Un intento de crítica ideológica desde la base.
Me parece oportuno rescatar una serie de apostillas que tuve a bien dirigirle al entonces Viceprimer Secretario del psC, Miquel Iceta, cuando aún ni siquiera se había producido la escisión soberanista en el seno del partido, que ya comenzaba a apuntarse entonces. Al hilo del documento presentado para su discusión en el Congreso, hilé unas reflexiones cuya oportunidad en estos momentos trascendentes me parece fuera de toda duda, y ello al margen del acierto o desacierto del modo como las formulé. Me parece que hay en esas apostillas una crítica no solo del lenguaje político, sino, sobre todo, de una práctica política que basa en la vaguedad, la anfibología o directamente la trivialidad chapucera una manera de hacer política cuyas resultados estamos viendo. Discuto a través de ella, conceptos axiales en la práctica política de un partido que se preciaba de ser "el verdadero espejo de la sociedad catalana" y que, andando el tiempo, ha devenido apenas una pieza del puzzle endemoniado en que se ha convertido Cataluña. El método seguido es el habitual del fisking: aporto el texto de Iceta y, a continuación, figuran las apostillas. Espero que puedan ser de interés para la pequeña historia de nuestra movida vida política. Estamos en el 2011, es decir, se acaba de inciar la deriva independentista que nos ha traído a la postración actual. Nunca está de más, me ha parecido, echarle un vistazo a la actuación de un partido, entonces importantísimo y hoy en franco declive, porque no son pocas las lecciones que de esa experiencia pueden extraerse.
HACIA EL 12º
CONGRESO
Los retos del PSC
El PSC debe renovarse y ampliar su espacio. Tiene que encontrar fuerza en
sus valores, en sus raíces y en su historia. Nuestro principal problema no es
el de acertar en la elección del nuevo Primer Secretario o Primera Secretaria.
Primero hace falta que nos pongamos de acuerdo sobre qué hay que hacer en la
próxima etapa. Aquí tenéis mis reflexiones al respecto.
He aquí una de las
clásicas peticiones de principio: dar por sentado aquello que ha de ser
probado. Es evidente que si hay algo en cuestión desde los últimos fracasos
electorales es, precisamente, cuál sea ese espacio y cuáles sus dimensiones. Es
probable que todo un congreso dedicado a ese tema no arrojara más que ideas
generales y juicios ultrasubjetivos imposibles de casar con la realidad. El
espacio socialista se ha de ir construyendo con la praxis del día a día en
función de las convergencias ideológicas de sus militantes, y no puede ser
definido como algo fijo, inamovible, porque la realidad nos enseña que ha
ocurrido todo lo contrario: las ideologías no tienen ya espacios fijos, ni
dogmas irrefutables. Y lo peor de todo es definirse por vía negativa: el
espacio socialista es el que no es convergente ni democratacristiano ni liberal
ni comunista ni ecologista ni…
Nuestros valores siguen siendo los mismos: libertad, *igualdad, fraternidad,
laicidad, justicia, **responsabilidad
e internacionalismo.
Pero nosotros tenemos que cambiar, nuestra organización tiene que cambiar,
nuestra forma de hacer política tiene que cambiar, nuestra relación con la
sociedad tiene que cambiar. Y los cambios tienen que comenzar aquí y ahora, en
nuestro 12º Congreso. El congreso de la renovación del compromiso socialista,
del compromiso nacional y del compromiso con todos los y las progresistas.
*Este es un
de los conceptos que deberían ser repensados para evitar ciertas
argumentaciones de peso que se han vuelto contra el ideario socialista. La
igualdad ha acabado confundiéndose con el igualitarismo y, por ende, con la
desincentivación de cualquier esfuerzo que no halla recompensa ni
reconocimiento. Una prueba de ello la tenemos, por ejemplo, en el ámbito de la
enseñanza, donde la desaparición de la carrera docente, en la que estaban
marcadas las responsabilidades de cada cuerpo docente, ha promovido una
equiparación “a la baja” con los resultados académicos consiguientes; y no
digamos ya con la actual política de difuminación de responsabilidades incluso
entre cuerpos distintos, como el de Primaria y el de Secundaria, con la nefasta
reordenación de la ESO. Repensar un concepto tan aparentemente bien
intencionado como la igualdad supone reconocer la radical desigualdad de
partida de los seres humanos y la “obligación” socialista de garantizar la
única igualdad que tiene significado en nuestros tiempos: la igualdad de
oportunidades para que, después, cada cual pueda escribir libremente su
destino, algo que, desgraciadamente sigue ignorándose incluso con cierta
pertinacia, como la negativa de Ernest Maragall a promoverla mediante la reasignación
de las cuotas de inmigrantes entre la escuela pública y la concertada. Es
decir, que se ha de ascender desde el empedrado infierno de las buenas
intenciones, desde la inmaculada retórica de los valores incontaminados, hasta
la dura realidad en la que ha de lucharse contra la desigualdad con medidas
auténticamente socialistas, que no pasan, por cierto, seguimos en el campo de
la enseñanza, por rebajar los niveles hasta ese infierno, para ofrecer una
promoción educativa que ni por asomo puede ser considerada como tal desde un
mínimo de exigencia social.
**No ignoro
que uno de los grandes males de la política es el encadenamiento de conceptos y
frases repetidas hasta la saciedad como una especie de mantra para huir del horror vacui, algo que, sin embargo, le
rinde excepcionales intereses electorales a la derecha robótica, máxime cuando
la acción socialista traiciona sus orígenes y se ancla a una identidad no
renovada. Lo propio es preguntar, Miquel: ¿Hay algún partido que predique la
irresponsabilidad? Porque se vuelve un sinsentido la reclamación de ese
espíritu de responsabilidad como algo específicamente socialista. Otro tanto de
lo mismo ocurre con el internacionalismo. En este mundo global ningún partido
puede concebirse sin una dimensión internacional, ni aun siquiera, aunque
parezca paradójico, los nacionalistas. De lo que se trata es, a estas alturas,
de marcar de forma inequívoca el signo político de ese internacionalismo:
gobierno central europeo, reforma de la ONU para evitar la capacidad de veto
heredada de la II Guerra Mundial, Instancias judiciales con jurisdicción
mundial, desaparición de los paraísos fiscales, comercio mundial basado en el
respeto al precio justo, etc.
Son muchos los catalanes y catalanas que pueden compartir
los valores que integran nuestra Declaración de principios, tenemos que
construir con ellos un proyecto que aspire a representarlos y una organización
útil para hacer vivir los valores compartidos y promover la participación y la
creatividad.
La renovación del PSC exige claridad en la definición de
un proyecto de progreso para Catalunya, y rotundidad en su defensa dentro y
fuera de Catalunya. Un proyecto que asegure *el progreso económico sostenible, la cohesión
social y la calidad ambiental, que impulse el autogobierno de Catalunya **y preserve la unidad civil
erosionada por tensiones identitarias y el impacto de la inmigración.
*Hay conceptos mitificados desde la izquierda, y uno de
ellos es el ambiguo concepto “progreso”. Del mismo modo que las raíces
socialistas nos hablan de la Historia como un proceso con un destino, con un
objetivo, el gobierno de los trabajadores y la creación de la gran patria del
socialismo, donde ya no exista el capitalismo, algo que ya ningún partido de
izquierdas se atrevería a vocear públicamente, salvo los muy fieles a las
raíces estalinistas del mismo, ¿no sería conveniente comenzar a hablar de una
“actividad económica razonable que permita el mayor bienestar posible de los
ciudadanos”? La idea de que la economía implica “progreso” es algo que no se
sostiene ni teórica ni prácticamente, atendiendo al deterioro del planeta y a
las abismales diferencias entre unos y otros países y entre unos y otros
ciudadanos dentro de los propios países avanzados. Las condiciones de vida
pueden mejorar, pero en ello no hay ningún progreso, sino el mero proceso
lógico del desarrollo del pensamiento, de la técnica.
**Me consuela que, aunque sea de forma tan atenuada, se
mantenga públicamente que la famosa “unidad civil”, un concepto tan resbaladizo
que pocos que se atrevieran a definirlo se mantendrían en pie, ha sido erosionada, es decir, que corremos, en
Cataluña, un serio riesgo de fractura social que, en el fondo, a nadie debería
de asustar, porque cualquier sociedad democrática se estructura en función de
esas “fracturas” que representan las
diversas ideologías de sus ciudadanos y de sus intereses de todo tipo:
económicos, intelectuales, religiosos, deportivos, ecológicos, etc. El PSC, sin
la coletilla logotípica del PSOE, se ha apuntado a la concepción unitarista y
milenarista de “pueblo catalán” y de su “unidad sacrosanta”, que únicamente le
ha hecho el juego al nacionalismo mercantilista que ha acabado recuperando el
poder sin apenas hacer otra cosa que esperar a ver el naufragio de lo que sólo
podía entenderse como una impostura, una impostación ideológica que, como era
previsible, no ha sido entendida por nadie, ni dentro ni fuera de Cataluña. La
unidad, la cohesión de una sociedad no se mide en los términos impuestos por el
discurso nacionalista, sino en la calidad del ejercicio de los derechos
individuales que garantiza la Constitución y un Estatut que, con su
modificación, pretendía, más allá de mejorar el autogobierno, convertirse en
otra Constitución en igualdad de condiciones, de lo que se ha derivado una
tensión soberanista cuyos frutos están recogiendo ahora aquellos a quienes ha
beneficiado políticamente ese disparate socialista incomprensible, esa
sobreactuación nacionalista, esa impostación ridícula de una fe sobrevenida
quién sabe si entre chistes sobre la coronas de espinas del dios de los
cristianos. La teoría germánica de la patria, el pueblo, el caudillo y la
lengua está bien para los nacionalistas, que maman desde pequeños el rechazo al
otro, el chovinismo y la exaltación de lo propio en términos de competitividad
con lo ajeno; pero no para el socialismo del siglo XXI.
Finalmente, que el “impacto” de la inmigración
erosione la “unidad civil” es una tesis que se acerca peligrosamente al
discurso derechista de Albiol et alii, porque, desde una óptica defensiva
nacionalista, el inmigrante se presenta como la amenaza, como el enemigo. No
dudo, Miquel, de la bonhomía desde la que has formulado tu análisis, pero, más
allá de las intenciones, está la objetiva textualidad de lo dicho, cuyo significado
puede incluso sorprender a quien la ha producido. Las palabras tienen eso, a
veces hablan ellas a través de nosotros, y no al revés.
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