Una
mirada diacrónica a la políticas deportivas de la ciudad de Barcelona desde los
primeros ayuntamientos democráticos hasta hoy.
En el Museo Olímpico y del
Deporte Juan Antonio Samaranch -no entiendo esta manía institucional de catalanizar
nombres que jamás han sido oídos en boca de los protagonistas en catalán- hay colgada una exposición relativa a los 40
años de políticas deportivas del Ayuntamiento de Barcelona desde las primeras
elecciones municipales democráticas. El comisario de la exposición es mi
entrañable amigo Joan Carles Burriel, profesor y exdirector del INEFC, en colaboración con Sixte Abadía. El pasado 13 de diciembre se inauguró la exposición con una
mesa redonda sobre esas políticas deportivas públicas. El acto fue presentado
por Marta Carranza, también vieja amiga, presidenta de la Fundación Barcelona
Olímpica y comisionada de deportes del Ayuntamiento de Barcelona, y a sus
breves palabras de bienvenida al acto, siguió un coloquio, moderado por el periodista
deportivo de TV3. Jordi Fandiño, en el que debatieron los comisarios de la
exposición junto con Enric Truñó, concejal de Deportes del Ayuntamiento de
Barcelona en el período 1979-1998, es decir, uno de los máximos responsables de
los Juegos Olímpicos BCN'92, y Laia Palau, jugadora profesional de baloncesto. Reconozco
que cuando cogí el paraguas y me dirigí a dicha celebración pensé que íbamos a
ser entre 25 y 30 personas mal contadas y, como suele pasar en esos casos,
desperdigadas por los cuatro rincones de la sala de actos… Para mi sorpresa,
dado lo muy específico del asunto, poco atractivo para las masas o públicos numerosos,
se llenaron las gradas (¡y no solo de familiares!) del rincón de actos del
Museo y dio comienzo una amenísima charla en torno a una actividad que puede
parecer muy burocrática -las políticas deportivas- pero que, por el contrario,
esconde, ¡a flor de piel!, una pasión por el deporte y por la difusión de la
práctica deportiva a todos los niveles sociales, sexos y edades que los
administrados hemos de agradecer. En el pleistoceno, Joan Carles y yo nos
iniciamos como pioneros de los cursillos de natación para escuelas en el Club
Natació Catalunya bastante antes de las llegada de la democracia a la
iniciativa pública. Yo seguí un derrotero filológico, pero él siempre siguió vinculado
al deporte de forma directa y, más tarde, como profesor del INEFC y durante
varios años como Director del mismo. Su tesis doctoral sobre políticas deportivas
publicas lo convertía en el comisario idóneo para esta exposición que puede
verse hasta el 14 de marzo, de martes a domingo de forma gratuita. Ojo, no voy
a engañar a nadie: se ha de haber tenido una relación intensa con el deporte y
con la política para disfrutar de una exposición que incluye, eso sí, como
gancho popular, todo lo relativo al gran éxito deportiva de estos años: la organización
de los Juegos Olímpicos. No solo los paneles informativos, sino también los
videos son altamente interesantes, aunque no para personas no interesadas por
el deporte.
El debate, muy enriquecido con las confidencias humanas, demasiado
humanas, de Enric Truñó, a quien ha de agradecérsele su sinceridad y llaneza
sin afectación, y de otros responsables públicos, algunos presentes en
el acto y otros presentes a través de un vídeo grabado específicamente para la
exposición, trató, sobre todo, del gran reto que suponía para el Ayuntamiento
articular una política deportiva pública que no existía. Aunque esa situación pudiera
entenderse como una ventaja para crear ex nihilo, está claro que lo que hacía
era multiplicar las incertidumbres sobre cuáles habrían de ser los caminos que deberían seguirse,
porque eran muchos los frentes abiertos: el deporte de base, el deporte escolar,
el deporte popular, el deporte profesional… Marta Carranza nos facilitó una
encuesta en su presentación que hablaba de que aproximadamente el 70% de los
barceloneses dedicamos más de dos días a la práctica deportiva, lo que nos
sitúa en el top del ránking de ciudades “deportivas”. Pero el deporte es
también profesión y espectáculo, y un cultivo de la base no tiene sentido si
esa dedicación no puede alcanzar, después, la práctica de élite e incluso la
profesionalidad como echaba de menos Laia Palau que ha desarrollado su carrera
profesional como baloncestista fuera de su propia ciudad natal. Joan Cales Burriel,
que ejercía en el debate como “repartidor del juego temático”, muy a lo Xavi en
el Barça, fue poniendo el énfasis en la responsabilidad de las instituciones a
la hora de articular políticas que tuvieran en cuenta los esfuerzos federativos
y lo que podríamos llamar, la dedicación lúdica al deporte como actividad al
servicio de las necesidades integrales sanas de cualquier individuo. Se ha
hecho mucho y bien, pero en la mente de todos los participantes en el coloquio
bullía la idea de que aún hay mucho por hacer y que la situación en modo alguno
puede permitirnos la complacencia o siquiera “tomarnos un descanso”… La
adjudicación de la organización de loa JJOO vino a complicar más la situación,
pero ha de decirse que, en resumen, esa organización supuso un impulso
definitivo para la consolidación de las políticas deportivas municipales, tanto
de creación y gestión de nuevas instalaciones como de crecimiento del número de
practicantes. La aparición de torneos escolares de forma paralela a los torneos
federativos, sin competir con ellos, ha significado un extraordinario paso
adelante para imbuir a las nuevas generaciones de la necesidad de la práctica
deportiva permanente a lo largo de su vida. Quienes no concebimos la vida sin
una sólida actividad física, siempre estaremos agradecidos a las políticas
públicas que ponen el deporte al alcance de todos, pues esa ha de ser la
verdadera naturaleza del servicio público. La buena relación con las organizaciones
privadas y con los entes federativos se vio, en el debate, que era el único
camino de seguir progresando en esas políticas públicas, complementando esfuerzos.
Hay, en resumen, un objetivo que comparten el deporte y las humanidades: a
partir de los 14 años, los escolares que habían sido lectores, dejan de serlo;
y lo mismo pasa, no sé si en mayor o menor medida, con la práctica deportiva.
Evitar ambas “deserciones” ha de ser el norte de la estrategia política en
estos asuntos, deportivos y educativos. Voto por ello.
Tienes razón, es tema para deportistas avezados en la práctica. Yo no he sido nunca deportista ni de competición ni de pertenencia a clubes de ningún tipo. Las políticas deportivas es un teme que me cae de refilón por mi insularidad en ese terreno. Lo único que hago es caminar en solitario -las más de las veces- y alguna vez acompañado, pero no es tarea fácil enredar a la gente para que te acompañe. No me van los esplais ni los clubes de senderismo. Lo mío es vocación casi aislacionista. Hoy he ido caminando desde Sitges hasta Calafell por el gr92, unos 24 kilómetros, y he notado mi abandono durante unos meses de las caminatas. Otra cosa es tu práctica maratoniana que entra de lleno en la competición. o tu pasado en la natación. Entiendo tu interés y tus relaciones deportivas así como tu entusiasmo ante la exposición que mencionas, también de la importancia de que no se abandone a los catorce años la práctica de la lectura o del deporte. Ambas cosas, si quieres que te diga la verdad, me traen al pairo. Una vez sentido el fracaso en mi casa y en mi práctica como profesor, creo que tengo poco que decir.
ResponderEliminar¡Anda que no es deporte el senderismo, Jose! ¡Y de los más duros! Caminamos por el Delta del Llobregat yo llegué teventado y tú tan campante. Es mejor hacerlo por montaña, porque los beneficios son mayores, pero yo lo tengo por deporte, si bien no de competición, eso sí. En mi descargo puedo decir que soy deportista de los pies a la cabeza y, sin embargo, ni compro ni leo ese engendro que llaman "prensa deportiva"... A mí sí que me contraría enormemente ese abandono de la lectura por parte de quienes, de seguir leyendo, ignoro si podrían defenderse mejor de un mundo semiótico que puede hacer con los no lectores lo que le dé la gana... Todo son señales, hoy en día, y de descifrarlas adecuadamente depende mucho de nuestra vida, desde luego.
EliminarNo sé qué decirte, en la familia de Rosa Mari nadie lee un libro, salvo su hermana que es una lectora extraordinaria. En esta familia hay algún elemento, extremadamente agudo y exitoso en los negocios del textil, cuya conversación, dentro de unos límites es interesante, pero no ha debido leer un libro en su vida, salvo de táctica deportiva en el fútbol pues es entrenador cuando le contratan. Hablo con él y me doy cuenta de su incultura literaria pero ¿acaso tiene alguna importancia? Su vida es plena y fructífera. No le hace ninguna falta haber leído Las tribulaciones del estudiante Törless que estoy releyendo ahora tras más de treinta años. Creemos que la lectura es importante pero me temo que pecamos de optimistas al respecto. Se puede vivir y no mal sin ella, y no falta nada esencial. Ya me gustaría a mí pensar que no fuera así. Hay cultura literaria y hay astucia, inteligencia natural, ser espabilado, ética personal, que no dependen de los libros que se han leído. Defenderse uno en la vida es perfectamente posible sin leer, y no hay gran diferencia. Hay avezados lectores que son inútiles para desenvolverse en la vida. No creo que sea algo determinante. Por eso cuando fui profesor de literatura en la ESO, llegué a relativizar el hecho de leer o no. Unido a mis fracasos de quererlos llevar a la Literatura en lugar de a obras legibles y fáciles como parece que se trataba y muchos colegas defienden. Pues bien, fracasé. Eso -y lo que he contado- me convirtió en un escéptico al respecto.
EliminarNo me refería yo específicamente a la Literatura cuanto a la habilidad para descifrar mensajes. De hecho, mi vida profesional la dediqué más a esto último que a la docencia de la literatura, por eso ahora me desquito llevando una página filológica de crítica literaria para cero lectores, salvo excepciones honrosas, como la tuya, porque "la letra asusta", y si vienen en pelotón y son muchas, como para salir corriendo... Tú leíste Las benévolas, donde se nos recuerda que la cultura no impidió a los asesinos del Tercer Reich serlo y con infinita crueldad, ¿no? Pues va a ser que estamos de acuerdo, como casi siempre...
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