domingo, 7 de diciembre de 2025

«Diccionario del léxico motrileño», de Francisco M. Ortega (recopilación y notas).

 




La riqueza de los léxicos locales: la identidad social en las palabras singulares.

        

           ¡Qué vasto campo el de la lexicografía!¡Que apasionante, el estudio de las voces singulares que generamos los grupos sociales! Desde los localismos hasta los argots técnicos de las distintas realidades sociolingüísticas o disciplinas del saber, bien puede decirse que el corpus solemne y canónico recogido en el DRAE es una minúscula parte del anchísimo mar de voces que somos capaces de generar y hacer nuestras, a cualquier nivel, ya digo. Y el famoso «trabajo de campo» es, en estos casos, la única herramienta a nuestro alcance capaz de recogerlas, clasificarlas y establecer, a ser posible, la univocidad o plurivocidad de sus significados. Meterse en esa tarea, que pronto nos desborda, tiene mucho mérito si es un escritor quien a ello se dedica, porque significa una suerte de tributo a la herramienta que nos nutre y nos permite crear en cualesquiera géneros que la palabra es el material imprescindible para la construcción.

          Francisco. M. Ortega se ha arremangado y, con paciencia e insistencia, ha salido a buscar un conjunto de voces que pueden definirse como «habla motrileña», puesto que a esa localidad granadina se ciñe su investigación. Motril tiene para mí, fuertes resonancias vitales, pues me llevan a mi adolescencia, cuando era nadador y tuve la fortuna y el privilegio de ser amigo de Ricardo Pérez de Rueda y sus hermanos, en cuya casa familiar me alojaron y trataron, a pesar de mi hipismo, con cariño y afecto. Entonces, Ricardo y yo éramos nadadores. Ricardo es ahora entrenador de baloncesto y yo humilde pero veterano maratoniano. Hoy, mi amistad con Francisco vuelve a unirme a ese espacio singular en donde oí un fandango de Manolo el Malagueño que me estremeció de tal manera que no lo he podido olvidar desde entonces: Yo entré un día en el manicomio/ y a mí me ha pesado el haberlo hecho/yo vi una loca en el patio/se sacaba y daba el pecho/a una muñeca de trapo. De aquellos tiempos conservo aún una copa ganada en la Travesía del Puerto, y donada por el entonces Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga…

          Pero volvamos al léxico motrileño que ha compilado Francisco con tanto cariño como rigor, porque el conjunto, unas 500 voces, traza un panorama bastante completo de usos en los que cabe todo, porque me he tomado el placer, ¡jamás la molestia!, de investigar brevísimamente para «fijar» algunos orígenes o localizaciones de las palabras que más me han llamado la atención, justo las que quiero compartir con los hipotéticos lectores de estas páginas misceláneas. Puede parecer extravagancia, tener la afición de leer diccionarios, pero, superada esa leve reticencia, el lector que se engolfe en tesoros como este o cualesquiera otros, de los casi infinitos que hay, porque se «arman» vocabularios de casi cualquier cosa, y ahí están los diccionarios técnicos o tan especializados como el de la construcción, la navegación marítima, la fiesta de los toros, los de las palabras supuestamente «malsonantes»…, ¡prácticamente no hay actividad humana que no exija un vocabulario en el que no solo aparecen las palabras registradas en el del DRAE, sino muchas otras, como algunas de las que he seleccionado de este corpus motrileño, que harán las delicias de cualquier lector que no ignore que las palabras tienen una vida etimológica y pragmática propia! Aunque estén ordenadas alfabéticamente, cada entrada de un diccionario es un mundo y aparte, un mundo propio que puede, por el arte de birlibirloque de sus connotaciones, abrirnos resonancias mágicas, insospechadas, y deleitarnos como solo ese prodigio mirífico de la unión del significante y el significado es capaz de lograr. Invito a los lectores, pues, a que entren en esta resumida aventura de la lectura del diccionario de Francisco M. Ortega, para honra de su patria chica y ensanchamiento de nuestra patria grande de la lengua española.

          Comencemos por Abejorroncho. Insecto de la mitología motrileña. 2. Personaje alelado. Se trata de una voz que parece mezclar abejorro y rechoncho, pero, en realidad, es posible que haya un eco de «aberroncho» en ello, pero no en cuanto al significado, porque aberronchos se llaman a los garbanzos tostados, o torrados.

Y sigamos por esa maravilla poética que es Aguacuajá. Medusa. Dada la transparencia de tan mortal enemiga de los bañistas, como la la llamada «carabela portuguesa» ―porque todo lo malo siempre se achaca a otro país, como la «gripe española» o «el mal francés»…―, ver en ello el agua cuajada solo puede responder al nervio poético tan propio de la vasta región andaluza, que ha dado poetas inigualables a la literatura universal.

La deformación de voces usadas en toda la geografía es señal inequívoca del particularismo que en este entretenido volumen se recoge. Pongamos por caso Antera. Sensación desagradable que se experimenta en los dientes  encías al comer sustancias agrias o acerbas, oír ciertos ruidos desapacibles, tocar determinados cuerpos y aun con solo el recuerdo de estas cosas. Todos conocemos la voz «dentera», pero pocos dicen este motrileñismo fonético tan curioso.

Apollardao. Dicho de una persona: tonta o que no sabe cómo conducirse. Atontado. Esta palabra es una muestra de la influencia de otras hablas cercanas, porque Granada y Almería son territorios próximos a Murcia, región a la que pertenece esta voz, dada la potencia e importancia de un habla regional como el «panocho». Más adelante veremos otros casos de importación de voces que pueden fijarse incluso en territorios tan alejados como las Canarias. O mejor no, aquí las traigo: Engoar. Ganar la voluntad de alguien con halagos para conseguir de él algo. «Engoar» o «engodar», viene del portugués y se aclimató en las islas Canarias, de donde se exportó a Sudamérica. Y Maúro. Persona fastidiosa, molesta, pesada. En Canarias vale  «pueblerino», «cazurro. Viene, al parecer de «maduro», con pérdida de la d fricativa. En mi casa, sin embargo, esta voz que recibí en su momento infantil como un apodo significaba «obcecado», «cabezota», «terco». Claro que mi padre, militar de profesión, profesó en Marruecos y no descarto alguna influencia canaria.

          Arcagüéis. Cacahuetes. No es difícil hallar en la red abundaqnte información o testimonios personales sobre los vocabularios locales. Teodoro Martín, granañino, evoca la circunstancia en la que uso esta palabra, pero con distinto significado del aquí recogido por Francisco. M. ortega: Allí estaba Agustín detrás del mostrador deseando de servir a los clientes aquello que más le apeteciera: el vasillo de vino, al “comandante”, el quinto de cerveza, acompañados de unos «arcagüéis», o garbanzos tostados.  Eso prueba, en todo caso, el uso arbitrario que hacemos del lenguaje, aunque no cabe duda de que «arcagüéis» está bastante más cerca, fonéticamente de «cacahuetes».

          Brísole. Semilla del guisante. ¿No es una maravilla esta voz tan juguetona? Paree que los guisantes reboten al sacarlos de la vaina y caérsenos en el plato donde los estemos desgranando. Ropero Núñez (1989: 61) registra otras variantes léxicas arcaizantes en Andalucía tales como «presole», «presule», «prisole» y «grisole», e  incluso recoge una voz, quizá de origen prerromano, en las Alpujarras, para denominar al guisante: *mángano, no existente en el DRAE, que siempre ha vivido de espaldas a estas maravillas locales, tan llenas de encanto como de muchas otras connotaciones.

Calicatre. Persona poco hábil o de corta inteligencia. Ignoro el origen de este uso de Calicatre para designar al ignaro, porque lo más parecido es el nombre propio griego Calicrates, arquitecto del Partenón. Por otro lado, el calicatre que a mí me suena es el que seguí durante muchos años en La Codorniz, aquel «Kalikatres sapientísimo» del humorista, hoy muy desconocido, Ángel Menéndez Menéndez. Supongo que este calicatre motrileño nada tendrá que ver con «caliqueño», eufemismo para un «polvo», expresión que se remonta  los tiempos del libertinaje francés, como nadie ignora…

Campuzar. Meter a alguien de cabeza en el agua. Aunque en el DRAE aparece «capuzar», y esa es la voz que siempre usé durante mi infancia en las riberas del Mar Menor en Murcia,  no es menos cierto que en Lope de Vega aparece campuzar, aunque hemos de recordar que en el Siglo de Oro hubo una corriente de fablas inventadas para darle verosimilitud a los arcaísmos que, en muchos casos, eran invención feliz de los poetas..

Carlanca. Roña. Solo conocía la primera acepción de la palabra, el collar con pinchos para los mastines como defensa de los lobos. Pero la segunda acepción coincide con este uso motrileño: «roña». La expresión Tener muchas carlancas: tener más conchas que un galápago, sí que me parece absolutamente impenetrable.

Cermeñazo. Golpe que se recibe por una caída o por topar con un cuerpo duro. Acaso tenga que ver esta palabra con el hecho de caerse de un peral, porque la pera «cermeña» es el único nexo que encuentro con la voz aquí reseñada. Piénsese que la voz equivalente del castellano, «castañazo», equipararía ambos aumentativos, si bien los perales frutales no pasan de los cuatro metros, mientras que un castaño pasa de los 30 m, altura a la que se acercan lo perales silvestres, 20 m.

Charquetal. Sitio en que abundan los charcos. Voz expresiva y parangonable a otras como cafetal, por ejemplo. Moratín es autoridad para ella: Cuando llueve, charquetales y almodrote de lodo, y está en el DRAE. Les honra a los motrileños perseverar en su uso y resguardarla de los fríos el olvido o la muerte.

Chuminá. Dicho o hecho sin importancia. En el DRAE aparece «chuminada» como propia del andaluz, y está claro que la pérdida de la d final forma parte de ese dialecto. Pero en Murcia, tierra cercana, como ya hemos visto para otras palabras, el uso añade otra palabra: «chuminá campestre», que redunda en el desprestigio de lo rural, como es habitual en los usos lingüísticos, aunque recordemos que la Generación del 98 recorrió la geografía rural española en busca, precisamente, de todas esas voces que identificaban con el «genio verbal español» y que nutre las obras de autores como Unamuno, Azorin, Machado o Baroja.

Churri-churri. Se trata del juego infantil denominado en otros sitios churro, media manga y mangotera (manga entera), muy jugado en toda España y aun en Europa, si juzgaos por su presencia en el cuadro de Pieter Brueghel el Viejo Juegos de niños (1560), lo cual lo convierte, con el escondite, la peonza, las canicas y otros en los más antiguos.

Descalabacinar. Calentarse la cabeza en averiguar algo sin lograrlo. La calabaza siempre ha sido un referente de la mollera o el cerebro o los sesos, y no para bien, porque tener la calabaza hueca es ser un ignorante y que le den a uno calabazas en las asignaturas supone acarrear en carretilla los suspensos, si pasaban de tres, con la consiguiente reprimenda familiar. Hay algo muy de huerta en esos calabacines que sustituyen en esta ocasión a la calabaza, pero sin renunciar a la escasa complejidad de dicho fruto u hortaliza.

Diustao. Disgustado. Se ha de reconocer que la famosa economía lingüística tiene en este *diustao algo así como el colmo de los colmos. Con todo, enseguida sabemos de qué estamos hablando, porque funciona el oído como reconoce la fisonomía los retratos: enseguida añadimos los rasgos que faltan. Algo parecido ocurre con Estrebes. Aro o triángulo de hierro con tres pies, que sirve para poner al fuego sartenes, perolas, etc., que es evidente deformación de la canónica «trébedes».

          Empercudío. Que está sucio, en especial los niños cuando vuelven de jugar en la calle. Pues aquí donde la vemos es propiamente un cultismo de mucho ringorrango y notable constitucion, tan poco usado como desconocido. Que en Motril forme parte del habla popular nos die bien a las claras que los oídos no le hacen ascos a ningún vocablo, por raro o elitista que nos pueda parecer. El DRAE lo recoge y die de él que es propio de Almería, provincia limítrofe con Granada.

          Enfrangollao. Liado, mezclado. Mal hecho. Si la anterior era rara, esta no le va a la zaga, y, al parecer, forma parte de la más natural costumbre expresiva de los motrileños. El origen es rural, porque «frangollo» vale «granos de legumbres». De donde se deriva «frangollar»: 'quebrantar esos granos' y, por extensión, hacer algo deprisa y mal.

Envarracar. Lloro fuerte y continuado. Me parece que la letra e se lleva la palma de las rarezas de esta recopilación de localismos motrileños, porque ninguna de ellas tiene atisbos de ser o conocida o usada en otras partes. Sin embargo, en los diccionarios de americanismos, esta voz significa «enamorarse ciegamente». Y ya me parecería a mí mucho rodeo que se trajera a colación el «quien bien te quiere te hará llorar» para explicar su uso…

Escalichao: Enfermizo. Aunque lo primero en lo que pensamos es que esta voz sea una deformación de «desgalichado», lo más probable es que provenga de «caliche», voz almeriense que vale 'raja en una vasija', y de ahí, seguramente, la metáfora. Pero no deja de ser una suposición que exigiría comprobaciones testimoniales más precisas.

Esfarato, Desgarbado. Ignoro, porque el autor no habla de ello, qué relación ha tenido Motril con el continente americano desde el punto de vista del tráfico marítimo o simplemente comercial, pero está claro que esta voz procede del americanismo «desfaratar», que vale 'deshacer o arruinar algo'.

Espercojao. Muy limpio. Aseado. Pulcro. Como se advierte, vamos descubriendo que, a pesar de estar bien asentadas en Motril, hay voces que la tradición lexicográfica ubica en otras localidades. Es el caso de la presente, que aparece en el léxico local de Porcuna (Jaén), si bien allí se aplica a los bebés y niños pequeños, de piel sonrosada y bien alimentados, guapos en general.

Faición. Cada uno de los rasgos del cuerpo humano. Bien curiosa es la relación de esta palabra que, en apariencia extrañísima para cualquier hablante del castellano, no lo es para quienes lo somos también del catalán, porque faiçó es palabra de uso corriente en la lengua hermana. Así mismo, recordemos que aparece como faicción en el bable asturiano. Que los catalanismos llegan a todo el Reino de Murcia es evidente, y bien pudiera ser que incluso mas allá, aunque, como en otras palabras, se requeriría mayor investigación al respecto.

Furular. Funcionar. No furular: no funcionar. Otra voz, y ya van siendo muchas, que comparte Motril con el Reino de Murcia, si bien aquí, además, hay un «furulando» que vale 'deambular, pasear sin rumbo'.

Dentro de las voces sobre las que me ha sido imposible hallar ninguna pista que me conduzca a su origen, tradición o familia léxica, en una investigación no exahstiva, lo confieso, hallo Harcheles. Aparejos necesarios para realizar algún trabajo o labor, de la que no es descartable incluso un origen francés. Lostro. Piedra de gran tamaño. Y Rabinda. Mujer indómita, rebelde. Mujer amiga de riñas. Rinquina. Juguete de forma cónica y disco central, terminado en una púa y con un pequeño mango que sirve para hacerlo girar con los dedos. De siempre hemos llamado a eso, de niños, «pirindola», por lo que ignoro absolutamente los tortuosos caminos lingüísticos que ha seguido «rinquina» para afirmarse en ese significado.  

 

Extraña, de suyo, es la muy peculiar Insonrible. Persona que come abundantemente sin llegar a saciarse. Tragón, ansioso. Por extraños caminos lingüísticos, también ha adquirido esta voz el significado de 'sinvergüenza.', de un raro giro al que llegamos desde «deshonrible»,  de «des-» y «honra», de «honrar», procedente a su vez  del latín honorare.

Morralla. Pescada menudo. Aun siendo voz muy extendida, a mí me choca su uso en Cataluña, en cuyo léxico aparece con idéntica forma. En Mejico, sin embargo, significa 'moneda de poco valor', aunque bien pudiera ser por vía metafórica.

Pasaboga. El que va de un sitio a otro. El autor nos dice que así consta en el diccionario recogido por el también motrileño Paco Pérez. Y la única referencia que he podido obtener la asocia con una maniobra marítima para arriar una vela.

Perigüeta: voltereta mental. Maña, ardid. Otra voz Canaria que sin duda nos habla de la influencia de la navegación en las hablas locales y cómo el trato con marinos de todos los orígenes contribuye a adoptar unas u otras voces.  

Pipote. Botijo. En el DRAE, «Pipote, que es diminutivo de pipa, significa: 'barril pequeño para transportar líquidos u otras cosas'. Se recogió por primera vez según el NTLE (Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española), en la obra de Francisco del Rosal (1611), como «pipa» y «pippote», del latín bibo y poto, que significaban “beber”. La voz pipote se emplea en las provincias de Granada (centro y sur) y Almería (suroeste), principalmente, aunque hay algunas acepciones de ella en la zona norte de ambas provincias.

Retotollúo. De aspecto hermoso y saludable. Persona gruesa, fofa. Curioso que una misma voz se use para conceptos antitéticos. Se trata de una voz típicamente malagueña que debió extender su uso por la costa hasta llegar a Motril donde se dividió su significado en los contrarios actuales, porque, en origen, significa 'persona metidita en carnes y muy colorá'. En Guadix, sin embargo, significa algo muy de la poesía popular barroca: el viejo que quiere aparentar ser joven.

Saltabalates. Se dice de una persona pícara que no tiene crianza ni buenos modales. Teniendo en cuenta que los balates vienen a ser una especie de bancales, está claro que hablamos de la persona que roba de lo ajeno. En Cataluña usamos saltataulells, con idéntico significado.

Volón. Corta extensión o duración de una cosa, acción o suceso. (Se ha pasado la tarde en un volón). En el DRAE significa 'empujón, envite', lo que se asocia de inmediato con la celeridad propia de l paso del tiempo.

Yesaire. Enyesador. Me ha llamado la atención esta palaba por la estrecha relación con el catalán de su sufijo: cantaire, dansaire… y guixaire, que es la voz catalana para «yesaire», que resulta ser una voz valenciana, y de ahí el origen de esta voz catalano-motrileña…

Zampalimoscas. Tonto en sentido cariñoso. Aquel que revolotea alrededor de algo sin oficio ni beneficio. Es relativamente generosa la lista de palabras precedidas por «zampa-» en castellano, aunque casi todas se inclinan hacia significados relacionados con comer. «Papamoscas», que vale 'papanatas', se acerca más a la idea tan hermosamente creada en Motril, porque Zampalimoscas tiene una presencia poética que ya quisieran para sí muchos insultos cariñosos como el presente. De hecho, el autor tiene escrito un poemario en el que entra esta voz: Como un zampalimoscas.

Zóquito. Zurdo. Sin duda deformación de zocato, tiene «zóquito» curiosas connotaciones que lindan con la inhabilidad y la cortedad de inteligencia, aunque contempladas desde la bonhomía típica de los habitantes de tan ilustre y marinera ciudad de la costa granadina.

Y aquí quedan estas voces como ejemplo de las cientos de ellas igual de maravillosas  que los lectores podrán encontrar en un léxico tan concreto como singular. ¡Ojalá lo imitaran otros escritores en todos los rincones de España, para que no se pierdan modos tan poéticos de contemplar la realidad y hablar de ella!

No hay comentarios:

Publicar un comentario