Días de pósitos y detritus.
Se van acabando estos días de mentiras, de falacias, de dobles, de hipocresías..., y de desarboladas paciencias. Sin tiempo para nada, el único remanso de paz se halla en esos momentos en que esquivamos la familia, el grupo y las desmesuras culinarias y nos agarramos al balcón al que hemos salido para tender la vista hacia un mar de tejas y chimeneas o damos unos pasos para rodear la casa y cobijarnos bajo las estrellas, aunque estemos bajo cero, siquiera esos instantes de plenitud en que uno puede volver al confortable uno mismo donde se sabe bien acogido. Oímos las risas, los gritos, las canciones y, para nuestro mal, el ruido puro y duro en forma de agresión inmisericorde. Nos viene una arcada. Las cigalas nos salen por las orejas y el cordero, duro de pelar, se nos adhiere a las encías como extravagantes preservativos dentales Todos estamos hartos y lo confesamos sin propósito de enmienda. De nada valen tampoco los buenos propósitos que acaban convertidos en detritus de nuestros fracasos o en la bandera de nuestra pereza. De aquí a unos días, picotearemos en el turrón sobrante y nos parecerá una exquisitez gastronómica, a destiempo, como todo lo bueno. Se trata de un duro rito de paso que intentamos endulzar con unas uvas que comemos, gracias a la generación LOGSE, siguiendo un aplicativo eficaz de la cadena televisiva gracias al cual el primer minuto del año nuevo tiene tres de propina. Las calles comienzan a estar llenas de envases estrafalarios que atestiguan la desesperación de quienes han recorrido media ciudad para entrar, en el último momento, en un bazar de todo a euro y salir con el gato saludador de la suerte...
En catalán, los recortes presupuestarios han conseguido un mensaje inequívoco: Bon Nada..., y ahí seguimos.
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