viernes, 31 de agosto de 2018

Lanzarote a ojo de buen turista…



Entre isla afortunada y privilegiada: Lanzarote o el delirio volcánico de la austeridad.

Como tengo por costumbre aleccionar a mis coexpedicionarios,  los turistas vamos a los destinos turísticos a “trabajar”, y el turismo es profesión exigente: horarios, itinerarios, programas de visita…, todo se confabula para exigir del buen turista una disciplina férrea que rendirá sus frutos solo si uno no se aparta de su dura práctica y persevera en ella sin dejarse arrastrar por desviaciones que solo buscan arruinar una estrategia de dominación del objeto.

Llegamos tarde, mal y con el sobrecosto de un taxi hasta el hotel en el quinto infierno. La isla es pequeña, sí, pero viendo cómo sube el taxímetro durante casi 40 quilómetros, la sensación subjetiva es que uno viaja de Barcelona a Cádiz… El segundo viaje, este en guagua, desde Playa Blanca hasta el aeropuerto, para coger el coche de alquiler que por el retrase del avión nos fue imposible recoger en Avis, aunque otras compañías, Herz, por ejemplo, sí que esperaban a sus clientes retardados por Vueling…; ese viaje en guagua, parando en todos los pueblecitos de la costa antes de llegar al aeropuerto, sí que ha sido un auténtico bus turístico, a juzgar por el repaso a todas las poblaciones que ha hecho y que le hemos de agradecer. Ya en posesión del coche, y con las oportunas recomendaciones de la amable azafata de la agencia de Información y Turismo, nos hemos lanzado a la aventura del mercadillo en Teguise, en la que nos hemos sumado al torrente de turistas hasta colapsar la pequeña villa llena de encanto . Hemos comido regular, un local regentado por extranjeros, y, después hemos salido hacia Harías, una travesía excepcional, porque hemos atravesado un puerto de unos 700 metros, con una carretera estrecha y, en algunos tramos, envuelta en nubes bajas, colgadas de las laderas de la montaña que aportaban un toque casi invernal a un día brillante, soleado y caluroso, en términos generales. La subida y el descenso me recordó, sobre todo, la bajada del Teide por La Orotava, en Tenerife, más pronunciada que esta, pero esta igualmente ofensiva para los indigestos vértigos de mi Conjunta ni, en segunda edición, para los de nuestra hija. En Harías, otro pueblo blanco más, pero vacío de animación, queríamos visitar la casa famosa de César Manrique. Y lo conseguimos, aunque dimos un vuelta tremenda, porque seguimos las indicaciones para los coches. Teníamos poco tiempo, pero lo exprimimos bien. Es extraño que lo más famoso de una artista plástico no sea ninguna de sus obras y sí su morada, diseñada hasta el último rincón con magnífica disposición de diseñador de interiores, aunque se crucen estilos muy distintos en el interior y peque de cierto recargamiento. En cada pieza, en cada esquina, desde los techos hasta los muebles, pasando por todo la cachivachería propia de un espacio íntimo habitado y exhibido, hay una voluntad de composición artística indiscutible. Ello no quita, claro está, que haya una cierta topicidad en los gustos del mansionista, con una cocina estilo inglés que desmerece totalmente de la arquitectura nativa en que se inspira la casa. Los baños externos acristalados son un  prodigio luminoso muy propio de ese exhibicionismo inherente a la concepción museística que preside el diseño de la casa. La parte central de la sala, dedicada a la chimenea impetuosa, incrustada en una pared toda ella de piedra volcánica, invita a sentarse, encender el fuego, por amor al fuego, jamás por la temperatura, y compartir una seductora conversación… con el libro de turno. Seguimos la ruta y, también en tiempo de descuento, llegamos al Mirador del Río, desde donde contemplamos, a nuestro antojo, la sugestiva isla
La Graciosa, en la parte norte de Lanzarote.  Como estreno oficial de las vacaciones, recorrimos la isla de sur a norte y de norte a sur, del Mirador hasta Playa Blanca, donde un súper abierto nos facilitó aprovisionarnos de fruta y yogures para la cena. Los alrededores del apartotel  están diseñados para consumidores de bonos turísticos que incluyen la estancia y la playa justo enfrente del alojamiento; pero el paseo junto al mar es muy agradable. Hemos llegado hasta el puerto y hemos sacado, con antelación, los billetes del ferry para ir a Fuerteventura, donde Unamuno fue transterrado, porque para ser desterrado, propiamente, tendrían que haberlo enviado fuera del territorio nacional, lo que no es el caso. Hay, sí, destierros judiciales fuera de unos límites municipales o regionales, pero el clásico destierro, como el de los liberales del XIX, implica haber de huir al extranjero. Una mañana tranquila a la que seguirá la visita al Timanfaya, a ver qué da de sí… Pues ha dado mucho, ya lo creo, porque el solo hecho de conducir por el Parque Nacional entre extensiones inacabables de piedras volcánicas, lava y ceniza es un placer absoluto, místico. Llegados al punto de acogida de visitantes, hemos transbordado a un autobús que nos ha llevado por el interior del Parque Nacional, en una visita que rendía pleitesía a los cráteres reventados a fuerza de expulsar tanto fuego, tanta lava, tantos piroclastos, hasta transformar el paisaje de un modo tan abrupto como hermoso. Le viene a uno a la memoria el axioma literario antirromántico de Breton: La belleza será convulsa o no será, quien, por cierto, visitó y se enamoró de Tenerife, presidida por el Teide…
He tenido la sensación, atravesando este paisaje en autobús, de desplazarme en el Pathfinder de la NASA, y a buenos entendedores… Es cierto que he echado de menos que nos permitieran un esparcimiento caminador en algún punto del recorrido, pero van los viajes tan pautados y son las rutas por donde circulan los autobuses, las guaguas, tan estrechas, que resulta del todo imposible hacer algo así sin provocar un considerable desorden. Para calibrar la geotermia del lugar, hemos asistido a una demostración del poder calórico del terreno que pisábamos a escasos metros bajo nuestros pies. Un aporte de paja introducido en un hoyo de escasa profundidad, enseguida ha provocado un incendio de amplias y espectaculares llamaradas. Una parrilla dispuesta sobre un pozo seco de unos quince metros de profundidad, permite asar la carne a una temperatura entre 180º y 250º, lo que añade un plus de tipicidad inigualable al restaurante donde se sirven tales viandas cocinadas con el fuego del infierno, literalmente. De regreso hacia el apartotel, hemos ido a visitar Los Hervideros, una excavación del mar en la roca y en la que, con marea impetuosa, se advierte un fenómeno singular: el agua trepa por los huecos horadados en la roca y sale bramando al exterior a modo de géiseres como el que el empleado del Timanfaya provoco artificialmente echando agua en un tubo de metal hundido unos 10 metros en la tierra. Una breve visita a las salinas de la zona han puesto punto y final al recorrido turístico de hoy. ¡Y mañana más…! Un destino turístico ha de tener, además de los alicientes básicos: buen clima, sol, playas inmaculadas y una gastronomía envidiable, algunos atractivos entre exóticos e idiosincrásicos que permitan al turista ciertos extremos de exageración que le ayuden a salir del paso social con el clásico: “pues ve tu el año que viene y compruébalo con tus propios ojos”.
Quizás el tubo volcánico que formó el volcán La Corona hace 20.000 años a lo largo de seis quilómetros bajo tierra, más otro y media que se adentra en el mar no acabe de tener la grandeza de ciertas cuevas prehistóricas que están en la memoria de todos, españolas y francesas, pero, en sus dos versiones, la rústica y la doméstica, la segunda, obra de Manrique y un colaborador suyo, da de sí lo suficiente para rendir la pleitesía de la visita a ambas cuevas. Como es natural, el viaje subterráneo de un quilómetro por un espacio apenas tratado tiene una naturaleza más cercana al estado original. El segundo, Los jameos (palabra guanche para “abertura”) del agua, son un ensayo de acción estética sobre un medio natural espectacular que, sin dejar de ser efectista, peca más de cuidada escenografía que de otra cosa, aunque se ve con gusto, insisto. En el remate de la jornada, que entraba en el bono de visita, el Jardín de Cactus, obra, ¡como no!, de Cesar Manrique, ha resultado ser la sorpresa del día, al menos para mí, porque lo mío es auténtica pasión por los jardines botánicos. Este, dada su especialidad, su monocultivo, no se puede comparar con la joya que es el de Tenerife, que aún “obra” en mi memoria -y en mi Colección Particular de fotografías-; pero en la medida de su dedicación exclusiva a los cactus tenía el aliciente de mostrar la diversidad dentro de una sola especie: la más resistente al calor abrasador y a la ausencia de lluvia, es decir, estamos hablando de la categoría de los “resistentes”, de ahí que me sienta tan cercano a ellos; cactus, por otro lado, perfectamente protegidos para defenderse de depredadores, humanos, animales o vegetales que, de otro modo, acabarían con la especie en un decir amén.
El espacio diseñado por Manrique tiene estructura de anfiteatro y en las paredes hay terrazas por las que se puede pasear y admirar especies de menor tamaño. El efecto que produce el abigarramiento de ejemplares es el de una “selva” de cactus, lo cual es una novedad, ciertamente. Pasear por sus bien trazados senderos a la búsqueda de los cactus más exóticos sí que se puede conceptuar como “safari vegetal”, y el éxito me ha acompañado, porque si no he “cazado” fotográficamente unos veinte hermosos ejemplares que sumaré a mi archivo de árboles no he cazado ninguno.
La parada para comer la hemos hecho en Punta Mujeres, donde he entrado acompañado por dos, como salvoconducto. Lo “típico” del lugar son las piscinas marinas entre naturales y artificiales que festonean la línea de mar del pueblo y le otorga una personalidad muy propia. Nos han recordado las espectaculares de Garrachico, en Tenerife, espléndidas. Y mañana a Fuerteventura, con el recuerdo del trasterramiento de Unamuno por su oposición a la dictablanda de Primo de Rivera. Salto de isla, de Lanzarote a Fuerteventura, con el ánimo de ver la casa-museo de Unamuno en Puerto Cabras, hoy Puerto del Rosario. Cualquier museo tiene algo de falso y de gato por liebre, y uno nunca tiene la seguridad de que todos los objetos expuestos formaran parte del día a día del don Miguel universal, uno más del coro de Migueles que han dado gloria a la lengua y al país. Siguiendo una tradición que inicié, si no recuerdo mal, con la Divina Comedia en Florencia, en esta ocasión he querido releer “in situ” los sonetos del libro de De Fuerteventura a París, 66 sonetos, algunos de ellos comentados, que reflejan lo que fue el exilio forzado de Unamuno en la pobre y lejana Fuerteventura de 1924. El contraste entre aquella isla y la de hoy, desarrollada gracias al turismo es escalofriante, por lo que algunas fotos permiten constatar.
Unamuno se hospedó en un hotel a cuya azotea solía subir por unas escaleras desde el patio central para darse baños de sol completamente desnudo, situación en la que leía obras como las de Galdós, a quien “redescubre” en aquella estancia a la que lo llevó su pasión política y su rechazo a una monarquía que no tardaría mucho en caer, tras las elecciones municipales de 1931, que alumbraron la instauración de la Segunda República, de tan triste recuerdo: un auténtico episodio de locura política que acabó como acabó, por la responsabilidad de todos. Después de comer en El Cangrejo Colorao una sama a la espalda exquisita, hemos vuelto al camino a lomos de nuestro Citroën “cactus”, que diríase bautizado para uso exclusivo de las Canarias. Sobre la lectura, ya me extenderé en otros espacios más apropiados. Hemos hecho “a imitación de don Miguel”, por supuesto, una excursión a la primera capital de la isla, Betancuria, nombre que homenajea al conquistador de la isla, Jean de Bethencourt, normando. Como nos dijo la guía del museo/casa de Unamuno, Betancuria son “cuatro casas”, pero arracimadas alrededor de la iglesia y con un sabor antiguo y auténtico difícilmente hallable en otros rincones de la isla. Finalmente, ante de regresar al ferry, hemos ido a ver las playas salvajes de dunas, cuyo trazado completo estaba impracticable porque una productora, la de la película Wonder Woman, había pagado para reservarse esa parte de la isla durante quince días… El tramo que hemos visto, con todo, permite figurarse el resto inaccesible. Ambos viajes en el ferry han tenido el placer de las travesías cortas, como la que hicimos de Tánger a Algeciras, hace algunos años. Y mañana sí que, al parecer, ¡no me escapo de la playa, del día de playa, para ser más exactos! Lo meto aquí, sin su espacio, porque he olvidado dónde lo vi, pero las tapas de las alcantarillas están hechas en Aranda de Duero, que ya es decir… Como contrapunto, y por imperativo de mi Conjunta, hoy tocaba día de playa que, al final, ¡gracias a Hermes!, se ha convertido en día de playa y de senderismo, porque hemos visitado el espacio natural protegido
El papagayo, al final de la isla, más allá de Playa Blanca. Hemos tenido que llegar por un sendero de tierra lleno de baches que me ha hecho temer lo mío por el coche de alquiler. Llegados con bien y con tensión, ese espacio mezclaba un paisaje desértico, acantilados y playas en calas de desigual tamaño pero con excelente arena blanca y unas aguas frías y transparentes que el cuerpo sudoroso ha agradecido tras la caminata, de promontorio en promontorio, descubriendo playas paradisíacas a nuestros pies. Lo bueno de un día así es que desaparece el concepto de “rentabilidad turística”, que, se quiera o no, teniendo el tiempo tasado, se desarrolla automáticamente en el visitante. Hemos tenido la suerte, además, de podernos instalar en una franja de sombra donde guarecernos del sol acosador y aplicarme, yo, a la lectura curiosa del libro de Frederic Lenoir, Du bonheur, que encontró mi hija, huérfano, en un banco del aeropuerto de Barcelona y que yo, por esos azares que me entusiasman, he convertido en mi libro de vacaciones. Lo leo en francés, por supuesto -aunque en toda mi vida solo he hecho un curso de un mes, intensivo, en la EOI-, y estoy aprendiendo mucho sobre el idioma, cuyas fórmulas frasísticas voy desmenuzando con inequívoca pasión filológica, que es lo mío, que fue mi profesión y sigue siendo, hoy, mi pasión.
Penúltimo día isleño y hoy tocaba playa matutina y visita a la casa de Saramago y de Pilar del Río, su segunda esposa. Recordemos que Saramago se instala en Lanzarote cuando Cavaco Silva busca que se prohíba en Portugal una novela del autor: El evangelio según Jesucristo. El matrimonio y unos cuñados compraron un terreno y aprovecharon, en la parte alta de la zona de Puerto del Carmen, en Tías, para construir dos viviendas adosadas. Después del Nobel decidieron habilitar junto a la casa un edificio que sirviera de biblioteca para los 15.000 volúmenes de la pareja y como despacho del autor.
Tercera casa de artista que visitamos en este viaje. La de Saramago, que falleció en 2010, guarda aún un efluvio cordial del personaje, aunque, por la visita guiada, se intuye que se trataba de un personaje tímido, silencioso, amante del recogimiento y, sobre todo, muy amigo de que no le robasen su tiempo de escritura, ese “que aprieta”, como solía decir. Me ha impactado ver la cama donde murió, después de desayunar. Se encontró mal y quiso volver a acostarse, ya para morir, mientras oía su nombre repetido, “José, José, José…”, de labios de su mujer. No era infrecuente, al decir de la guía, que si alguien llamaba a la puerta, saliera él mismo a abrir y, según costumbre de hondas raíces humildes, invitar a un café a quien llegaba a su morada. La casa está diseñada con gusto y sentido utilitario de los espacios, lo que no priva de hallar en ella todo un arsenal de recuerdos, pinturas, colecciones de diferente naturaleza, plumas, caballos, etc., y esos objetos propios, íntimos, que van jalonando la vida de un artista y la de cualquier hijo de vecino. Nos han explicado cómo fueron haciendo la casa poco a poco e incluso cómo uno de los olivos llegó a ella traído por Saramago en una maceta entre las piernas, en el avión. 12 años después, el mismo olivo se alza majestuoso en la entrada de visitantes.
Aunque tiene colección de plumas, escribía en el ordenador. En el primer estudio, el de la casa, comenzó y acabó Ensayo sobre la ceguera. Cuando murió, estaba releyendo La montaña mágica, de Mann, entre otros. En su despacho he visto una edición estándar de Antonio de Guevara, Menosprecio de corte y alabanza de aldea, y, en una mesa del salón, donde los sofás, El político, de Gracián. Era devoto de Pessoa, per no se me ocurren dos escritores mas disímiles por intereses, estilo, personalidad e ideología. Nos hemos dejado aconsejar por una sobrina de la mujer y por la guía, y hemos ido al restaurant La Ermita, donde, de tapas, hemos comido muy bien. Después de dar un paseo bajo un sol inclemente por la parte antigua del Puerto del Carmen, un espacio ultramasificado, pero aún presentable, hemos escogido otra recomendación de la guía: no perdernos la visita al volcán El cuervo, donde Sebastião Salgado les hizo una foto maravillosa a Saramago y su mujer, por cierto. Tras una caminata a través del mar de lava del Parque Nacional del Timanfaya, la visita ha sido espectacular, casi sobrecogedora. No dejaban encaramarse a la ladera del volcán muerto, pero, al dar la vuelta al cono, hemos descubierto que podía visitarse por dentro y nos ha llenado de alegría el descubrimiento. Impresiona  figurarse lo que debió de ser, en su momento, el siglo XVIII, semejante explosión. A la vuelta hemos pasado por los cultivados viñedos de La Geria en plenos terrenos volcánicos, lo que, al parecer, confiere a la uva una especial dulzura y, por lo tanto, un vino particularmente seco. Y para “casa”, a darnos un bañito en la piscina, el primero y el último, una buena ducha y una copiosa cena de fruta, queso, jamón y yogur. Y mañana, ya de volandas para casa, la verdadera, adonde tengo enormes ganas de llegar. Último día en Lanzarote. Desayuno copioso y playa, tras haber hecho las maletas. La playa, excelente. El agua, con cubitos de hielo. Un comidón exagerado, un arroz negro para trescientos, no para tres…, y después a cargar el coche y de visiteo hasta que se haga la hora de devolverlo y de facturar el equipaje.
Hemos ido al Golfo, a ver lo que es un cráter abierto frente al mar y un sucinto lago en el fondo del volcán, producto de las aguas del mar que han penetrado vía subterránea, con un color verde esmeralda producido por las algas que lo colonizan. [Muy a posteriori, en casa, recordé que Almodóvar había rodado en Lanzarote su película Los abrazos rotos, y sí, ya he visto que sale el charco de Los Clicos en El Golfo].
El pueblo, minúsculo y hermoso; las playas, abruptas y casi inaccesibles. Subiendo a un mirador, un buen costalazo tras patinar en un resalte y para “empatar” con la caída horizontal de mi Conjunta esta mañana en una roca “jabonosa” junto a la orilla. Dejamos para el final Arrecife y tuvimos la mala fortuna de llegar en día festivo del patrón de la ciudad, San Ginés, según nos informó un pizpireto camarero italiano al lado de la iglesia consagrada al santo. La ciudad, entre horrorosa y casposilla, al menos la parte vieja que visitamos, nos dejó quejosos. Esperábamos algo más, desde luego. Con poco o nada que hacer, nos tomamos un refresco e hicimos tiempo para regresar al aeropuerto, dejar el coche, facturar y, ¡por suerte!, salir a nuestra hora. Aunque llegamos a las 2’30h, nuestro hijo tuvo el gran detalle de venir a buscarnos con el coche…, lo cual fue, propiamente, un broche de oro a un viaje que nos ha seducido totalmente, y que repetiremos, sin duda, si el tiempo y la salud acompañan…



viernes, 17 de agosto de 2018

Veraneo jubilar: La Sagrada Familia y Shomei Tomatsu...



El parque temático  Eurogaudí: La Sagrada Familia,  y Japón desde la posguerra a nuestros días a través de la mirada comprometida de Shomei Tomatsu.

Ha tenido que venir una amiga de nuestra hija que nunca había estado en Barcelona para que, venciendo todas las reticencias del mundo, sacáramos entradas para visitar La Sagrada Familia y adentrarnos en ese parque temático gaudiniano hecho de luces y de sombras por un igual. Es cierto, como dice la guía, que se trata de una catedral original: las estatuas están fuera y dentro, huérfano el interior de ellas, el espacio relativamente vacío ocupa el protagonismo absoluto. Se cerró la nave central y se aprovechó para que el Papa la consagrase oficialmente. Algo vi en televisión de aquella ceremonia y me dio la impresión de que habían construido una discoteca "a lo divino", del modo como se hacían versiones "a lo divino" de algunas obras en nuestro periodo clásico: el Garcilaso a lo divino, de Sebastián de Córdoba, por ejemplo, el própio Cántico espiritual de San Juan, que vuelve a lo divino el Cantar de los Cantares, o los Juegos de la Noche Buena en cien enigmas, de Alonso de Ledesma, entre otros.
Los juegos de colores que dotan de una policromía singular los laterales de la nave central, con sus colores simbolicos: verde esperanza y azules fríos para la fachada del Nacimiento; rojo pasión para la fachada de la Pasión, compiten con las luces de los templos modernos del culto al cuerpo y sus ritmos. Visité el templo al poco de instalarme en Barcelona, cuando solo la fachada del nacimiento y la cripta era cuanto se ofrecía al visitante, porque los fondos llegaban con cuentagotas y, tratándose de un templo expiatorio, las obras se acompasan al ritmo de las donaciones. Ahora, con las fortísimas entradas de la atracción turística en que se ha convertido el templo, diríase que protestante y ausente de toda traza de religiosidad católica, dada la severidad y austeridad de su interior, solo rotas por detalles de ornamentación propios de una mente visionaria. La entrada por la fachada del nacimiento permite establecer una conexión entre el canto a la naturaleza ubérrima y fecunda de esa fachada y la representación arbórea que sustituye las nervaduras de las columnas para formar las bóvedas de esta catedral neogótica, con su innegable toque flamígero que ofrece una coherencia entre el exterior y el interior.
Con esa perspectiva, está claro que lo más conseguido del templo está en las alturas, como si Gaudí hubiera deseado que nos concentráramos en las alturas, en el espacio por excelencia de la divinidad. Hacia ella llevan las cuatro escaleras que, impracticables ese día de nuestra visita por la lluvia, se le ofrecen al visitante, sin embargo, como cuatro joyas arquitectónicas, si bien las que flanquean el altar tienen un diseño de casa señorial espectacular muy diferente de las del fondo de la nave, de perfil más utilitario. Los contrastes de todo tipo son el ADN de La Sagrada Familia. La interpretación antropológica de la erección del templo en honor de la Sagrada Familia ya la hizo Luis Goytisolo en Antagonía, y a él remito al lector para entender, cabalmente, la particularidad catalana del templo. Me limito a destacar, en lo visto, el abismo que hay entre unas y otras partes del templo, en los horrisonos plafones coloristas que representan a los cuatro evangelistas, el contraste entre el realismo de las figuras de la fachada del Nacimiento y el diseño manga, Mazinger zeta avant la lettre,  de los "guerreros" de Subirachs, autor de una fachada de inequivoco mal gusto, aunque he de confesar que el Ece Homo tiene cierta grandeza y que la perspectiva en  contrapicado desde la columna central consigue un efecto sorprendente.
Hay mucha geometría variable en este templo, pero no siempre los efectos conseguidos redundan en el placer de la contemplación. Las protuberancias, al modo de escafandras, de las columnas, tienen un aire visionario "a lo Julio Verne" que contrasta poderosamente con la religiosidad de que Gaudi quería impregnar a su templo expiatorio.
No digo que descontextualizadas del espacio religioso no tengan un cierto atractivo, pero en el interior del templo más parecen cosa de chafarrinón que de ingenio. He de reconocer que las puertas "vegetales" de Etsuro Sotoo, autor también de las cestas de frutas de los pináculos son un prodigio de lirismo vegetal en el que no faltan siquiera insectos habituales del follaje. Me han recordado sobremanera las de Cristina Iglesias para El Prado, aunque estas tienen una grandeza de la que carecen las del japonés, más modestas en su concepción y en su realización, frente al gigantismo de las de Iglesias, con sus 22 toneladas de peso.
El éxito turístico de la Basílica es innegable, aunque dudo mucho de que parte de esos contrastes tan marcados en una obra que lo tiene todo de pastiche, dada la variedad de estilos que la conforman, se hayan debido a una decidida voluntad de atraer a esas masas. No sé si cuando esté acabada, dicen que dentro de ocho años, será un templo reconocido por su religiosidad, si será un templo visitado para el rezo y la liturgia, pero mucho me temo que esta gallina de los huevos de oro no va a dejar de ser explotada. Será estupendo, si ello fuera posible, pasear por el entorno del barrio y , sin muros ni grúas, poder pasar de una a otra plaza a través de la iglesia y, quien sea religioso, poder recogerse ante el austero altar y negociar con las alturas agradecimientos y perdones, y quien no lo sea, reconocer este o aquel detalle en el que siempre es capaz de hallar complacencia y tranquilidad de espíritu, como el de la luz del atardecer atravesando las vidrieras rojas y anaranjadas de la fachada de la Pasión. Reconozco que me ha interesado mucho la visita, a pesar del precio disparatado de la misma, y que, aun no pudiendo compararse ni de lejos con la Catedral de Toledo, de Burgos o de Santago de Compostela, tiene suficientes alicientes arquitectónicos como para recrearse en ellos una buena tarde. Nuestras jóvenes acompañantes se cansaron relativamente pronto de la visita, pero, con tiempo, hemos de volver, mi Conjunta y yo, para disfrutar de esas magnas escalera que nos están pidiendo: ¡súbeme!

La exposición  de Shomei Tomatsu en la sala Mapfre, en la espectacular Casa Garriga i Nogués, en sí misma toda una atraccion digna de ser visitada, es una antológica de toda su obra en la que se repasan sus diferentes centros de interés a lo largo de su vida artística. Tomatsu es un fotógrafo muy apegado a la realidad, a las realidades, en realidad, y desde la dominación usamericana de la posguerra, que él refleja en la americanización incipiente que trajo la invasión y control de Japon por el ejército usamericano, hasta los devastadores efectos de la contaminación, pasando por las víctimas de los bombardeos atomicos de Nagasaki e Hiroshima, o la vida sexual en los barrios degradados, pocas cosas escaparon al ojo de su cámara.
Centrado en su propio país, también hay alguna muestra de su acercamiento a mundos hasta cierto  punto exóticos, como el de Afganistán, por ejemplo. Tomatsu es un fotografo muy interesado por la persona, lo cual es de agradecer,  al menos yo se lo agradezco infinitamente, porque las personas fotografiadas son un mundo lleno de matices que, por buenas y artísticamente irreprochables que puedan ser otras de objetos, paisajes, etc., no pueden competir con las primeras.  Hay en Tomatsu, sin embargo, una vena cercana al surrealismo que se manifiesta en la captación de ángulos, detalles, composiciones, etc., que representan una singular novedad, como el monográfico dedicado al asfalto o a ciertos espacios naturales degradados, que caban adquiriendo una dimensión geométrica singular que recuerda, de lejos, las imágenes extraordinariamente hermosas del inicio de la película La isla mínima. A mí particularmente me ha interesado este fotografo por su capacidad, que tanto valoro, para percibir aquello que puede pasar desapercibido a lamayoría. Así, una foto como La senda del viento, una grieta en la pared resquebrajada que permite figurar la silueta de un gran escualo, puede compartir el espacio con la fotografia escalofriante de un superviviente de Nagasaki cuya piel quemada se asemeja enteramente a la corteza de un árbol, lo que crea en el espectador la sensación de que las metamorfosis no son propiamente literatura, sino vida palpitante[La foto encabeza esta entrada provinciana].  Senzi Yamaguchi, es la persona afectada. Y la fotografia, que deja en sombra su rostro, impidiendo el reconocimieno facial, sobrecoge y admira a partes iguales, el drama individual y la calidad artística de la captación de dicha realidad. Hay otras, de mujeres quemadas, que recuerdan la exposición de hace unos años de las mujeres indias quemadas por ácido como señal de venganza. La capacidad de percepción líria de Tomatsu se demuestra en la foto de una nube sobre un mar en plano inclinado, una nube cuya sombra se convierte en un fulgor, como si la nube rielara sobre el agua, como la luna.
Tomatsu presta atención también a las manifestaciones populares de todo tipo, desde las protestas juveniles, tan impactantes por su marcialidad cuando las contemplaba en los telediarios de finales de los 60 y comienzos de los 70, como las prácticas tradicionales del teatro Kabuki u otras manifestaciones. A ese respecto, la foto de tres enmascarados con unas máscaras que representan muros es realmente impactante. Como se advierte, se trata de una exposición diacrónica que permite hacerse una idea clara de los núcleos de interés de un fotógrafo cuya depurada técnica consigue fotos, como las de la sexualidad casi clandestina en aquella sociedad japonesa tan timorata como tradicionalista, que impresionan contempladas a tanta distancia. Menor representación tienen las fotografías centradas en la arquitectura: casas, interiores, fábricas, almacenes, etc., pero las hay y son fotos que siempre se presentan desde ángulos casi insólitos y con un afán analítico y crítico muy notable.

viernes, 3 de agosto de 2018

Los museos son el veraneo de mileuristas y jubilados…



Faraón, rey de Egipto: Con todas las comodidades, el mejor espectáculo posible…Un museo en verano es un don sobrenatural…

Es evidente que tras un año de trabajo, el espíritu trashumante de nuestra especie, preservado por el cerebro reptiliano, invita a coger carretera y manta y a alejarse cuanto más mejor del epicentro de la cautividad, de la explotación o de la rutina. Que a ese buen propósito se opongan los imponderables de las huelgas aéreas, que la realidad difiera mucho de la reservado con antelación o de que la masificación nos provoque náuseas y la necesidad imperiosa de huir de lo que fue nuestra huida no parece que influya mucho a la hora de cumplir con el rito de la costosa felicidad a plazo fijo. Enrique Tierno Galván, célebre autor de bandos municipales madrileños en su época de alcalde, optaba por veranear el mes de agosto en Madrid, el único en el que la ciudad adquiría unos tintes de humanidad que perdía en los once restantes. No sé si ahora, con el incremento exponencial del turismo que tiene la capital de España, haría y diría lo mismo, pero bien puede ser que sí, sobre todo si, como buen intelectual, se levantase pronto y aprovechara las mejores horas del día en esta época del año. Además del conocimiento de la propia ciudad, que siempre postergamos, el turista en su hábitat habitual tiene a su alcance un institución, los museos, que le permite emprender viajes sorprendentes, llenos de sensibilidad, conocimiento y placer, dignos de la mejor aventura turística que pueda imaginarse. Pongamos por caso, yendo bien lejos, exposiciones al estilo de la de Sebastião Salgado, Génesis, que además coincidió en el tiempo con la película de Wim Wenders, La sal de la Tierra, sobre la vida y la obra del fotógrafo, lo cual supondría, en tiempo de vacaciones, rizar el rizo de la sinergia positiva. Aunque parezca mentira, siempre hay algún museo en la propia ciudad que nunca se ha visitado, sin que ello suceda porque se hayan visitado otros muchas veces. Simplemente ocurre, y cualquiera se lo puede demostrar. Como paso cada dos días por delante del Arqueológico, enfrente del Mercat de les Flors, aún no se me ha ocurrido acercarme un día y conocerlo. Este mes de agosto es el que mejor se presta, sobre todo si la exposición estrella es “El sexo en la época romana”, lo que un día, al pasar por allí con el coche me produjo cierto estupor, porque en la entrada había varios colegios con críos de siete u ocho años… ¿No es muy “temprana” semejante iniciación?, me dije. Concluí que verían otras salas.
En el Caixafòrum están ofreciendo actualmente una exposición, Faraón, rey de Egipto, que supone un viaje en efigie a dicha civilización de notable interés para los aficionados y los profanos, porque todos los objetos expuestos tienen la virtud de abrirnos al conocimiento detallista de aquella civilización aún no conocida el todo. Como tengo por norma, no dirijo yo mi atención a los objetos, sino que dejo que estos me la capturen, momento en el que me dejo llevar sumisamente hasta él y lo contemplo girando con la cámara al hombro a su alrededor, si es posible, para no dejar centímetro sin admiración.
Por deformación profesional, la captura y el deseo de ser capturado coinciden cuando el objeto en cuestión es una muestra de lengua escrita, sean jeroglíficos o sistemas alfabéticos, porque entonces sí que mi pasmo se multiplica hasta casi el orgasmo caligráfico, porque ni la gramática ni la sintaxis ni la semántica, ¡y menos si es una escritura cuneiforme!, me permiten acceder a los relativos misterios allí sepultados. Conviene recordar, para no disparar la fantasía romántica, que la escritura no nació para mostrar el pálpito del corazón enamorado, sino para registrar batallas y contratos…
La exposición, a media luz los dos…cientos, porque se trata de un éxito de público, tiene la medida exacta del volumen de información asimilable en una visita. Las piezas, de diferente valor, tienen todas ellas, sin embargo, un mágico poder de evocación, a poco que la imaginativa del sujeto le funcione y no haya sido erosionada por la pragmática. Es incómodo entrar al mismo tiempo que ciertas personas con sensibilidad pareja a la de uno, porque, entonces, no hay pieza que te capture donde no te encuentres a la misma persona a cada momento, lo que convierte la visita casi en una suerte de competición perceptiva  estimativa. Con mi método, sin embargo, que me permite avanzar y retroceder aleatoriamente, suelo dar esquinazo a esos “pegotes” con quienes puedes acabar identificándote tanto que son ellos quienes parecen indicarte a qué objeto te has de acercar, en vez de esperar a que el propio objeto reclame tu atención.
La posibilidad de hacer fotografías sin flash anima mucho la visita, aunque piezas hay cuya visita ha de esperar a que se saque la foto de rigor del grupo o se cometan los selfies impíos. Los vídeos -¡qué exposición puede montarse hoy que no tenga sus dos o tres vídeos donde descansar unos minutos!- ilustrativos constituyen un aliciente de primer orden para la visita turística, en este caso a Egipto, porque en todas las variedades de planos: panorámico, medio, corto, primer y hasta primerísimo , y con todos los enfoques: picado, contrapicado, etc., vemos con nitidez y sin los agobios propios del calor y la masificación, ciudades, oasis, pirámides, el transcurso del Nilo…, en fin, todo aquello que exige un anodino esfuerzo cuyo pálido retrato en una cena de amigos suele ser, por lo común, insoportable. Quienes viajan no necesariamente tienen, además, los dones de la narración y la descripción. A ese respecto, conviene recordar que Salgari jamás salió de Italia y que el viaje más largo que hizo en barco fue hasta Brindisi. Como soy consciente de mis propias limitaciones narrativas y descriptivas, por nada del mundo me atrevería a entrar en la descripción de los numerosos objetos que se exponen a la curiosidad del espectador y lector, porque en estas exposiciones es donde tienen más sentido que nunca los paneles explicativos, verdaderas síntesis históricas que siempre perecen en el peligro: pecan por defecto. Más allá del interés estético que la civilización egipcia ha tenido siempre, no deja de ser curioso que queramos ir a ver una exposición dedicada a reyes absolutos con poder sobre las vidas y las haciendas de sus súbditos; déspotas en cuya época la mujer era mera fuerza de trabajo y solaz del descanso; y los niños, mano de obra gratuita. Impertinente como es mi magín, me preguntaba si en el 6018 se organizarán exposiciones sobre los máximos dirigentes de la URSS; sobre la dinastía Castro en Cuba e incluso sobre el mismísimo Franco, dictador tan longevo… Está claro que va un mundo de una Pirámide a El valle de los caídos, pero los visitantes de una exposición en un museo solemos ser curiosos y siempre estamos dispuestos a dejarnos sorprender por la perspectiva con que el comisario de la exposición lo enfoca. Lo exótico tiene público. Y doy fe de que esta exposición está siendo un éxito.