Solo ante el peligro
Dejémonos de tonterías, el verdadero reto
de una "provincia mayor" normal y corriente es descubrir que la cisterna del váter se ha
estropeado y que no deja de salir agua, lo que exige una reacción inmediata.
Como es sábado -nadie ignora que estos accidentes domésticos de singular
trascendencia ocurren en fin de semana-, lo primero que se me ocurre es llamar
al RACC. El servicio del "manitas" no entra, porque anda el agua de por
medio y eso son ya "saberes especializados", de "alta
especialización" pienso para mí. Así pues, me facilitan amablemente un
fontanero al módico precio de 43€/h más el IVA correspondiente, materiales
aparte, pero sin cobrar el desplazamiento, lo cual me deja casi al borde de las
lágrimas por semejante rasgo de humanidad de esos profesionales de la luz y el
agua para con los socios del RACC -confieso que se me había ocurrido sacar el
adjetivo raccista para calificar a los socios, pero conste que me he dado
cuenta a tiempo y dejo esta nota para que se vea lo bien y oportunamente que
funciona la corrección política-. Agradezco el ofrecimiento y digo que me lo
pensaré, aunque nada más oír los precios me lo he pensado en menos de una
milésima de segundo y sé que no, que ha llegado el momento de demostrar que uno
no sólo es una provincia mayor
que el mundo, sino, además, un héroe del bricolaje dispuesto a ganar
muchísimos enteros en la opinión de su Conjunta. Una vez tomada la sublime
decisión, se inicia un procedimiento que se sabe cómo comienza, retirando la
tapa de la cisterna, pero que se ignora cómo acaba, aunque la experiencia de
otras ocasiones indica que volviendo a pedir el auxilio de un profesional al
precio que sea.
El caso es que la crisis aprieta y está en
entredicho el honor de un hombre corriente que ha decidido aventurarse hacia el
alto grado de la heroicidad.
Retirada la tapa, advierto que el mecanismo de
control del llenado de la cisterna, un complejísimo sistema de boyas que
permiten detener el proceso de llenado cuando el agua que entra ha desplazado
hacia arriba la boya a la que va unido el resorte que logra detener el llenado,
que ese mecanismo, digo, se ha estropeado a causa del uso y por mera
antigüedad, como cualquier otro mecanismo biológico. Lo trasteo un poco, por si
fuera cuestión de los dos golpecitos que, como en los teléfonos de cabina
pública, un vídeo de segunda mano o un expendedor de bebidas tantas cosas
arregla y descubro que, como toda respuesta a mi acercamiento de tanteo, se
inicia una pérdida de agua por la parte de abajo de la cisterna, justo por
donde entra la tubería que la alimenta de agua.
Pregunto en la tienda
de materiales de obra que tengo al lado de casa y me dicen que la cosa es
sencillísima, que he de desenroscar el mecanismo que no funciona y enroscar el
que ellos me venden. Si la rosca es más
pequeña, he de llevarme una rosca adaptadora al calibre pertinente. Pregunto,
de paso, por esa leve "perdida" que, al llegar a casa, es ya una
"gran" pérdida, y me dicen que he de enroscar al mismo tiempo las dos
tuercas, la del interior del váter que está en el fondo de la cisterna y la que
se ha de apretar por fuera y por debajo de la cisterna. Como soy persona
bracicorta, salgo de la tienda con aire sombrío, ceño fruncido, acusando
preocupación y arrepentido de no haber hecho mi buena FP de lampistería.
Me percato, con el recambio en la mano de que un arreglo semejante
necesita más tiempo del que dispongo, porque tenemos invitados a comer y he de
acabar una laboriosa paella vegetal. Total, que lo dejo todo “abierto” y postergo
un día completo la decisión de ponerme manos a la faena. Mientras, el mecanismo
antiguo aún funciona si se tira del mecanismo estropeado hacia arriba, lo que
detiene el agua al borde de la cisterna, sin que se derrame, aunque cada vez
que se hace (¡imposible no acordarse de ello!) ha de esperarse a que se llene y
se llena uno de la duda razonable de que no funcione la “manualidad”.
Al día siguiente también
hay invitado, pero es un familiar directo y ello casi representa un aliciente
para sumergirme en la faena y, si salgo del entuerto, ponerme alguna medalla
lampística. Advierto que el mecanismo estropeado puedo sacarlo con facilidad,
aunque en el transcurso de esos movimientos desplazo la rosca que tapa el
agujero por donde entra la toma de agua, por lo que la fuga del preciado y
carísimo elemento se convierte en un serio problema. Cierro la llave de paso,
pero su escasa media vuelta no cierra del todo el paso de agua. Aun así,
desenrosco la toma de agua por debajo del váter y, después de recoger con un
mocho un buen cubo del fluido. Voy por otro cubo para que el tubo por el que
llega el agua de la toma general al váter pueda desaguar con control. Mientras,
como en el fondo de la cisterna aún quedaban dos dedos de agua, va saliendo con
lentitud pero sin descanso, lo que me obliga a seguir ejerciendo de mochero. En cuanto el fondo de la cisterna está seco,
bien seco, procedo a la instalación del recambio. No me olvido de poner la
cinta de teflón para sellar la juntura y procedo a enroscar el nuevo “set”
controlador del llenado, el cual lleva un dispositivo para regular la carga de
la cisterna y poder ahorrar agua. Una vez instalado, toca la difícil tarea de
enroscar al mismo tiempo las dos tuercas de dentro y de fuera de la toma de
agua. Lo primero que hago es centrar bien la que se ajusta al agujero del tubo
por dentro de la cisterna. Después, manteniéndola con la mano izquierda,
procedo a enroscar la de debajo de la cisterna. Cuando la fuerza de mis poderosos
dedos no da más de sí, agarro bien el tubo rígido por donde asciende el agua
dentro de la cisterna y con una llave inglesa procedo a ir ajustando la tuerca
externa con precisión industrial supervisada por algunos curiosos que disfrutan
con el espectáculo de una provincia en obras. Finalmente, y ante la expectación
general de los allegados, abro la llave de paso, lleno la cisterna la uso. El mecanismo funciona perfectamente:
al llegar al límite establecido, la cisterna se para y por el váter no sale ni
una gota. Ahora bien, compruebo, para mi desolación, que, “por debajo”, pierde,
levemente, pero pierde. Pido espacio e intimidad y continúo con la labor. Ahora
no sólo cierro la llave de paso del váter, sino la general y me aseguro,
después del vaciado de la cisterna que todo queda resequísimo, antes de
proceder al desenroscado conjunto de las tuercas pertinentes. Añado algo de
teflón, casi por superstición, más que por convencimiento científico, y con
magnífico ojo de buen cubero ajusto la chapa interior para tapar las fugas y
vuelvo a enroscar la parte inferior. Como no rezo, hago lo que más se le
parece, renegar en arameo y acordarme de siete generaciones familiares cuando,
en la intimidad de mi provincia, pruebo yo solo el mecanismo. La prueba del
papel de váter funciona: ni una sola gota ha caído en él después de coronar con
éxito tan difícil intervención. “Pues no era tan difícil, ¿no?”, es todo el
premio que recibe la alta intervención quirúrgica practicada. Para mí pienso
que esos 80 euros bien ahorrados me equiparan con unas buenas zapatillas de
correr, sumándole otros 30, claro, porque el jogging, con los precios de las mismas por las nubes, se ha convertido
ya en vueling.
No hay comentarios:
Publicar un comentario