lunes, 17 de octubre de 2016
Y después de "El camino al 18 de julio"... "In memoriam. La quinta del biberó."
Un emocionado homenaje de Lluís Pasqual a "La quinta del biberón", sacrificada en la batalla del Ebro.
La anécdota: caminamos por la calle Muntaner, mi conjunta y yo, y veo un anuncio farolero de la obra consignada en el título de esta observación. Digo: "Nena, me temo lo peor, de esa obra. ¡A saber desde qué beatería republicana se ha compuesto!" Apenas tres horas después, a menos de una hora del comienzo de la función, nos llaman nuestros amigos Charo y Paulí y nos ofrecen dos entradas a precio reducido, 6€, porque les han fallado dos alumnos que se habían comprometido. Conferenciamos dos minutos y aceptamos.
La obra: In memoriam es una obra escrita y dirigida por Lluís Pasqual acerca de la vida, y sobre todo la muerte, de los jóvenes reclutados por el ejército republicano que recibieron el apodo de La quinta del biberón. La implicación familiar de Pasqual, un tío suyo murió en aquella infausta carnicería a que condujeron a los desdichados jóvenes en el frente del Ebro, y la labor de campo, recogiendo testimonios directos de quienes sobrevivieron a la tragedia, se advierten enseguida, a poco de iniciarse la representación, en la fortísima carga emocional desde la que se ha concebido un espectáculo austero y contundente, pues con reducidísimos medios materiales se consigue una máxima efectividad de la puesta en escena. En un segundo plano de la escena, las presencias complementarias de las imágenes proyectadas (casi no puede concebirse ya un espectáculo teatral sin ellas, por cierto) y de los músicos y un cantante lírico que interpretan obras de Monteverdi redondean una propuesta escénica que parece inspirarse en aquellas viejas teorías del teatro pobre de Grotowski. Hay una poderosa base documental, es cierto, pero la dramatización de los testimonios vivos, y los que nos han llegado a través de los textos de los participantes en aquella suerte de "ceremonia de la traición" que fue su reclutamiento y su envío como auténtica "carne de cañón" al frente del Ebro, consigue hacer llegar al espectador una representación totalmente veraz de lo que fue la vida de aquellos jóvenes, casi niños, enfrentados a una realidad en parte inexplicable y casi totalmente ajena, salvo por los casos raros, y mínimos, de los voluntarios. Después de la lectura del libro de Payne, me maravilla que el azar me haya puesto delante de lo que significó la continuación del libro, es decir, el después del 18 de julio, o sea, el Horror con las mayúsculas añadidas del Odio y la Barbarie. Al margen de cierta ambigüedad calculada en algunos pasajes de la obra, algunas simplificaciones de trazo grueso, como la visión maniquea que subraya uno de los soldados tras oír sucintas y descontextualizadas declaraciones de políticos y militares de la época: "Eso era la política", subraya, en contraste con su patética realidad se seres abandonados a su desventura en trincheras desguarnecidas de protección y de intendencia; al margen de todo ello, decía, la obra acentúa, inequívocamente, un pensamiento antibelicista muy en la linea de obras señeras con ese planteamiento: Johnny cogió su fusil, Rey y Patria, Historia de un soldado, La chaqueta metálica, Sin novedad en el frente, El fuego y todas esas obras que intentan convencer a sus espectadores o lectores de lo que saben de cor: la irracionalidad de la guerra, el tremendo fracaso de la especie que supone haber dirimido, desde que el mundo es mundo, a través de la violencia extrema, los conflictos humanos. Nada que objetar, pues, a esa perspectiva que, además, logra muy efectivamente su propósito, porque, aun conocidas de cabo a rabo esas vidas, las experiencias de las trincheras, la sinrazón del enfrentamiento a muerte entre "hermanos", la alienación del nacionalismo y el crónico sinsentido de la tristemente necesaria institución militar; a pesar de que nada nuevo se representa sobre las tablas, es lo cierto que el autor de la dramatización de esos testimonios ha conseguido impactar al espectador con la exacta dimensión del drama, lindante con la literatura del absurdo, de aquellos adolescentes ofrecidos al dios de la guerra de las miserias políticas de los dirigentes de ambos bandos. Hay, y es de agradecer la valentía de Lluís Pasqual, una feroz crítica del gobierno republicano en sus últimos estertores, cuando los comunistas lo controlaban y prefirieron, como sanguinarios dioses soviéticos, sacrificar a una generación de jóvenes a quienes se les robaba el futuro contra toda lógica política y militar, porque la derrota definitiva de la República estaba, por entonces, más que cantada, en vez de negociar una rendición honrosa. Prieto ya lo dijo, como lo recoge Payne, que la guerra civil a la que se abocaban, poco antes de que estallara, sería terrible, porque ninguno de los contendientes estaba dispuesto a librar una lucha que no fuera sin cuartel, hasta el exterminio del contrario. Y así fue. En la obra de Pasqual, impecable desde esa visión humanista del ser cuyo destino lo han escrito los dioses sin dejarle la más mínima posibilidad de rebelarse contra él -ahí está el estremecedor testimonio de quienes fueron fusilados tras caer en la menos de las flaquezas más comprensibles del mundo-; en esa obra, digo, he echado en falta, más allá dele presente muy conocido de las lamentables condiciones materiales y morales de los reclutados, más información íntima sobre esas vidas: su relación con los padres, con los hermanos, con las posibles novias o amores platónicos de esas edades, con su vida rural, tan alejada de la de la gran capital que ya era entonces Barcelona, de sus deseos, de sus esperanzas, de sus planes de futuro, de sus aficiones, de su formación... Las situaciones tópicas, conocidas a través de muchas fuentes históricas y artísticas, dejan algo frío al espectador curtido y al resabiado, pero no se puede negar que Pasqual logra conectar con un puiblico al que, sinceramente, no sé si "li farà el pes" la severa crítica a la República como institución concebida casi desde un punto de vista religioso, es decir, totalitario. En cualquier caso, el sentido carácter de homenaje a las jóvenes víctimas de una República que acabó perdiendo las plumas de su condición democrática con el paso de los años, y cuyos años de guerra civil fueron el corolario del insensato asalto a la legalidad que supuso la insurrección del 34, se alza, poderoso, como un tributo necesario que, lastimosamente, ¡ay!, consolará ya a pocos supervivientes de aquellos terribles hechos.
El epílogo: Hace cinco años, mi hija Marcela representó en su escuela, Projecte, en el último curso de la ESO, un espectáculo, creado por los alumnos, que consistió en la lectura de las cartas que cada uno de ellos, como familiares de los reclutados de la quinta del biberón escribían a sus hijos, hermanos o amigos, según fuera la personalidad que cada uno de los redactores de esas epístolas hubiera escogido. Casi puedo decir, y no como padre, sino como espectador, que me emocionó más aquel homenaje anónimo y tan sentido que el estupendo espectáculo profesional al que asistí ayer. Quiero decir, en última instancia, que el recuerdo de aquellas vidas tan maltratadas por el destino seguirá vivo mientras, de forma profesional o aficionada, la memoria popular los convoque.
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