domingo, 30 de noviembre de 2014

La navidad antiestética de Barcelona



                           


Barcelona: el ocaso de la ciudad ingobernable puesta al servicio del turismo de lujo.

     Una ciudad gobernada por una minoría inestable tiene serias consecuencias para el futuro de la misma. Y las nubes estadísticas que asoman en el horizonte nos hacen pensar que el desgobierno aún puede ser mayor. A pesar de que Barcelona se mima para que los turistas con posibles (muy otros que los meramente posibles, pero no siempre deseables...) tengan una agradable estancia y no sepan que el corazón de la ciudad, pletórico de sangre, tiene los miembros gangrenados, incluso ese cogollito abstraído del curso ordinario de la vida ciudadana, para convertirse en postal modernista donde el tiempo se ha detenido, acusa ya señales inequívocas de desgaste y deterioro, usualmente en forma de suciedad, de transformación del paisaje humano y de proliferación de comercios que no exige la vida habitual del barrio, pero sí los turistas con posibles. El alcalde de Barcelona ha devenido una figura grotesca y sin autoridad, en nada diferente de la del propio compañero de coalición que gobierna al otra lado de la deslapidada Plaza de la Constitución.
El útimo atentado que ha sufrido la ciudad, por anecdótico que quiera considerarse es el de la iluminación navideña, en estos días, además, en que la famosa "pobreza energética" amenaza con los viejos días del frío y los sabañones a no pocos conciudadanos para los que Trias no gobierna. Es de ayer, como quien dice que hayan puesto abrupto punto y final a las reuniones con los enardecidos barcelonetanos que se quejaban, con santa indignación, de la okupación del "otro" turismo sin posibles que no se permite hoteles, sino esos pisos turísticos ilegales, "indies", como cavernas donde celebrar los ritos juveniles de la borrachera y el desmadre.
Cualquiera que mire hacia el cielo de nuestras calles se verá sorprendido por el despliegue de abominable gusto con que los comerciantes y el ayuntamiento de incompetentes pretenden subir la moral consumidora de los barceloneses, con cuentas de colores de amargo regusto. Ahora que se sabe que, además, este ayuntamiento nuestro que presta a la Particularidad y se gasta un fortunón en la Mercè, paga religiosamente porque unos pocos de riñón forrado disfruten del patinaje sobre hielo en una plaza que ya no es de todos, sino de pago, esto es, de quien manda.
¿Cómo es posible que una ciudad que pasa por ser una de las capitales europeas del diseño tenga la más chabacana iluminación navideña del continente? Del breve recorrido por las principales calles céntricas, e incluso por algunas otras colindantes, la única impresión que saca el viandante es la de una enorme tristeza ante la evidente falta de imaginación con que las autoridades y los comerciantes han abordado lo que, bien hecho, podría incluso ser un reclamo turístico.
La de la Gran Vía se lleva la palma, sin duda. Donde el año pasado hubo unos cuadros luminosos que  por lo menos, dada su simplicidad, no molestaban en exceso a la vista, campea ahora la prueba evidente del mal gusto, casi equiparable a la de las paradas de autobuses madrileñas, por hacer una comparación inteligibe. Ignoro si el "desenfado" ambiente que proclaman dichos rótulos no obrará el sentido contrario, aumentando hasta niveles de epidemia el scroogismo de quienes intentamos sobrevivir a lo que se no adviene en cima y reduciendo al mínimo el afán consumista al que se apuntan los dos actores decoradores de estas fiestas sin entrañas, que no entrañables. La ley inapelable del consumo hundirá en la miseria moral a cuantos están en bancarrota individual. La apología del sentimentalismo que, como nadie, han plasmado indecentemente los autores del anuncio de la lotería de Navidad, es una tormenta perfecta contra la que es casi imposible luchar. Y, para colmo, como que intuyo las bufandas cubanyeras que lucirá Santa Klaus, quien nos traerá las "llaves" del nuevo estado, como si lo estuviera leyendo... Y al trío de reyes camelleros Trias les pedirá petróleo en las costas de Tarragona y que España nos financie el trasvase del Ródano, antes de nuestra salida, por si les da por desviar el cauce el Ebro a esos mesetarios salvajes...
Lo que iluminan las cuentas de colores son las fabulaciones cajísticas de los comerciantes y el paupérrimo nivel estético de una administración que ni gobierna ni deja gobernar.

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