jueves, 7 de enero de 2021

«La traviata» en pandemia…

La apoteosis del melodrama en una interpretación entregada… 

         Se nos hacía extraño, volver al Liceo en medio de la pandemia y después de las «amenazas» del poder regional de impedir sus representaciones, en este baile de prohibiciones y permisividades alejado de cualquier principio de racionalidad, lo que está destrozando no solo el rico tejido artístico de nuestra ciudad sino, sobre todo, la economía productiva y los servicios, sin todo lo cual poco «excedente» pueden dedicar los sujetos al consumo del arte, del que tan necesitados estamos, por más que, según cuáles, apenas exijan un gasto significativo, dada la variada oferta gratuita a nuestro alcance. No sucede así con la ópera, un arte magnificente cuyas inversiones se miden por una buena ristra de cifras y cuyas recaudaciones no cubren siempre lo gastado, y de ahí las muy variadas ayudas regionales, municipales, estatales y privadas para sufragar dichos gastos. Todo ello hace que me sienta, en parte, privilegiado, porque, a pesar del desembolso, 150€ por un asiento centrado en la tercera fila del tercer piso, sé que puedo entregarme al deleite estético gracias a la generosidad indirecta de los contribuyentes.

         La estructura financiera de una arte como la ópera, y la excelente versión de La traviata que vimos, llena de emoción a través de la más inspirada de las partituras operística que se han escrito nunca, junto a la de su propio Rigoletto, me llevó a decir, camino de casa, que solo votaría a un partido que llevara en su programa el compromiso de que toda la población de nuestra ciudad había de ver, al menos una vez en su vida, una interpretación de La traviata. Cuando aún no había habido oposiciones para que los profesionales de la música cubrieran dichas plazas en los institutos, tuve la suerte de encargarme de esa asignatura durante algunos años. Pues bien, en mi curso de introducción a la ópera, todos mis alumnos veían varias óperas, y una de ellas, forzosamente, La traviata. Era muy difícil que, bien introducida, fueran insensibles al melodrama total que se representa en escena. Una suerte de amour fou antes de tiempo, llevado a todos los extremos imaginables, como se manifiesta en tantas escenas que, literalmente, nos conmueven, y nos agitan y nos llevan a un éxtasis sensible que no nos deja permanecer estáticos en nuestras butacas. La traviata no es una ópera «de arias» o «dúos» o tercetos» —aun habiéndolos sensacionales— , de números estelares que el público aguarda con expectación; no, La traviata, avanzándose a Wagner, en este sentido, es un continuo sonoro que, sin la perfección del de Wagner, ¡que tanto influyó a Verdi en su última época!, permite seguir la obra salvando el corte que significaba el antiguo «recitativo». ¡Y qué inspiración emocionada la de Verdi! Incluso para el papel del padre de Alfredo, el amante de Violeta, Verdi escribe unas piezas brillantísimas, un contraste que choca mucho desde el plano moral, porque los «padres», en las óperas de Verdi, trasuntos del suyo propio, son realmente la encarnación del mal y de la desventura. En cualquier caso, estamos ante una ópera que fluye exquisitamente hacia un final romántico apoteósico que nos deja anegados en las más delicadas emociones y en el más profundo de los dolores por el destino de la protagonista.

         En su momento,  mediados del XIX, La traviata fue un fracaso, por la elección de una prostituta de lujo como protagonista de la obra, en un «remake» de La dama de las camelias, de Dumas hijo, a quien «robaron», Verdi y su libretista, Francisco Maria Piave, el desarrollo argumental. Hoy, es una de las obras favoritas de todos los públicos de ópera del mundo. En el Liceo fuimos informados de que se ha representado en 261 ocasiones, una cifra considerable que da fe de dicho entusiasmo popular. La versión que vimos reunía una escenografía, iluminación y vestuario magníficos, que resaltaban la doble condición de verismo y austeridad a los que el movimiento de masas en escena sacó un rendimiento total, ballet incluido. La persona que nos «introdujo» la obra —-entrábamos por turnos y a algunos nos tocó esperar una hora en la sala, con los movimientos restringidos— tuvo a bien señalarnos un detalle de la escenografía que, de otro modo, acaso nos hubiera pasado desapercibido: el suelo de los diferentes espacios en que suceden los acontecimientos era el mismo: la lápida funeraria de la tumba de Violeta, una idea fantástica que permite contemplar el transcurrir de los hechos desde la perspectiva trágica del determinismo mortal que constituye la esencia del melodrama: el amor imposible sometido a la implacabilidad del destino.

         Aunque los principales intérpretes  entraron un poco «fríos» en la representación, con un par de deslices sin excesiva importancia, el calor del público, deseoso de celebrar la inmensa emotividad que se desprende de la partitura fue arropándolos con cada vez mayor calidez, de modo que el enfrentamiento de Violeta y Alfredo, cuando él le lanza el dinero a la cara y el barón lo reta a duelo nos pilló a todos en feliz comunión de complacencias. Es posible que la propia asepsia a la que hubimos de ajustarnos nos tuviera, a los espectadores, un poco acongojados, pero en cuanto la Directora, Speranza Scappucci, atacó la Obertura supimos todos, por el excelente sonido de la orquesta, que íbamos a vivir una emocionada noche del arte total que es la ópera. Tanto Ermonela Jaho, una soprano casi especializada en Madama Butterfly,  como  Dmitry Korchak, que le dio perfecta réplica,  secundados por el  clarísimo y elegante barítono Giovanni Meoni, compusieron un trío que se fue apoderando poco a poco del drama para alcanzar ese potentísimo clímax final del último acto. Y así fue, como lo viví lo explico: una incontenible emoción fue apoderándose de quien esto escribe, porque no hay desdicha más terrible que querer vivir y que la enfermedad te lo impida; que recuperar el amor de tu vida y no poder disfrutar de él…

 Insisto, y no lo digo como una boutade: algún partido político, digno de tal nombre, político, debería incluir en su programa el compromiso de «facilitar» que todos los ciudadanos vieran aunque solo fuera una vez en su vida, un montaje de La traviata. ¡Menudo crecimiento moral y artístico el de la sociedad que se atreva a ello!

4 comentarios:

  1. Me temo que muchos de los conocidos que tengo a mi alcance lo considerarían un ejercicio de crueldad semejante a la tortura. La ópera siempre ha sido minoritaria y exquisita. Es como aspirar a que toda la sociedad lea Tristram Shandy de Sterne por imperativo categórico y político. Admirable idea pero fuera de rango.

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    1. Yo estoy convencido de lo contrario: a quienes asusta la ópera, se rinden ante ella en cuanto tienen la oportunidad de dejarse conmover por cualquiera de sus muchos actos extraordinarios... No diré que Wözzek es una ópera para todos los públicos, por supuesto, pero Madama Butterfly, La traviata, Rigoletto o Norma NO pueden dejar de emocionar a quienes las contemplen, estoy convencido de ello.

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    2. Me asombras, Juan Poz. Tú posees una formidable preparación histórico-literario-musical-cinematográfica-pictórica, etc, etc... y puedes degustar una ópera como las que mencionas porque tienes referencias y una sensibilidad afinada. Pero, plantéate la realidad, hay millones de personas que no han leído un libro en su vida, a los que solo les interesa el fútbol o programas como Aquí hay tomate, que no han cultivado la sensibilidad artística en ningún sentido. Y piensas que se emocionarían ante estas óperas... Realmente me temo que habría que definir "emoción" y cómo surge la emoción y qué tipos de emociones existen. Personalmente, pienso que me aburriría mucho, carezco de sensibilidad musical aunque otros tipos de sensibilidad sí que existen en mí. ¿Piensas que los protagonistas de La España vulgar, que tan bien definiste, se emocionarían llevados al Liceo? ¿Propones acaso campos de reeducación de la sensibilidad al estilo soviético en que se obligaría a los ciudadanos a ver espectáculos operísticos para que aprendieran a emocionarse?

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    3. Subestimas, Jose, más allá de la escenografía, la historia o las interpretaciones, el poder arrebatador de la música, que es a la que yo fío esa emotividad...

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