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Una magnífica exposición que reconforta el alma en estos tiempos de tantas
tribulaciones de plurales orígenes…
Tiene visos de
urgencia esta presencia hoy, aquí, en esta Provincia que siempre que
puede se asoma a cualquier exposición que le recuerda que de la degradación democrática
que vivimos solo puede consolarnos el arte, en cualquiera de sus muchas
manifestaciones, porque, frente a la miseria de las rastreras exigencias cotidianas del Poder, las
obras de arte se erigen como un monumento que desafía el paso devastador del
tiempo; tiene visos de urgencia, digo, porque la magnífica exposición cuyo
título encabeza estas líneas tiene un plazo fijo de exhibición; hasta el 20 de
julio del próximo mes, y sería imperdonable que quienes pudieran ir a verla no
lo hicieran por puro desconocimiento, en estos tiempos de tantas ofertas para
el ocio, pero no tan importantes como la presente.
Los
museos son, como lo vio Ramón, también camposantos, como las bibliotecas o las
cinematecas o las gliptotecas, ya puestos, pero, paradójicamente, hay más vida
y belleza en ellos que en las realidades cotidianas que determinan nuestra vida
gris, solo luminosa cuando la luz de esas obras cuyo contacto respetuoso
buscamos nos transfigura en el acto de su contemplación y comenzamos a
sentirnos seres diferentes, de repente habitados por una belleza, un
ingenio o un desafío que nos pone en
tela de juicio y nos hace replantearnos nuestra propia identidad.
La Fundación
Masaveu, nacida en Asturias, representa un esfuerzo privado de coleccionismo
artístico puesto al servicio de los ciudadanos de forma gratuita, en un
cuidadísimo espacio y con una selección de los mejores artistas españoles del
siglo XX. Algunos serán, para muchos, un descubrimiento, e incluso de los más
célebres hay obras poco vistas, como la impresionante Assumpta
Corpuscularia Lapislazulina, 1952, de Dalí, que nos obliga a una serena
contemplación prolongada y casi inacabable, si no fuera porque es bueno, y
necesario, conocer las otras propuestas artísticas que se nos ofrecen. He aquí
la lista de esos artistas, tras recurrir a la escasa información disponible en
la red sobre la exposición para sacar la nómina de autores expuestos, porque,
siguiendo mis usos habituales, iba yo, sin saberlo, armado con una peligrosa arma
de destrucción masiva, un bolígrafo y un cuaderno, donde pensaba recoger mis
impresiones particulares sobre lo que más me llamara la atención. «Persuadido…»
por la vigilante de sala, sin que ella lo intuyera, del absurdo que supone la
actividad de escribir más peligrosa que la de simplemente llevar el
arma en la cartuchera/bolsillo, lo cual implica que el absurdo se ha instalado
en nuestra sociedad como la norma, sin discriminación alguna sobre la confianza
o recelo que «el otro» pueda suscitar, hube de reintegrar la amenaza al bolsillo
bajo del pantalón y continuar la visita sin ese auxiliar que las mentes
cansadas tanto valoran. Es, y así lo hago constar, la primera vez que, en un museo,
el hecho de tomar notas se ha considerado un acto poco menos que potencialmente
delictivo. Bueno, he aquí la lista aludida: Pablo Picasso, María Blanchard, Juan Gris,
Sorolla, Joan Miró, Salvador Dalí, Luis Fernández, Antonio López, Carmen
Laffón, Antoni Tàpies, Manuel Millares, Eduardo Chillida, Esteban Vicente, Juan
Genovés, Eusebio Sempere, Soledad Sevilla, Pablo Palazuelo, Cristina Iglesias,
Juan Muñoz o Miquel Barceló, entre otros.
De todos ellos
hay presencia con obras en modo alguno «menores» y, de algunos de ellos, complementarias
de aquellas otras por las que son mundialmente conocidos. La obra de Juan Gris,
lo mismo que una escultura en madera de Chillida, compiten amablemente con la
soberbia Asunción de la galavirgen de Dalí, y una pequeña pieza de Cristina
Iglesias se te ancla a la mirada y te exige rodearla y sentirla en la yema del
tacto de los ojos. A su manera, la exposición es un recorrido por nuestro siglo
XX, de la mano de autores aclamados cuyas obras aquí reunidas acaso han sido muy
poco vistas en otras exposiciones, y de ahí el valor de la muestra tan representativa
como estimulante. No podemos olvidar la impresionante pieza en un patio interior
de Jaume Plensa, lo que contribuye, dentro y fuera de las salas, a sentirse siempre
en una atmosfera de relajación y disfrute que choca con el ruido exterior de una realidad
degradada y, ahora mismo, con una temperatura climática que invita a considerar
la Fundación, no como esos «inventos ideológicos» de los refugios climáticos,
sino como un refugio para las almas atribuladas y sedientas de la paz que,
junto a la refrescante temperatura interior, pueden curarse, en él, de las
incívicas heridas que nos inflige el triste politiqueo que nos (des)gobierna.
¡No se la
pierdan!
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