El
simulacro de los Oscars mejora algo la presentación y los efectos especiales,
pero le sigue faltando fuerza al guion…
La
retransmisión televisiva de los Goya exige demasiado a unos telespectadores que
no son, en su mayoría, ni siquiera “afectos” al cine español, a juzgar por la
taquilla… Desde el histórico récord de
público de 1999 en La 1, con un 33,5% de share, el programa más visto ayer sábado
pasó por los pelos del 26%, lo cual puede tener su explicación en el
publirreportaje de La 1 antes del telediario de las 21:00 h que luego se
extendió al telediario propiamente dicho: una eficacísima arma disuasoria, a
juzgar por las banales entrevistas y el desfile de supuestos glamures de
mercadillo con que nos obsequiaron nuestras pálidas estrellas nacionales.
Ayer
todo se conjuró, Málaga incluida, para convertirse en un acto patrio de
respaldo a la candidatura de la película de Almodóvar para los Oscars de
verdad, cuyo «ensayo» con figurantes pudimos contemplar con algo de la
vergüenza ajena con que se suelen ver los alardes de narcisismo propios de
estos acontecimientos en los que tan poca cosa ocurre. Diderot fue muy
explícito en La paradoja del comediante, cuando defendía que solo desde
la profunda serenidad anímica del intérprete podía este representar las
pasiones que habían de subyugar a los espectadores. Si atendemos a que el
espectáculo de ayer lo fue propiamente, un espectáculo, se infringió esa ley no
escrita y tuvimos que sufrir los pathos clásicos de este tipo de actos
en los que la espontaneidad de quienes no lo son en su profesión se vuelve un
hueso duro de roer. Ni siquiera la octogenaria debutante Benedicta Sánchez, que ya se marcó en
otro foro una muñeira verdaderamente entrañable, supo ejecutarla de nuevo, para
solaz de los espectadores.
Todos
sabemos que una gala de más de tres horas es una piedra en el hígado, y que es
muy difícil de concebir que haya habido -excepción hecha de amigos y familiares
de los nominados, además de la gente del “mundillo”- espectadores capaces de
seguirla íntegra, como, por deferencia hacia mi Conjunta, tuve yo a bien
permanecer «atento» a la pantalla y, ¡por primera vez en años!, deseando que la
gala fuera interrumpida más a menudo por anuncios publicitarios… El metraje
excesivo es una losa tan pesada que ni el levantalosas que asistió al fiestuqui
-para no entrevistarse con el Presidente legítimo de Venezuela, Guaidó-, sería
capaz de levantar esta para ahorrarnos algo del tedio que inevitablemente acaba
disuadiéndonos de seguir ante la pantalla e invitándonos a irnos a leer o a otros menesteres igualmente saludables que
también se realizan en la cama.
Por
primera vez desde que yo recuerde, que tampoco soy adicto a estas galas ajadas, los presentadores de la misma no tuvieron ese
omnipresentismo que acaba haciéndose pesadísimo, como cuando las presentaron
Dani Rovira o Corbacho, por ejemplo. Además, y eso ha sido la novedad más
importante, ¡por fin el escenario se ha convertido en un espacio de acción
cinematográfica digna de la gala a la que sirve! Aun torpona y algo chabacana,
la representación de la supermujer SS tuvo algo de gracia, por los efectos especiales proyectados, del mismo modo que
ciertas retrancas de Andreu Buenafuente, de tipo político, fueron más inspiradas
que los habituales chafarrinones, como cuando le sugirió a Barroso
que se cambiara el nombre, “Mariano”…, o como cuando pretendió no saber cómo
había de dirigirse a snchz teniendo en cuenta que el "presi" esa noche era Barroso, que
Pedro era Almodóvar y que el “guapo” era Banderas… Se agradeció la ausencia de
chascarrillos facilones, como el que clausuró la gala, por cierto que,
supuestamente, había de tener la gracia en el culo y, en efecto, tuvo la gracia
en el culo… La reincidencia con el actor Jorge Sanz fue muy buena, así como la
aparición “con tartas de slapstick en la cara” de los dos peores presentadores
de la gala por aclamación popular. La guinda, como en otras situaciones, la
puso el verdadero triunfador del cine español en las pantallas, Santiago
Segura, cuyo “producto” no concitó el más mínimo interés por parte de los
académicos, acaso con razón y quien reivindicó la umbralada... (Yo he venido para hablar de mi libro, ¿cuándo se habla de mi libro?). Cabe agradecer, también, a diferencia de otras
ediciones, que los premiados no usaran el micro como púlpito, salvo las
excepciones de rigor. Llega uno a la conclusión de que en estos casos, el
silencio, la sonrisa y una generosa palabra: «gracias», son el mejor discurso,
la verdad.
Aunque
les sirvió a los presentadores para un chiste, El crack cero…nominaciones,
no deja de sorprenderme que una película tan excelente como esta de Garci,
quien ha sacado un partido excepcional de los pocos menos de dos millones que
costó la película -que ya me hubiera gustado saber a mí qué hubiera hecho
Almodóvar reduciéndole los siete millones de más que costó la suya- no haya
llamado la más mínima atención de los académicos. ¿Tendremos algún día las
filias y fobias de los mismos, como sabemos la orientación ideología de todos
los jueces…? El cine, por suerte, no depende siempre del dinero, y casos hay de
películas hoy míticas que incluso se puede decir que han sido de fabricación
«casera», como Eraser head, de Lynch. No puede competir Garci en
taquilla con cineastas de proyección mundial como Amenábar o Almodóvar, pero
sorprende que a los académicos les hayan pasado desapercibidos los valores
fílmicos de esta culminación de una trilogía esencial en el cine español. Solo
deseo que la taquilla le haga la justicia que le han negado los académicos. No
olvidemos, con todo, y de ahí el desplante de Segura (sobre el seguro de su
magnífica taquilla que le permite «ir a su bola»), que hay más odios cruzados
en el «mundillo del cine» que en la propia política, que lleva la mala fama.
En esta vimos a Espinosa de los Monteros, Pablo Manuel y Arrimadas riéndose unas
gracias que mucho me temo que serían difíciles de ver entre Almodóvar y Amenábar,
por poner un ejemplo cercano…y nominado.
Deslucido
hasta casi el insulto quedó, eso sí, el homenaje a Marisol, no solo porque hubiera
merecido unos minutos retrospectivos que repasaran su larga filmografía para
ver a la reina del desparpajo infantil y a la magnífica actriz adulta de Los
días del pasado, de Mario Camus, sino porque ni siquiera el presidente de la academia se
dignó a hacer entrega del galardón a sus hijas. ¡Que no le han perdonado el feo
de no ir en persona a recogerlo, vaya, y no hay más que hablar! Y menudos somos
en este país para exhibir el desprecio… Algo más de respeto hubiera merecido
una auténtica “gloria” viva de nuestro cine, parte inolvidable de él para muchas
generaciones aún vivas. Qu cantara su hija, con menos voz que Lee Marvin en La
leyenda de la ciudad sin nombre o que lo agradeciera su digna heredera
sobre las tablas, María Esteve, no paliaron esa sensación de orfandad gélida en
que se convirtió esa parte del acto, más próxima a la galería de los
“desaparecidos”, con la excelente actuación de Jamie Cullum, que a la fiesta
grande del honor en vida.
Sobre
el palmarés de premiados solo cabe repetir el tópico de siempre, que nunca llueve a gusto de todos; pero,
sin haberla visto aún -la compraré con El País en breve- , uno «intuye» que O que arde merecía bastante más, así
como Las ventajas de viajar en tren o Intemperie, que promete.
Las veré y lo diré, por supuesto. Todos los premiados tuvieron sus momentos de
«emoción» solapados con la inverosímil solidaridad y la obligatoria admiración
al resto de los nominados, lo que no ocurrió en el caso del mejor director,
curiosamente; pero sobre los egos y su iglesia ya hay doctores que pontifican
muy bien, como para meterme yo ahora en heterodoxias extemporáneas.
Los
espectadores agradecen la sobriedad de los «premios menores», aunque, en su
calidad de «industria», no hay parcela, desde el maquillaje hasta el vestuario,
pasando por la música o la labor de producción que admita esa categoría de
«menor», véase, por ejemplo, la impecable labor de dirección artística de una
película como la de Amenábar, por ejemplo, que cae, casi, dentro del cine de
época. Lo que está claro, y eso es indiscutible, es el nivel de calidad de
nuestra industria fílmica. Otra cosa muy distinta es, por supuesto, que esos
esfuerzos productivos acaben teniendo el favor del público, pero son muchas las
películas españolas en los últimos años que tienen una calidad excepcional, y
ahí están incluso los propios palmarés de los Goya que alguna vez la ha
reconocido, dicha calidad. Lo propio, sin embargo, es que muchas películas ni
siquiera lleguen a estrenarse, pero, para que sirva de consuelo, acérquense los
«quejicas» a una realidad como la del estreno de la última película del maestro
Roy Andersson, Sobre lo infinito
-que Filmin tiene la delicadeza de invitarme a verla-, y verán que en todos
lados cuecen habas… ¿Es necesario recordar que un director tan polémico como
visionario, Albert Serra, es algo así como un «apestado» para esa «fiesta del
cine»? O sea, que, más allá de los oropeles de dos películas mediáticas, pero
no poco mediocres, las que se llevaron la cesta de las nominaciones, hay una
realidad fílmica viva y muy digna de que pasemos por taquilla para verla.
No hay duda de que la profesión de crítico cinematográfico es un ejercicio de filias y de fobias, de arbitrariedades y querencias o antipatías viscerales. El seguidor de un crítico se hace seguidor de un modo de ver el mundo tan particular que a veces rechina. Es como las manías de Boyero, las tomas o las dejas, a veces le haces caso y otras le envías a escaparrar nabos. Es una sensibilidad arbitraria la que se evidencia, y supongo que no puede ser de otra manera. Lo que sorprende es el ansia de universalismo en el juicio sobre las películas cuando no deja de ser un ejercicio absolutamente subjetivo "que lo tomas o lo dejas". Lo bueno de Boyero es que es una manía pura y prescinde de la erudición. Y para enjuiciar películas, mi suegra, lo tiene clarísimo. Una vez la llevamos a ver Un dios salvaje de Polanski y lo tuvo clarísimo: que no valía nada porque a ella le va Paco Martínez Soria o Lina Morgan, o algo parecido. También tiene sus manías, como yo, claro, pero yo soy un espectador en general generoso y aprecio bastante el esfuerzo realizado para llevar a la pantalla una película. Y ciertamente hay cine que amo con mayúscula y otro que detesto, otro es simplemente pasable.
ResponderEliminarMe identifico con tus juicios, Jose, porque mi amplitud de miras es tan grande que incluso he visto "Pieles" de Eduardo Casanovas, y soy capaz de apreciar, entre tanto friquismo, algunos destellos de buen cine; o sea, que, aunque tenga mis gustos, allá donde yo creo que se manifiesta el buen cine trato de estar atento. Pasa lo mismo con Albert Serra, un auténtico maldito que, sin embargo, va haciendo su carrera al margen del "sistema· con mucho mérito...
ResponderEliminar