De haber engañado a todos todo el tiempo; de haber creado una autonomía, auténticamente autonoMÍA; de, por motivos ahora confesados, urgir al pueblo pipiolo (babau) de Cataluña a crear un estado propio, sí, propio, que eso es lo mío, la propiedad y cómo mantenerla a salvo del depredador fisco español; de haber despreciado por activa y por pasiva a los maricones, a los gitanos, a los moros –con la ayuda de mi jardinera favorita–, a los socialistas, a los extremeños e incluso hasta a Cervantes, que nada tiene que ver con nuestra cultura catalana y al que se empeñan en metérnoslo hasta en la escudella; de haber dado lecciones de moral patriótica, económica, política, social, boletaire, excursionista y de lo que se me pusiera por delante; de haber dejado con la palabra en la boca, a quienes tenían la osadía de preguntarme, con mi motto favorito: “hoy no toca”; de haber defenestrado al tibio Roca i Junyent i de haber encumbrado al ojito derecho de mi señora, a pesar de las pésimas referencias de mi doble y querido Prenafeta; de querer construir un estado étnico y tener una masa analfabeta que admire la cultura de los amos y desee integrarse en ella como esos benditos inmigrantes a quienes pastorea Colom con la zanahoria de alcanzar el cielo de Aquí, aunque sigan rindiendo pleitesía al dios Alà; de haber salido al balcón de la Particularidad a protegerme de la investigación del caso Banca Catalana, que, como el nombre indica, era de Cataluña, no mía, y por eso era un ataque a nuestras milenarias instituciones y al pueblo en general, y al General del pueblo, ergo yo; de no haber tenido ni una idea propia que se distinguiera del resentimiento metafísico que siempre hemos sentidos los auténticos catalanes como yo (y mi familia) porque esos castellanos imperialistas nunca nos han dejado ser quienes somos (ni, sobre todo, poseer lo que poseemos); de no haberme espabilado a tiempo para no haber de pasar por este doloroso trance de la humillación sin paliativos; de tener pánico a “cumplir” como los senadores romanos caídos en desgracia –a pesar de haberles dicho a amigos míos que lo mío, ahora, es que me muriera y que se me rindieran los más altos honores patrióticos, de modo y manera que nunca ya me alcanzara el oprobio ni la mancha que ahora me tiene embreado y emplumado ante la opinión pública, esa que yo me he pasado siempre por el arco del triunfo–; de haber suscitado el odio contra esos “españolistas” que se complacen en la Cataluña real, y que detestan la imaginaria y exclusiva (para socios adheridos) que yo siempre he querido para mis compatriotas y que ahora, ¡ay!, acaso peligre por esta confesión; de no haber movido ni un dedo pedagógico para evitar que se fuera enquistando en el seno social un larvado enfrentamiento entre los unos y los otros, entre los nuestros y los invasores, con el consiguiente riesgo de la fractura social que no sé si admite ya sutura alguna; de haber hecho oídos sordos a todo lo que no fuera precedido por el más del 3%, porque el ingenuo y desinformado Maragall se quedó corto, como él lo era para esto de la política; de no haber tenido nunca, ni por equivocación, ni un átomo de humildad, ni siquiera la cristiana; de haber alimentado durante generaciones el afán de superioridad con que venimos al mundo la gent superba i ufana, para que todo el mundo sepa que somos la gent catalana, espejo de virtudes mercantiles y cívicas, espejo que hoy rompo con tristeza y pidiendo perdón, a medias, però…, que tampoc no s’ha de fer d’un gra massa…; de haber jugado siempre al regate corto de la ganancia rápida en Madrid, como un vulgar trilero con la bolita de los votos de la Minoría Catalana; de haber cometido el grave error de buscar un chivo expiatorio, Madrit, que me ha acabado dando un mordisco donde más duele, en el patrimonio familiar, que es la auténtica patria, como he de confesar con vergüenza; de no haber contribuido ni lo más mínimo, durante mis 23 años de gobierno, a la creación de una cultura democrática, sino al franquista ordeno y mando; de…, sí, je m’acusse de ser un impostor democrático y reconozco la raíz totalitaria de mi pensamiento y de mi praxis, y deseo que, cribada mi vida, como yo ahora anticipo, la hagiografía histórica patria no me aparte al rincón de las aberraciones, al capítulo de la teratología política, sino que me incluya, aunque discretamente, ya lo entiendo, en el capítulo de los visionarios precursores de nuestra envidiada onfalocracia… Visca Catalunya lliure!…de mí.
martes, 5 de agosto de 2014
Je m’acusse….!
De haber engañado a todos todo el tiempo; de haber creado una autonomía, auténticamente autonoMÍA; de, por motivos ahora confesados, urgir al pueblo pipiolo (babau) de Cataluña a crear un estado propio, sí, propio, que eso es lo mío, la propiedad y cómo mantenerla a salvo del depredador fisco español; de haber despreciado por activa y por pasiva a los maricones, a los gitanos, a los moros –con la ayuda de mi jardinera favorita–, a los socialistas, a los extremeños e incluso hasta a Cervantes, que nada tiene que ver con nuestra cultura catalana y al que se empeñan en metérnoslo hasta en la escudella; de haber dado lecciones de moral patriótica, económica, política, social, boletaire, excursionista y de lo que se me pusiera por delante; de haber dejado con la palabra en la boca, a quienes tenían la osadía de preguntarme, con mi motto favorito: “hoy no toca”; de haber defenestrado al tibio Roca i Junyent i de haber encumbrado al ojito derecho de mi señora, a pesar de las pésimas referencias de mi doble y querido Prenafeta; de querer construir un estado étnico y tener una masa analfabeta que admire la cultura de los amos y desee integrarse en ella como esos benditos inmigrantes a quienes pastorea Colom con la zanahoria de alcanzar el cielo de Aquí, aunque sigan rindiendo pleitesía al dios Alà; de haber salido al balcón de la Particularidad a protegerme de la investigación del caso Banca Catalana, que, como el nombre indica, era de Cataluña, no mía, y por eso era un ataque a nuestras milenarias instituciones y al pueblo en general, y al General del pueblo, ergo yo; de no haber tenido ni una idea propia que se distinguiera del resentimiento metafísico que siempre hemos sentidos los auténticos catalanes como yo (y mi familia) porque esos castellanos imperialistas nunca nos han dejado ser quienes somos (ni, sobre todo, poseer lo que poseemos); de no haberme espabilado a tiempo para no haber de pasar por este doloroso trance de la humillación sin paliativos; de tener pánico a “cumplir” como los senadores romanos caídos en desgracia –a pesar de haberles dicho a amigos míos que lo mío, ahora, es que me muriera y que se me rindieran los más altos honores patrióticos, de modo y manera que nunca ya me alcanzara el oprobio ni la mancha que ahora me tiene embreado y emplumado ante la opinión pública, esa que yo me he pasado siempre por el arco del triunfo–; de haber suscitado el odio contra esos “españolistas” que se complacen en la Cataluña real, y que detestan la imaginaria y exclusiva (para socios adheridos) que yo siempre he querido para mis compatriotas y que ahora, ¡ay!, acaso peligre por esta confesión; de no haber movido ni un dedo pedagógico para evitar que se fuera enquistando en el seno social un larvado enfrentamiento entre los unos y los otros, entre los nuestros y los invasores, con el consiguiente riesgo de la fractura social que no sé si admite ya sutura alguna; de haber hecho oídos sordos a todo lo que no fuera precedido por el más del 3%, porque el ingenuo y desinformado Maragall se quedó corto, como él lo era para esto de la política; de no haber tenido nunca, ni por equivocación, ni un átomo de humildad, ni siquiera la cristiana; de haber alimentado durante generaciones el afán de superioridad con que venimos al mundo la gent superba i ufana, para que todo el mundo sepa que somos la gent catalana, espejo de virtudes mercantiles y cívicas, espejo que hoy rompo con tristeza y pidiendo perdón, a medias, però…, que tampoc no s’ha de fer d’un gra massa…; de haber jugado siempre al regate corto de la ganancia rápida en Madrid, como un vulgar trilero con la bolita de los votos de la Minoría Catalana; de haber cometido el grave error de buscar un chivo expiatorio, Madrit, que me ha acabado dando un mordisco donde más duele, en el patrimonio familiar, que es la auténtica patria, como he de confesar con vergüenza; de no haber contribuido ni lo más mínimo, durante mis 23 años de gobierno, a la creación de una cultura democrática, sino al franquista ordeno y mando; de…, sí, je m’acusse de ser un impostor democrático y reconozco la raíz totalitaria de mi pensamiento y de mi praxis, y deseo que, cribada mi vida, como yo ahora anticipo, la hagiografía histórica patria no me aparte al rincón de las aberraciones, al capítulo de la teratología política, sino que me incluya, aunque discretamente, ya lo entiendo, en el capítulo de los visionarios precursores de nuestra envidiada onfalocracia… Visca Catalunya lliure!…de mí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Bueno, Juan, magnífico no-panegírico. Se aprecia, incluso sin leer el texto, la extraordinaria sintonía catalán-castellanoparlante existente. Ahora, habrá que esperar, o desesperar...
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Javier. Regreso de vacar, ordenador incluido, que es saludable perderlo de vista por temporadas, y me encuentro tu elogio, que tanto anima. Desesperar, desesperarán ellos, porque, a su manera, les ha pasado como a los portugueses con Don Sebastián, o poco menos, aunque este se halla de cuerpo presente. Tengo la impresión de que ha esperado a cumnpkir los 80 años para no verse entre rejas, pero de las de la censura ética no se va a librar en lo que le quede de vida.
ResponderEliminar