martes, 25 de junio de 2024

La lexicografía como evasión de la degradación política actual.

 

El Diccionario cheli, de Francisco Umbral, o la crónica de uno de los argots de la España de la Transición.

 

          ¡Qué fatiga! ¡Qué desolación!  La desmedrada vida política española ha alcanzado tal nivel de degradación merced al Todovalismo ejercido por el perdedor de las dos últimas elecciones de ámbito nacional —lo que lo ha llevado a renegar de sus propios principios y a «comprar» el cargo de Presidente de Gobierno gracias a una amnistía inmoral con la que ha conseguido el respaldo en su investidura de siete votos de los enemigos de nuestra Constitución y de España, a la que permanentemente denominan “Estado represor”—, que se ha vuelto imposible tratar de participar desde la sindéresis en un festival constante de shitprop que deja a la altura de los párvulos al fundador de la técnica: Joseph Goebbels. «Ultraderecha» son alas deletéreas de B52 bien provistas de bombas de neutrones que despliega el entramado gubernamental para laminar cualquier oposición a los infinitos desmanes antiinstitucionales que nos está siendo dado ver, ante la pasividad de la oposición, que no pasa nunca a la acción y se contenta con la hermana pobre del shitprop: las declaraciones de condena.

Es evidente que la inacción social es una losa excesiva para tratar de contrarrestarla con el ejercicio del razonamiento individual, de ahí que sea comprensible el desistimiento que acomete al bienintencionado crítico de nuestro tiempo, y que lo lleva a refugiarse en lecturas que, solo en parte, le permiten distanciarse del fango que el Poder esparce a su antojo para que, sin ser Dinamarca, mucho, en puridad, esté podrido en España. Lo del husmo insufrible sería una inferencia legítima a partir de la expresión favorita del dedificado presidente del muy podrido Tribunal Constitucional. No de otro modo se explica, al margen de otros asuntillos creativos de poca monta…, que haya dilatado tanto mi aparición en esa Provincia tan irredenta como abandonada la tenía. Y he de volver pronto a visitarla para recordar que hay una iglesia de Gaudí, la llamada Cripta Güell, que amerita una visita, por la inmensa inventiva que desplegó el arquitecto en ella, lo mismo que el resto de la colonia fabril, modelo del capitalismo con supuesto «rostro humano» del siglo XIX. No puede hablarse propiamente de «depresión», una vez que se conoce la sobrecogedora dimensión de ese trastorno anímico, pero sí de espíritu «derrotado» por el agresivo, incívico e inmoral Todovalismo que, sin escándalo social mayoritario, va transformando nuestra realidad constitucional en «otra cosa» que tiene más que ver con degradas realidades políticas del otro lado del Atlántico que con nuestra innegable incardinación europea.

          Desde siempre la labor intelectora, en su esencial variante lectora, ha sido un refugio consolador frente a la adversidad de los tiempos; también la escritura creativa, y, en menor medida, esta práctica de la divulgación, no por modesta, por humilde, menos necesaria. En cualquier caso, un texto tan heterodoxo como un diccionario de argot es, per se, una lectura desafiante frente a la mediocridad cultural «de partido» cuyo agitprop políticamente correcto vuelve irrespirable la atmósfera cultural del país donde haya prosperado a la sombra de las subvenciones en flor. Con la misma heterodoxia del autor, Francisco Umbral, quien no duda en exhibirla desde el prólogo: Diccionarios no he consultado nunca ninguno. El de la Academia no lo he visto jamás, este intelector demediado y asfixiado por el olor a cadaverina de nuestra tristísima vida política, tan cercana a la hipocresía moral del nepotismo franquismo, ha decidido hurgar en la contradicción del autor y leer este diccionario hecho de retales y «a como saliere», y la justificación teórica es de lo mejorcito del libro: Literatura es el discurso imprevisible, y el autor deja claro que como él no sabe hacer otra cosa que «literatura», este Diccionario del cheli, por fuerza ha de ser, también, literatura, uno de los mejores capítulos del vasto conjunto de la «comunicación»: Comunicarse no es contar cosas importantísimas o de última hora, sino establecer unas redes léxicas que van envolviendo a todos los presentes, uno o varios, y reteniéndolos mágicamente, sostiene Umbral, y lo defiende en la práctica con un ejercicio de recopilación de sus propios textos que van morcillando (permítaseme el argot teatral, nada cheli) la estructura propia del diccionario, de suyo breve, porque, al decir del autor, el cheli no son más allá de unas docenas de palabras y el verdadero chelismo no está en las voces, sino en la sintaxis.

          Umbral se acerca al cheli desde el homenaje a Ramón Gómez de la Serna, a quien invoca en el epígrafe que abre la obra: La palabra no es una etimología sino un puro milagro. Y a ello va a dedicarse a lo largo de unas cuantas páginas, más hijas del compromiso editorial que de una voluntad de investigación lexicográfica de quien jamás se acerca a los diccionarios. ¿Qué tiene, entonces, el cheli, que tanto llame la atención de Umbral como para escribir un diccionario! Los orígenes del cheli, según el autor, son la cárcel, la droga y el rock. Sus hablantes, y el argot mismo están en una caverna de Platón que hay en los cinturones industriales, burlando y viendo pasar las sombras de una vida que creen más real, es decir, se trata de lenguaje ritual y de clan que opera sobre palabras preexistentes a las que «resignifica». «Repristinar» es verbo que usa también Umbral para definir la acción del cheli sobre el lenguaje del que se alimenta, como es el caso poético de «calcos», que vale por «zapatos nuevos», y que a Umbral le parece un caso admirable de creación poética, puramente de Vanguardia, porque en esta aprendimos que cuanto más lejana esté la referencia entre los objetos que se toman como elementos de comparación, más se acentúa la poesía del hallazgo verbal.

          El autor, célebre cronista de la vida española de la Transición, fue el inventor de un uso periodístico cuya paternidad todo el mundo le reconoce: las negritas de Umbral, que salpicaban sus crónicas como una suerte de acta notarial de quienes formaban parte de la realidad que no podía dejar de oírse ni de verse ni de leerse. Aunque esa práctica periodística le deparara un aura de cierta frivolidad, Umbral es autor de algunas novelas y textos verdaderamente inmortales, entre los que escojo dos de imprescindible lectura: Leyenda del César visionario y el estremecedor diario íntimo Mortal y rosa, de las que el interesado intelector puede hallar reseña en Diario de un artista desencajado. Que Umbral estuvo en todos los cotarros y «movidas» de su época lo atestigua el fino oído atento a la aparición de lenguas y argots que acaban definiendo una época. Sí, el cheli es argot marginal, pero tan ligado a la cultura, a esa «movida», que es para Umbral el más hermoso participio creado por el cheli, que por fuerza había de acabar interesando al autor, siempre abierto a todas las manifestaciones sociales, antisociales, artísticas y, en suma, socioculturales, en la medida en que acaban definiendo una época. Recordemos, a modo de ejemplo, que «loro», que vale «transistor» y también, en «estar al loro», «prestar atención a algo o a alguien», lo popularizó un alcalde muy popular y que no tenía nada de cheli, Enrique Tierno Galván, quien dictó unos maravillosos bandos que merecen lectura por su estilo y contenido. Él fue quien, en un festival de música en el Palacio de los Deportes, incitó a los madrileños a «colocarse», otro vocablo del cheli, y disfrutar de la música: «¡Rockeros, el que no esté colocado que se coloque, y al loro!», lo cual, dicho con 66 años y vistiendo un traje de chaqueta estilo cruzado nos da a entender la impregnación social de un argot en el que el autor de este diccionario veía reflejada gran parte de su presente.

          Más allá del vocabulario listado, donde los lectores de cierta edad —que tantos, piadosamente, se apresuran a disfrazar de «incierta»— tropezaran con obras del cheli tan conocidas como «basca», «abrirse», «chorvo», cuyo femenino es siempre «jai», ¡jamas «chorva»!, «marcha», y derivados como «marchosos», momento en el que Umbral hace una distinción muy graciosa entre «marchosos» y «muermos» —otra voz del cheli, tomada de otros argots, y en este caso nada menos que de la veterinaria…—: en doble columna opone unos a otros y baste la oposición Rollings vs. Pecos para entender correctamente qué ha de entenderse por marchosos y muermos…, «passar y «rollo», finalmente, las reconocerán los intelectores como dos auténticas «marcas» del cheli: la primera la define Umbral como el passar es una agresión inmóvil;, y la segunda es la gran palabra ómnibus del cheli: servía para casi todo;  y con otras casi desconocidas, al menos para mi menda,  como «Bisontefield», que jamás ni he oído ni leído, aunque tendría que revisar la edición exenta de Las Cassettes de Mac Macarra —obra del historiador Emilio de la Cruz Aguilar—, a ver si por allí apareciera…; algunas procedentes de épocas anteriores a la Transición como «Ostraspedrín», procedente de los tebeos franquistas de los personajes Roberto Alcázar y Pedrín, y, para Umbral. la única palabra compuesta del cheli; o la que el autotr considera su única aportación al cheli: «latinoché»… Más allá, decía, del inventario concreto de voces, que no sigo desvelando para que los lectores de este ameno diccionario que recoge memoria histórica de un tiempo político con el que la República Federal de Nacionalismos Hispánicos, o cosa asín…, quiere acabar, puedan disfrutar de lo que no creo, según la edad, que constituya novedad alguna; más allá, insisto, Umbral despliega, entre los muchos materiales que ha allegado para la construcción de su obra por entregas, un arsenal de citas de autores de relumbrón que ha de sumarse a ciertas radiografías de la época que incluyen, por ejemplo, un análisis de Alaska y los Pegamoides, de Ramoncín, a quien Umbral considera el cheli rockero más legal de su tiempo, o un curioso análisis, a propósito de «carroza», de la novelística críptica de quien fue, en su tiempo, valiéndose de su éxito literario entre los jóvenes ingenuos, un cinegético depredador sexual: José Luis Martín Vigil. En ese capítulo de las reinonas/carrozas, recoge Umbral la anécdota de Gide:

Le preguntaron una vez a André Gide:

—¿Por qué corre usted siempre detrás de su propia juventud?

Y contestó:

—No sólo detrás de la mía.

Menos novedoso es el retrato de un Elvis Presley enganchado hasta la sobredosis final a la droga, quien fue, paradójicamente, condecorado por Nixon como «Agente honorífico de la brigada antinarcóticos».

          Llama la atención la calificación de argot «casto» que predica el autor del cheli. De hecho, solo recoge una muestra «orejas» que vale «tetas: un hallazgo irónico. En inglés, sin embargo, del que el cheli toma voces como «Flais», en la expresión «Por si las flais», o uno de los más conocidos del argot: «Flipar»; en inglés, decía,  las orejas son nalgas, como el título de la película de Stephen Frears: Prick up your ears… la biografía del dramaturgo Joe Orton, que aquí se tituló con el incomprensible: Ábrete de orejas…, si no se estaba al cabo de la calle del modismo inglés.

          Es afición poco llamativa, y hasta un cierto punto extravagante, la lectura de diccionarios, pero muy gratificante, sobre todo cuando son tan personales como este de Umbral, como lo fue, a su manera, el de María Moliner y como lo son el de Bierce, el de José Luis Coll o el de Flaubert: un mundo en el que el intelector se pierde a conciencia para regresar «repristinado» al innoble contacto con el Todovalismo campante, y trayendo siempre consigo alguna defensa más contra la ominosa extensión de la nesciencia y la alienación. Si en los tiempos del franquismo se decía que o nos salvábamos todos o no se salvaba nadie, ahora está claro que de esta marea del
Todovalismo sectario que todo lo arrasa, uno tiene el deber moral de salvarse a sí mismo y ayudar, en la medida de sus posibilidades, a que otros hagan lo propio.