viernes, 4 de mayo de 2018

Eta y yo...


El terrorismo siempre interpela individualmente; y exige, sin embargo, una respuesta colectiva.

Que nadie malentienda lo que mi malicia expresiva ha querido dar a entender para llamar la atención del hipotético lector: un titular así quiere decir, lo que el subtitulo aclara suficientemente. Y lo terrible es que, en España, todos podemos hacer nuestro ese titular, porque todos hemos convivido, a duras y hondas  penas, con esa barbarie criminal desde edades, como en mi caso, tan tempranas como los 15 años, en 1968, cuando leí en los titulares de los diarios de la época, en Madrid, uno de los primeros asesinatos de ETA, sin acabar de comprender exactamente el modo brutal como iba a convertirse en un sucesión inacabable de golpes dolorosos a o largo de los años de mi juventud y de mi madurez. Con la misma sinceridad he de reconocer que el misterioso asesinato de Carrero Blanco, magnificado después por la película de Pontecorvo, con la excelente escena de la voladura del coche en maqueta por encima del edificio contiguo al atentado, lo viví, en la estela de "los que sabían", como el augurio de la imposibilidad de la continuación del Régimen. El clima de ansiedad, temor y hostigamiento hacia las fuerzas de seguridad del Estado y hacia el Ejercito tuve ocasión de vivirlo en mi propia casa -soy hijo de militar- cuando, pasando las Navidades en casa -yo vivía habitualmente en Madrid como becario de la Blume-, y tras un nuevo atentado de ETA,  una noche, mi padre, salió en pijama empuñando la pistola y gritando que los de ETA venían a por él y que ahí, en pleno diciembre helado, los esperaba, dispuesto a descerrajarles cinco tiros... Aún tengo grabada aquella patética imagen que solo muchos años después reviví viendo La patrulla fantasma, de John Ford. Hasta la llegada de la democracia, hubo una suerte de "reconocimiento" de la acción de ETA contra el Régimen, como si fuera una "fuerza" más en la dirección del cambio para acabar con la Dictadura. Ahora bien, llegada la democracia y el momento del abandono de las armas, como sí hicieron los poli-milis, la sorpresa de todos fue la decisión de ETA de continuar su cadena de asesinatos con la vista puesta en esa "liberación nacional de Euskalherría" contra todas las vías democráticas habidas y por haber. De vanguardia de la lucha antifranquista a verdugos de las libertades, así podría resumirse el cambio de paradigma. Desde el empecinamiento en la vía del terror, la crudeza inexplicable -injustificable lo fue siempre, antes y después de la muerte de Franco- de la cadena de asesinatos de ETA han jalonado la vida de todos y cada uno de los españoles que hemos convivido con esa barbarie que solo hallaba refugio, complicidad y apoyo en algunos sectores de la sociedad vasca, los mismos que contribuyeron a esa perpetuación que no parecía acabar nunca: la iglesia vasca; los partidos abertzales, concretamente lo que solíamos definir como "brazo político de ETA", es decir, Herri Batasuna; el mismísimo PNV, a pesar de haber sufrido en sus carnes ese mismo terror; el terror de los empresarios amenazados de muerte que se sometían a la extorsión económica que financiaba a la banda terrorista..., es decir, un escenario favorable a esa relativa impunidad de que gozaba la banda en el País Vasco. La nula influencia de esa vía terrorista en la política española, que seguía afirmándose en la vía democrática, incluso contra asonadas nostálgicas del franquismo como el intento de golpe de  estado, forzó a ETA a un crescendo de su actividad mortífera que nos llevó a los grandes atentados que nos han marcado a sangre y fuego con un horror insufrible y una firmeza democrática inquebrantable. Todos hemos hecho nuestra la lucha contra esa barbarie criminal, y a todos nos hundieron en la tristeza infinita atentados como el de Zaragoza, el de Vic, el de Hipercor, el asesinato de Tomás y Valiente o el de Ernest Lluch y, por sus especiales circunstancias dramáticas, la "ejecución" de Miguel Ángel Blanco, que supuso algo así como el punto y aparte definitivo en la movilización social contra esa barbarie que, aun a pesar de haber entrado en la vía de su desaparición, aún nos seguiría afligiendo muchos años más, y sirvan los mencionados como representación de todas y cada una de las víctimas de aquel delirio asesino. La  manifestación de rechazo a la muerte de Blanco fue la primera y última vez que he llevado a mis dos hijos -muy pequeños entonces- a una manifestación, y por el carácter cívico, no político, de la misma. Ha habido tiempo incluso para que ETA llegara al cine, y si La fuga de Segovia, de Imanol Uribe, al margen de la condición de miembros de ETA de sus protagonistas, era una buena película del género de evasiones carcelarias, Días contados, del mismo autor, me produjo un rechazo visceral intensísimo, porque entendía que allí se daba una intolerable "complicidad" emocional con la barbarie en un momento, además, en el que era imposible ningún tipo de ambigüedad, porque eso ha tenido siempre el terrorismo: no caben equidistancias ni terceras vías: o estás con él o contra él. Ahora, desde el presente desde el que nos quieren edulcorar con el perdón y el olvido aquellos brutales asesinatos, es necesario que todos y cada uno de nosotros recordemos que en nuestras vidas hay un capítulo, aún sin cerrar, que se titula como esta breve memoria: ETA y yo. Cada cual sabrá el contenido de ese capítulo de su vida, pero, atento como he estado a las declaraciones de la banda y a la expresión de su confusísimo ideario supuestamente ideológico -en realidad un pastiche de tópicos mal digerido-, lo que me ha aterrorizado siempre ha sido la posibilidad de que ese tipo de discursos pudiera acabar "cuajando" en una fuerza política mayoritaria que hiciera imposible la simple convivencia en un territorio, al modo como ha acabado sucediendo en tantos y tantos pueblos pequeños y medianos del País Vasco, un proceso que, desgraciadamente, estamos viendo que vuelve a ocurrir, ahora en Cataluña, tras la fallida declaración de la nonata república catalana de la demencia separatista. Si alguien tiene un momento para acercarse a la mgnífica película El Lobo, de Miguel Courtois, en el que aparece un magnífico retrato de aquella demencia paraideológica de los asesinos que recomiendo vivamente. Durante algunos años alimenté la idea de una narración en la que la banda, después de tomar con una estrategia de comando israelí la RTVE, exigía que se transmitise lo que tenían que "revelarle" al pueblo español. Las autoridades dudan entre cortar la señal, sacrificando a los rehenes, o dejarles que "larguen" cuanto tengan que decir. Deciden lo segundo y la lógica expectación del país, ¡share del 100%!, deja paso, a medida que avanza la exposición demencial de los terroristas, a una hilaridad nacional que acaba disolviendo el drama en el más espantoso de los ridículos jamás televisados... Recientemente, la publicación de Patria, de Aramburu, que aún no he leído, me reservo hasta que nadie se acuerde ya de ella..., y películas como La casa de mi padre, de Gorka Merchan, además de documentales básicos como La pelota vasca, de Medem, nos han permitido un acercamiento a la explicación del conflicto que aún está vivo en la vida y en la política española y del que no nos vamos a librar tan fácilmente. Irene Villa, nadie más autorizado que ella, para comentar la "despedida" de ETA, ha dicho que a los criminales no hay que prestarles atención. Hacerlo, como lo han hecho el PNV y Podemos, por ejemplo, supone tomar partido contra las víctimas, ensanchar su dolor y hacerle un flaco favor al proyecto de convivencia que jamás de los jamases ha de olvidar cuantísimo dolor sembró y cosechó una banda criminal como ETA. Ni ellos, ni sus herederos políticos en activo merecen nada que no sea el desprecio más profundo de quienes tanto hemos sufrido sus delirios asesinos.

2 comentarios:

  1. Recuerdo el día que asesinaron a Carrero. Yo era representante de un club juvenil en Zaragoza y teníamos ese día una reunión con otros clubes de la ciudad. Yo era consciente del dolor que me producía el magnicidio contra Carrero, pero para mi sorpresa en la reunión interclubes había una euforia no contenida que me desconcertó. Más adelante supuse que los representantes allí presentes debían ser miembros varios del PCE o similares, pero yo no militaba y su muerte me hirió como muerte humana. Yo no sabía demasiado de Carrero pero no podía aceptar el recurso al asesinato político que tantos aplausos recibió de tantos y tantos sectores de la sociedad. Recuerdo que escribí en la revista del club aquel mismo día una condena del asesinato al margen de la persona que había sido ejecutada. Hoy me siento orgulloso de que ni siquiera en aquella ocasión aprobé ni por activa ni por pasiva un asesinato de ETA. La historia no hubiera sido diferente con Carrero o sin Carrero, hubiera cambiado algún detalle pero al final sería el rey quien hubiera elegido a un Suárez para la gran ceremonia de la traición.

    ETA me ha hecho sufrír mucho, lo indecible, cada muerte me conmocionaba. Recuerdo que llegué a Barcelona en diciembre de 1979 y que ETA asesinó a casi cien personas en 1980. No entiendo cómo vivíamos con tanta euforia aquel momento con aquel trasfondo asesino. Hay un documental imprescindible que está en Youtube (yo lo compré para ayudar) de Iñaki Arteta que se llama 1980. Creo que tendrían que programarlo todas las televisiones decentes en estos días en horas de máxima audiencia. ¿Y el papel de la iglesia en el País Vasco? Repugnante. Me serviría esto solo para no creer en Dios porque si sus representantes actuaron así, ¿cómo pensar que estaban iluminados por ese Dios? Todo esto me produce inmensa tristeza, me alegré, como no, del fin de ETA en 2011, pero hace falta que el relato de lo acontecido no sea el que está llegando por parte de los buenistas, TV3, Iñaki Gabilondo y los turiferarios del terrorismo y amantes de la paz sin culpables. Me produce tanta tristeza la simpatía de los nacionalistas catalanes con el terrorismo vasco que me dan ganas de vomitar. Que Otegui sea considerado un hombre de paz me revuelve las tripas. ETA se propuso la destrucción de España, pero falta por saber si de una forma u otra lo conseguirán en las próximas décadas. Me inquiera la evolución de Navarra, de Valencia, de las Islas Baleares, y, por supuesto, de Cataluña.

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    1. Coincido contigo en la preocupación por el futuro, pero, por suerte, la irrupción de C's a nivel nacional garantiza que una fuerza antiscesionista y sin las ataduras tradicionales del PP con los nacionalistas pondrá, sin duda, las cosas más que difíciles. Y no descarto que incluso acabe siendo mayoritaria la tendencia a "recuperar" competencias o a igualarlas a nivel nacional.

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