jueves, 14 de agosto de 2014

Estampas del Ferragosto


Lo primero que ha de decirse es que no existe el ferragosto en esta España nuestra de las autonosuyas gobernadoras, pero sí un curioso efecto del cambio climático que casi nos impide hablar ya de Écija como de la "sartén de Andalucía", o de España, ya puestos, porque llevamos un verano muy resultón en cuanto a "la calor", y, aunque en el pasado se hubiera hecho, no sé si este agosto se hubieran frito los huevos sobre las piedras de Cáceres al sol justiciero de las 17'00h que, como bien sabe el común de los mortales agostados, es el de la famosa hora nona, de no nay quien ponga un pie en la calle, salvo si quiere perder, licuado, lo que detrás le sigue. 

Una playa desierta almeriense: virgen, salvaje, solitaria, paradisíaca, y la retahíla de  calificativos que exciten la libido turística de cualquiera. La estampa del intrépido nadador que se adentra sin más espectadores que su valor y su pareja de hechos en las inciertas aguas mediterráneas: tres brazadas enérgicas, dos respiraciones y, de repente, una sacudida eléctrica, de picana militar argentina; el nadador alza el brazo y observa electrificado, que de él penden los raros murciélagos con patas blancas que, como flecos de un traje de baile de Georgie Dann, le incitan a dar un grito prístino -por el marco-, horrorizado -por el picor- y dolorido -porque ya han comenzado los efectos deletéreos de su caricia-, mientras, con instinto  equivocado, porque no son abejas ni avispas, se tira en la arena de la orilla y se reboza como una croqueta, antes de volver a desempolvarse con agua de mar filtrada de intrusas... Claro que el agua estaba hoy más caliente que ayer, claro que sí...

Un descenso en picado de un quilómetro hasta el cocito del pueblo serrano, donde un letrero puesto, acaso, con malévola intención, avisa al intrépido explorador que se apresta a recorrer el sendero real entre Capileira y Bubión, en la Alpujarra granadina. Al otro quilómetro de haber desbrozado como en una jungla birmana el sendero que de real solo tiene el hecho de no ser inventado, y de llevar las piernas con más arañazos que en una lucha de gatos en el interior de una bolsa cerrada, y  el calzado mojado de andar por el torrente que desciende por el camino real, el exlorador y su esforzada exploradora se encuentran con otros caminantes perdidos con quienes solo pueden intercambiar gestos y nombres propios. Nos aseguramos mutuamente una cómoda continuación del camino hacia la meta deseada, pero al cabo de medio quilómetro añadido, es evidente que sus gestos y la mapística son tan incompatibles como el nacionalismo catalán y la honestidad, por usar un referente cercano. Los exploradores se reúnen, conferencian  y, ante la perspectiva de hundirse dos quilómetros en la incierta corriente del Poqueira, sin atisbo de hallar camino ascendente seguro, se confiesan derrotados e inician, con los mismos pesares, y sin calzado goretex, el camino de vuelta por el sendero de un torrente que solapa su viaje con el supuesto camino real. Cuando coronan la plaza donde una sombra y una mesa los invitan a premiarse: un generoso plato alpujarreño se dibuja sobre la carta, tal que así: 
                                  

  
Y ahí se acaba la aventura y se inicia la introspección...

A algunos conductores les irrita tener que frenar mientras tú consumas un adelantamiento a 95km/h  por hora de un camión que circula a 90km/h, simplemente porque te demoras en él casi un quilómetro... La verbena de luces cortas, largas e intermitentes que montan cada vez que los freno en seco, aunque me avisen desde casi un quilómetro que vienen lanzados y que no se me ocurra abrirme para adelantar antes que ellos, me anima a intensificar el tormento. Es una refinada crueldad, lo reconozco. Mientras no he llegado a la mitad del camión, mantengo el intermitente izquierdo encendido. Cuando llego a la mitad, lo apago. Cuando estoy a punto de rebasarlo, enciendo el derecho, para indicar que voy a cambiar de carril, pero  me voy cambiando tan lentísimamente de carril que me hallo entero en el de la derecha al cabo de medio quilómetro después de haber adelantado al camión. Una vez que los propietarios del carril izquierdo me adelantan, correspondo a sus fugaces muecas exasperadas con un saludo manual que imita el cansino limpiaparabrisas, unido a mi más relajada sonrisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario