y todo, políticamente, se fía al rebote en los muros que cierran esa ágora, de modo que se repitan machaconamente los más simples enunciados. Es una pelea desigual, y estéril. Aquí en Laputa se hacen cruces todos de que realmente los pobres torileños hayan de escoger entre tan menguados representantes como no les va a quedar más remedio que hacer cuando llegue el momento oportuno. Como aquí el tiempo pasa de manera muy diferente de como transcurre en la Tierra, a nosotros nos parece que están casi a punto de volver a las urnas; pero allá abajo desde el (des)gobierno que los rige ignoran cuándo se acabarán los tiempos felices de su duración, incertidumbre que a la oposición le ha caído como una piedra de molino sobre sus esperanzas de que pasen lo  más velozmente posible, ¡como si estuviera en sus deseos lograrlo!

    Ni siquiera el movimiento de líderes que han renunciado a su capacidad de influir en la vida del país desde posiciones de poder, como ha sido el caso de un vicepresidente que "ha salido de naja", esa estupenda expresión popular de los torileños para describir a los cobardes que rehúyen sus responsabilidades, ha logrado "animar el cotarro", ¡otra que tal baila!; como si el virus maléfico hubiera abortado toda capacidad de respuesta a la incongruencia (des)gubernamental; como si el miedo se hubiera apoderado de todo el mundo y nadie se atreviera a plantar cara, más allá de los insultos de rigor, a la incoherencia de la disparatada coalición de desgobiernos.

     Mi experiencia  me dice que el miedo es el mejor aliado de quien gobierna, por eso la tranquilidad social permite al usuario habitual de los bienes del Estado a título privado pavonearse de la solidez de su posición política, si bien sabe, como lo saben todos los torileños, que está en manos de aliados capaces de humillarlo desde un supremacismo de carácter étnico que no se consentiría, no ya solo en mi Inglaterra natal, sino tampoco en ninguno de los grandes países de la Europa milenaria, ¡y menos aún en la Balnibarbi con la que Laputa está íntimamente imantada! Literalmente incomprensible para todos los laputienses es un juego político como el de Torilandia,  en el que unos luchan por hacer desaparecer el Estado en el que medran y otros se inhiben a la hora de defenderlo, fiándolo todo a que ellos llevan las riendas del Leviatán.

    Reducir la política, que ha de servir a la sociedad para el progreso material y espiritual de esta, a los mediocres personalismos que se exhiben en Torilandia no puede por menos que decepcionar a cualquier observador, cualificado o no, de esa realidad picaresca en la que se persigue, sobre todas las cosas, salir beneficiado a toda costa, siguiendo al pie de la letra el verso de uno de sus eximios poetas, Luis de Góngora y Argote: Ande yo caliente y ríase la gente..., autor de un poema que, antagónico del místico de San Juan de la Cruz, al que, pasado el tiempo se dio en llamar Cántico espiritual, siempre me ha recordado el momento de mi naufragio: Soledades, una recreación de la Naturaleza desde la sensualidad más exquisita; y siempre me pregunté si alguna vez, además de en la Corte, de donde poco provecho sacó, vivió don Luis como  náufrago absoluto, pero jamás desesperado.

    Discúlpeseme, desde mi ignorancia, ese recuerdo de las Letras españolas que con tanta delectación humana y divina he acabado leyendo, porque cuando regresé al seno de la Iglesia, tras la lectura de la Biblia, El cantar de los cantares fue lectura consoladora donde las hubiera, y la paráfrasis del frailecico abulense un auténtico éxtasis.

    Esa pandemia que asuela a los torileños va durando ya bastante más de lo que las pestes nos azotaron a nosotros, pero lo chocante y significativo del asunto es que ni quienes gobiernan ni quienes son tan mal gobernados parecen haber aprendido nada de lo sucedido, y todo se va en un tejer y destejer, como el de la reina que esperaba a otro náufrago tan ilustre como yo, aunque mayor en prez; un reiniciarlo todo cada pocos meses en un vaivén pendular que desconcierta las ánimas, apoca los espíritus y demuele las esperanzas... No son los tiempos, sin embargo, los que están en crisis, sino los hombres y sus menguadas luces para la acción de gobierno, y ese es mal de difícil remedio, porque las  nuevas generaciones tienden a hacer buenas a las anteriores, como nadie ignora, de lo que se sigue la otra epidemia nostálgica, la de los consensos de la Constitución del 78, que ahora se añoran con dulce delectación dolorida...

    Sursum corda!, abatidos torileños: no hay legislatura que cien años dure ni Todovalismo -al decir de uno de sus menguados ingenios- que  el potente reflector de la luz del sentido común, auspiciado por la Razón, no descomponga. Ardo ya en deseos de que el horizonte de tan bello país se libre de las nubes de esa estantigua amedrentadora de la corrección política, que tantas horas de franca diversión, por sus salidas estrafalarias, nos ha deparado aquí en la serenísima Laputa a todos los observadores de ese espacio singular en los arrabales de Europa, pero sobre esos disparates, que merecen observación aparte, volveré otro día.

    

martes, 7 de diciembre de 2021

«I me mine» or the hard and loving relationship with the English language…

 


An old, but unhelpful, life pal that always has cheated me with the promise of the impossible fluency... (Esbozo autobiográfico)

 

         Tan pronto como a mis 10 años, los militares del colegio donde me inicié en el antiguo Bachillerato decidieron que las nuevas generaciones habían de abandonar el francés y educarse en el inglés, al que le veían bastante más futuro que al francés que habían estudiado mis hermanos mayores, lo que ameritaba una intuición de primera, dado el declive de la francofonía que hemos podido constatar después.

Mi primer profesor fue el señor Abril, quien se empeñó, jocosamente para nosotros, en que lo llamáramos Mr.April, and so we did. Lo recuerdo como un jovencísimo Luis Varela con gafas metálicas e indiscutible, para todos los de la piara discente, «aire británico», con un vestuario impecable, porque todos aprendimos ese año que nuestro Taylor is rich, cuando aún ni sabía yo que los trajes los hicieran los sastres…. Medía sus pasos, sus palabras y era insólitamente cortés, atento y un punto afectado. De él solo conservo una anécdota escatológica. Siéndome imposible tragar un denso gargajo, no se me ocurrió otra cosa que escupirlo en el pasillo y taparlo piadosamente con un trozo de papel. Mr.April caminaba por los pasillos enseñándonos vocabulario. Al llegar al papel se empeñó en que supiéramos que para «recoger un papel del suelo» habíamos de emplear el verbo To pick up. For instance, this one… y señaló el trozo de papel caído a mis pies. Dobló su erguida columna hasta coger el papel con los dedos mientras repetía, haciendo con la mano izquierda el gesto de que repitiéramos con él:  I pick this paper up «¡Pero quien ha sido el marrano que…!», cambió súbitamente de lengua para asegurarse de que se le entendía a la perfección…,y no tardó, claro está, en asociar mi cercanía con la tropelía, por lo que, ¡una vez más!, recorrí the long and winding road until the Principal’s room

Los discos en inglés fueron, pronto, mi contacto más frecuente con el idioma de Samuel Johnson, a quien aún tardaría más de cincuenta años en conocer… Elvis Presley, Chubby Checker, The Beatles, Bill Haley and his Comets, The Rolling Stones… comenzaron a sonar en nuestra casa en esos mismos años, si no antes, porque la hermana de mi primo Carlos trabajaba en Nueva York y nos proveía,  aunque la impronta de Mr. April guarda para mí el aura del primer contacto con el inglés. Cuando llegó la televisión bien pudiéramos haber tenido alguna oportunidad pedagógica de aproximarnos al inglés de forma sistemática, pero durante los duros años del franquismo fue imposible tal uso social de la televisión. Para enseñarnos las «Leyes fundamentales del Movimiento»  sí que nos endilgaron Crónicas de un pueblo; pero para aprender inglés las familias habían de gastar el dinero que no tenían, y la mía, numerosa, menos aún.

Amante de la música, y con relativa habilidad para el canto, no tardamos mi hermano pequeño y yo en formar un dúo a imitación del famoso de  Simon and Garfunkel, allá por los 16 o 17 años, aunque incluíamos muchas canciones de otros artistas en nuestro repertorio. La necesidad de imitar bien el original y desbrozar las letras para entenderlas me fue de mucha ayuda. Como el Colegio Mayor Siao-Sin, donde residía a título de deportista de semiélite, no de universitario, acogía a estudiantes usamericanos, no tardé en intentar mantener rudimentarias conversaciones llenas de expresiones «aindiadas», con infinitivos y mucha gesticulación manual,  con esos amables y afectuosos colegiales, lo que contribuyó a darme cierta soltura para salir del paso.

Como en la carrera escogí catalán e italiano, mi siguiente contacto, al acabarla, fue ganar en buena lid con otros aspirantes, una plaza de lector de español en Boston, para lo cual me preparé con un curso de tres meses en el IEN, ya desaparecido, de Barcelona, en la calle Vía Augusta, donde incluso llegué a actuar con mi hermano. Compañera mía de curso era la ya desaparecida Montserrat Roig, cuyo inglés era bastante más flojo que el mío, que ya era decir.

Como el mundo es de los osados, allá que me fui yo a hacer las Américas, concretamente la usamericana, con estupendos deseos y parvas realidades. Mi inmersión en el idioma: radio, prensa, televisión, cine, novelas, ensayos, etc., y conversaciones en cualquier sitio con cualquiera, me fueron ayudando a orientarme, de forma no académica en el enrevesado idioma de marras. Recuerdo epifánico de aquella instancia fue la visión de un clásico, To have and have not, de Howard Hawks, del que salí emocionado por haberla comprendido casi totalmente ¡sin haber necesitado en ningún momento traducir cada frase al español! Puede decirse que me dejé llevar y la recompensa fue extraordinaria. Justo lo contrario ocurrió, sin embargo, cuando, en mala hora, se nos ocurrió, a mi Conjunta y a mí, ir a ver Tess, de Polanski, ambientada en los condados rurales de Dorset,  Inglaterra. ¡Salimos del cine sin haber entendido ni jota!, y nos afiliamos inmediatamente a la malignidad de Bernard Shaw de que Inglaterra y Estados Unidos son «dos países separados por un mismo idioma». Y aún hoy, en mi curso actual en la EOI sigo teniendo more difficulties for  Brittish English. Far more than for the American  English.

De mi aventura americana me traje una inmensa facilidad para la lectura en inglés y muy relativa para el listening comprehension, y fui perdiendo, con el paso del tiempo, la escasa fluidez que conseguí en aquel año de las American Lights… Me dio de sí incluso para atreverme con algunas traducciones sencillitas, pero, como pasa con cualquier idioma, la falta de uso lo oxida considerablemente. Algo de acicate tuve cuando, para completar méritos, hice un cursillo de unos meses para aprobar el tercer curso de la EOI, que ameritaba un títulejo estupendo para sumar puntos para el concurso de méritos para acceder a la condición de catedrático. Y volvió a habitarme el olvido, aunque he seguido practicándolo continuamente: mucha lectura; películas en versión original, con subtítulos en inglés, y ocasionales conversaciones turísticas. Ahora, por purita envidia de mi Conjunta, que filigranea su inglés en C1, he decido ponerme, por primera vez en mi vida, a aprender algo de los rudimentos gramaticales de la lengua, razón por la que me he incorporado a las clases del cuarto curso de la EOI, sin pretender apelar a los deslavazados conocimientos que tengo para ver si salto algún curso, sino partiendo del posterior a la acreditación que obtuve en su día.

Y aquí estoy, perfectamente dispuesto a seguir disfrutando del aprendizaje de una lengua que, como para la mayoría de compatriotas, es siempre una asignatura eternamente pendiente. Luis Merlo ha inmortalizado con magnífico humor el sempiterno «inglés nivel medio» que, según él, hemos creado los españoles, para envidia del mundo entero. No es cuestión de parafrasearlo, sino de ir a verlo aquí para pasar un *estupendous momen

Propiamente, nadie puede decir que «sabe» inglés, porque esa sabiduría incluye tantos requisitos que muy pocos lo cumplirían todos, no solo en España, sino incluso abroad. Como todas las lenguas, es intrínsecamente bella y tiene, como especial virtud, una capacidad para el neologismo que en el español, por ejemplo, nos cuesta lo suyo aceptar. Pensemos en un texto del muy denostado Unamuno, Almas de jóvenes, en uno de cuyos párrafos incluye nada menos que dos neologismos y un localismo salmantino: *oribería, *videzuelas y cogüelmo…

Todas las lenguas están llenas de triquiñuelas, de false friends, de apócopes, de simplificaciones, de términos familiares, comfy, sin ir más lejos,  de usos complejos que nos sorprenden tanto como nos irritan, pero que, a la postre, cuando se las ama tanto, influido acaso porque se ha estudiado a fondo la propia, su aprendizaje constituye una de las grandes pasiones de la vida. Welcome to Paradise!, al de Milton, a los infiernos empedrados de Johnson y al Manhattan Transfer de Dos Passos, entre miles más.