miércoles, 29 de junio de 2022

La escapada: La Val d’Aran.


Encumbrados en la humildad del sendero lacustre; enamorados de un valle único…

 

         Abandonar la gran ciudad —por mucho que su alcaldesa *populérrima (esto es, lo peor del populismo…) la haya degradado, Barcelona aún puede ser considerada una gran ciudad— y dirigirse a la Val d’Aran para hacer alguna excursión en el enclave protegido del Parc Nacional d’Aigüestoertes, aunque sea en el breve espacio de dos días, supone un desahogo, una desconexión de las rutinas y una liberación de las servidumbres habituales que debería estar prescrito por la Seguridad Social para ahorrarse muchas bajas y mejorar la salud mental y física de los asegurados.

         No me parecía que se necesitaran tres horas de viaje para llegar, porque en modo alguno equiparaba e desplazamiento al de acercarse a Zaragoza, pero las carreteras nacionales no desdobladas en autovías tienen eso, y más si son frecuentadas por camiones, que tanto ralentizan la marcha. El verano, además, ¡en este país tan turístico!, parece ser el momento en que los conservadores de las carreteras deciden hacer las reparaciones de rigor, con el consiguiente y mayúsculo cabreo de los sufridos usuarios.

         He de reconocer que, como buen ermitaño dedicado a la filología y la creación literaria que soy, me cuesta horrores ser arrancado de mis rutinas; pero cuando ello sucede, tengo, a veces, la suerte inmensa de acercarme a lugares o parajes que me arrebatan por su belleza o por su interés histórico, monumental, artístico o antropológico. En este caso mi objetivo era conocer algo del Parc Nacional d’Aigüestortes, porque un conocimiento extenso solo lo depara una vacación de, como mínimo, un mes, pel cap baix y «estar» en La val d’Aran.  Que la experiencia haya sido breve no le ha restado ni un ápice de interés y belleza al recorrido que hicimos por el Circ Lacustre de Colomers, solos, en un paraje a unos 2400 metros de altura. 

    Apenas nos cruzamos con un grupo de turistas, acompañado por un guía local, y esa fue, aparte de la nuestra, la única presencia humana en ese Circo. El día amaneció lluvioso y eso supongo que amilanó a los exploradores; no así a nosotros, que nos encasquetamos los chubasqueros y nos dispusimos a pasar por lo que nos cayera. Al final, salvo la ascensión hasta la presa, no cayó lo que se esperaba y apareció un sol potente que nos acompañó casi todo el camino de cabras, porque, a esas alturas, los senderos no son para pasear, sino para triscar. Miráramos hacia donde miráramos, no había punto cardinal en el que no se nos quedara prendada la vista durante un buen rato. Como, a pesar de nuestro destino, no íbamos bien calzados, aunque sí con el bar a cuestas para el refrigerio pertinente, no nos detuvimos en exceso en ningún paraje, y fuimos sumando lagos pequeños y hermosos a nuestro ábaco de maravillas pirenaicas. Cuesta ver un peligro en esas alturas y entregados a tanta belleza, pero no ignorábamos que hacia las 16’00 h comenzaría a descargar una tormenta anunciada en los nubarrones oscuros que viajaban hacia nuestra ubicación. 

    Dada la altura, nos sorprendió la vegetación y nos divirtió la escasa fauna con que compartimos camino: mariposas que hubieran hecho las delicias de Nabokov y una hermosa libélula azul que me acompañó un buen trecho, como heraldo de nuestro victorioso caminar circular. De los corpulentos moscardones, pocos, mejor no acordarse. Quizás el lago con una pequeña isla en su interior resuma a la perfección la hermosura del paraje. En la memoria tenía L’estany de Sant Maurici como referencia, pero las rutas que nos facilitaron en el Parador de Arties, situado en un pueblo que merece ser visitado, aunque la incompatibilidad horaria nos privó de contemplar el interior del templo, algo que sí hicimos, para nuestro placer, en Bossòst, nos acabó llevando a esa ruta de lagos que intuimos de muy buen ver sin equivocarnos nada. Incluso el desplazamiento en taxi desde donde se ha de aparcar obligatoriamente hasta desde donde se inicia la ascensión al Circo, tuvo su encanto, y nos recordó, por los baches del camino y la excelente suspensión del vehículo a la travesía por el Coto de Doñana, que hicimos años atrás.

         Caminar con rodillas de cartílagos deshilachados y meniscos mordidos no es, desde luego, lo más recomendable, pero he de confesar que no me di cuenta de ello hasta que la mayor hazaña de la visita me lo pareció subir al taxi para volver… Como la hora de comer se nos echó encima, lo hicimos en los Banhs de Tredòs, a plena satisfacción de los tres comensales que nos rehicimos de ciertas penalidades con la excelente cocina del lugar. La ducha fría y unos buenos estiramientos de columna en el Parador me devolvieron a la articulación del paso y los movimientos básicos, de ahí que pudiéramos desplazarnos a Bossóst. El valle, en pendiente hacia la frontera francesa es una suerte de santuario natural hiperconectado con el mundo, a juzgar por las construcciones, en su mayoría respetuosas con el medio, y no hay pueblo en el que no se pueda admirar una iglesia o unas construcciones de tipo tradicional adaptadas al clima extremo que allí se vive en invierno. El recepcionista insistió mucho en que la mejor época para visitar el Parque es en octubre, con el cambio de color de la hoja, porque en agosto no hay quien viva con el calorazo que se los come. Nuestros tres días de sol y lluvia nos han acompañado con unas temperaturas sobre los 18º que nos han permitido desquitarnos de la ola de calor que habíamos sufrido un par de semanas antes en Barcelona.

         La impresión ha sido tan indeleble que ya nos hemos conjurado para volver y rendir pleitesía a Sant Maurici, amén de otras rutas por Artiga de Lin o Montgarri, pero antes habremos de hacer un hueco para ir a conocer el tren cremallera que sube hasta la Vall de Núria, donde aún no hemos estado, como perfectos ermitaños que somos… De vuelta quisimos visitar el castillo de Benabarre, pero el lunes sigue siendo día nefasto para el turismo en este país que tanto depende de él, paradójicamente… ¡Ni comer allí pudimos! En fin, cosas nuestras…







miércoles, 15 de junio de 2022

Presentación de« Popping Corn», la versión inglesa de «Poemitas de maíz», de Mendigo Diego

 

Un acto cultural, la revelación de la deslumbrante voz poética de Manolo marcos, autor de Tácticas de payaso y la celebración amistosa de la palabra en una librería mítica: Documenta.

 

Hace unos días se presentó en la famosa librería Documenta, aún con su fundador, Josep Cots, y su eterna corbata de lazo,  al frente, la traducción al inglés, en edición bilingüe,  del libro de Mendigo Diego, Poemitas de maíz, traducido como Popping Corn por el autor de la versión inglesa y al tiempo editor de la obra Rafael Peñas Cruz.

         Una tarde calurosa de esta canícula desorientada que vivimos, nos reunimos alrededor de un acto cultural tan literalmente esotérico en nuestros días, como es la presentación no ya de un libro de poemas, lo cual podría considerarse hasta cierto punto «normal», sino de la traducción al inglés de un libro del heterónimo, Mendigo Diego, del poeta, artista plástico y músico Manolo Marcos, autor de un poemario Tácticas de payaso, del que hice una fervorosa crítica, dada la calidad del mismo y lo novedoso que suponía, en 2016, cuando apareció, ver un retoño de lo mejor de la tradición surrealista de nuevo en circulación, por más que sea en capillas ilustradas de la reducida secta de los lectores de poesía.

 

 

    El acto, presidido por el entusiasmado editor y traductor del libro, que nos transmitió plenamente la pasión que siente por la obra de Mendigo Diego, consistió en la lectura de algunos poemas en su doble versión, la española, a cargo del autor, Mendigo Diego; la inglesa, a cargo de Minie Marx, conocida actriz de Els Joglars y de series populares de TV3, la televisión autonómica de Cataluña, amén de una sólida carrera internacional. He de reconocer que la seriedad profunda del estoico andaluz que es Manolo Marcos era el vehículo perfecto para una poesía que destaca, entre otros valores, por la comicidad inherente a las imágenes afortunadas que pueblan los poemas, y de la que la traducción nos da cumplida cuenta, por más que se advierta, a veces, la imposibilidad cierta de captar resonancias profundas y connotaciones ligadas a los significantes y sus múltiples juegos expresivos:


Puse nombre a las cosas, por ejemplo:

Quise llamar hormiga a una lágrima.

 

Solo porque la vi caer

De una mejilla hasta el suelo.

 

Y porque echó a correr

por la máquina leve de este verso.

Si esto es lo que llaman metáfora…

Solo digo lo que vi. No digo Diego.

 

I gave names to things, for example:

I wished an ant to be called a tear.

 

Just because I saw her fall

From one cheek onto the ground.

 

An because it began to run

Through the faint machinery of these lines.

If this is what is called metaphor…

I just say what I saw. I keep to my word.

 

Más tarde, se abrió un debate sobre el surrealismo y sobre su significado en el arte contemporáneo, así como la comparación entre las diferentes corrientes de vanguardia que arrancan con la creación del Dadaísmo de Tristan Tzara, para lo cual intervino una profesora de universidad que nos ilustró sobre la materia, aunque sin salirse de las líneas generales de lo de sobra conocido sobre el tema. A mí, incluso, me dio la impresión, oyendo recitar los poemas al autor, solemne y cáustico al tiempo, que esos poemas de índole surrealista estaban más emparentados con nuestra tradición popular, como la de los romances viejos, que con otra cosa. De hecho, y dada la insistencia con que el editor echaba de menos que Manolo Marcos no hubiera traído el saxo que domina con maestría equivalente a la escritura de su poesía, tentado estuve de arrancarme yo con un romance aflamencado que está en la base de la mejor poesía española de todos los tiempos: el Romance del prisionero,  que dejo aquí para torturar los oídos de los lectores desprevenidos…, porque, a mi atrabiliario entender, las imágenes de la poesía popular han nutrido aventuras como la del Creacionismo de Vicente Huidobro, que sería algo así como nuestro surrealismo castizo avant la lettre.

Hay autores que se han forjado en el cultivo de un don innato para la poesía, enriquecido por lecturas que siempre son provechosas y, sin duda, muy satisfactorias, pero que no alteran ese impulso, esa locura por el verbo en movimiento delirante que advertimos en los poemas de Mendigo Diego y en las Tácticas de payaso, de Manolo Marcos: ¡Habría que oír la voz andaluza y contenida de Manolo al recitar esta joya de Poemitas de maíz!:


El ya no más de tu siempre,

Tu cuerpo sediento de maíces.

Tu vientre imantado, saturnal,

Esa epidermis de las palabras

Cuando el envés del mundo se nos muestra.

Alma púber

De raíces sentimentalmente urdidas

En estupor pueril; clama por la belleza

Que te robaron,

Deja que entre la luz hasta el hueso.

 

El acto tuvo un reducido pero selecto público que me pareció complacido con el conocimiento, en voces tan cualificadas, la española y la inglesa, de una obra que, más allá del público propio español de un poeta cordobés, va a tener la fortuna de viajar a los lectores de habla inglesa. De hecho, ya hay apalabrada, al parecer, una presentación del libro en Inglaterra, lo cual no deja de ser un timbre de orgullo para el autor y un reconocimiento a su voz poética, acostumbrada, como suele suceder en el género de la poesía, a la «inmensa minoría» a la que se dirigía su conterráneo JRJ.

A todos los interesados en la poesía no pueden pasarles desapercibidas estas dos obras que revelan un talento tan especial como lo es el talante humano del autor de ambas, a quien me precio de poder llamar amigo, a fuer de lector devoto de su obra deslumbrante.


 

domingo, 5 de junio de 2022

La caída…

 

Confesión de una conversión…

Acogiéndome a la pluralidad de opiniones que caracteriza a la magnífica revista digital que es Ataraxia, me voy a tomar la libertad de teclear un artículo sobre nuestro bien amado líder nacional, Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, a quien, con relativa frecuencia, se ha denostado desde esas mismas páginas, aunque, eso sí, con encomiable sentido del humor, esa cortesía que abre todas las puertas.

Imagino que al leer el título de estos párrafos en loor del prócer algunos habrán imaginado lo que está lejos de ser. En efecto, esa no es la caída célebre de un dictador, sino la de un fustigador de quien cuenta la leyenda que cayó del corcel, herido por la revelación divina y oyó su nombre en las altas esferas de la música celestial que lo reconvertía en defensor de aquellos a quienes combatía: tal es el referente que ha de ser tenido en cuenta para lo que sigue.

Quiero disculparme, en primer lugar, por haber propalado, desde Gorjeolandia, alguna que otra indignación contra a quien ahora veo como la encarnación de todas las bondades políticas que han llegado al Poder, aunque por los habituales renglones torcidos del Señor, para hacernos más libres, más felices, más, sanos, más seguros, más amables, más correcto, más feministas, más ecológicos, más resilientes y más sumisos a sus logros políticos, prestos a inscribirse con letras de oro en los anales de la Historia Oficial de nuestro país, en el negociado pertinente del ministerio correspondiente.

Me ha costado un tiempo, ¡cuatro años, exactamente!, apearme de la inquina que, ¡incomprensiblemente!, me suscitaba un político que con tanta finura psicológica como amor propio se ha descrito a sí mismo, por mano ajena, en un volumen que no tengo empacho en declarar que puede significar para nuestra juventud lo que significó el Libro Rojo de Mao para la China o El hombre unidimensional, de Marcuse, para la generación hippie. Bien lo señaló en sus páginas: que él era «algo más» que un rostro guapo, y que teníamos que descubrir todas sus virtudes para darnos cuenta del alcance histórico de su misión, actualmente en curso: desterrar el fascismo de la ultraderecha de España y «arreglar» nuestra Economía, la macro y la micro. Solo los declarados enemigos de la justicia social ponen, con esas metáforas sólidamente avaladas por la mejor tradición de la oratoria hispana que ÉL usa, «palos en las ruedas» a un proyecto que, insisto, solo los «resentidos» por el éxito de sus decisiones discuten y combaten.

A Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, insigne doctor en Economía por la universidad privada Camilo José Cela, una elección con la que ha querido manifestar su respaldo a la pluralidad educativa española —las malas lenguas defienden que en cualquier universidad pública no hubiera pasado el riguroso filtro que se exige a tales trabajos—se le ha querido desprestigiar por cualquier vía, y ello cuando, como auténtico Faro de Occidente, ha tenido que gobernar con una pandemia, la erupción de un volcán, una crisis económica y una guerra que amenaza con traernos lo peor, algo que sus actuales socios de mayoría parlamentaria intentaron por otras vías en tiempos tan lejanos que traerlos al presente no es sino un acto insano de insidia política que se descalifica a sí misma. Sus indultos nos han traído a Cataluña la «pax castellonensis», aunque aún no ha sido reconocida como se merece. Supongo que dentro de veinticinco años habrá fastos que la conmemoren como a ello se ha hecho acreedora. ¿Quién puede negar que en Cataluña vivimos en el mejor de los mundos posibles? Bueno, sí, los agoreros y los insatisfechos, aquellos que van perdiendo todo apoyo electoral y a quienes solo les queda el grito de la agitación para dar señal de vida.

Confieso paladinamente que me costó, al principio, empatizar con una persona tan dedicada en cuerpo y alma al bien de los demás, porque la abnegación y el desvelo que ha manifestado para con los males de sus compatriotas merecen no tanto una biografía política como una hagiografía, a tenor de la santidad laica que trasminan sus decisiones, ¡y ahí están los palmeros, que no me dejarán mentir! Pero el nuestro es un país de envidiosos y rencorosos donde los haya, como nadie ignora. ¡Cómo no fui capaz de congeniar con su finísimo sentido del humor!, por ejemplo. ¡Cómo me arrepiento de mi obcecación contra un político que ha venido a devolverle a esa dedicación las mayúsculas con que se escribirá eternamente su nombre! Sus dotes de «seductor» están harto más que acreditadas, ¡y cómo duele eso en este país en el que tanto se envidia el palmito ajeno! No es lo mismo pasearse con un ritmo musical al caminar casi obamaniano, que hacerlo con los sincopados ochenta quilos de un metro setenta, que debe de ser, imagino, la media nacional. Fotografías hay, inequívocas, en las que mujeres de todos los colores políticos y de todas las clases sociales, muestran su rendida admiración a quien casi estoy seguro que podemos calificar ya como «el mejor presidente de nuestra democracia», un título, hasta ahora, poco disputado, pero que, desde ahora, tendrá un ocupante indiscutible.

Desprestigiar es una ocupación nacional que alimenta a quienes respiran por la herida de su insignificancia, a quienes son incapaces de ver las virtudes ajenas, reconocerlas y, como ahora mismo hago yo, ensalzarlas. Solo hay que pensar en las auténticas campañas de desprestigio que sufre continuamente Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, por cualquier motivo, sea por un traspié geográfico, «Ahora voy a Huesca, luego iré a Aragón»; sea por un neologismo en inglés, «amortiguate», perfectamente inteligible para el hablante de cualquier lengua, por otro lado; sea por un lapsus que quien está acostumbrado a trabajar con innúmeros datos cada día puede, ¡y aun debe…!, cometer: «19 de cada 10 jóvenes no se han emancipado»…

La tesis que defiendo, así pues, en esta retractación de mi enemiga hacia un personaje político que, bien reflexionado, ¡no nos merecemos!, es que, a pesar de haberme explayado en sentido contrario con mi parcialmente errónea teoría del Todovalismo, bien se echa de ver que no todo vale para criticar a alguien como Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, un gobernante providencial como pocos y más eficaz que todos sus predecesores en la lucha por conseguir la igualdad, la fraternidad y la libertad de todos los españoles. ¿A quién no ha beneficiado? ¿Por quién no se ha desvelado? ¡Cómo no vamos a loar a un político que, literalmente, se ha convertido en un nefelibata con el único objetivo de estar en el acto allá donde se le necesita, sea un volcán, una inundación, una plaga de topillos o una defensa del sano ocio que atrae inversiones? Insisto: no-nos-lo-merecemos… Y con mayor razón lo sabremos cuando, como pronostican sesgadas encuestas sin apenas medios, frente a las amplísimas del ilustre señor Tezanos, director del CIS, para nuestra desgracia, haya de desalojar la Moncloa «De los sos ojos tan fuertemientre llorando…», porque la tarea de redención de España es infinita y una legislatura es un lapso que solo a sus detractores se les hace eterno y a sus admiradores, entre los que a partir de este artículo me cuento, un nanosegundo.

 

P.S. Me hago cargo de la perplejidad de mis compañeros de redacción, pero Ataraxia es reconocida, frente a los media tradicionales, por la auténtica libertad de expresión de quienes participamos en ella. Imagino que más de uno pensará que he rizado el rizo de la ironía. Allá cada cual con sus pensamientos. El mío, expresado queda, es consagrar mi vida a la defensa del débil frente a los poderosos, y ahora intuyo que los vientos electorales van en esta dirección…, lo cual me aleja del oportunismo y me acerca a la verdad y a la memoria histórica: esto no es un panfleto adulador, sino un ejercicio de hiperdulía, como políticamente se merece quien ha hecho del feminismo la necesidad básica de nuestra vida diaria. Amén.