La estafa de la fábula que no cesa… a la luz de las
Luces.
Para pasar, pues, un hombre por buen
catalán, o lo que es lo mismo, por catalán amante de su patria, es menester que
crea, confiese y sostenga a la faz de todo el universo(…) lo primero, que fuera de Cataluña no se halla nobleza propiamente
dicha, o que a lo menos la nuestra es más ilustre, más rancia y más antigua que
la de las demás naciones, y que vale más un don que todos los monsieures, monsegneures,
signores, monsignores y lores del
mundo. Lo segundo, que nuestra
lengua es la más sonora, abundante, expresiva y la más digna de ser hablada por
hombres que hay, hubo y habrá en ningún tiempo: que nuestra corte es la más
brillante, magnífica y populosa de todas; que nuestros templos, palacios y
demás edificios públicos son los más suntuosos, y nuestras cosas las más bien
dispuestas y más alhajadas de la tierra; que nuestras damas son las más lindas
y garbosas de todo el orbe conocido y por conocer; que una sola de nuestras
sardanas vale más que cuanto ha producido la Italia, y aun también la Grecia en
la antigüedad; que nuestras fiestas son las más lucidas, nuestras diversiones,
sin exceptuar las noches de San Juan y San Pedro, ni las corridas de toros, las
más racionales; nuestras legumbres, nuestras frutas, nuestras viandas la más
delicadas y sabrosas; y en general todas nuestras cosas las mejores del
universo. Lo tercero, que la nación
catalana es por su naturaleza (…) la más valerosa de cuantas se conocen. Lo cuarto que la religión católica
florece en Cataluña como en ninguna parte. Lo
quinto, que Cataluña ha sido en todos tiempos, es y será hasta la
consumación de los siglos docta y sabia, y que si algo se ignora en ella es
justamente lo que no conviene saber. Lo
sexto, que nuestras leyes, usos, estilos, prácticas y costumbres son todas
conformes a la recta razón, y que no hay entre ellas una siquiera que con
justicia pueda ser reprendida o censurada. Lo
séptimo, que la agricultura está y estuvo siempre entre nosotros en el pie
más floreciente, sin que haya en todo su territorio palmo de tierra inculto que
convenga reducir a cultivo, ni alguno que pueda o debe producir más de lo que
produce. Lo octavo, que nuestras
fábricas, nuestra industria y nuestro comercio se hallan y se hallaron en todos
tiempos en el más alto punto de perfección posible o a lo menos en el estado en
que conviene estén y se mantengan por siempre jamás para nuestra verdadera y
permanente prosperidad. Lo nono, que
nuestra población es cuanto puede y debe ser, y que lejos de faltarnos, nos sobra
aún gente: por cuanto es claro que cuanta menos haya, tanto más baratos estarán
los víveres, que es lo que importa. En fin, que nuestra nación es la más rica y
poderosa de todas, o que a lo menos ella sola goza de aquella dorada medianía,
que tanto exageran filósofos y poetas, que sola puede producir el
contentamiento de sí propio, y que no conduce menos para la felicidad general
de un pueblo que para la de cada ciudadano en particular. Pero aunque no es
preciso dar ni aventurar por estos artículos la vida, ni aun exponerse al menor
riesgo de perder valor de dos maravedises, no basta con todo creerlos,
confesarlos y sustentarlos en la manera que queda referid; es menester obrar
también y portarse en todo y por todo de una manera conforme a tales principios,
y proceder en su consecuencia. En fin, supuesto que nuestros mayores nada nos
han dejado que hacer por el interés del público, el buen catalán debe pensar no
más que en dejar bien a sus hijos y tener por máxima fundamental de toda su
conducta esta antigua y famosa copla:
En este mundo iñimigo
De
nadie se ha de fiar:
Cada
cual mire por sigo,
Tú
por tigo y yo por migo
Y
percurarse salvar.
Se advierte fácilmente, ¡espero!, la naturaleza de
juego paródico que hay en este nonálogo en el que, a través de la pluma
ilustrada de Luis Cañuelo, redactor casi único del periódico El Censor, publicado entre 1781 y 1787, se
buscaba parodiar el patriotismo español que tanto obstaculizaba el advenimiento
del progreso y la europeización del país en el siglo XVIII. Cámbiese catalán y
Cataluña por español y España y tendrá a su disposición el lector la sátira
original, salvo la pequeña licencia de convertir en “sardanas” lo que en el original
son “tonadas, seguidillas y tiranas”, por supuesto. ¿Qué es lo novedoso de esta
sátira del XVIII en este siglo XXI de nuestros gozos y pesares? Pues la
imposibilidad de su formulación, en la Cataluña actual, tal como yo la ofrezco,
es decir, tal y como fue escrita, so pena de excomunión y estigma de
anticatalanismo por parte de los milenaristas de la secesión. Semejante
libertad de crítica me parece reñida con el ambiente de Movimiento Nacional que
asiente enfervorizadamente a cualquier texto del jaez del parodiado en este recuerdo
de uno de esos escritores ilustrados que precedieron a Larra y que supieron
crear lo más parecido a una actitud intelectual moderna. Las propuestas
patrióticas del secesionismo rampante ( y nada lampante) que domina buena parte
del escenario político catalán, y que busca una mayoría escañada que poco o
nada tiene que ver con los votos individuales de la población para proclamar la
independencia de un territorio que en modo alguno le pertenece, constituye un
estremecedor viaje al antiguo Régimen que los demócratas catalanes del siglo
XXI habremos de evitar el próximo 27 de setiembre, a pesar de todas las
triquiñuelas de una convocatoria que bien cabría denominar “disuasoria”, al
escoger, con la cobardía típica del President más mediocre que haya tenido nunca
la Generalitat, un día que forma parte de un puente festivo. Le saldrá el tiro
por la culata, sin duda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario