Un breve viaje para una profunda satisfacción
monumental, histórica y paisajística: tres días por la Cataluña en proceso de
despoblación y llena de bellezas.
Hay
un turismo de bajo espectro y altísimo provecho que es al que podríamos llamar «turismo
de proximidad», es decir, descubrir esos lugares que, justo por estar tan cerca
de nosotros, solemos posponer, en la lista de posibles destinos, a los últimos
lugares, si es que incluso llegamos a acordarnos de ellos.
Reconozco
que el afán de mi Conjunta y mío de conocer toda la red de Paradores de España
puede parecer un capricho hasta cierto punto oneroso; pero no es menos cierto
que, siendo amigos de su red y aprovechando las frecuentes oportunidades que la
red suele ofrecer para convencer a los turistas de que un Parador es un lujo a
su alcance, vamos poco a poco sumándolos a nuestra lista para regocijo nuestro
y provecho de nuestra afición a conocer España, sin duda uno de los mejores
destinos turísticos del mundo.
Cardona,
ha sido el destino escogido y ello nos ha permitido, no solo un hospedaje
señorial, en el antiguo castillo de los duques de Cardona, enriquecidos por la
explotación de su famosa, ¡y al parecer única en el mundo!, majestuosa montaña
de sal, un diapiro -no acabé de
aclararme con si sinclinal o anticlinal- excepcional, sino también conocer
dicha montaña y la explotación que ha sufrido desde el neolítico hasta casi
nuestros días.
La
visita a la explotación minera de la montaña la hicimos solos con la guía y nos
permitió hacer fotografía a nuestro
antojo, como las que aparecen en este texto intercaladas, además de tratarnos
con una amabilidad que rayaba en la obsequiosidad, y que nos permitió sentirnos
no como turistas sino como «invitados», lo que acrecienta el disfrute de la
visita, por supuesto. Está fuera de toda duda su profesionalidad como experta
guía de un fenómeno natural que impresiona a quien estos fenómenos de la
naturaleza sea capa de impresionar. El descenso con el minibús hasta la entrada
de la mina nos recordó el recorrido del autobús por Doñana, y el recorrido de
las galerías que visitamos fue una experiencia extraordinaria.
De
alguna manera, estábamos conociendo las dos perspectivas de Cardona: el
castillo de la aristocracia en lo alto y, en lo bajo, la mina donde trabajaban, explotados, primero
los siervos de la gleba y, siglos después, cuando la adquirió Explosivos Río Tinto,
muchos mineros venidos de Andalucía y Murcia, fundamentalmente.
A la vista de
la montaña lateral de ganga que se alza en un lateral de la montaña, creando
otra nueva, artificial, con los desechos de la explotación, nos acordamos, por
mera asociación, de la playa contaminada en Portmán, llena de metales pesados
abocados al mar por las explotaciones mineras de La Unión, muy cerca,
curiosamente, del maltratado Mar Menor, ¡el paraíso de mi infancia!, hoy una
charca sin oxígeno y casi sin futuro, por los venenos que de las explotaciones
agrarias acaban en él.
Fue
muy interesante discriminar mediante el paladar las diferenciar entre el
cloruro de sodio y las sales de magnesio y de potasio en el interior de la
mina, en su «capilla sixtina», que estas cuevas, como cualquiera que se precie,
también tiene. La investigación de las cuevas tiene algo de la exploración de
un útero simbólico en el que buscamos reproducir la placenta donde se inició la
aventura de la humanidad sobre la Tierra.
Sea como sea, lo cierto es que mi
Conjunta y yo somos muy “de cuevas” en nuestros viajes, aunque estén tan
«urbanizadas» como las de Mallorca.
El
castillo/Parador alberga en su recinto la Colegiata de San Vicente, donde el
guía nos recordó, para nuestra sorpresa, porque no había cartel ninguno que nos
lo recordara, que en ella había rodado Orson Welles, Campanadas a media
noche, en la que la Colegiata hacía las veces de la Abadía de Westminster.
Tampoco, claro está, había placa ninguna donde se hospedaron Welles y la
comitiva de actores del film.
¡Pero aún no han descubierto tantos y tantos
escenarios el reclamo turístico que supone la Historia del Cine para muchos
aficionados como mi Conjunto y yo! ¡Mucho antes hubiéramos ido al Parador de Cardona
si hubiéramos sabido que la Colegiata fue escenario de la película de Welles!
En ella hay una inscripción mortuoria que, historiográficamente, deja las cosas
bien claras, para los quiméricos deturpadores de la historia del principado.
El
pueblo de Cardona tiene una iglesia bien curiosa y atractiva y una plaza mayor
que más parece paseo que plaza, llena, como el Ayuntamiento, de recordatorios
incívicos de los golpistas que están en prisión. Para los turistas de mirada
atenta y cámara en ristre, son muchos los atractivos que salen al paso del
paseo por sus calles.
De hecho, hay una bajada directa del castillo hasta casi
la plaza mayor muy agradable y que hicimos de noche profunda, con la linterna
del móvil para los tramos más oscuros. La amabilidad de las gentes con quienes tuvimos
la oportunidad de hablar, en castellano, por cierto, fue como debe de ser y
como ha sido siempre en todos y cada uno de los pueblos de Cataluña donde uno
no tropiece, claro está, con los supremacistas y xenófobos que pueden amargarle
el día a cualquiera, por descontado. N tuvimos esa desgracia.
Solsona
tiene un casco antiguo delimitado por el perímetro amurallado del que aún
quedan notables restos y que permiten un recorrido perimetral de la ciudad con
cierto encanto.
El día en que llegamos estaban procediendo, muy laboriosamente,
a «plantar» el abeto de navidad en una plazuela preciosa. Tiene un precioso
paseo arbolado extramuros y comimos, de fábula, en un hotel modernista donde
fuimos atendidos como en un restaurante de lujo.Añadir leyenda |
En Información nos sobrecogen con una información terrible: todo el Solsonès tiene solo 15.000 habitantes, 9.000 de los cuales habitan en la capital de la comarca.
Atravesamos
pueblos, camino de Sant Llorenç de Morunys, pues, sin apenas almas vivientes en
ellos. Pero antes de ello fuimos a visitar el cementerio romántico de Olius, excavado
en la roca e integrado totalmente en el paisaje natural del lugar, obra de Bernardí
Martorell i Puig en 1916, una visita absolutamente recomendable, así como la
iglesia que tiene al lado.
Seguimos el sinuoso camino que bordea el pantano de
La Llosa del Cavall y, pasado Sant Llorenç, tras perdernos cuatro veces,
logramos llegar al pie del santuario de Lord, desde donde iniciamos el Vía Crucis,
por una pared vertical que nos lleva a la cima en veinte minutos de subida
desoxigenante que nos hace perderle el respeto al frío que acompaña la caída de
la tarde.
Desde la cima, el Valle de Lord se extiende,
con toda su belleza arisca, y el pantano muy al fondo, ante nuestros ojos
deslumbrados. Mereció la pena la excusión por territorios prepirenaicos. A la
derecha se intuye Berga el massís
de Queralt. A la izquierda, Port del Comte. Volvemos, satisfechos, a nuestro
albergue, donde nos afanamos en la lectura y el estudio con idéntico provecho
que en nuestra propia casa. Me digo que tendría que pedirles a los de recepción
que me vendieran un libro de los que Paradores pone a disposición de sus clientes
en las habitaciones: un hermoso volumen con ilustraciones de los textos
manuscritos de Walter Benjamin que, imagino, a nadie llamará la atención…, pero
me disuaden… No niego que incluso se me pasa por la cabeza la posibilidad de la
sustracción, en aras de la suprema causa
de la cultura, pero me disuado…
La
visita a Manresa, donde comimos, camino ya de vuelta, fue bastante más
interesante de lo que nos podíamos imaginar. La soberbia catedral, obra del
mismo arquitecto que proyectó la de Santa María del Mar, nos complugo e incluso
descubrimos no pocos detalles tan espectaculares como el grupo escultórico
fúnebre de Francesc Mulet, obra de Josep Sunyer. El actual es una réplica
exacta del original, en mármol, destruido en un incendio en 2012, provocado por
los casi 4000 cirios que ardían a su lado. Nos llamó la atención, junto a la
plaza donde está el Ayuntamiento, la visita a una calle medieval. Entramos y la
visita resultó serlo a la historia urbanística de la ciudad, que culminaba con
el recorrido de una calle medieval conservada en su estado original. La amable
cicerone nos entretuvo y nos ilustró, y descubrimos, con ella, que Manresa es
la única ciudad en la que siempre se «bajan» las escaleras que comunican sus
diferentes niveles de urbanización, porque es una ciudad únicamente con Baixades
en el nombre e esas calles que no parece que suban nunca. A la hora de comer,
el centro comercial queda vacío de golpe y con oca oferta, por lo que
callejeamos hasta descubrir un paseo que nos llevó por la reducida parte «modernista»
de la ciudad, aunque un de sus obras, el antiguo Casino, hoy biblioteca es lo
suficientemente monumental como para satisfacer el paladar arquitectónico más
exigente.
Un día antes, ya no recuerdo a cuento de qué, había yo comentado que hacía
siglos que no comíamos una crêpe, algo que, en nuestro viaje a la
Bretaña francesa, hicimos casi cada día del viaje. Pues a la entrada del paseo
descubrimos un restaurante bretón donde nos sumergimos en una atmósfera totalmente
bretona y donde me di el gustazo e dos crêpes, la versión salada y la
dulce para el postre. La sopa de cebolla no era muy buena, pero las crêpes… ¡Por todo lo alto! Nos
despedimos de Manresa dejando para otra ocasión la visita a la Cueva de San
Ignacio de Loyola, quien tuvo una muy intensa relación con Manresa, algo que
figura en su autobiografía y que ha ayudado lo suyo a la promoción turística de
la ciudad. Que conste que la visita a la calle medieval la hicimos con una
pareja que visita la ciudad cada año, desde hacía no menos de quince…
Lo
que me extraña es que no guarden memoria turística de que fue escenario del rodaje
de una de las obras cumbres del cine español: Plácido, de Berlanga, allí
rodada, cuando en muchos otros sitios explotan esa memoria cultural del cine
como un aliciente más para el turismo, como ocurre con la localidad donde se
rodó Amanece que no es poco, de Cuerda: Liétor, entre otros, muy próxima
a la albaceteñomurciana Hellín.
Qué
comodidad, finalmente, la de volver “de viaje” en apenas una hora…
Ya en
ella, a la vista de las fotografías pasadas al ordenador y de su contemplación
en una pantalla grande, no en el visor de la cámara, se pregunta quien esto
escribe si hay viajes cuya crónica no podría reducirse, en realidad, a una sucesión
de fotografías con indicaciones referenciales al pie de foto… Algo así se me
ocurrió para una suerte de ensayo autobiográfico que aún no he intentado, por
supuesto… ¡Ay, pudor, cuántas equivocaciones se cometen en tu nombre!
Hermosa y elegante crónica de un viaje por la Cataluña interior que desconozco totalmente aparte de Berga por motivos obvios. Me ha asombrado que también exista la Cataluña vacía que pierde población como buena parte de la España interior. Esto me produce una gran pena. Los pueblos se van vaciando y convirtiendo en desolados paisajes humanos. He leído con gran placer este excurso viajero por ciudades y comarcas que algún día tendría que conocer.
ResponderEliminarNuestra ruta de Pradores -ese mínimo lujo que nos permitimos de tanto en tanto mi Conjunta y yo, después de una vida de responsabilidades y austeridades varias- nos sigue deparando el conocimiento y disfrute de comarcas que encierran, a veces, o bellezas naturales o la suma de ellas y el instinto econòmico de la especie humana, como la explotación del Diapiro salino de Cardona, que merece una visita de todas todas... Lo que está más cerca es, sin duda, lo que más pereza nos da visitar. Acuérdate de que hice aquí mismo nuestra primera visita a Montserrat más de 40 años después de haberme instalado en Cataluña, aunque en aquella ocasión mediaba el dich tradicionalista del "No estás ben casat, si no has anat a Montserrat" que nos impedía, arrejuntados como estamos mi conjunta y yo, hacer la visita pertinente... Ya ves, el encanto de la cercanía que a ti no te es desconocido, aunque tú, más ecológico que nosotros, viajas a pie para ese turismo de proximidad...
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