El Diccionario cheli, de Francisco Umbral, o la crónica de uno de
los argots de la España de la Transición.
¡Qué
fatiga! ¡Qué desolación! La desmedrada
vida política española ha alcanzado tal nivel de degradación merced al
Todovalismo ejercido por el perdedor de las dos últimas elecciones de ámbito
nacional —lo que lo ha llevado a renegar de sus propios principios y a «comprar»
el cargo de Presidente de Gobierno gracias a una amnistía inmoral con la que ha
conseguido el respaldo en su investidura de siete votos de los enemigos de
nuestra Constitución y de España, a la que permanentemente denominan “Estado
represor”—, que se ha vuelto imposible tratar de participar desde la sindéresis
en un festival constante de shitprop que deja a la altura de los
párvulos al fundador de la técnica: Joseph Goebbels. «Ultraderecha» son alas
deletéreas de B52 bien provistas de bombas de neutrones que despliega el
entramado gubernamental para laminar cualquier oposición a los infinitos
desmanes antiinstitucionales que nos está siendo dado ver, ante la pasividad de
la oposición, que no pasa nunca a la acción y se contenta con la hermana pobre
del shitprop: las declaraciones de condena.
Es evidente que
la inacción social es una losa excesiva para tratar de contrarrestarla con el
ejercicio del razonamiento individual, de ahí que sea comprensible el
desistimiento que acomete al bienintencionado crítico de nuestro tiempo, y que
lo lleva a refugiarse en lecturas que, solo en parte, le permiten distanciarse
del fango que el Poder esparce a su antojo para que, sin ser Dinamarca, mucho,
en puridad, esté podrido en España. Lo del husmo insufrible sería una
inferencia legítima a partir de la expresión favorita del dedificado
presidente del muy podrido Tribunal Constitucional. No de otro modo se explica,
al margen de otros asuntillos creativos de poca monta…, que haya dilatado tanto
mi aparición en esa Provincia tan irredenta como abandonada la tenía. Y he de
volver pronto a visitarla para recordar que hay una iglesia de Gaudí, la
llamada Cripta Güell, que amerita una visita, por la inmensa inventiva que
desplegó el arquitecto en ella, lo mismo que el resto de la colonia fabril,
modelo del capitalismo con supuesto «rostro humano» del siglo XIX. No puede
hablarse propiamente de «depresión», una vez que se conoce la sobrecogedora
dimensión de ese trastorno anímico, pero sí de espíritu «derrotado» por el
agresivo, incívico e inmoral Todovalismo que, sin escándalo social
mayoritario, va transformando nuestra realidad constitucional en «otra cosa»
que tiene más que ver con degradas realidades políticas del otro lado del Atlántico
que con nuestra innegable incardinación europea.
Desde
siempre la labor intelectora, en su esencial variante lectora, ha sido un
refugio consolador frente a la adversidad de los tiempos; también la escritura
creativa, y, en menor medida, esta práctica de la divulgación, no por modesta,
por humilde, menos necesaria. En cualquier caso, un texto tan heterodoxo como
un diccionario de argot es, per se, una lectura desafiante frente a la
mediocridad cultural «de partido» cuyo agitprop políticamente correcto
vuelve irrespirable la atmósfera cultural del país donde haya prosperado a la
sombra de las subvenciones en flor. Con la misma heterodoxia del autor,
Francisco Umbral, quien no duda en exhibirla desde el prólogo: Diccionarios
no he consultado nunca ninguno. El de la Academia no lo he visto jamás,
este intelector demediado y asfixiado por el olor a cadaverina de nuestra
tristísima vida política, tan cercana a la hipocresía moral del nepotismo franquismo,
ha decidido hurgar en la contradicción del autor y leer este diccionario hecho
de retales y «a como saliere», y la justificación teórica es de lo mejorcito
del libro: Literatura es el discurso imprevisible, y el autor deja claro
que como él no sabe hacer otra cosa que «literatura», este Diccionario del
cheli, por fuerza ha de ser, también, literatura, uno de los mejores
capítulos del vasto conjunto de la «comunicación»: Comunicarse no es contar
cosas importantísimas o de última hora, sino establecer unas redes léxicas que
van envolviendo a todos los presentes, uno o varios, y reteniéndolos
mágicamente, sostiene Umbral, y lo defiende en la práctica con un ejercicio
de recopilación de sus propios textos que van morcillando (permítaseme el argot
teatral, nada cheli) la estructura propia del diccionario, de suyo breve,
porque, al decir del autor, el cheli no son más allá de unas docenas de
palabras y el verdadero chelismo no está en las voces, sino en la sintaxis.
Umbral
se acerca al cheli desde el homenaje a Ramón Gómez de la Serna, a quien invoca
en el epígrafe que abre la obra: La palabra no es una etimología sino un
puro milagro. Y a ello va a dedicarse a lo largo de unas cuantas páginas,
más hijas del compromiso editorial que de una voluntad de investigación lexicográfica
de quien jamás se acerca a los diccionarios. ¿Qué tiene, entonces, el cheli,
que tanto llame la atención de Umbral como para escribir un diccionario! Los
orígenes del cheli, según el autor, son la cárcel, la droga y el rock. Sus
hablantes, y el argot mismo están en una caverna de Platón que hay en los
cinturones industriales, burlando y viendo pasar las sombras de una vida que
creen más real, es decir, se trata de lenguaje ritual y de clan que opera
sobre palabras preexistentes a las que «resignifica». «Repristinar» es verbo
que usa también Umbral para definir la acción del cheli sobre el lenguaje del
que se alimenta, como es el caso poético de «calcos», que vale por «zapatos
nuevos», y que a Umbral le parece un caso admirable de creación poética,
puramente de Vanguardia, porque en esta aprendimos que cuanto más lejana esté
la referencia entre los objetos que se toman como elementos de comparación, más
se acentúa la poesía del hallazgo verbal.
El
autor, célebre cronista de la vida española de la Transición, fue el inventor
de un uso periodístico cuya paternidad todo el mundo le reconoce: las negritas
de Umbral, que salpicaban sus crónicas como una suerte de acta notarial de
quienes formaban parte de la realidad que no podía dejar de oírse ni de verse
ni de leerse. Aunque esa práctica periodística le deparara un aura de cierta
frivolidad, Umbral es autor de algunas novelas y textos verdaderamente
inmortales, entre los que escojo dos de imprescindible lectura: Leyenda del
César visionario y el estremecedor diario íntimo Mortal y rosa, de
las que el interesado intelector puede hallar reseña en Diario de un artista
desencajado. Que Umbral estuvo en todos los cotarros y «movidas»
de su época lo atestigua el fino oído atento a la aparición de lenguas y argots
que acaban definiendo una época. Sí, el cheli es argot marginal, pero tan
ligado a la cultura, a esa «movida», que es para Umbral el más hermoso
participio creado por el cheli, que por fuerza había de acabar interesando
al autor, siempre abierto a todas las manifestaciones sociales, antisociales,
artísticas y, en suma, socioculturales, en la medida en que acaban definiendo
una época. Recordemos, a modo de ejemplo, que «loro», que vale «transistor» y
también, en «estar al loro», «prestar atención a algo o a alguien», lo popularizó
un alcalde muy popular y que no tenía nada de cheli, Enrique Tierno Galván,
quien dictó unos maravillosos bandos que merecen lectura por su estilo y contenido.
Él fue quien, en un festival de música en el Palacio de los Deportes, incitó a
los madrileños a «colocarse», otro vocablo del cheli, y disfrutar de la música:
«¡Rockeros, el que no esté colocado que se coloque, y al loro!», lo cual, dicho
con 66 años y vistiendo un traje de chaqueta estilo cruzado nos da a entender
la impregnación social de un argot en el que el autor de este diccionario veía
reflejada gran parte de su presente.
Más
allá del vocabulario listado, donde los lectores de cierta edad —que tantos,
piadosamente, se apresuran a disfrazar de «incierta»— tropezaran con obras del
cheli tan conocidas como «basca», «abrirse», «chorvo», cuyo femenino es siempre
«jai», ¡jamas «chorva»!, «marcha», y derivados como «marchosos», momento en el
que Umbral hace una distinción muy graciosa entre «marchosos» y «muermos» —otra
voz del cheli, tomada de otros argots, y en este caso nada menos que de la
veterinaria…—: en doble columna opone unos a otros y baste la oposición
Rollings vs. Pecos para entender correctamente qué ha de entenderse por
marchosos y muermos…, «passar y «rollo», finalmente, las reconocerán los intelectores
como dos auténticas «marcas» del cheli: la primera la define Umbral como el passar
es una agresión inmóvil;, y la segunda es la gran palabra ómnibus del
cheli: servía para casi todo; y con
otras casi desconocidas, al menos para mi menda, como «Bisontefield», que jamás ni he oído ni
leído, aunque tendría que revisar la edición exenta de Las Cassettes de Mac
Macarra —obra del historiador Emilio de la Cruz Aguilar—, a ver si por allí
apareciera…; algunas procedentes de épocas anteriores a la Transición como «Ostraspedrín»,
procedente de los tebeos franquistas de los personajes Roberto Alcázar y Pedrín,
y, para Umbral. la única palabra compuesta del cheli; o la que el autotr
considera su única aportación al cheli: «latinoché»… Más allá, decía, del
inventario concreto de voces, que no sigo desvelando para que los lectores de
este ameno diccionario que recoge memoria histórica de un tiempo político con
el que la República Federal de Nacionalismos Hispánicos, o cosa asín…, quiere
acabar, puedan disfrutar de lo que no creo, según la edad, que constituya
novedad alguna; más allá, insisto, Umbral despliega, entre los muchos
materiales que ha allegado para la construcción de su obra por entregas, un
arsenal de citas de autores de relumbrón que ha de sumarse a ciertas
radiografías de la época que incluyen, por ejemplo, un análisis de Alaska y los
Pegamoides, de Ramoncín, a quien Umbral considera el cheli rockero más legal de
su tiempo, o un curioso análisis, a propósito de «carroza», de la novelística
críptica de quien fue, en su tiempo, valiéndose de su éxito literario entre los
jóvenes ingenuos, un cinegético depredador sexual: José Luis Martín Vigil. En
ese capítulo de las reinonas/carrozas, recoge Umbral la anécdota de Gide:
Le preguntaron una vez a André
Gide:
—¿Por qué corre usted siempre
detrás de su propia juventud?
Y contestó:
—No sólo detrás de la mía.
Menos novedoso es el retrato de un Elvis
Presley enganchado hasta la sobredosis final a la droga, quien fue,
paradójicamente, condecorado por Nixon como «Agente honorífico de la brigada
antinarcóticos».
Llama
la atención la calificación de argot «casto» que predica el autor del cheli. De
hecho, solo recoge una muestra «orejas» que vale «tetas: un hallazgo irónico.
En inglés, sin embargo, del que el cheli toma voces como «Flais», en la
expresión «Por si las flais», o uno de los más conocidos del argot: «Flipar»;
en inglés, decía, las orejas son nalgas,
como el título de la película de Stephen Frears: Prick up your ears… la
biografía del dramaturgo Joe Orton, que aquí se tituló con el incomprensible: Ábrete
de orejas…, si no se estaba al cabo de la calle del modismo inglés.
Es
afición poco llamativa, y hasta un cierto punto extravagante, la lectura de
diccionarios, pero muy gratificante, sobre todo cuando son tan personales como
este de Umbral, como lo fue, a su manera, el de María Moliner y como lo son el
de Bierce, el de José Luis Coll o el de Flaubert: un mundo en el que el intelector
se pierde a conciencia para regresar «repristinado» al innoble contacto con el Todovalismo
campante, y trayendo siempre consigo alguna defensa más contra la ominosa extensión
de la nesciencia y la alienación. Si en los tiempos del franquismo se decía que
o nos salvábamos todos o no se salvaba nadie, ahora está claro que de esta marea
del
Todovalismo sectario que todo lo arrasa, uno tiene el deber moral de salvarse a
sí mismo y ayudar, en la medida de sus posibilidades, a que otros hagan lo
propio.
Realmente interesante. Recuerdo a Umbral comido por su personaje como una escena de la película Aliens, sé que es más que eso, que fue brillante y arcó un época en periodismo... A veces hasta copio su forma de poner en negrita los nombres propios en sus columnas porque amenizan y sirven de reclamo inconsciente para invitar a leer. Es sorprendente que al leer me iban viniendo recuerdos de haber oído e incluso usado esos modismos... Creo que la vida, la histórica especialmente, es como mirar un carusel de feria dando vueltas, parece lo mismo pero si te fijas las caras de los que van montados en los caballitos, fijos e inmutables, cambian; un gran viaje en circulo para llegar a ningún sitio....
ResponderEliminarMuy justa y atinada la imagen del tiovivo para describir nuestro presente. La noria, cuyo lendel el mulo hace más profundo a cada vuelta, acaso se le acerque... Confieso que las apariciones públicas de Umbral me disuadieron siempre de leerlo. Una vez entrado en su obra a través de "El César visionario", se me ha quedado "muy otro" y valioso. Cualquier máscara, y él venía del dandismo de provincias, es imprescindible en la Feria de las vanidades... del mundo literario.
Eliminar