lunes, 6 de abril de 2020

Crónicas de Robinson desde Laputa...V


Donde dije digo, digo Diego...

     Prometí explicar el intrincado mundo de escaleras que atraviesan Laputa, con un juego de perspectivas típicas de Escher y del expresionismo cinematográfico alemán -he progresado mucho desde que se me reveló el uso y abuso que de tan gran invento hacen no solo los habitantes de Torilandia, sino los del Globo en general...-, pero la palpitante actualidad de unas elecciones que pretendiendo resolverlo todo no resolvieron nada -lo que acentúa la sensación de "interinidad" política en la que vive el país desde el discutible "éxito" de la moción de censura contra el presidente de la retranca gallega-, condujo a los ciudadanos de Torilandia a  nuevas elecciones auspiciadas por el jefe de las estadísticas del país y su esférico y calvo consejero áulico, quienes le auguraron, al esperanzado convocante de las mismas, poco menos que una mayoría absoluta con la que gobernar tranquilamente; una explicación que hube de posponer, lo cual explica a su vez mi tardanza en reunirme con estas crónicas de historiador aficionado, por una caída que en el arriesgado ejercicio de la galantería, ¡a mis años!, dio con mi aislada persona en el suelo desde una altura de la que solo la dureza de mi prolongado contacto con la agreste naturaleza me ha permitido restablecerme con éxito, y con los cuidados de los aventajados galenos de esta isla suspendida en la que me siento como en casa.
       Desvanecida la esperanza, como perdí yo las mías de abandonar mi isla antes de cuando en realidad pude hacerlo, el presidente se abrazó a su peor adversario con una efusión sentimental impropia de enemigos a colmillo visto y sellaron una suerte de paz de perdedores que los ha llevado a reconocerse mutuamente, aun dada la mediocridad de ambos, como una potente unidad gubernativa basada en la agitación y la propaganda del autobombo que ambos dominan a la perfección. Esa efusividad me trajo a la memoria aquella con la que yo abracé el descubrimiento de Cristo y su doctrina a partir de la Biblia, lo que, sin duda, fue mi tabla de salvación en el salvaje y apartado mundo en el que hube de vivir tantos años. 
         El PM de Torilandia-aunque ellos no lo llaman así- incluso llegó a escribir un libro que resultó escrito -¡lo que no se les escape a esos endiablados gacetilleros de lo minúsculo...!- por otra persona, una mujer a la que él es afecto, y en el que no solo presumía de esa mediocridad trabajadamente innata, sino, además, del propio palmito, algo inaudito en cualquier representante político de ninguna era de la Historia del  Mundo, quizás con la excepción del presidente de Corea del Norte, a quien los periódicos oficiales de la China comunista -¡los únicos allí!- convirtieron en el hombre más sexy del mundo, "según fuentes occidentales", y él se lo creyó.
        A partir de aquel abrazo, enseguida, dada la sibilina calaña del abrazado, con buenas relaciones en Cataluña, un levantisco semillero de ingratos escoceses, para entendernos..., enseguida el elegido acabó "ungido" por un Congreso en el que no faltó ni el allegado univoto del resurrecto territorio turolense, antes desaparecido para todos los gobiernos de ese país durante decenios, si bien gracias a ciertas generosidades presupuestarias que incluían a la cónyuge del requerido para la mayoría, al mejor estilo de las colonias transatlánticas de Inglaterra.Cumplida la negociación con el más infame parlamentario que vieron las legislaturas de ese país, un rufián peor hablado y formado que cualquier bucanero pendenciero, borracho, escupeesputos, seboso y alevoso traidor que me haya sido nunca antes tratar, quedó sellado el precario gobierno que inició su andadura con tanto lastre que a duras penas ha podido dar dos pasos firmes sin trastabillar tras el primero.
Es tal el cúmulo de contradicciones e incoherencias del PM, que por eso me he visto obligado a usar un dicho muy característico de su país, el que preside esta crónica, del Diego que dice que dijo digo cuando en realidad acaba diciendo el Diego que refuta el digo que dijo. Me ha sido imposible encontrar su equivalente en  nuestra brillante y todopoderosa lengua inglesa, ¡quién sabe si, ¡loado sea el Señor!, ello se deba a que tales engaños públicos no forman parte de nuestra admirada idiosincrasia! Pudiéramos ensayar un Where I missaid I meant, por ejemplo,pero yo, que no tengo nada de literato y sí todo de hombre práctico, no intuyo fidelidad ninguna a la expresión torilandesca. Todos nosotros sabemos que a quien engaña de esa manera solemos llamarlo indian giver, aunque, después de la fidelidad, abnegación y devoción de Viernes hacia y por mí, reconozco que no es una expresión que haga justicia a la bondad innata -a pesar de su salvajismo- de los indios.
        Lo que está claro es que la razón por la que esos infelices torilandeses fueron a las elecciones, el rechazo al primer presupuesto del Diego en cuestión, sigue sin resolverse y, por lo tanto, sigue el tal gobernando con los elaborados por el anterior gobierno, ¡y va para tres años, casi una legislatura! ¡A eso se le llama ganar batallas como el Cid, después de muerto! Y ese sí que fue un guerrero legendario y heroico, sujeto de cantares de gesta y romances y obras de teatro y óperas, algo de lo que hace tiempo carece ese país, salvo, me han apuntado en esta isla, en un deporte nacido en la corte inglesa, el court tennis...
         El colmo de los colmos, nuestro the last straw, que en este caso es idéntico, porque colmo también es la paja del centeno en español, le ha llegado al gobierno en forma de una epidemia que ha tenido su origen en una remota ciudad china desconocida, pero superpoblada, ¡once millones de personas!, es decir, una cuarta parte de toda Torilandia... 
         Supongo que la crónica de una "peste" en toda regla, como es la de este coronavirus, que así se llama porque parece el sombrero de un bufón coronado de cascabeles, exige dedicarle algo más de espacio que la mera anotación rápida en esta crónica en la que he tenido que resumir lo que mi incapacidad física no me ha permitido hacer con anterioridad.
        Ya vendrá, pues este obstáculo -riámonos de la Muralla de China...- que a su inédita obra de gobierno, porque apenas han pasado de los famosos cien días de tolerancia que se le conceden a cualquiera, ha puesto la epidemia, amenaza con dinamitar los frágiles acuerdos que le han permitido arrancar la legislatura. Desatada la epidemia algunas semanas antes de la manifestación feminista del ocho de marzo, ¡el gran día de la vicepresidenta del Diego en cuestión!, todo hace pensar que la subestimación ideológica que de la misma hizo el gobierno de coalición ha permitido que esta se extienda sin haber previsto nada para atajarla, con lo que la mortandad ha sido superior a lo que las medidas oportunas hubieran podido evitar. 
    Yo miro hacia esa hermosa tierra por la que pasé fugazmente camino de Francia, y donde padecí un asalto de los lobos que casi acaba con mi vida, ¡lo que no consiguieron las penalidades que sufrí en mis muchos años de náufrago, ni los peligros que hube de afrontar!, y me duele ver la terrible escabechina que, sobre todo entre los ancianos, está causando el terrible virus que no atiende a clases ni distinciones ni jerarquías ni nacionalidades ni orígenes ni sexos: allá donde olfatea la debilidad de la carne, allá que se instala para consumar su obra deletérea... 
        Hay un buen número de polémicas vivas entre quienes gobiernan y quienes son gobernados, aunque he de reconocer lo admirable que es que, a pesar de las mil y una protestas, toda la población acate el doloroso confinamiento que han de atravesar para impedir los contagios. A la memoria me llegan los ecos tradicionales de las pestes que nos han asolado siempre y que han diezmado la población o contribuyeron a crear los lazaretos donde excluir a los leprosos... 
        Es cierto que la especie humana es débil frente a ciertas enfermedades, pero no es menos cierto que ninguna como ella ha sido capaz de sobrevivir a ellas y generar futuros halagüeños, digámoslo así, que permiten afrontar con un ligero optimismo la situación.
       A mi manera, también yo estoy confinado aquí en Laputa, y con la fractura del menisco que me imposibilita el medineo por la ciudad, he divertido mi tiempo con lecturas agradables como la de un joven autor inglés muy prometedor, Laurence Sterne, cuya obra La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy me ha cautivado. Tras lo visto en Torilandia, sigo muy atento al desarrollo de ese episodio nacional imprevisto y devastador que amenaza con graves catástrofes de tipo económico, especialmente para los más humildes y desamparados.