miércoles, 17 de marzo de 2021

Las estafas en tiempos de pandemia.


Una empresa dedicada al abuso de personas mayores que viven solas y son presa fácil de facinerosos sin escrúpulos.

    Hace unos días, mi vecina H. subió, alarmada, a verme porque, ignoro si por mi condición actual de presidente de la comunidad o porque me ve algo más joven que ella, pero no mucho,  quería consultarme un asunto que la tenía muy preocupada. Vale decir que, por propia confesión de ella, no se aclara mucho con los papeles, los contratos, los plazos, etc., algo, traté de consolarla, para lo que no se necesita ser muy mayor, porque nos es común a buena parte de la población.

    El caso era sencillo. Ella había comprado unos libros de capitales europeas a una empresa que resultó ser Hogar y Belleza, asociada o propiedad o váyase a saber qué, con un tal Moreno Vilches, de negocios diversos. La empresa se empeñaba en pasar a visitarla para firmar unos papeles según los cuales liquidaría lo que aún le faltaba por pagar de aquella compra,2500 euros que ella les había transferido por su propia voluntad cuatro días antes, y sin asesorarse ni conmigo ni con nadie. Mi consejo fue que no recibiera a nadie, excepto que fuera a una hora que yo pudiera acompañarla, y que le enviaran por correo esos "papeles" que, en efecto, recibió a los dos o tres días.

    Bajé yo a verla y entonces me enseñó los papeles que le pasaban a la firma y que eran un nuevo contrato de compraventa por valor de 2500 € de los libros que obraban en su poder, y que en ningún caso explicitaban que era un recibo de conformidad con el pago recibido días antes. La sospecha inicial, tras su confusa explicación del primer día, se confirmó plenamente: estaba ante una estafa colosal que pretendía, atemorizando con papeles a la antigua clienta, una declaración notarial incluida, en la que simplemente se certificaba que la empresa había sacado al mercado ese producto comercial,  y a quien se los vendieron "personalmente", razón por la que conocían sobradamente su situación personal: mujer de edad avanzada que vivía sola, volver a venderle el mismo producto por un importe de 2500€. 

    Le dije que fuera a la atención ciudadana del Ayuntamiento, a la OCU o a un abogado y subí a casa para investigar sobre la empresa, y me encontré enseguida esto, que recorto y pego tal cual lo encontré: 

A mi me lo están intentando hacer, me han dicho que por un juego de sartenes y una goma de riego que me cobraron 1400 euros que pagué por tal de evitar un mal rato a mi madre que era una persona mayor pagué porque me hicieron creer que yo estaba obligado a pagar porque era un cierre de coleccion y decian que yo habia firmado un contrato anteriormente que era un compromiso de compraventa y ya no tenia derecho a desistir el contrato aunque no haya recibido aun la mercancia.el nombre de la empresa es mora vilches y me dice una comercial que dice llamarse María que si no les pago la cantidad de 1700 euros en 36 cuotas de 78 euro9s cada una me van a reclamar el valor total de toda la coleccion que es de 5800 euros,cuando yo no firmé nada de eso y mucho menos siendo consciente del engaño.ahora si es necesario estoy dispuesto a llevar el caso ante los tribunales. por lo pronto cuando han intentado mandarme una segunda coleccion mediante mrv he denegado la aceptacion del envio de la mercancia porque esto es un timo en toda regla.

 Volví a bajar a ver a mi vecina H. para leerle mi descubrimiento y a la mujer le reían los ojos de la alegría de que se hubieran confirmado mis sospechas de que se trataba de una estafa. Es más, rebuscando, en ese rato que yo estuve arriba, entre sus papeles, rescató que ya había pagado la totalidad de la colección, cuyo importe ascendía a 4.200€, aunque ahora la empresa le decía que valía 5.900, y que, si pagaba los 2500E que faltaban por abonar, le perdonaban los 900€ restantes, porque le decían que no había pagado sino 2500€.  

 En definitiva, que mi vecina, asustada por la insistencia de las llamadas de esos estafadores, ya había pagado los 2500€ supuestamente pendientes; pero, no contentos con esa ignominia, ahora pretendían sacarle otros 2500€ más, induciéndola a firmar un nuevo contrato de compraventa.

   No sé si la policía tiene tiempo para investigar estas cosas y para restituir a los estafados el dinero, arrancado a exiguas pensiones, pero debería. Mi vecina H. me ha dicho que ha hablado con un abogado y que el abogado ha hablado delante de ella con los estafadores para decirles que o dejaban de acosar a su representada o los llevaba a juicio, pero me temo que por la tranquilidad que quiere sobre todas las cosas, algo lógico, ha renunciado a recuperar los 2500€ que le han estafado. 

   Sirva este sucinto recuento de hechos como aviso para posibles víctimas, y pediría, desde aquí, que la policía impidiera que se cometan estos abusos sobre la población más desamparada.

miércoles, 10 de marzo de 2021

«El hombre fino al gusto del día», de Mariano de Rementería o la “urbanidad” en 1829.



 Aquellos viejos manuales de «urbanidad» que marcaban los límites del civismo y enseñaban principios morales que garantizaban la convivencia «civilizada».

         ¡Qué sorprendentes, por ignotas, son las vías por las cuales se llega al conocimiento de obras y autores que suelen estar incrustados en el compacto bloque del olvido, un infortunado dado de hormigón sepultado bajo las capas de información que lo cubren todo con afán de hito, en vez de como el modesto palimpsesto que acaban siendo! Es el caso que en uno de esos viajes que se inician en el buscador para verificar un dato acabé un buen día entrando en una referencia que nada me decía: Mariano de Rementeria y Fica, autor de un título que, sin embargo, me llamó inmediatamente la atención: El hombre fino al gusto del día, publicado en 1829, ¡y más aún me la llamó, la atención, el título completo de la portada: El Hombre Fino AL GUSTO DEL DIA, Manual Completo DE URBANIDAD, CORTESIA Y BUEN TONO. Con las reglas aplicaciones y egemplos del Arte de presentarse y conducirse en toda clase de  reuniones, visitas, etc .; en el que se enseña la etiqueta y ceremonial que la sensatez y la costumbre han establecido; con la Guia del tocador y un tratado del Arte cisoria.  La intuición, como en otras ocasiones, me jugó una excelente pasada y no tardé en añadir el volumen a mi «Biblioteca online», para cuando tuviera un momento que nunca tengo hasta que se me impone, bien porque vuelvo a tropezar con el mismo autor, la misma obra o con mi propia necesidad de «descansar» de otros cometidos de mayor enjundia.

         Suelo recordar que yo no fui lector hasta los quince años, en que empecé a serlo sencillamente porque vivía en una residencia deportiva dentro de la Ciudad Universitaria de Madrid, justo al lado de la Facultad de Bellas Artes, además, donde el movimiento contestatario al franquismo y a la moral dominante se daban cita, y como que parecía contraindicado que uno no fuera siempre con un libro en la mano… Eso sí, no se me olvida que, al margen de los tebeos y las ilustraciones de la Colección Historias de Bruguera, solo leí un libro completo antes de aquella edad: Educación y Mundología, de Antonio de Armenteras, publicado  en la editorial Gassó, en 1959. Antonio de Armenteras, de quien apenas se encuentra información en la todopoderosa Google, fue un escritor, jurista, crítico teatral y mago; autor, entre otros libros, de una Enciclopedia de la magia, de un manual de correspondencia comercial, de un florilegio de aforismos, etc.; o sea, estamos ante un divulgador de libros que tuvieron «su momento», del mismo modo que los de horticultura son eternos… Apenas guardo memoria de lo que allí leí, pero sí que aprendí lecciones totalmente anacrónicas sobre cómo observar unas costumbres en la mesa, en el coche, en la calle, etc. que, a fuer de escasamente crítico, advierto que han desaparecido por completo de nuestros usos actuales. Seguramente animado por ese bello recuerdo de mi única lectura propiamente dicha, he acabado acudiendo al manual de don Mariano de Rementería para, en los delicados tiempos del Romanticismo, saber a qué obligaban el protocolo, la etiqueta y los usos «finos».

         Mi sorpresa ha sido mayúscula, porque el «refrito» de Rementería son dos traducciones de varios originales franceses que, a su vez, traducían uno o más originales ingleses, por la atribución que se hace de los mismos a John Bull, encarnación satírica del Reino Unido similar a la del Tío Sam usamericano. Estamos en presencia, pues, de una suerte de compendio de los usos y costumbres que se exigen para ser «urbano» y poder participar, sin desdoro, en la sociedad. El libro, además, es una suerte de refrito de otro sobre cocina escrito por el propio Rementería, porque incluye una suerte de «Arte Cisoria» muy curiosa de leer, pero traída un poco por los pelos al volumen, al margen de su oportunidad, porque «trinchar» bien un pavo, un pollo, un conejo, un lechón o un cabrito nunca es habilidad que esté de más, ciertamente, aunque ya esté en franca decadencia. Mi sorpresa ha sido la de haber encontrado, so pretexto de un manual de urbanidad, una suerte de manual cívico y moral que va más allá de la cortesía para abundar en la formación del carácter y aun de los principios, con un nutrido corpus de sentencias, aforismos, reflexiones y aun preceptos que siguen manteniendo tanta vigencia en nuestros días como cuando fueron formulados en el siglo XIX.

         Huérfano de madre, Rementería, nacido en 1786, fue «cedido» por su padre a unos familiares, quienes lo educaron. Estudio Latinidad y Filosofía y fue escritor y traductor que sobrevivía en el Madrid de la Década Ominosa como pudo. Acabó como profesor de Gramática en la Escuela Normal, y murió en 1841. Escribió un Manual alfabético del Quijote ,  las Conferencias Gramaticales Sobre La Lengua Castellana: O Elementos Esplanados de Ella (1839), una gramática española pensada para sus alumnos de la Escuela Normal de Madrid, y una gramática italiana para principiantes. Colaboró también en diversos periódicos y fue uno de los iniciadores del retrato costumbrista.

         Este tipo de lecturas, al margen de lo anacrónico de buena parte de su contenido, nos permite acercarnos al modo como han ido evolucionando las sociedades, porque, si leemos con atención, vemos mucho más de lo meramente superficial que ataña a las exigencias de las modas. Recordemos, para saber de qué hablamos, la definición que nos sugiere Rementería: Cicerón define la urbanidad: una ciencia que enseña el tiempo oportuno de lo que debemos hacer y decir.  El manual, en ese sentido, no decepciona, porque supone una visita a una sociedad tan alejada de la nuestras como los caballeros andantes lo estaban de don Quijote, cuando Cervantes escribió su magna obra, pero, al mismo tiempo, hallamos ciertas esencias inmutables que son válidas para aquella sociedad y para la nuestra. Por otro lado, al centrarse en la vida cotidiana, son innumerables las noticias con sabor de miscelánea de antigüedades que nos alegran la lectura, como la curiosa defensa del tabaco como un elemento para la higiene bucal: Este método saludable para la salud, que conserva los dientes y la boca sana, era desconocido para nuestros abuelos.

         Que nadie espere, de esta «urbanidad» romántica, nada que ver con nuestra época libérrima, y sí todo con ciertas concepciones de las clases sociales, de la mujer y del hombre que, como ahora sucede incluso con las narraciones infantiles o las películas de Disney, pueden «herir la sensiblidad» de los propensos a ver ataques a diestro y siniestro contra sus verdades reveladas. Situados, pues, en una época en la que las «hermosas» tienen un papel de diosas y los «currutacos» el de rendidos adoradores, el manual de Rementería se fija en las conductas que se han de seguir para poder participar de los diferentes actos sociales que miden, por cómo se conduzcan en ellos las personas, la calidad de las mismas.

         Curiosamente, lo primero que llama la atención del avezado inquisidor de las costumbres es el noble arte del diálogo, para el que nos brinda consejos que echamos de menos en estos tiempos en que el desagarro, el grito, el insulto y lo soez parecen campar a sus anchas. Todo ello en el bien entendido de que le parece una norma áurea la siguiente: Hablar de política en la mesa es una vulgaridad. De ahí que recomiende con insistencia: No habléis jamás de política, porque, excluyendo de esos diálogos a las mujeres, en aquella época, estaba claro que Una sociedad sin mujeres bien pronto viene a parar en tertulia política o en un club masónico. Y la vida social exige la participación de ambos sexos, máxime cuando en ella se compaginan en un mismo espacio la conversación, el baile, el juego y el «ambigú»: También se cena en los bailes, dando a aquella refacción el nombre de «ambigú».  La moderación, y sobre todo la discreción, junto con su pizca de agudeza e ingenio, valores que se heredan de la época del conceptismo barroco, son  valores propugnados por el manual, que huye constantemente de todo lo que  pueda producir conflicto o crear una tirantez que desemboque en la agresión, la burla cruel o el insulto descortés: Decía Fontanelle que si tuviese la mano llena de verdades, se guardaría muy bien de abrirla. Veamos, pues, algunas de las características del conversador que exige la buena sociedad: Un hombre fino evita todo lo que puede ser brusco en sus discursos, y no procura llamar la atención demasiado. No solo ha de buscar la discreción, sino que, contra la tendencia habitual en nuestros días: Basta a cualquiera decir su opinión, y manifestar sus sentimientos, sin que se empeñe en oprimir a su interlocutor con el peso de sus razones; antes bien ha de procurarse no tener demasiada razón. ¡Por amor de Hermes, lo que pensarían de nosotros quienes solo buscan, en la confrontación actual a la que llaman «diálogo», no siendo sino rifa de truhanes, que les den la razón, a toda costa! En la medida en que los originales que traduce Rementería son franceses, no nos ha de extrañar que se usen las excelentes fuentes de los moralistas del XVIII, como cuando se recoge el aforismo de La Bruyère: El espíritu de urbanidad es cierta atención a que nuestras palabras y modales hagan que los demás queden contentos de sí mismos y de nosotros. ¡Menuda delicadeza de espíritu, tan alejada de nuestros usos contemporáneos! He aquí una buena muestra de lo «transgresor» de nuestras bárbaras costumbres actuales puede ser la lectura de este manual de urbanidad. Que la caracterología de los interlocutores es básica para poder distinguir lo «fino» de lo «basto» lo advertimos en la sutileza con que el manual disecciona la práctica social de la conversación, ¡poderoso descubrimiento de la civilización!: A pesar de que los asuntos que se traten hayan de ser honestos, una zumba moderada constituye el encanto de la conversación; alegra sin herir, y la escita sin amargar cuanto se iba entibiando, aunque esa «zumba» ha de saber usada, porque del mismo modo que es muy difícil hablar a tiempo, a los interlocutores se les exige: Sed, pues, alegres sin ser serios, pero guardaos muy bien de haceros graciosos de profesión. De todo ello se deriva un aviso que convino cumplir en su momento y que continúa conviniendo cumplirlo en nuestros días: Sed, pues, sobrios en la narración, porque sobre esto nos suele engañar el amor propio. Evitad los equívocos y las menudencias que suelen ser propias de los titereros y bufones, pues por un dicho agudo que por casualidad pueda salir de vuestros labios, diréis veinte necedades que tal vez hieran a alguno. Como se advierte, toda «contención» es poca para «brillar» en sociedad, sobre todo porque, y da igual la de 1829 que la de 2021, los que entran en el mundo con la pretensión de ser notados y producir efecto, jamás serán admisibles, por cualidades que les asistan, haciéndose cansados y frecuentemente ridículos. ¡Suerte que el manual no nos deja desamparados frente a ese ímpetu en pos de la notoriedad, mal que tanto aqueja a nuestros actuales contemporáneos, quienes lo dan todo por una gotas, por efímeras que sean, de celebridad con fecha de caducidad! El verdadero medio de obtener buen éxito es aparecer penetrado del mérito de los que en la sociedad son principios ciertos de fortuna: el saber aguardar y fastidiarse, nos recomienda el traductor, con un realismo que hunde sus raíces en aquellos postulantes a un empleo de la corte que poblaban las antesalas del palacio real: «saber aguardar» y «fastidiarse», ¡ahí es nada!  No hemos de olvidar, además, en aquella sociedad tan jerarquizada la responsabilidad moral de quienes ocupan las clases elevadas:  No abuséis de la ironía; y si sois superior a las gentes a quienes habláis, no os la permitáis jamás, pues vuestra posición les debe poner a cubierto de vuestros tiros. Estamos en presencia, pues, de un «fino» análisis psicológico que amplía pronto su espectro para incorporar a quienes cae, por su nesciencia, fuera de tales círculos:  Solamente los necios sufren pacientemente los elogios; los mismos de quienes nos dice el manual que la burla desdeñosa es propia de los necios, y no saben cuán difícil es al hombre de genio hacer una cosa perfecta. El otro, el «hombre fino», es aquel que valora sobre todas las cosas el don natural y precioso del talento bien entendido:  De tal manera es la naturaleza humana que tiene celos aun de sus propias cualidades, y no perdona al talento, sino cuando conoce que este se ignora a sí mismo.

Llama la atención de este lector la reivindicación de la mujer vieja que hacen los autores del manual, y que seguramente compartiría Rementería, puesto que en sus manos estuvo la selección de los materiales para su traducción, y, desconociendo los originales, su composición ha de parecernos que refleje lo más estrechamente posible su propia manera de pensar: Nada tienen que ver las arrugas de una mujer que ha pasado su vida en el mundo con su talento, que no envejece jamás. Por otro lado, también me parece ingeniosa su agudeza respeto de la mujer fea: Una mujer fea es la confidente natural de todos los secretos amorosos; se parece a un terreno neutral en donde se va a tratar de la guerra que se quiere hacer a otro país. Así dicho, me recuerda el humor de autores como Jardiel Poncela,  Mihura, Tono y aquellos humoristas de posguerra que se agruparon en torno a La Codorniz, practicando lo que se llamó «humor blanco». El papel esencial de la mujer, en aquella lejana división de los sexos, muy anterior al sufragismo y a la igualdad de derechos entre hombre y mujeres, está muy claro para los compiladores: Los hombres hacen las leyes, ha dicho uno de nuestros escritores, pero las mujeres forman las costumbres.

El manual pasa revista tanto a las reuniones de sociedad, como a la vida familiar, las visitas a domicilio, el arte de trinchar las carnes y pescados, el vestuario y no pocas costumbres, como la saludable del tabaco, por más que recomiende taxativamente: Regla general: no debe fumarse jamás en la calle, algo, por cierto, que incluso hoy, por la pandemia, prohíben nuestras desacreditadas autoridades… Metidos en esa sucesión de «eventos» cotidianos, lo que más llamará la atención de los lectores será sin duda el rico anecdotario de usos y costumbres que se despliega en el texto, capaz de entretener a cualquiera a quien le sorprendan las viejas costumbres. Que, por ejemplo, un convidado tenga exigencias como la siguiente, ¿a quienes no choca?: Un convidado debe a lo menos una hora después de la comida a la persona que le ha convidado. […] No acaba aquí la obligación del convidado: le queda todavía otra que cumplir, cual es una visita llamada la visita de digestión y que se hace a los ocho días como señal de gratitud. ¡Por Pantagruel, qué enojosa costumbre, la «visita de digestión»! Imaginemos ahora que todos aquellos a quienes invitamos, se autoinviten ocho días después, porque en el texto queda claro que no es otra la intención de dicha visita…. Más del agrado de padres con hijos aún por independizarse del hogar familiar son estas observaciones domésticas tan acertadas: Es contra toda regla de urbanidad el recibir a nadie en una casa desordenada, en donde no se ha pasado el plumero. Y esta otra, tan penetrante, psicológicamente: El orden de un aposento anuncia el orden del que lo ocupa, que hemos de leer, para dichos hijos, en sentido inverso, que es el habitual: desorden anuncia desorden…

         El texto dedica no pocas páginas al «Arte Cisoria», un arte que, en España, hizo famoso a Enrique de Villena, autor también de Los doce trabajos de Hércules; pero hace lo propio con una prenda de la indumentaria del  hombre fino que hoy se ha transformado en la mínima expresión de lo que fue en su día: la corbata. Parafraseando a Buffon, el texto llega a afirmar: Por la corbata se juzga al hombre, o permítasenos decir que la corbata es todo el hombre. A partir de aquí, el texto divaga ampliamente alrededor de esa prenda casi genética del hombre para enterar a los lectores de la gran diversidad de nudos y técnicas de doblaje de las tales, de modo que para cada ocasión se emplee el nudo apropiado. Por otra parte, no hemos de olvidar el beneficio postural que favorece la prenda: Sola la corbata es la que obliga al hombre a llevar su cuerpo derecho y la cabeza levantada y con nobleza. Hasta tal punto llega la admiración de los autores por tal prenda que incluso llegan a afirmar que a la verdad, el primero que llegó a plegar una corbata engomada adelantó un paso a las luces e hizo más servicios que las sectas económicas y enciclopedistas juntas. Quienes dominen el arte del uso de la corbata, dispondrán, además, de una suerte de «ojo de buen cubero» para distinguir a sus interlocutores:  Bajo el aspecto literario la importancia de la corbata es mayor en cierto modo: es la divisa del genio, y un ojo observador reconoce en el gusto de la corbata a un poeta o a un químico. Es muy probable que todas esas especificidades sobre prenda tan identificadora las tomaran los autores a quienes traduce Rementería, por las alusiones que se hacen en el texto, de esta publicación: Cravatiana ou Traité Géneéral des Cravatés Ouvrage traduit libremente de l’anglais.  Aparecida en Paris en 1823. A título anecdótica, cabe reseñar entre los diferentes tipos de nudo, los siguientes: El nudo gordiano para visitas de cumplimiento. [El más difícil]. El nudo de brida basta al cazador. El nudo a lo valija conviene para el paseo. El nudo sentimental, para una cita. El nudo a la americana. El nudo a lo Byron. El nudo a lo matemático. El nudo a la oriental. El nudo a lo gastrónomo… Pero eso sí los «pisaverdes» no habían de olvidar jamás que toda corbata rayada o en cuadros es de medio tono y que la corbata de color no se lleva sino en negligé.

         Finalmente, en el capítulo de curiosidades cabe destacar la receta de dentífrico que nos ofrece el texto: Se frotarán [los dientes] con carbón bien pulverizado y pasado por un tamiz de seda o con cualquier otro polvo preparado para este efecto. […] Se compone un dentífrico con partes iguales e polvo de quinina y carbón mezclado con un poco de crema de tártaro, único todo con miel carbonizada. Así como la fuerte oposición al rasurado total de la cara en los hombres, porque, a juicio de los autores, la barba siempre ha dominado a los rasurados, como, con supuesto rigor histórico se afirma: El abandono de la barba ha acarreado periodos de una afeminación general. … Los romanos llevaban barba cuando sometieron a los griegos, que no la tenían, y la habían dejado de llevar cuando fueron vencidos por los godos, que aún la conservaban. Y ofrece el caso particular de Luis VII de Francia: Luis [VII] “El Joven” y Leonor de Guiena [de Aquitania] se separaron porque ella no soportaba ver afeitado a su marido. Decía que se había casado con un monarca, no con un fraile.

         En fin, este El hombre- fino al gusto del día es uno de esos textos que, ya lo han visto, se ha de leer con una sonrisa en la boca y un buen lápiz al costado o, como en este caso de las ediciones Google, con un archivo abierto donde ir pegando lo que se recorta y pega para extractar el texto. De hecho, todo él está lleno de ideas que permiten, a cualquiera, usarlas en contextos bien actuales: La estremada viveza y la estremada pereza impiden ser urbanos, dice el manual; pero, en otro ámbito de la realidad, no anda menos acertado: La galantería es, respecto al amor, lo que la urbanidad respecto a las virtudes sociales. En estos tiempos en que el victimismo ha pasado de ser algo íntimo a un hecho sociopolítico, conviene recordar la última lección de prudencia que nos ofrece tan curioso texto: Es preciso dejar siempre en la propia casa las pesadumbres, y no ir a turbar la alegría de los otros. De igual manera que el «gusto del día» es el espíritu pacífico del respeto a las leyes de la dialéctica: Feliz el hombre de mundo que pudiese deponer el amor propio a la entrada de una sociedad, así como dejar la espada o el bastón a la puerta de la comedia.