El Gordo que no aplasta...
Los primeros turistas, viajeros románticos, no tenían ojos más que para lo exótico y, si no les parecía suficientemente exótico aquello que veían, ya se encargaban ellos de presentarlo de modo que se multiplicara el exotismo cuanto menguaba la veracidad. Los extranjeros han tardado en descubrir nuestro "Gordo", pero lo han hecho con entusiasmo, tanto que es una impensada fuente de ingresos procedentes del resto del mundo, ahora que los grandes inversores han decidido repatriar sus capitales ¡incluso hacia deuda por la que han de pagar, en vez de cobrar!
Desde que tengo uso de sinrazón el sorteo del día de hoy, 22, ha sido la puerta de la Navidad y una fuente de insatisfacciones constante. A quien decide no comprar lotería para este sorteo, le han tocado, como mínimo, 300€, un premio por el que los botes de alegría nos harían tocar la luna a quienes de los Euromillones no recibimos más que alegrísimas migajas de 7 o 12 euros cada dos meses. La etiología de la rifa navideña tiene aspectos solidarios muy importantes, que demuestran, según y como, que recibir el primer premio es lo menos importante. El cruce de participaciones es una manera de estrechar lazos de amistad, porque, si tocara, sería tan escaso el premio que no daría sino para algún pequeño gasto extra en las propias navidades. Así pues, la fe en el azar, con ser el primer motor de los participantes, no explica enteramente el desbordamiento popular en torno a este sorteo, que tiene sus ritos, sus lugares de peregrinación y sus santos: pagarla para que toque, La Bruixa d'Or, Dña. Manolita. El gato Negro y San Pancracio, al que se le ha de ofrecer una rama de perejil.
Supongo que estos extremos aumentarían la condición exótica del sorteo a ojos de cualquier extraño a nuestras costumbres en los cuatro costados de la pell de brau, porque, que se sepa, las fuerzas secesionistas no han hecho campaña para que los catalanes no compren décimos estatales y los sustituyan por la que, para el próximo año, crearán ellos: ¡La Grossa, la nostra!, propiedad que todo el mundo adivina -o el 4% al menos- en qué consiste.
Decía que si la diosa Fortuna no es el único motor que mueve a los participantes, todos ellos, sin embargo, sí que coinciden en recrearse en la estética de los números, al margen de su valor. Se trata de una función estética que, aplicada a la numeración, arroja un simbolismo curioso y estimulante. Las filias y fobias respecto de los números que se juegan dan para un extenso volumen. Hay quienes odian el 8, otros que solo se fían del justo medio del 5, los hay enamorados del 7 cabalístico, para otros el 9 es la cifra de los deseos y pocos, poquísimos, confiesan que la verticalidad del 1 les entona lo que más... De repente, las cifras cotidianas del precio de la barra de pan o las naranjas del zumo matutino se agrupan para revestirse de unos significados que se nos escapan: una fecha de nacimiento, el día del divorcio, el sexagésimo aniversario, ¡la cifra soñada!, el día en que se perdió la virginidad, las sumas enrevesadas de los padres con los hijos, la fecha del matrimonio de los padres, y así hasta el infinito.
La superstición, tan propia de esta piel de toro, ocupa por un día la calle, las casas, las conversaciones, los correos, las llamadas, y nadie se extraña de que, como en aquellas escenas inolvidables de Bienvenido Mr. Marshall, todos, sin distinción, escribamos la carta a los Reyes Magos... Forma parte de nuestra idiosincrasia, al parecer, que la vida nos la resuelvan, no que dependa de nosotros lo que hagamos con ella. Suerte, ¡y ojo con las mutaciones de las preferentes -que las habrá-!, para quienes hayan resultado agraciados.
La superstición, tan propia de esta piel de toro, ocupa por un día la calle, las casas, las conversaciones, los correos, las llamadas, y nadie se extraña de que, como en aquellas escenas inolvidables de Bienvenido Mr. Marshall, todos, sin distinción, escribamos la carta a los Reyes Magos... Forma parte de nuestra idiosincrasia, al parecer, que la vida nos la resuelvan, no que dependa de nosotros lo que hagamos con ella. Suerte, ¡y ojo con las mutaciones de las preferentes -que las habrá-!, para quienes hayan resultado agraciados.
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