La necesidad constante de abrir la hemeroteca… Un lúcido y divertido artículo «confesional» de Boadella en El Mundo, a 10 de marzo de 2005.
Confieso que mientras no los conocí, yo fui uno de
ellos. Aboné su terreno con mi propia ignorancia. Llegué a creer fanáticamente
en la versión victimista de la historia que habían elaborado otros ignorantes
como yo, aunque ellos con mayores atenuantes, ya que trabajaban con intereses a
plazo fijo.
En ciertos momentos, estuve también deseoso de
pasar cuentas con el enemigo natural de Cataluña. Incluso aproveché alguna
oportunidad para ello. Un día puse sobre el escenario un puñado de miembros de
la Benemérita metamorfoseados en gallinas y descansando en las barras de su
morada avícola.
Obviamente, la juerga invadió la sala. Así,
exhibiéndolos para mofa y befa del respetable, me sentía compensado de tantos
supuestos agravios ¿A ver quien nos devolvía la vida del president fusilado? ¿Y la tortura y la cárcel de Pujol? ¿Y la
persecución de nuestra lengua? ¿Y el maldito Felipe V? ¿Y la prohibición de
participar en el botín de las Américas? ¿Y el contubernio de Caspe?
Si todo resultaba tan claro y la razón estaba de
nuestro lado, ¿quién me mandaba desertar del lugar que me pertenecía por
historia, por territorio, por sentimiento e incluso por raza? ¿Cómo pude
abandonar aquel calor incestuoso de la tribu? ¡Y pensar que ahora podría estar
de ministro de cultura en el tripartito…!
Con el tiempo he llegado a la conclusión de que
solo una auténtica nimiedad fue la causa que arruinó mi brillante futuro
tribal. Francamente se me hacía difícil soportar de mis conciudadanos esta
mueca que hacen con los labios y que pretende dibujar una sonrisa cómplice
entre la elite patriótica.
Las sonrisas, en esta latitud del Mediterráneo
norte no han sido nunca sonrisas relajadas y espontáneas; analizándolas con
cierto detalle, da la sensación que mientras se mueve la boca se aprieta el
culo. Pero aquellas sonrisitas condescendientes (máxima expresión del hecho
diferencial) aquellos guiños de etnia superior, ciertamente, tuvieron la virtud
de exasperarme. Son muecas crípticas, reservadas solo a los que ostentan el
privilegio de pertenecer al meollo del asunto. Se trata, de una contraseña
indicativa de los preconcebidos nacionales y que también, obviamente,
compromete al mantenimiento de la omertá
general.
Estas sonrisitas, ahora triunfantes, pueden
encontrarse hoy al por mayor, y muy bien remuneradas, en las tertulias de la
tele Autonómica. Aunque tampoco hay que mitificar sus contenidos. Acceder al
código está al alcance de todos, es algo así como:
“Je, je, queda
claro que no tenemos nada que ver con ellos, je, je, nosotros somos
dialogantes, pacifistas y naturalmente, más cultos, je, je, je, más sensatos,
más honrados, más higiénicos, más modernos, je, je, si no hemos llegado mas
lejos, je, je, ya sabemos quiénes son los culpables, je, je,je”.
También parece lógico que ganándome la vida sobre
la escena, fuera precisamente un detalle expresivo el detonante capaz de
conducirme hacia otra óptica del tema ¡Pero qué sensación de ridículo cuando
uno descubre que, sin enterarse había estado trabajando gratuitamente, para la Cosa Nostra!
Un día, a finales de los años 60, tuve que ir
precisamente al templo económico de la Cosa
Nostra, camuflado entonces bajo el reclamo de Banca Catalana. Intentaba
aplazar una obsesiva letra que gravitaba sobre el precario presupuesto de Els
Joglars. Miseria naturalmente. Allí, me rebotaban de un despacho a otro, hasta
que quizá convencidos de que también nos movíamos en el meollo de la cosa se dignaron acompañarme a la
tercera planta donde estaba la madriguera del Padrone Signore Jordi.
Apareció entonces un milhombres bajito y cabezudo,
cuyas maneras taimadas culminaban en la más genuina sonrisita diferencial. Parecía todo un profesional
de la condescendencia y la mueca críptica. Sin mayores preámbulos, acercó su
enorme testa al dictáfono, y pasando de todo recato, ordenó a su secretaria que
le trajera el dossier Joglars. ¡Me quedé petrificado! Media docena de
titiriteros dedicados entonces a la pantomima, cuyo único capital consistía en
nuestros panties negros, merecíamos todo un dossier. El asunto se ponía
emocionante. ¡Nos tenían bajo control!
Lamentablemente, no tuve tiempo de imaginarme
demasiadas fantasías sobre el sofisticado espionaje, porque mientras aquel
cofrade catalán del doctor No simulaba
examinar atentamente el dossier, uno de sus incontrolados tics hizo resbalar
sobre la mesa la totalidad del contenido. Eran dos recortes de prensa sobre
nuestras actuaciones mímicas en un barrio de Barcelona. Nada más. Ya jugaban a
ser nación con servicio secreto incluido.
Automáticamente comprendí la magnitud de la
tragedia, y algún tiempo más tarde acabé constatándola cuando aquel notable
bonsai del dossier fue elegido hechicero de la tribu después de atracar el
Banco, y endosar el marrón a los enemigos naturales de la patria.
¡Esta era la contraseña esperada por el país! La
ejemplar hazaña cundió por todos los rincones, y bajo el lema: ¡Ara es l’hora, catalans!, que en
cristiano viene a ser: “Maricón el último”, los elegidos se lanzaron sin piedad
al asalto del erario publico, con un éxito sin precedentes.
Ciertamente, es poco agradable pernoctar cada día
en un territorio en el que te sientes cada vez más autoexcluido. Cuando no se
tienen recursos suficientes para ser emigrante en la Toscana, quizá lo más
sensato, sería pedirle asilo a Rodríguez Ibarra o Esperanza Aguirre. Porque, de
seguir aquí, al margen de la cosa uno
debe imponerse terapias de distanciamiento, de oxigenación, de sarcasmo, de
mucho vino, de gritos desaforados en la ducha…en fin, es necesario crear una
estrategia de choque para no preguntarse constantemente si vale la pena
interpretar el ridículo papel de Pepito Grillo.
En cierta manera los envidio. Debe ser formidable,
escuchar diariamente el vocablo “Cataluña” 10, 20, 30.000 veces en los medios
provinciales, y en vez de ponerse histérico blasfemando sobre la puta endogamia
nacionalista, uno pueda seguir pensando que esta Cataluña a la que se refieren,
es la tierra prometida.
Es admirable ser un poder fáctico con el prestigio de
los perseguidos. Ser gobierno y oposición a la vez. Es fantástico, ostentar el
título de Honorable por ser el más hábil encubriendo expolios. Ser nacionalista
y además de izquierdas. Ser… tan… tan humanista-progresista-pacifista que
cuando te asesinan a tu padre, como el pobre Lluch, al día siguiente, pides
diálogo con los criminales ¡Eso ya es la leche de la exquisitez!
No digamos ya ser del Barça, ser de Esquerra
Republicana, ser Cruz de Sant Jordi y reclamar el Archivo de Salamanca… Bueno,
y oficializar manchas catalanas y ser Tapies ¡Eso ya es el súmum!
O sea, que vivir en este país y pertenecer a la cosa nostra es lo más cercano a la
virtualidad del Nirvana. No tiene
riesgo alguno y además, es tan fácil, que hasta los recién llegados en patera
se enteran rápidamente de qué va el asunto aquí. Por eso, en mis momentos
bajos, sigo preguntándome: ¿Cómo pude ser tan insensato de autoexcluirme del
festín? ¡Y todo por una puñetera sonrisa étnica.
Albert Boadella es director de la compañía
Els Joglars. El año pasado rechazó la Creu de Sant Jordi que le fue ofrecida
por la Generalitat catalana .
El Mundo,
10 de marzo de 2005
Hilarante manifiesto que pone en valor las críticas profundas a la vorágine nacionalista, que tantos fieles y adeptos tiene, poniendo de relieve sus fallas tectónicas de supremacismo y miseria conceptual. Boadella es un traidor, yo no lo soy porque ni siquiera puedo haber sido considerado uno de la tribu para separarme de ella. Yo siempre he sentido espasmos ante esa sonrisa autosatisfecha, victimista y retorcida de creerme de los mejores del universo y objeto de una conjura de pueblo oprimido y vilipendiado. La naturaleza catalana, su estirpe, es de las más ridículas del mundo mundial. Que Cataluña ha sufrido mucho como pueblo, me espetó un alumno independentista. Era tan imbécil aquello que renuncié a explicarle la historia de Europa. Que les den. Viva Boadella.
ResponderEliminar¡Viva!
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