viernes, 26 de enero de 2024

El hartazgo, el empacho, la indigestión...

 


La impotencia ante el desmoronamiento de la España de la Transición y la Constitución del 78.

            

 Hay que tener mucho cuajo para poder seguir la actualidad política y mantener la compostura que exige la civilidad. Desde que se torció la realidad que supuestamente iba a librarnos de los seguidores de la degradación democrática que supone la coalición de la mayoría plurinacional, gracias a la indignidad de cambiar los principios por los votos de que ha hecho gala el partido perdedor de las elecciones, ninguna señal de esperanza se le ofrece a quien confiaba en interrumpir un ciclo político que nos está llevando a la extrema fragmentación, a la polarización y a un futuro del que no cabe excluir la violencia política, por grave que sea, la misma que las necesidades de investidura del perdedor electoral están legitimando con la aberración jurídica de una ley de amnistía promulgada por los propios beneficiarios en un trueque infame y perverso que no admite parangón en lo que parecía una democracia consolidada y ahora presenta todas las características de una sociedad en crisis muy profunda, próxima a la descomposición y, se intuye, al advenimiento de enfrentamientos radicalizados que no pueden llevarnos sino al único escenario en que todos saldremos perdiendo: el caos. La puerta de la legitimación de la violencia política la ha abierto el (des)gobierno con su proyecto de amnistía a cambio de votos para seguir manteniéndose en el PODER, aunque no «gobernando», o no sin el plácet de los enemigos declarados de España, de su Estado, de la Jefatura del Estado y de  muchos españoles residentes en los territorios para los que reclaman la independencia a través de un referéndum que el perdedor de las elecciones avalará, si de ello depende seguir en la Moncloa, aparentando que «gobierna».

      Son tantas las tropelías cometidas, las faltas de respeto al ordenamiento jurídico, las mentiras esgrimidas, las falsedades puestas en circulación, las falsas indignaciones, las hipócritas vestiduras rasgadas, el victimismo copiado de los otrora enemigos y ahora deseados como amiguitos del alma, en parodia de camps y «el bigotes», todos ellos, como illa y aragonés queriéndose «un huevo» y parte del otro, los bulos propagados, las faltas de civismo y aun de simple educación, las prepotencias ostentadas, el supremacismo de las falacias continuas…; son tantas las aberraciones políticas representadas por el gobierno del progreso plurinacional que se ha de tener un estómago de serpiente para poder digerir constructos tan demenciales como los que nos quieren hacer tragar como modelo de «normalidad» política y social.

      Reconozco mi hartazgo, mi cansancio, mi abatimiento, mi descorazonado ánimo para soportar agresiones que, hasta la fecha —desde que pdr snchz, así publicitado para su «modernas» huestes secto-totalitarias, se hizo con el poder del exánime PSOE, para pasarlo por la retórica ultra y convertirlo en ariete moral, en «su psoe paradójicamente domesticado en la agresividad», en vez de en partido de gobierno— había seguido con el interés propio de un miembro de la polis; pero la polis se nos ha deshecho como agua en cesto, y ahí está la prueba del tres que es la expulsión del ágora pública de una de las principales fuentes de opinión: el diario el país, con las minúsculas debidas a su felpudismo sectario progubernamental, indigno de sus orígenes y de buena parte de su trayectoria, hasta llegar a bueno, claro. Okupados los espacios políticos de forma tan venezolana, rumoreándose el nombramiento cesarista de la futura responsable de un medio de comunicación del Estado, ahora secuestrado informativamente por el (des)gobierno, con un fiscal «pues ya está», con un presidente del TC entregado en cuerpo y alma a la tranquilidad (des)gubernamental del eximio inquilino de la Moncloa, Su Excelencia pdr snchz, con un letrado del Congreso impuesto por capricho de una presidente que avergüenza con su sectarismo a cualquier lacayo presidencial como el muy ministro, propiamente menestral y fontanero, bolaños, ¿qué queda de lo que antes conocíamos como «juego político»? Estamos inmersos en un extraño juego de líneas rojas elásticas que delimitan un campo al que jamás se ajustan ni los códigos ni las reglas ni las propias prácticas: nos movemos, algunos, con zapatos de suela de cuero en una pista de patinaje, y otros quieren llamar «sistema» a la ventaja de haber salido a la pista con patines de hielo, dispuestos a no reparar en las manos que corten al pasar sobre los caídos…

      El hastío suele engendrar melancolía, pero sentirse hostiado hasta en el carnet de identidad —¡sobre todo en él!— puede provocar la necesidad de respuesta, y cuanto más enérgica, mejor. Y ahí estamos, inmersos en un mar de retóricas hueras que chocan contra las rocas del PODER sin hacer la más mínima mella. El agua horada la roca, cierto, pero en perseverante obra de siglos, no en arrebatado vendaval puntual.

      En el aislamiento de la soledad individual, la persona que contempla cuanto ocurre con el insobornable espíritu crítico con que ha vivido toda su vida se vuelve presa de la desazón, del abatimiento, de la desesperanza, del escepticismo y del bochorno y la vergüenza ajenos, sin que esté en su mano, más allá de algunas quejas repetidas ad nauseam en las redes sociales —¡bendito hombro consolador!—, modificar lo más mínimo el escenario de nuestras desgracias constitucionales, la realidad de nuestra degradación política y su aneja miserabilidad social.

¡Qué solos nos quedamos quienes no hacemos secta sino de la sindéresis!




domingo, 14 de enero de 2024

La crítica privada de un inédito.


 A veces los lectores anónimos regalan sorpresas.

 

            Lo habitual es que las críticas literarias aparezcan cuando las obras se han publicado. Lo extraordinario, que un amable lector, amigo de un amigo del autor, y con quien nunca ha cruzado dos palabras, tenga la bondad y la generosidad de hacerla cuando la obra aún yace en el cajón del escritor, sea novel o no. La crítica especializada, lo sé por experiencia, está llena de «trucos» e imposturas, casi tantos como las concesiones de los premios literarios, de ahí que difícilmente pueda un lector ingenuo hacerse plenamente a la idea de lo que da de sí cualquier obra. Todo juicio crítico responde a la formación estética de quien lo emite, y no hay objetividad posible salvo cuando la obra es mala de solemnidad y concita la unanimidad crítica, como ha ocurrido con el último Premio Planeta, tan fraudulento como literatura y como amañado concurso. Las críticas de lectores anónimos pero con sólida formación académica siempre son estimulantes para los creadores. De hecho, la figura del lector de editorial es clave para discriminar los originales que merecen ser editados, y suelen ser personas de mucha confianza de los editores. Son sonados los casos en que, por alguna lectura insolvente, se han despreciado obras que luego triunfaron entre el público y la crítica. Esta que hoy traigo, a modo de ejemplo de cómo funciona la relación obra-lector en un contexto de ignorancia mutua, y en el caso de una obra inédita, pretende ser una muestra de cómo se puede hacer una lectura desprejuiciada de un «original» sobre cuya fortuna o revés editorial aún está todo por escribir. Piénsese en la ingente cantidad de manuscritos encajonados que nunca caerán bajo los ojos críticos de los lectores de la mayoría de las editoriales, tan sedientos de superventas como ignorantes, en muchas ocasiones, de la calidad literaria, para la que algunos diríase que su frívola lectoría los incapacita.

              No la he traducido, porque entiendo que su comprensión está al alcance incluso de quienes no dominan una lengua tan hermana del castellano, con la que comparte más de lo que las distancia. La crítica, merece la pena destacarlo, adopta el tono epistolar de quien se dirige al amigo del autor.                                     

         Ara mateix acabo de llegir La derrota del persa. Que dir-te? Difícil poder fer una apreciació coherent, solament felicitar l'autor pel seu domini del llenguatge, pel seu ofici —ja he vist al final del llibre la seva autobiografia i no és la primera novel·la que ha escrit, a banda de les seves col·laboracions a revistes especialitzades en crítica literària—, per la facilitat que té en el joc del llenguatge, buscant diferents significats de paraules, substituint una vocal per una altra, per la manera com aconsegueix mantenir l’interès de la lectura a base d'un ritme que no decau en cap moment i si de cas va in crescendo, per la impecable, variada i àgil sintaxi que pren formes diferents segons el personatge o el capítol (com per exemple en el cas dels capítols titulats Estimación subjetiva singular), també pel fons temàtic que s'amaga en el bosc d'un riquíssim llenguatge ple de matàfores, comparacions i descripcions agosarades (seducció de Marga per Faustino).

Dues històries: la de Dario i la de Virginia/Marga. No sé si tenen cap relació, o sí? Primer, abans del desenllaç, pensava jo que, per un cantó Dario era una representació depressiva d'un professor, traumatitzat (ha pegat una forta bufetada a una alumna insolent), desenganyat i descregut de tot, amb pulsions suïcides; per altra banda, Virginia representaria una fanàtica monja assassina de la seva germana (Marga) i el seu amant; salvadora de les seves depravacions sexuals. Però al final, resulta que la monja sols és un personatge d'una malalta mental tancada en un manicomi que explica al seu psiquiatre els seus deliris a més de no ser la tal Virginia sinó Margarita (en fi, un embolic). També Dario va al psiquiatra que suposadament és l'amant de la seva dona, Helena (¿és significatiu els seus noms: Dario, Helena i el psiquiatra Babel?). Dario, a causa d'un infart (volia fer maratons, però el seu cos no era pertinent), és hospitalitzat i aprofita per simular amnèsia: és la seva venjança a un entorn que l'ignorava, doncs a partir de la seva falsa pèrdua de memòria, atrau l'atenció, però per a sentir continus retrets d'Helena, la seva dona.

Potser sigui aquest el factor comú de les dues històries: ambdós personatges fingeixen; una per bogeria; l'altre conscientment sabent potser que la vida humana és pur teatre; que la realitat està composada de màscares i que el temps no existeix, o sinó ¿què és el temps quan un ha perdut la memòria?

Bé, no sé. Estic segur que no encerto la diana, doncs jo també he hagut de fer una marató, interrompuda contínuament, per acabar la lectura. Però gràcies a això no m'ha sortit sang del mugrons ni irritació a l'entrecuix. I puc dir amb tota sinceritat que m'ha agradat La derrota del Persa. Encara que moltes més coses i millors es podrien dir. Serveixi això per demostrar que l'he llegida.

Salut!

Xavier Langa Estadella