lunes, 4 de abril de 2016
Del despiadado rejón trasero a la estatua marmórea sin peana...
Entre la lumbalgia, la ciática, el pinzamiento, la potra, la hernia discal y la contractura descomunal y descoyuntal..
Por primera vez en mi vida, he sufrido un ataque de estatuario inmovilismo agudísimo solo comparable a la fiereza de la peor contractura nocturna y traicionera de los isquios en una cruda noche de invierno o a la súbita inmovilidad de un ataque de ciática que te hace hincar la rodilla en tierra, estés donde estés, aunque sea, contra toda probabilidad de la justicia divina, en una iglesia. De una fiera contractura de los isquios y los gemelos, al trotar dos días después de habérseme practicado una biopsia de próstata, hasta una rigidez total del lado izquierdo del cuerpo, como una extraña hemiplejía de origen muscular, apenas ha pasado un mes. Hace siete días me tuvieron de las 20'00h hasta las 2'30 en un box de urgencias, sin que ni la doctora de guardia ni el traumatólogo supieran ni siquiera intuir qué demonios me torturaban como en un potro medieval ni qué partes de mi cuerpo eran las causantes de tal suplicio, solo comparable, pensaba para mí, y eso me pasa por ser tan aficionado a la exposiciones, al de la "doncella de hierro"... Despachado sin más recomendación que acudir al médico de familia del ambulatorio, regresé a casa con más chulería andante que la de John Wayne en El Dorado, cuyo personaje malconvive con una bala alojada en la espalda que, a veces, le deja tan tieso como a mí mi afección desafecta, y allí empezó el sinvivir que me ha tenido durante siete días sufriendo como si con un bate de béisbol me golpearan el lomo izquierdo o como si en el saco de boxeo el púgil se cebara en el mismo lado y con él se ensañara, ya que no enseñara, a juzgar por la violencia incontrolada de los golpes, que es lo contrario del científico pugilismo moderno, más amigo del castigo selectivo, tipo puntero láser...Ni de pie, ni sentado ¡ni echado! han tenido mis males remedio... Más de un día, tras haber cedido a la seducción convincente de Morfeo y haber cometido el error de plancharme sobre el colchón, ¡qué esfuerzo heroico no he tenido que sufrir para poder salir de ese infierno viscoelástico donde arquearme apenas ni una décima de grado me hacía gritar como si me estuvieran descoyuntando la extremidad! Ni solo ni acompañado, ¡y mucho peor aún con ayuda!, he podido, a lo largo de estos días de la peor semana álgica de mi vida, ya pasar del tendido supino al prono, o viceversa, ya de la horizontal a la vertical..., que se me aparecía como el sueño mirífico de la erección deseada por un impotente... Para colmo de males tenía hora programada en el dentista y me empeñé en no anularla por mor de una caballerosidad que no se estilo, lo sé... Tenderme en su sillón de los tormentos molares me fue relativamente fácil, pero salir de él... Quiso mi cronenbergiano doctor ayudarme a salir, estirando levemente del brazo que me había abstenido de darle y el grito atravesó los seis pisos de la finca hasta salir por la chimenea del ático camino de los siete cielos... Los paños calientes de la manta eléctrica y de la bolsa de agua han respondido a su nombre fielmente y, salvo avivarme la urticaria colinérgica, apenas han servido sino para permitirme aguantar, aun muy dolorido, algunos ratos en el sillón. Del rigor de mi inmovilidad puede dar una idea mi incapacidad para vestirme y, sobre todo, calzarme; de manera que durante cinco días, he tenido a mi conjunta como Evo Morales a su edecán, rodilla en tierra, acordonándole los zapatos... para infinita mortificación y vergüenza mía. Yo creo que solo de pensar que no pudiera alcanzar a limpiarme el trasero, me he forzado automáticamente un estreñimiento que me ha durado tres días, y a fe que al cuarto solo entre dolores, con el brazo contrario y poco experto, he conseguido un objetivo que me ha impedido caer en el desprecio de mí... A partir de la prescripción de un antiinflamatorio -¡llevaba, por mis alergias, más de veinte años sin probar ni uno!- el dolor comenzó a remitir lentamente y poco a poco fui haciéndome con las riendas de mi propio aseo y olvidando las lágrimas de dolor e ignorancia con que más de un día me he desayunado... Una sesión de fisioterapia que ya tenía programada para postre de una carrera de medio maratón a la que no he podido asistir me ha revelado que, en efecto, la cadena de contracturas iniciada por isquios y gemelos tras la biopsia se ha extendido al psoas, al glúteo mayor y al cuadrado lumbar, la actividad de todos los cuales afecta a la cadera,que, más que nunca, se me ha convertido en cátedra rígida de piedra... Bien pudiera pensarse, ¡oh, finales felices de los cuentos con perdices!, que la visita al fisio ha sido el comienzo del fin de mis males, pero si alguien no sabe qué es la "punción seca", bástele con imaginarse que, en el punto más doloroso, insoportablemente doloroso, de cada uno de esos músculos -salvo en el psoas, por falta de valor y encomiable prudencia...-, mi buen samaritano Ferran me ha introducido una cánula como si fuera la espada en el hoyo de las agujas de los morlacos y, ensartado dicho punto, ha movido de forma elíptica -¡sin elipsis de ningún desplazamiento...!- la cánula para lograr un efecto desbloqueador que, supuestamente, me había de relajar el músculo asaeteado con tan benéfica como impía precisión... Es decir, que he salido de su moderno potro de tortura a duras penas caminando, pero con la tranquilidad de que ahora, unas horas después, sí que ese principio del fin se está cumpliendo, gracias a lo cual he sido capaz de distanciarme del dolor para escribir el presente cuento de horror...
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