Aprender a leer con la letra manuscrita: una sucinta enciclopedia moralizante.
Aunque
El primer manuscrito fue publicado inicialmente en Gerona, en 1905, sus
ediciones fueron adaptándose a los tiempos, de ahí que esta edición se abra con
una loa A la Patria, dentro de la cual se ensalza el Glorioso Movimiento
Nacional que ha devuelto a España sus esencias tradicionales, y se
cierra con una paráfrasis del Todo por España en el que se incluye la petición
de honda veneración y agradecimiento por el ilustre generalísimo D. Francisco
Franco Bahamonde, forjador de la nueva España. Tengamos presente que esta edición
que he leído es de 1944, e ignoro si en sucesivas ediciones siguió apareciendo
el lametazo de rigor.
Mi
perspectiva, obviamente, dado mi historial académico como profesor, no es otra
que la didáctica, mezclada, eso sí, con la evocación de mi primera infancia,
esa que se refleja en la fotografía que ilustra mi bitácora, cuando me enfrenté
con la lectura por primera vez con libros manuscritos y con ilustraciones en las
que me llamaban muchísimo la atención los pantalones bombachos, en aquel cercano
1959 muy pasados de moda ya. Por lo demás, la misma mezcla enciclopédica de
saberes, historias edificantes, fábulas aleccionadoras y dibujos de animales,
profesiones, etc. que he hallado en este ejemplar y que tuvo, al parecer,
cierto éxito.
No
era fácil, de niño, leer estas letras manuscritas tan variadas, algunas de las
cuales habrán de parecerles casi jeroglíficos
egipcios a los niños de hoy, pero recuerdo muy gratamente que fui felicitado
por mi destreza en ese desentrañamiento, habilidad de la que quizá me viniera,
¡siglos después…!, mi afición hermenéutica y mi infatigable dedicación intelectora.
En cualquier caso, me he dado el gustazo de recorrer todas las caligrafías, las
habituales, las escandalosas y las inverosímiles, para viajar en el tiempo ya
desde el sucinto prólogo dedicado a los Comprofesores, a quienes se les
recuerdan verdades tan elementales como que «es un principio pedagógico elevado a la categoría
de axioma esta verdad: Solo se aprende bien lo que se hace». Y se le
recuerda que prodigando el grabado y el color, exitamos [sic] la curiosidad
del niño, llevándolo con deleite, a aprender y discurrir; capítulos de ciencia
amable donde, huyendo de la rigidez didáctica, la inteligencia se nutre de
conocimientos importantísimos, sin descuidar los relatos encaminados a la
formación moral y cívica, además de brees biografías y algunas composiciones
literarias.
El
capítulo de la retórica usada en las diferentes situaciones escolares y vitales
no tiene desperdicio: Dame, mamá, una hoja de papel resistente, pues voy a
poner cubiertas a mi Manuscrito, a fin de conservarlo mejor…, le dice Antoñito,
El buen escolar, a su madre, porque va a imitar las caligrafías correspondiente
al hacer los deberes que en el libro se encargan.
La
cruda realidad del mendigo que ciega a los pájaros para que canten mejor abre
las historias «ejemplares», y se inicia con una reflexión sobre la caridad
cristiana a la que incluso en ese mendigo que abandonó a sus hijos y que todo
se lo gastaba en aguardiente obliga a los creyentes la religión católica. A
cada historia sigue un apartado titulado Preceptos morales, donde se
sintetizan las enseñanzas que han de extraerse de la lectura. El manual incluye
una guía de conversación para que los niños hablen sobre lo que acaban de leer.
Se
suele usar mucho el planteamiento dicotómico: hermanos opuestos en inclinación,
como Enrique y Juan Antonio: el segundo, gran lector, a quien si padre regala Corazón
y Las tierras vírgenes; el primero, enemigo declarado de la lectura, a
quien su padre regala Testa, y quien acaba rompiendo las páginas de Corazón
de su hermano. Este librito gerundense se inspira en la tradición del Libro de la
patria que arranca con Le tour de la
France par deux enfants, de G. Bruno (seudónimo de la escritora Augustine
Fouillée, de soltera Tuillerie), publicado en 1877 y que se convirtió en una
auténtica cartilla escolar de moralidad cívica y patriotismo. En esa línea han
de considerarse las obras aquí regaladas a los hermanos: Corazón, de
Edmundo de Amicis y Testa, una continuación de Corazón escrita por
el amigo de Amicis, Paolo Mantegazza. El protagonista de ambas, Enrico Bottini,
es un niño en Corazón y un adolescente en Testa. El desenlace de
la historia sería fuertemente reprobado en nuestra amoral sociedad
contemplativa de cualquier transgresión: Juan Antonio se va de vacaciones con sus
padres a San Sebastián y Enrique es devuelto al colegio donde, interno, pasará
las vacaciones. Y esto me trae a la memoria, ¡y ya es coincidencia!, una
película reciente de Alexander Payne, Los que se quedan, sobre los hijos cuyos
padres no los pueden atender durante las vacaciones de Navidad…
El
afán didáctico de la obra se esparce por toda ella, pero, como se dice, muy
bien traído. Como en el caso de Adelina a quien su abuela invita a enviarle una
esquela de invitación a comer con ellos a su amiga Encarnación: — […]
Pero… una esquela… una esquela, ¿qué es una esquela, abuelita? —Mujer —respondió
la abuela—, las esquelas son a manera de cartas cortitas que se dirigen a
personas amigas de la misma población, para tratar asuntos de poca importancia.
Más adelante, y siguiendo el modelo practico de estas enseñanzas, se mostrará
cómo se escribe una carta y cuales son las partes que la constituyen. E incluso,
hacia el final, se enseñará cómo redactar un recibo, el cual, como los otros
tipos de escritos se atienen a un principio hoy denostado por la desorientada pedagogía
moderna: El mejor medo de aprender una cosa consiste en hacerla una y otra
vez. De la definición de recibo,
retengamos ese detalle de época que consiste en que si el importe superaba las
cinco pesetas, debía llevar un sello móvil, es decir los típicos timbres o las
famosas pólizas que, si no ando errado (sin hache, ojo), fueron suprimidas allá
hacia finales de los 80 del siglo pasado, y que constituyeron un tormento
mayúsculo a la hora de hacer gestiones ante la Administración del Estado.
Hay un buen número de informaciones cuya veracidad
es indiscutible, como la que dice que un hombre andando siempre en la misma
dirección, necesitaría tres años para dar la vuelta al mundo, una hazaña,
efectivamente, llevada a cabo por un tal Nacho Deán que ha empleado ese tiempo
en recorrer 33.000 km de esa vuelta. Sin embargo, cuando explica el capitulo de
los volcanes, concluye que en el mundo hay 270, cuando, en realidad, hay
contabilizados unos 1.350.
A
mí, ya se entenderá, me ha llegado al alma la narración en que a un niño,
Agustín, le dicen sus padres que le han de comprar unos zapatos nuevos —es
cierto que, de niños, se nos renovaba el calzado cuando el otro era ya prácticamente
inutilizable— y pregunta su precio, no bajará de ocho pesetas, y el de
los zuecos, unas dos pesetas. Escoge que le compren los zuecos para, con
la diferencia, poder comprar ¡un Diccionario de la Lengua Castellana! Y
añade: ¡Qué bien estudiaría si lo poseyera y cuántas cosas nuevas aprendería
todos los días! Es un libro que contiene la significación de todas las palabras.
Y lo curioso es que el corolario moral no apunta muy alto, dado el carácter
universal de esta enseñanza: Años después no había en todo el pueblo un
obrero tan instruido como Agustín. Querido de todos y por todos considerado, llegó
a formarse una envidiable posición.
Esa
voluntad edificante de la personalidad ajustada a unos patrones de conducta
intachable y provechosa aparecen en casi todos los relatos, y no puedo dejar de
citar el titulado El ahorro y la
lotería, en la que dos hermanas de opuesta naturaleza, Marcela y Dolores,
aprenden el oficio de modista y corsetera, respectivamente. A ambas sus pares les
inculcan el espíritu de ahorro: Guardaos vuestras ganancias que no las
necesitamos, y quizás ellas s permitan trocar, algún día, la condición de
obreras por la de dueñas de taller, que es a lo que debéis aspirar
constantemente. Y así ocurre con la ahorradora Marcela, mientras que Dolores,
que lo ha «invertido» todo en el azar de la lotería, sigue trabajando como
jornalera y continúa esperando en vano… el premio gordo de la lotería.
Son
abundantes las informaciones de carácter científico, desde la biología hasta la
astronomía, pasando por la física o la geología: La luna, los volcanes, las
bombas hidráulicas, el barómetro, etc. son conocimientos, todos ellos enfocados
desde un punto de vista práctico al alcance del entendimiento de los niños, que
permiten concluir con una de esas verdades de manual: La naturaleza es un
libro abierto, en el cual el hombre observador puede leer las verdades más
sublimes. Tomemos, por ejemplo, la explicación del barómetro: El aire
atmosférico, naturalmente, solo pesa sobre el mercurio por la parte de abajo,
al contrario por la arriba el mercurio no halla obstáculo alguno que le impida
el paso, y puede subir con facilidad. Cuanto más pesado es el aire, tanto mayor
es la presión que ejerce sobre el mercurio, y tanto más sube este por la rama
delgada del tubo. A medida que el aire se vuelve más ligero, el mercurio
desciendo, ¿comprendes? […] Por regla general, cuanto más frío está,
tanto más pesa el aire y entonces el mercurio sube algunos milímetros; cuanto
más caliente está, tanto menos pesa y, por consiguiente, entones el mercurio
baja.
La
selección de biografías está marcada por el afán de reivindicación de las
glorias de la patria, por eso incluye las de Cervantes, Santa Teresa, Jaime Balmes, Zorrilla —nacido, curiosamente en Balladolid,
del mismo modo que se escribió, en su día, Cerbantes— y el Padre Mariana.
Y entre los textos literarios, destacaré la décima de Zorrilla:
Un pozo pintado vio
una paloma sedienta;
tirose a él tan violenta
que contra la tabla dio.
Del golpe al suelo cayo
y allí muere de contado.
De su apetito guiado
por no consultar al juicio,
así rueda al precipicio
el hombre desenfrenado.
De no sé qué enfermedad
cegó de un ojo un avaro,
y al médico el caso raro
fue a contar con ansiedad.
Cien ducados el galeno
por la cura le pidió…
«¡Cien ducados!» respondió;
«a este precio os vendo el bueno».
Como
se advierte, parece que ha dado de sí una antigualla pedagógica que con tan
modesto título como El primer manuscrito, atesora una perspectiva
enciclopédica muy digna de elogio. Supongo que una indagación exhaustiva habría
de buscar ediciones de este libro desde principio del siglo XX para ir
comparando las diversas adaptaciones a los tiempos políticos reinantes en cada
momento, pero mi trabajo cesa aquí, entre la nostalgia de la niñez y el
recuerdo de aquellas exaltaciones patrióticas que tan poco poso parece que en
mí dejaron, aunque no la afición por el conocimiento y la curiosidad, que este
libro exitaba… como cualquier otro, incluido el hermoso capítulo de los
animales prehistóricos, que tanto nos llamaba la atención de niños.
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