La educación por de dentro y frente al agitprop de los poderes públicos propiciadores de la devastadora corrección política.
Haber trabajado
treinta y cinco años en la enseñanza no te enseña a conocerla bien, pero hay
cosas que no te pasan desapercibidas. Puede ser que tantos años de servicio no te
permitan tener una opinión fundada sobre un sistema educativo, pero hay cosas
que es imposible no percibirlas. Cuando
en Cataluña se impulsó una reforma educativa del sistema, auspiciada por el
gurú de la pedagogía César Coll, quien,
al parecer, ha impulsado también la última reforma educativa del gobierno de
Pdr Snchz —según su propia estrategia comunicativa, porque darle un buen bocado
distorsionador al código expresivo es una marca distintiva de quien (des)gobierna—,
fue opinión unánime de los profesionales que se estaba «egebeizando» la
Secundaria, algo que, años después se hizo patente cuando, la «nueva secundaria»
incorporó dos cursos de la antigua EGB y los maestros con una licenciatura en
la especialidad se incorporaron a los institutos, teniendo aquellos dos cursos
en «propiedad», algo que, pasados unos años, perdió su vigencia y ambos cursos
pasaron a ser los dos primeros de los cuatro de la nueva ESO que desde aquella
Reforma se imparte. En aquel momento auroral de la Reforma, la distinción entre
asignaturas obligatorias y optativas permitió que el alumnado eligiera casi el
40% de su currículo, lo cual en modo alguno subió la calidad del sistema, sino
que inició el camino para rebajarla no pocos escalones, porque, como pronto se advirtió,
las «optativas», aunque diseñadas con la mejor intención de «abrir» los
horizontes intelectuales de los discentes, devinieron auténticas y
tradicionales «marías» que restaron muchas provechosas horas de aprendizaje en
materias troncales. La LOE de 2006, de infausta memoria, trajo la consagración
de la ESO y ahí seguimos, aunque con las correcciones y contracorrecciones de
los partidos o coaliciones que llegan al poder, porque si algo caracteriza
nuestro sistema educativo es la imposibilidad de todas las fuerzas políticas
para ponerse de acuerdo en garantizar un sistema que no esté dominado por la
perspectiva ideológica de quienes gobiernan, quienes tienden a ver la enseñanza
más cómo un instrumento para sus fines clientelares que como una necesidad de
los discentes para forjarse un futuro.
Viene esta breve introducción a cuento de
una carta que acabo de recibir de mi buen amigo J, a quien le habían concedido
una plaza de interino para todo el curso en el instituto donde él estudió en su
momento, lo cual añadía cierta ilusión matizada a la concesión. Ha tardado un
suspiro en percatarse de que, con su sudado doctorado de Historia a cuestas —no
como el regalado y sableado a y por quien nos (des)gobierna a lomos de los conjurados
en la célebre moción de censura destructiva—, su sensibilidad artística —excelente
novelista— y su sentido del decoro y de la dignidad no podía seguir colaborando
en esa obra de destrucción masiva de las esperanzas de los alumnos en que se ha
convertido nuestro sistema educativo al servicio de las instancias de poder que
se suceden en el gobierno de esta pobre España larriana, donde educar es, ¡en
el siglo XXI!, llorar desconsoladamente de impotencia ante una desfiguración del
hecho educativo de tal magnitud que en todos nuestros centros educativos debería
inscribirse sobre el dintel de las puertas de acceso: Vosotros que entráis,
abandonad toda esperanza. Sorprende el triunfalismo de las autoridades
respecto de lo que se les está ofreciendo a quienes sus ingresos no les
permiten buscar alternativas, y aunque en el profesorado funcionario hasta hace
poco había unos controles de acceso que garantizaban la inequívoca calidad de
quienes accedían al sistema, se ha comenzado a extender, al menos en Cataluña, la
potestad de las direcciones de los centros para «escoger» perfiles que se
escapan del sistema de acceso mediante concurso-oposición, lo cual puede acabar
llevándonos a la vieja arbitrariedad del amiguismo que se dio en las postrimerías
del franquismo cuando tantos profesores se necesitaban y no había oposiciones
para cubrir las vacantes. En fin, aquí lo importante es la carta de mi amigo J,
no estas consideraciones casi técnicas que la preceden. Conviene, así pues, concederle
la palabra para que nos llegue el retrato objetivo de lo que el sistema
educativo puede ofrecernos en estos tiempos en que (des)gobierna la corrección
política con toda su fuerza destructiva…
Querido Juan, tengo dos noticias, ya
sabes, una buena y otra mala. Empezaré por la última: he renunciado a la plaza
de interino en el instituto. Y la buena es que menos mal que renuncié. Puede
parecer un galimatías, pero en mi cabeza tiene sentido. El caso es que hacía 11
años que no daba clase en Secundaria, y lo que me encontré fue un patio de
recreo a lo bestia: chavales desbocados, horarios imposibles, mucha más carga
lectiva; muchísimas más reuniones con todo el mundo, con los padres, con el
Departamento de Orientación, con Jefatura de Estudios, con el Departamento de
Historia, con los alumnos, con los bedeles…; guardias increíbles como vigilante
de pasillo; clases de 1.º y 2º de ESO (sí, ya sé que también son parte de
Secundaria, pero es que, cuando estuve la última vez, en los institutos había
maestros que se encargaban de estos cursos, y ahora no); 9 grupos de clase, ¿te
lo puedes creer? Y entre ellos solo uno de 2.º de Bachillerato. Por si fuera
poco, en una clase tenía dos chavales con hiperactividad, y en otra uno con
trastorno grave de la personalidad. Y todo eso sin apoyo. Y, además, reuniones
de evaluación interminables por las tardes, donde cada uno se presentaba con su
cadaunada. Y, lo peor de todo, profesores tan añudos como yo pero si cabe más
infantiles que sus alumnos, o completamente desmotivados, desnortados. Comparé
los libros de texto que me dieron con los que conservaba de entonces y,
¡sorpresa!, a mismo curso y misma asignatura, muchas más fotos, textos
descafeinados y actividades de risa…
Puede que pienses que soy un blando, o
que no vivo en la realidad, pero no se parece en nada a lo que viví hace 11
años, te lo aseguro. Así que pensé que yo no soy capaz de fingir tanto y tan
seguido, y que no podía aportar nada digno a este mundo educativo en el que
solo prima, como en la propia sociedad de la que es reflejo, la inmediatez, lo
último, lo nuevo, por más que sea tan efímero que al segundo siguiente nadie se
acuerde de lo que ha visto, oído o sentido (quizá porque en realidad no sienten
ya nada), y que sigan buscando, como si les fuera la vida en ello, lo
siguiente, tan vacío e intrascendente como lo anterior.
Renuncié, sí, y pienso que es la mejor
decisión que he tomado nunca. Renuncié al sueldo mejor, a la estabilidad
durante todo del curso, a la comodidad de estar al lado de casa… Pero también a
dejar de ser yo, a mimetizarme con el entorno, un enjambre de imbéciles que
detesto, al paripé de me duele esto o aquello para justificar una baja cobarde…
Prefería dejarlo, mandarlo a la mierda y volverme a mi oscura oficina a seguir
tramitando papeles en una burocracia que detesto pero que, en el fondo,
comprendo mejor que ese mundo de la educación que se me hace tan extraño.
Así que, Juan, amigo mío, aquí estoy, de
nuevo, una vez más, en el camino… Siento que este correo sea solo una descarga
de adrenalina, pero es que todavía tengo ansiedad por lo que he pasado. Te
prometo que la próxima vez no hablaré de mi libro…
Un fuerte abrazo
Ténganla
presente cuando la ninistra del ramo aparezca en televisión loando la
excelencia cuyo rastro están contribuyendo a hacer desaparecer de un sistema en
el que, a lo largo de esos treinta y cinco años de dedicación, he conocido los
mejores profesionales gobernados por los más mediocres gestores que imaginarse
pueda.
Siempre traigo
a colación, cuando del sistema educativo se habla, el único gesto congruente de
un ministro del ramo, el de Ángel Gabilondo, el único ministro que renunció
expresamente a imponer «su» reforma educativa sin consenso. Ello no llevo a la
reflexión de que deberían sentarse en una mesa de diálogo para lograr un
consenso que evitara tanto vaivén en el sector y fijara prioridades que todos
aceptaran—aunque sí la crean para asegurarse la permanencia en el poder,
invitando a ella a quienes niegan los más elementales principios democráticos,
como la primacía de la ley, por ejemplo—, sino que alentó, con el cambio de
poder, otra nueva ley que ha traído, con el nuevo cambio de poder, otra que
anula la anterior, et sic de cæteris, ¡ay!, para nuestro mal
¿Irremediable? De momento todo pinta que
sí, a juzgar por la carta de J. Aquí queda, y le agradezco su generosidad para
autorizar su publicación, aunque sea en un lugar tan apartado como el de este cajón
de sastre que es Provincia mayor que el mundo eres.