An old, but unhelpful, life pal that
always has cheated me with the promise of the impossible fluency... (Esbozo autobiográfico)
Tan pronto como
a mis 10 años, los militares del colegio donde me inicié en el antiguo
Bachillerato decidieron que las nuevas generaciones habían de abandonar el
francés y educarse en el inglés, al que le veían bastante más futuro que al
francés que habían estudiado mis hermanos mayores, lo que ameritaba una intuición
de primera, dado el declive de la francofonía que hemos podido constatar
después.
Mi primer profesor fue el señor Abril,
quien se empeñó, jocosamente para nosotros, en que lo llamáramos Mr.April, and
so we did. Lo recuerdo como un jovencísimo Luis Varela con gafas metálicas e
indiscutible, para todos los de la piara discente, «aire británico», con un
vestuario impecable, porque todos aprendimos ese año que nuestro Taylor is
rich, cuando aún ni sabía yo que los trajes los hicieran los sastres…. Medía
sus pasos, sus palabras y era insólitamente cortés, atento y un punto afectado.
De él solo conservo una anécdota escatológica. Siéndome imposible tragar un
denso gargajo, no se me ocurrió otra cosa que escupirlo en el pasillo y taparlo
piadosamente con un trozo de papel. Mr.April caminaba por los pasillos
enseñándonos vocabulario. Al llegar al papel se empeñó en que supiéramos que para
«recoger un papel del suelo» habíamos de emplear el verbo To pick up. For
instance, this one… y señaló el trozo de papel caído a mis pies. Dobló su
erguida columna hasta coger el papel con los dedos mientras repetía, haciendo
con la mano izquierda el gesto de que repitiéramos con él: I pick this paper up… «¡Pero quien ha sido el marrano que…!», cambió
súbitamente de lengua para asegurarse de que se le entendía a la perfección…,y
no tardó, claro está, en asociar mi cercanía con la tropelía, por lo que, ¡una
vez más!, recorrí the long and winding road until the Principal’s room…
Los discos en inglés fueron, pronto, mi
contacto más frecuente con el idioma de Samuel Johnson, a quien aún tardaría
más de cincuenta años en conocer… Elvis Presley, Chubby Checker, The Beatles, Bill
Haley and his Comets, The Rolling Stones… comenzaron a sonar en nuestra casa en
esos mismos años, si no antes, porque la hermana de mi primo Carlos trabajaba
en Nueva York y nos proveía, aunque la
impronta de Mr. April guarda para mí el aura del primer contacto con el inglés.
Cuando llegó la televisión bien pudiéramos haber tenido alguna oportunidad
pedagógica de aproximarnos al inglés de forma sistemática, pero durante los duros
años del franquismo fue imposible tal uso social de la televisión. Para
enseñarnos las «Leyes fundamentales del Movimiento» sí que nos endilgaron Crónicas de un pueblo;
pero para aprender inglés las familias habían de gastar el dinero que no tenían,
y la mía, numerosa, menos aún.
Amante de la música, y con relativa
habilidad para el canto, no tardamos mi hermano pequeño y yo en formar un dúo a
imitación del famoso de Simon and
Garfunkel, allá por los 16 o 17 años, aunque incluíamos muchas canciones de
otros artistas en nuestro repertorio. La necesidad de imitar bien el original y
desbrozar las letras para entenderlas me fue de mucha ayuda. Como el Colegio Mayor
Siao-Sin, donde residía a título de deportista de semiélite, no de
universitario, acogía a estudiantes usamericanos, no tardé en intentar mantener
rudimentarias conversaciones llenas de expresiones «aindiadas», con infinitivos
y mucha gesticulación manual, con esos
amables y afectuosos colegiales, lo que contribuyó a darme cierta soltura para
salir del paso.
Como en la carrera escogí catalán e
italiano, mi siguiente contacto, al acabarla, fue ganar en buena lid con otros
aspirantes, una plaza de lector de español en Boston, para lo cual me preparé
con un curso de tres meses en el IEN, ya desaparecido, de Barcelona, en la calle
Vía Augusta, donde incluso llegué a actuar con mi hermano. Compañera mía de
curso era la ya desaparecida Montserrat Roig, cuyo inglés era bastante más
flojo que el mío, que ya era decir.
Como el mundo es de los osados, allá que me
fui yo a hacer las Américas, concretamente la usamericana, con estupendos
deseos y parvas realidades. Mi inmersión en el idioma: radio, prensa, televisión,
cine, novelas, ensayos, etc., y conversaciones en cualquier sitio con
cualquiera, me fueron ayudando a orientarme, de forma no académica en el
enrevesado idioma de marras. Recuerdo epifánico de aquella instancia fue la
visión de un clásico, To have and have not, de Howard
Hawks, del que salí emocionado por haberla comprendido casi totalmente ¡sin
haber necesitado en ningún momento traducir cada frase al español! Puede
decirse que me dejé llevar y la recompensa fue extraordinaria. Justo lo
contrario ocurrió, sin embargo, cuando, en mala hora, se nos ocurrió, a mi
Conjunta y a mí, ir a ver Tess, de Polanski, ambientada en los condados
rurales de Dorset, Inglaterra. ¡Salimos
del cine sin haber entendido ni jota!, y nos afiliamos inmediatamente a la
malignidad de Bernard Shaw de que Inglaterra y Estados Unidos son «dos países
separados por un mismo idioma». Y aún hoy, en mi curso actual en la EOI sigo
teniendo more difficulties for
Brittish English. Far more than for the American English.
De mi aventura americana me traje una
inmensa facilidad para la lectura en inglés y muy relativa para el listening
comprehension, y fui perdiendo, con el paso del tiempo, la escasa fluidez
que conseguí en aquel año de las American Lights… Me dio de sí
incluso para atreverme con algunas traducciones sencillitas, pero, como pasa
con cualquier idioma, la falta de uso lo oxida considerablemente. Algo de
acicate tuve cuando, para completar méritos, hice un cursillo de unos meses
para aprobar el tercer curso de la EOI, que ameritaba un títulejo
estupendo para sumar puntos para el concurso de méritos para acceder a la
condición de catedrático. Y volvió a habitarme el olvido, aunque he seguido practicándolo
continuamente: mucha lectura; películas en versión original, con subtítulos en
inglés, y ocasionales conversaciones turísticas. Ahora, por purita envidia de
mi Conjunta, que filigranea su inglés en C1, he decido ponerme, por primera vez
en mi vida, a aprender algo de los rudimentos gramaticales de la lengua, razón
por la que me he incorporado a las clases del cuarto curso de la EOI, sin
pretender apelar a los deslavazados conocimientos que tengo para ver si salto
algún curso, sino partiendo del posterior a la acreditación que obtuve en su día.
Y aquí estoy, perfectamente dispuesto a
seguir disfrutando del aprendizaje de una lengua que, como para la mayoría de
compatriotas, es siempre una asignatura eternamente pendiente. Luis Merlo ha
inmortalizado con magnífico humor el sempiterno «inglés nivel medio» que, según
él, hemos creado los españoles, para envidia del mundo entero. No es cuestión
de parafrasearlo, sino de ir a verlo aquí
para pasar un *estupendous momen…
Propiamente, nadie puede decir que «sabe»
inglés, porque esa sabiduría incluye tantos requisitos que muy pocos lo cumplirían
todos, no solo en España, sino incluso abroad. Como todas las lenguas, es
intrínsecamente bella y tiene, como especial virtud, una capacidad para el
neologismo que en el español, por ejemplo, nos cuesta lo suyo aceptar. Pensemos
en un texto del muy denostado Unamuno, Almas de jóvenes, en uno de cuyos
párrafos incluye nada menos que dos neologismos y un localismo salmantino: *oribería,
*videzuelas y cogüelmo…
Todas las lenguas están llenas de
triquiñuelas, de false friends, de apócopes, de simplificaciones, de
términos familiares, comfy, sin ir más lejos, de usos complejos que nos sorprenden tanto
como nos irritan, pero que, a la postre, cuando se las ama tanto, influido
acaso porque se ha estudiado a fondo la propia, su aprendizaje constituye una
de las grandes pasiones de la vida. Welcome to Paradise!, al de Milton,
a los infiernos empedrados de Johnson y al Manhattan Transfer de Dos Passos,
entre miles más.
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