domingo, 2 de febrero de 2020

El ordenador tomado...


 Historia de una invasión con licencia para desinstalar...

     
El ordenador en el que he trabajado los últimos cinco años ha muerto. Ocurrió ayer a media tarde, mientras a mí me llevaban por el ronzal a ver Mujercitas, la versión de Gerwig, a años luz de la de Cukor, y sin que hubiera podido sospechar que la pertinaz erección del panel táctil, para mí un fallo en algún dispositivo meramente mecánico, anunciaba males mayores. Toqué y retoqué el botón de encendido, pero no hubo manera de que respondiese. Gracias a mi técnico de confianza, he sabido que la muerte de mi inestimable amigo se produjo por bateriitis, esto es, una suerte de tumefacción de la batería que la hizo hincharse hasta extremos peligrosos, porque lo peor podría haber sido, y es relativamente común que ocurra, que el ordenador me hubiera explotado mientras intentaba seguir apurando sus últimos días de vida, es decir, que he de considerar que el último servicio que me ha rendido ha sido el de ahorrarme una desfiguración facial, ¡en el mejor de los casos! ¡Ni quiero pensar en consecuencias mayores para quien tiene tan ingenuas como longevas expectativas de vida, a tenor de cuanto me queda por escribir! Así las cosas, lo esencial es haber conseguido una copia de todos los archivos que se guardaban en el viejo Asus, que tan buen servicio me ha rendido, y saber que en este Acer que he heredado de mi hija puedo instalarlos para seguir trabajando como si tal cosa.

        El motivo de estas confidencias tecnológicas no es el mero cambio de ordenador, sino la insospechada situación que me ha deparado el traslado al Acer, porque, arrumbado por mi hija ante un MacBook Air de segunda mano que le consiguió su prima, me veo ahora como un "invasor" autorizado de una vida solo relativamente ajena, y en la que, desde mi entrada con los tres correos añadidos, el cambio del pin de acceso y otros menesteres, como la selección de Gorjeolandia, El País, el diccionario de la RAE y otras herramientas básicas de mi actividad diaria, mis propios blogs muy destacadamente, voy desplazando la presencia de mi hija en él.

         El escritorio, lleno de archivos suyos de la carrera de Magisterio, así como el disco duro, aún le pertenecen, porque quiere ella controlar el "vaciado" de ambos espacios, saber qué importa y que lanza a la papelera de reciclaje para vaciarla acto seguido, no sea que a mí se me pudiera ocurrir "fisgonear" donde no debo..., me imagino yo que debe de pensar ella, aunque sepa perfectamente el ultrarrespeto que le he tenido siempre a su intimidad y a la de su hermano.

          En todo caso, entrar en "Mis imágenes" de C y advertir que ninguna es propiamente tuya, que ni siquiera apareces ni por equivocación, no deja de ser curioso y te hace sentir como un "voyeur" de vidas ajenas. No hay archivo de los Documentos de C que haya abierto, pero solo el título de los mismos me habla ya de otro mundo, de una realidad absolutamente desconocida, salvo los que anuncian en el enunciado labores académicas de las que suelo estar al tanto, bien por haber echado una mano correctora, bien por saber de qué se puede hablar en ellos. La sensación, con todo, es, hasta cierto punto, desagradable; no por cometer ninguna traición a la hasta ahora dueña del aparato, sino por el propio hecho de ir desplazando tanta vida y haciendo espacio para la que lo esta ocupando desde ayer, nada más descubrir esta joya que me sirve ahora mismo como si lo hubiera acabado de adquirir en la tienda.

         Esta situación me ha recordado vagamente el cuento de Cortázar, Casa tomada, pero también, desde otro punto de vista, podría recordar a La peste, de Camus... , o La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, pero, al margen de tremendismos o misterios, lo propio es que, incluso en este momento en que escribo esta crónica de la invasión, aún andan por todos los rincones de "mi" nuevo Acer, una patulea de archivos de mi hija que no me dejan sentirme cómodamente instalado en mi nueva casa de labor, en mi nuevo atellier, que dicen los franceses. Lo que no creo que tenga es la bendita paciencia que solemos tener todos los padres del mundo, y que, ante la tranquilidad con que mi hija se tome el vaciado de la información  que le pertenece, no acabe tomando yo la decisión de metérsela toda en un lápiz de memoria y que arree con su clasificación en el manzano de su propia casa... Sí, lo han adivinado los gentiles lectores, esta incomodidad cibernética es trasunto total de la propia incomodidad vital que supone que los hijos alarguen tanto su estancia en la casa que les pertenecerá pero a la que, a cierta edad, ya solo deberían ir o de visita (corta, de preferencia...) o por necesidad imperiosa, aunque con mucho cuidado de no invadirla con costumbres ajenas ni trastos molestos ¡ni mucho menos seres inesperados!

        En esas estoy, confiado en que, a diferencia de lo que me ocurrió en el Asus, no haya de cambiar el teclado porque mi impulsividad mecanográfica borre las letras de las teclas y aun "reviente" algunas de ellas por los continuos golpeteos propios de otras útiles de escribir que ya han quedado en el olvido total, y en los que me ejercité en la mecanografía con tal habilidad que me sirvió esa destreza para aprobar la oposición a Auxiliar Administrativo de la Delgación de Hacienda, en su momento....  Hasta aquí -esta es la primera entrada que publico en mis blogs- me siento cómodo y creo que podré alargar la vida de esta hermosa criatura algunos años... Ya veremos qué barbaridades acabaré llegando a escribir en este teclado que "suena" mucho mejor que el otro, más "profesional", en la medida en que me recuerda a mi vieja Hispano-Olivetti Pluma 22 que tengo impresa en la memoria... , esta...