sábado, 13 de mayo de 2017

Sólfilos o Sólfobos...



El calor o la destrucción: Tiempo de encendido sufrimiento.


                   Las divisiones binarias atraviesan el espectro social como paralelos y meridianos que nos permiten ubicarnos en el mundo. Parece que poco seamos  si no dividimos por dos y nos alistamos en uno de los campos. A veces la propia sociedad lo propicia y no nos queda más remedio que encuadrarnos, aun a riesgo de perder mucho en la cuadratura: de Letras o de Ciencias; de mar o de montaña; del Madrid o del Barça; de derechas o de izquierdas (si a estas alturas de siglo acaso esta división, como muchas otras de las consignadas, sigue teniendo sentido); de ciudad o de campo; de armas o de Letras; de iglesia o del siglo; de bar o de casa; de música clásica o moderna; de novela o de poesía; de verano o de invierno (porque las transiciones de primavera y de otoño le sientan mal a todo el mundo, la primavera a los hipotensos y ambas a los alérgicos), y, la que tiene más sentido de todas: de calor o de frío, o, más al aire de los tiempos; sólfilos sólfobosYo odio el calor, vaya por delante. El frío, sin embargo, me parece la encarnación de la vida plena. No es de extrañar que agostar lo hayamos escogido para la ruina del cuerpo y que los meses del frío contemplen nuestra mayor cota de actividad febril y apasionada (¡febrerillo loco!). El frío nos estimula, nos impulsa, nos arrastra al hacer, al ir, al venir, al atrevimiento, en suma; el calor nos machaca, inmisericorde, como el hombre del mazo pericodelgado y nos deja lastrados de galvana y flaqueza, casi sin respiración e inundados de transpiración, aptos apenas para la raspa tendida o la inmersión en la bañera on the rocks.  Es conversación lacónica y jadeante del hora a hora del moroso pasar agobiante del calor: "In-so-por-ta-ble", nos cruzamos unos con otros, hartos de llevarlo encima; "in-su-fri-ble", constatamos con un hilo de voz sudada; "esto-no-hay-quien-lo-aguante", convenimos de consuno, sabedores de que no es un decir, sino un tenue grito de socorro hacia los fríos septentrionales, que se hacen de rogar.  Hay sólfilos, sin embargo, que se ríen inmisericordes de los sólfobos. Son secta. Se les identifica por la piel de color cuero viejo y arrugada. Aguantan la inclemencia del sol más que los lagartos en invierno y la reciben con el ignorante agradecimiento de quienes desprecian el cáncer futuro por el bronce del presente. Son seres que ríen, aunque se les llenen de sudor las encías, y se burlan de quienes huimos hacia las sombras, las sombrillas y los sombrajos. Son extraños vampiros de los rayos mordientes que parecen quejarse de que algunos sólfobos les robemos, aun sin querer, parte de ellos, simplemente por atrevernos a cruzar la calle, atravesar una plaza dura o, mal de males, esperar un autobús a techo descubierto... Sí, esta división entre sólfilos sólfobos la tengo por la única ajustada al plano de lo real: dos territorios, dos ideologías, dos actitudes vitales, dos lenguas distintas, dos orientaciones: fotofilia y fotofobia, cada una de ellas con sus artes y sus letras, con sus músicas y sus recogimientos, con sus enemistados caracteres y sus opuestas aspiraciones. Anticiclónicos y meridionales, los sólfilos; borrascosos y septentrionales, los sólfobos¡Y, desgraciadamente, no hay justo medio! ¡No tiene la Ilustración poder sobre el clima! ¡Ni la religión! 

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